30/4/14

Heaney. Conferencias de Oxford


Seamus Heaney.
La reparación de la poesía.
Conferencias de Oxford.
Traducción de Jaime Blasco.
Vaso Roto Fisuras. Madrid, 2014.

Con una más que meritoria traducción de Jaime Blasco, Vaso Roto publica en su colección Fisuras diez de las conferencias que el poeta irlandés Seamus Heaney (Derry, Irlanda del Norte, 1939-Dublín, 2013) impartió en Oxford entre 1989 y 1994, en los años en que desempeñó en aquella universidad la cátedra de Poesía.

Enmarcadas entre dos ensayos que abordan desde una perspectiva general el sentido de la poesía en el mundo contemporáneo, el título de la primera es el que Heaney eligió para reunir estas conferencias que afrontan la función reparadora de la poesía en una serie de autores y textos representativos de la poesía inglesa, irlandesa o estadounidense, de Marlowe a Elizabeth Bishop pasando por Wilde, Dylan Thomas, Yeats o Larkin.

Así explica Heaney esa reparación de la realidad que produce la poesía: si consideramos que nuestra experiencia del mundo es un laberinto, su naturaleza infranqueable puede sin embargo contrarrestarse si el poeta imagina un equivalente a ese laberinto y se regala (y nos regala) una experiencia intensa de ese sustituto. Un acto de estas características sólo puede intervenir en la realidad al ofrecer a la conciencia la oportunidad de reconocer el propio sufrimiento, de prever sus capacidades y de ensayar sus réplicas ante todo tipo de situaciones arriesgadas, algo que resulta en un acontecimiento beneficioso, tanto para el poeta como para los lectores. Ofrece una respuesta a la realidad que posee un efecto liberador y verificador sobre el espíritu individual.

Al frente del volumen, Heaney colocó una introducción en la que habla de la frontera de la escritura: no solo de la más obvia, la que distingue el lenguaje convencional del lenguaje poético, sino sobre todo de la línea que separa el mundo cotidiano de su representación poética, la realidad palpable de la que solo se hace visible con la poesía. En definitiva, la expresión figurada como cauce de representación de la realidad transfigurada por la poesía. 

Esa exploración del otro lado de la frontera fue también el eje de su última conferencia, con la que se despidió de Oxford y que cierra también el libro con la necesidad de que la poesía dé, con su propio lenguaje, no con el convencional, una respuesta responsable a la realidad. 

Esos dos centros temáticos –la reparación de la poesía y la frontera de la escritura- vertebran un conjunto que aborda la poesía como una forma de conocimiento más hondo de la realidad, el compromiso político y su utilidad social, puesta en cuestión desde la República de Platón. 

Y hay un punto donde confluyen esas dos líneas centrales y convergentes, la reparación y la frontera, la conciencia individual y la colectiva: en la propuesta de Heaney acerca del necesario equilibrio entre la capacidad inventiva de la poesía y la representación de la realidad, de manera que la obra mantenga su integridad artística sin renunciar a su relación con el mundo:

En estas circunstancias, es natural que se exija a la poesía que preste su voz para expresar un sinfín de cuestiones étnicas, sociales y políticas que hasta ahora no han podido manifestarse. Lo cual significa que se apela constantemente a su capacidad reparadora en la primera acepción que hemos atribuido a esta expresión: como vehículo capaz de denunciar y corregir injusticias. Pero al desempeñar esta función, los poetas corren el riesgo de despreciar otro imperativo, a saber, el de reparar la poesía en cuanto poesía, el de entenderla como una categoría por sí misma, un prestigio que se alcanza y una presión que se ejerce a través de medios específicamente lingüísticos.

Un equilibrio difícil entre forma y fondo, entre ambición expresiva y voluntad representativa que cuando se produce, como en Dante o en Yeats, hace de la poesía una composición equilibrada, o en palabras de Heaney un modelo activo de conciencia integradora que explica la poesía de George Herbert como una tercera vía alternativa.

La poesía transgresora de Marlowe, la sencillez aparente del genio monolingüe que fue John Care, la Balada de la cárcel de Reading, el poema wildeano de la solidaridad humana /.../ que suena como los violines de Mantovani, la potencia genuina de la poesía de Dylan Thomas en textos como “No entres dócilmente en la noche callada,” la actitud ante la muerte de Yeats y Larkin, son algunos de los temas que aborda Seamus Heaney en estas espléndidas conferencias que resumen y desarrollan su idea de la poesía como fuente de verdad y a la vez vehículo de la armonía.

