21/4/14

Manual de filosofía portátil



Juan Arnau.
Manual de filosofía portátil.
Atalanta. Memoria mundi. Gerona, 2014.

Una frase de Kierkegaard –“Hay que tomar las aguas desde más arriba”- orienta el sentido de la ruta narrativa por la historia de la Filosofía que traza Juan Arnau en el Manual de filosofía portátil que acaba de publicar Atalanta.

La razón es muy simple – explica Arnau en  la introducción-. Hay que empezar con lo que está vivo, con el ahora donde respira el hábito, con el presente de la percepción y la conciencia. Esta nueva perspectiva ofrece interesantes paisajes. Desde ella puede verse un repliegue en lugar de un despliegue, porque –añade- el hombre moderno es incapaz de enfrentarse a la experiencia antigua, queda demasiado lejos, pero quizá sea posible marchar hacia ella.

Con ese talante narrativo, del que Juan Arnau dio muestras ya en El cristal Spinoza, se aborda este viaje inverso que en diecinueve etapas remonta desde Lévi-Strauss aguas arriba la corriente del conocimiento para llegar al río irrepetible de Heráclito.

Así resume su hoja de ruta el piloto de esta nave:

Al portátil no le resulta difícil ni artificioso invertir la flecha del tiempo, sintoniza con facilidad con la vieja idea del eterno retorno, para la cual todo pasado es futuro y toda reminiscencia profecía. La historia viva de la filosofía portátil se inicia así en un momento preciso del siglo XX (no importa mucho el que elijamos) y culmina en las colinas de Éfeso (allá por el siglo V antes de nuestra era). Empezaremos con la espantada de Lévi-Strauss, que huye de la filosofía profesional de la Sorbona y se refugia en el pensamiento salvaje de Brasil. Seguiremos con Wittgenstein, quizá el filósofo más influyente del siglo pasado, un siglo de guerras en cuyas trincheras redacta el Tractatus. A partir de ahí remontaremos la corriente hasta el corazón de las tinieblas, donde Heráclito asegura que «el orden es siempre reversible».

Los capítulos de esta espléndida y cercana historia de la filosofía se centran en un episodio significativo de la biografía de cada autor y combinan el rigor con una tonalidad narrativa. De esa manera se articula un volumen en el que se conjuntan la filosofía y la vida para hallar un punto de encuentro entre narración y conocimiento, entre pensamiento y biografía a través de escenas en las que se suceden como actores los protagonistas de distintos momentos esenciales de la búsqueda filosófica.

Una búsqueda en la que no falta un poeta como Novalis, que –como Homero, los presocráticos o Platón- habita un territorio de asombro, búsqueda y conocimiento compartido por la filosofía y la poesía.

Cínicos algunos, joviales los menos, astutos los más -que esas son las tres categorías de filósofos que distingue Arnau-, por estas páginas de filosofía portátil navegan Lévi-Strauss en busca de una verdad caminera y lejana en las estructuras narrativas de los mitos bajo las palmeras salvajes; Wittgenstein y su nuevo pensamiento analítico en las trincheras en vanguardia de la Gran Guerra; la aventura espiritual, el genio y la demencia de un Nietzsche iconoclasta y ditirámbico; las etapas del pensamiento de Kierkegaard y su salto hacia la desesperación lastrado por los grilletes de la melancolía; la imaginación mineral de Novalis, que exploró la relación entre el yo y el universo sin salir de su ámbito doméstico y habló del tiempo como espacio interior y del espacio como tiempo exterior; la filosofía de la sospecha en Kant, que trazó en Königsberg una transcendental línea crítica de consecuencias que no pudo sospechar su moderada prudencia, o la simpatía de Hume y su concepción de la causalidad, equidistante de la metafísica y del racionalismo.

Y así, con paradas en la emoción geométrica de Spinoza, en el genio de Leibniz en torno a la armonía de las mónadas y a la continuidad de los universales, Arnau escribe sobre la relación estrecha entre vida y ensayo de Montaigne en su torre, evoca el itinerario geográfico e intelectual de Tomás de Aquino, la pelea entre espíritu y carne en el pensamiento y en la vida apasionada y activa de Agustín de Hipona, que clausura una época e inaugura otra era filosófica; recuerda a Aristóteles en su itinerancia peripatética; se fija en la equiparación platónica de conocimiento y reminiscencia órfica; sitúa a Empédocles entre el materialismo naturalista y el misticismo, los versos de Parménides en el camino de la verdad y a Heráclito como filósofo del devenir y de la unidad del ser.

Un espléndido libro que cumple el designio de su autor, que se lo planteó como un esfuerzo por sacar el pensamiento de la solemne reclusión a la que ha sido sometido por escolásticos y académicos. Un modo de conjurar esa manía erudita de hablar únicamente para aquellos que comparten cátedra o facultad. Para ello no es necesario volver la espalda a la metafísica o a la filosofía como sistema, sólo hace falta abandonar presuntuosas vanidades y hacer que la claridad y el diálogo se abran paso para que tengan una utilidad más allá de la mera información y puedan así tonificar el espíritu.

Santos Domínguez