Unas conferencias que vuelven a mostrarnos a un Heaney que además de poeta imprescindible fue un lector equilibrado, sin prejuicios y sin complejos y un crítico de una lucidez admirable que nunca mira de reojo porque desconoce la envidia.

Santos Domínguez

28/4/14

Méndez Ferrín. Arraianos



Xosé Luís Méndez Ferrín.
Arraianos.
Traducción de Luisa Castro.
Hoja de Lata Editorial. Gijón, 2013.

Como otros escritores del noroeste, desde Cunqueiro a Antonio Pereira, pasando por Celso Emilio Ferreiro, Luis Mateo Díez o José María Merino, Xosé Luís Méndez Ferrín es además de un espléndido poeta un narrador portentoso.

De esa capacidad narrativa da buena muestra Arraianos, un conjunto de diez relatos que recupera Hoja de Lata Editorial con una estupenda traducción de Luisa Castro, poeta también, que ha sabido poner en español la calidad y la potencia de la prosa de Méndez Ferrín.

Diez textos cuya clave explica Méndez Ferrín en la presentación de un volumen que está poblado de gentes transgresoras que se mueven entre montañas y por navas y eriales en las que el poder político pusiera un día una Raya imaginaria que nunca logró separar totalmente al pueblo que llamamos portugués de su Norte gallego, y viceversa. Los hombres y las mujeres de La Raya fueron llamados arraianos, y lo siguen siendo a su paso por los cuentos aquí reunidos.

En ese territorio de frontera, no sólo geográfica o administrativa, sino sobre todo vital, transcurren estos relatos que se mueven en los límites de la realidad y la imaginación, entre la historia y el mito, entre lo cotidiano y lo misterioso.

Ese es el territorio del realismo mágico, que tuvo en Valle-Inclán su profeta y en Castelao, Cela o Torrente Ballester algunos de los nombres que se suman a ese irrepetible terreno de la literatura occidental peninsular.

Ambientados en el mismo espacio geográfico y cultural, en esa raya seca entre Galicia y Portugal en la que el tiempo se ha encapsulado en un eterno presente mítico e invariable que tiene como referencia constante la mole del monte Penagache y el entorno mágico de Celanova, los diez cuentos de Arraianos ocurren en distintas épocas, desde el XIX de las guerras carlistas hasta la posguerra franquista, pero están unidos por un mismo tono y por una continuidad temática que aseguran su homogeneidad por encima de las superficiales diferencias temporales.

En la frontera de la normalidad en la que lo mágico irrumpe en lo cotidiano, en un mundo que está fuera del mundo, en un espacio literario que se sitúa entre la superstición y el mito, entre la realidad y el sueño, entre el amor y el horror, entre el pasado y el futuro, en una tierra antigua habitada por personajes raros y transgresores, por cuerpos abiertos, encamados con una rara vida muerta dentro en Lobosandaus, por personajes que viven en aldeas de un trasmundo de niebla que está en la frontera entre la vida y la muerte.

Un mundo de poseídos y males de ojo, como el de Medias azules, con dos que van a mozas y dan con dos meigas jóvenes y gemelas y una maldición circular en las que los devora una noche de niebla, en unas tierras dedicadas al lino, entre la última carta frustrada de un conspirador decimonónico condenado a muerte,  la denuncia de la barbarie de la represión fascista en la guerra en Ellos, la clandestinidad y el miedo de la posguerra en Botas de elástico, la venganza en Un castillo en los Páramos, la fantasía de un vencido echado al monte o la Quinta Velha do Arranhão, que da título al cuento que cierra el volumen y que reúne en su atmósfera fantasmal y en su trama secreta muchas de las características temáticas, ambientales y estilísticas de estos diez relatos excepcionales, escritos con una variedad de técnicas, voces y perspectivas narrativas que delata al magnífico escritor que es Méndez Ferrín.

Traducido a distintas lenguas y reeditado varias veces desde su primera edición en 1991, Arraianos es ya un clásico de la literatura gallega contemporánea. Hace veinte años que se tradujo al castellano, pero esta edición es una nueva oportunidad para que este libro irrepetible tenga la repercusión que no tuvo hace dos décadas y que merece su calidad de clásico contemporáneo.

Santos Domínguez

25/4/14

Baudelaire. El esplín de París


Charles Baudelaire.
El esplín de París.
Traducción e introducción 
de Francisco Torres Monreal.
El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2014.

Multitud, soledad: términos equivalentes, y equiparables para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco entiende de andar solo en medio de una muchedumbre ajetreada.

El poeta goza del incomparable privilegio de poder ser, a su antojo, él mismo y otro. Al modo de esas almas errantes en búsqueda de un cuerpo, el poeta entra, cuando bien le parece, en la persona de cada cual. (...)

El paseante solitario y pensativo extrae una singular borrachera de esta universal comunión. Aquel que con facilidad se desposa con la muchedumbre  experimenta  goces febriles de los que por siempre se verán privados el egoísta, aherrojado como caja de caudales, y el perezoso, recluido cual molusco. El paseante solitario adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le deparan.

Esos párrafos, de Las muchedumbres, uno de los poemas en prosa de El esplín de París, de Charles Baudelaire, que publica Alianza Editorial con traducción y prólogo de Francisco Torres Monreal,  forman parte –igual que otros textos memorables del libro, como Invitación al viaje o Las ventanas- del canon del que surge la poesía contemporánea a partir de Las flores del mal.

Cuando Baudelaire dio por terminadas esas flores malsanas que acercaban la vida a la literatura y suponían la desacralización del arte y el artista, empezó a escribir con una discontinuidad que ocupó los diez últimos años de su vida, los poemas en prosa del Esplín de París, el contrapunto de Las flores del mal, su réplica en prosa. 

La relación entre ambas obras es evidente: Spleen e ideal se titulaba la primera parte de Las flores del mal; Cuadros parisienses la segunda, con la misma incursión en la ciudad como fondo y como tema, pero hay además un mismo tono moral, un punto de vista parecido, una tonalidad lírica semejante que a veces se convierte en una reescritura. Las viudas, por ejemplo, es una réplica explícita de Las viejecitas, un poema de Las flores del mal. 

En las dos obras, el caos movedizo de la gran ciudad se convierte en el paisaje literario y vital que sirve de fondo a la exaltación del presente y a la conciencia de sí mismo del artista, relegado al anonimato de las multitudes y la vida moderna, habitante de los márgenes sociales -como el mendigo, el loco o el viejo saltimbanqui que aparecen en estos textos- y con una capacidad crítica que siglo y medio después siguen mostrando una voz asombrosamente contemporánea.

Baudelaire vivió entre 1821, el mismo año que murió Napoleón, y 1867, el año en que Marx publicaba El capital. Entre esas dos fechas transcurrió la vida de uno de los fundadores de la modernidad y el autor que más ha influido en la poesía contemporánea, no sólo por haber creado el género del poema en prosa, una de las formas características de la modernidad, sino por haber incorporado en estos textos alguno de sus temas fundamentales como el reflejo de una identidad borrosa y desvanecida, la obsesión por el paso del tiempo o el tedio que aparece en el título.

Lo resumió en el comienzo de Las muchedumbres:  

No a todos es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y únicamente puede, a expensas del género humano, permitirse un exceso de vitalidad aquel a quien un hada insufló ya en su cuna el gusto por el disfraz y por la máscara, el odio al domicilio y la pasión por el viaje.

Aunque algunos de ellos habían ido apareciendo desperdigados en revistas de la época, los cincuenta textos que forman la arquitectura definitiva del libro se publicaron póstumos y son el reflejo de un hastío heredero del mal du siècle de los románticos. 

Un hastío que explora la distancia entre la realidad y el deseo y se convierte a la vez en impulso autodestructivo y en motor de una creatividad que –como señala Francisco Torres Monreal en su introducción- es la expresión lírica, egocéntrica, del propio autor. En el poema en prosa (...) Baudelaire se dice a sí mismo.”

Santos Domínguez

23/4/14

El marqués y la esvástica


Rosa Sala Rose.
Plácid García-Planas.
El marqués y la esvástica.
César González-Ruano 
y los judíos en el París ocupado.
Anagrama. Barcelona, 2014.

En una entrevista en ABC, su casa de toda la vida, el 14 de octubre de 1965, le preguntaba el reportero devoto a César González-Ruano: ¿Puede el escritor ayudar al hombre? ¿Cómo? A lo que contestaba el maestro de periodistas: -Con su sinceridad. Sirviendo de ejemplo bueno o malo, pero de ejemplo, de punto de comparación y de comprobación.

Quien desconoció la sinceridad estaba dando sin saberlo la clave de lectura de El marqués y la esvástica, un excelente ensayo que publica Anagrama y que es el resultado de una ardua labor de investigación de Rosa Sala Rose y Plácid García-Planas.

Sablista profesional y desahogado, Yago en versión ibérica, González-Ruano vivió como un marqués sin serlo, instalado en la impostura de un título –marqués de Cagigal- que no tenía y de una lejana relación bastarda con Alfonso XIII – cuñado por la parte izquierda-, puso su pluma mercenaria al servicio de la propaganda nazi, redujo su literatura a calderilla, como ha explicado hace poco Eduardo Moga, y escribía artículos venales que cobraba dos veces. Su vida y su obra son un ejemplo de cómo el talento puede llegar a ser una cuestión menor si cae en manos de un personaje sin escrúpulos.

El suyo fue un mal ejemplo continuo que tiene su punto más alto en los años de corresponsalía en el Berlín del III Reich, en la Roma de Mussolini y en el París ocupado. En esos años en el corazón de la infamia y del crimen se fraguó la leyenda negra andorrana, que ni es negra ni es leyenda, sino siniestra realidad cuyos detalles en torno a la N-20 exploran minuciosamente Rosa Sala Rose y Plácid García-Planas, que dibujan el perfil completo de un estafador sin escrúpulos que enviaba a una muerte segura a decenas de personas a las que previamente había saqueado a cambio de unos papelitos en clave que no eran más que una variante de otros timos.

“Vivía del trapicheo en el mercado negro, del proxenetismo y del tráfico de salvoconductos”, decía de él un informe alemán en París. Inmunizado frente a la verdad  -La verdad, la verdad pura, apenas sirve para nada- y activista siniestro de ladelación, González-Ruano solía atribuir sus vilezas a terceros, pero hasta los alemanes se alarmaron de sus chanchullos en el París colaboracionista. 

Detenido en junio de 1942 como sospechoso de traición –había hecho de ello su hábito-, los alemanes le tuvieron encerrado en la prisión de Cherche-Midi durante dos meses y medio y le dejaron libre tras  servirse de las delaciones contra sus compañeros de cárcel y después de un interrogatorio de la Gestapo que vuelve a dar la talla del cinismo del personaje:

-Entonces usted no ha querido favorecer a los judíos, usted solo ha querido estafarlos. 
-Sí. 
-Usted no es un agente de los judíos, usted solo es un sinvergüenza.
-Exacto.

De su biografía vergonzosa ya se conocían muchos de los datos en los que ahora profundiza este libro. La novedad fundamental de El marqués y la esvástica es el descubrimiento en los archivos franceses de la Gestapo del proceso contra González-Ruano y la condena a veinte años de trabajos forzados en 1948, ya en la Francia liberada, por colaboracionista.

Alguna vez definió González-Ruano su oficio de periodista como una forma de tocarles los cojones a los ángeles, pero no pasó de tocarle los pies al diablo, su pariente cercano.

Llamarle pícaro, además de una falsedad edulcorante, es un rasgo de piedad que el personaje no merece ni hubiera comprendido. 

Santos Domínguez

22/4/14

Dos novedades de Ardicia




António Patrício.
Vigilia inquieta.
Traducción de Julio Reija.
Ardicia Editorial. Madrid, 2014.



Alexandr Herzen.
Doctor Krupov.
Traducción de Sara Gutiérrez.
Prólogo de Enrique López Viejo.
Ardicia Editorial. Madrid, 2014.

Dos novedades de Ardicia. Dos cuidadas ediciones. Dos raros exquisitos.

Por un lado los cinco cuentos que António Patrício (Oporto, 1878-Macao, 1930) reunió en 1910 en Vigilia inquieta, el único libro de relatos, traducido ahora al español por Julio Reija, de un poeta simbolista, decadente e irracionalista de fin de siglo, marcado por el nihilismo de Nieztsche, una referencia explícita en la cita que eligió para abrir el volumen.

Nocturnos y desasosegantes, tramados en un lugar intermedio entre el sueño y la vigilia y situados en una zona de frontera entre la razón y la locura, Pessoa definió el conjunto de estos cinco relatos como el más perfecto de los libros de cuentos escritos en Portugal. 

Protagonizados por seres raros y marginales como el mendigo Veiga, insomne y desolado, por un niño moribundo y lúcido junto a su madre, por un hombre de las fuentes, estos cuentos se asoman a esa “ojiva de misterio” que aparece en uno de ellos. Cinco relatos atravesados por la presencia continua de la muerte y escritos con la calidad de la prosa estilizada y precisa de quien fue poeta antes y después que narrador.

El otro volumen reúne, traducidas por Sara Gutiérrez y prologadas por Enrique López Viejo, dos novelas cortas -Doctor Krupov (1847) y La urraca ladrona (1848)- de Alexandr Herzen (Moscú (1812)-París(1870). 

Sutileza, ironía y pesimismo recorren los dos relatos que sitúan al individuo sometido al sistema social: una indagación del psiquiatra Krupov sobre la locura como hecho social y sobre la fragilidad de los límites de la cordura y un precoz alegato feminista en el contexto de la servidumbre institucionalizada en la Rusia zarista de Nicolás I. 


Santos Domínguez

21/4/14

Manual de filosofía portátil



Juan Arnau.
Manual de filosofía portátil.
Atalanta. Memoria mundi. Gerona, 2014.

Una frase de Kierkegaard –“Hay que tomar las aguas desde más arriba”- orienta el sentido de la ruta narrativa por la historia de la Filosofía que traza Juan Arnau en el Manual de filosofía portátil que acaba de publicar Atalanta.

La razón es muy simple – explica Arnau en  la introducción-. Hay que empezar con lo que está vivo, con el ahora donde respira el hábito, con el presente de la percepción y la conciencia. Esta nueva perspectiva ofrece interesantes paisajes. Desde ella puede verse un repliegue en lugar de un despliegue, porque –añade- el hombre moderno es incapaz de enfrentarse a la experiencia antigua, queda demasiado lejos, pero quizá sea posible marchar hacia ella.

Con ese talante narrativo, del que Juan Arnau dio muestras ya en El cristal Spinoza, se aborda este viaje inverso que en diecinueve etapas remonta desde Lévi-Strauss aguas arriba la corriente del conocimiento para llegar al río irrepetible de Heráclito.

Así resume su hoja de ruta el piloto de esta nave:

Al portátil no le resulta difícil ni artificioso invertir la flecha del tiempo, sintoniza con facilidad con la vieja idea del eterno retorno, para la cual todo pasado es futuro y toda reminiscencia profecía. La historia viva de la filosofía portátil se inicia así en un momento preciso del siglo XX (no importa mucho el que elijamos) y culmina en las colinas de Éfeso (allá por el siglo V antes de nuestra era). Empezaremos con la espantada de Lévi-Strauss, que huye de la filosofía profesional de la Sorbona y se refugia en el pensamiento salvaje de Brasil. Seguiremos con Wittgenstein, quizá el filósofo más influyente del siglo pasado, un siglo de guerras en cuyas trincheras redacta el Tractatus. A partir de ahí remontaremos la corriente hasta el corazón de las tinieblas, donde Heráclito asegura que «el orden es siempre reversible».

Los capítulos de esta espléndida y cercana historia de la filosofía se centran en un episodio significativo de la biografía de cada autor y combinan el rigor con una tonalidad narrativa. De esa manera se articula un volumen en el que se conjuntan la filosofía y la vida para hallar un punto de encuentro entre narración y conocimiento, entre pensamiento y biografía a través de escenas en las que se suceden como actores los protagonistas de distintos momentos esenciales de la búsqueda filosófica.

Una búsqueda en la que no falta un poeta como Novalis, que –como Homero, los presocráticos o Platón- habita un territorio de asombro, búsqueda y conocimiento compartido por la filosofía y la poesía.

Cínicos algunos, joviales los menos, astutos los más -que esas son las tres categorías de filósofos que distingue Arnau-, por estas páginas de filosofía portátil navegan Lévi-Strauss en busca de una verdad caminera y lejana en las estructuras narrativas de los mitos bajo las palmeras salvajes; Wittgenstein y su nuevo pensamiento analítico en las trincheras en vanguardia de la Gran Guerra; la aventura espiritual, el genio y la demencia de un Nietzsche iconoclasta y ditirámbico; las etapas del pensamiento de Kierkegaard y su salto hacia la desesperación lastrado por los grilletes de la melancolía; la imaginación mineral de Novalis, que exploró la relación entre el yo y el universo sin salir de su ámbito doméstico y habló del tiempo como espacio interior y del espacio como tiempo exterior; la filosofía de la sospecha en Kant, que trazó en Königsberg una transcendental línea crítica de consecuencias que no pudo sospechar su moderada prudencia, o la simpatía de Hume y su concepción de la causalidad, equidistante de la metafísica y del racionalismo.

Y así, con paradas en la emoción geométrica de Spinoza, en el genio de Leibniz en torno a la armonía de las mónadas y a la continuidad de los universales, Arnau escribe sobre la relación estrecha entre vida y ensayo de Montaigne en su torre, evoca el itinerario geográfico e intelectual de Tomás de Aquino, la pelea entre espíritu y carne en el pensamiento y en la vida apasionada y activa de Agustín de Hipona, que clausura una época e inaugura otra era filosófica; recuerda a Aristóteles en su itinerancia peripatética; se fija en la equiparación platónica de conocimiento y reminiscencia órfica; sitúa a Empédocles entre el materialismo naturalista y el misticismo, los versos de Parménides en el camino de la verdad y a Heráclito como filósofo del devenir y de la unidad del ser.

Un espléndido libro que cumple el designio de su autor, que se lo planteó como un esfuerzo por sacar el pensamiento de la solemne reclusión a la que ha sido sometido por escolásticos y académicos. Un modo de conjurar esa manía erudita de hablar únicamente para aquellos que comparten cátedra o facultad. Para ello no es necesario volver la espalda a la metafísica o a la filosofía como sistema, sólo hace falta abandonar presuntuosas vanidades y hacer que la claridad y el diálogo se abran paso para que tengan una utilidad más allá de la mera información y puedan así tonificar el espíritu.

Santos Domínguez

18/4/14

Luis Antonio de Villena. Sublime Solarium


Luis Antonio de Villena.
Sublime Solarium.
Introducción de Martín Rodríguez-Gaona.
Libros del Aire. Madrid, 2014.

Como respuesta o como complemento –que de las dos maneras puede entenderse- a la antología Nueve novísimos poetas españoles contemporáneos que Castellet había publicado un año antes, Antonio Prieto reunió en 1971 en Espejo del amor y de la muerte a un conjunto de poetas jóvenes y prácticamente inéditos que, pese a ser aún escritores incipientes de una obra en formación,  mantienen un cierto aire común no sólo entre ellos, sino con novísimos como Gimferrer, Carnero o Azúa. 

Pero lo más importante es que en esa antología empiezan a perfilar su voz personal  poetas como Luis Alberto de Cuenca, Javier Lostalé o Luis Antonio de Villena, que ese mismo año publica en la misma editorial su primer libro, este Sublime Solarium que acaba de reeditar Libros del Aire en su colección Jardín Cerrado, con un prólogo de Martín Rodríguez-Gaona, que habla de estos “primeros y lujosos textos” que componen un libro “seminal, pues anuncia el idealismo de raigambre platónica que recorre todas las entregas de Luis Antonio de Villena.”

Menos lírico, más narrativo que otros coetáneos suyos, propenso a las máscaras culturalistas –las personae de Pound-, Villena comparte con algunos de los Nueve novísimos de la antología de Castellet y con los complementarios del Espejo –que no tienen una voz única ni mucho menos- rasgos como un cierto barroquismo estetizante, los paisajes urbanos, las referencias metaliterarias o culturalistas y un refinamiento estilístico neomodernista que sitúa el canon verbal y la actitud vital de su poesía en esa terraza más alta a la que alude el título, en ese Sublime Solarium al que según la tradición subió Abd Al-Rhamán II para suicidarse.

Rasgos que en este libro se manifiestan a veces con una contundencia excesiva –“libro extremoso” lo ha llamado el propio Villena- que el autor iría limando en sus obras posteriores. 

Un ejemplo, este Cenit, fuego y Nadir de Guido Gozzano:

Desesperadamente amaba las frondas del ocaso,
la etérea golondrina, tropo o voz del silencio.
Descansaba sus ojos en ópalos de fuego, recortaba
un enjambre de rosas o amaranto en viridarios
verdes como cortinas luengas, como bocas de faunos.
Sacerdotes de Persia con los ojos inmensos como
azabaches solos, donde un labio de sangre, un sueño,
en el ámbar del vidrio desmayaba las uñas, el
múrice, el polvo de arroz y el fuego de una actriz
de tragedia. Y los pétalos tiernos acercaba a sus labios.
Nostalgia de montañas sentía por la sangre,
cincelados abetos que en los brazos del tiempo un
recuerdo albergaban, celindas como lagos sin memoria,
dúctiles, largos, sinuosos y tórridos collares.
La corrupción anida, príncipe del viento, en la belleza.
En mis brazos se mece como añoranza eterna,
renuncia a todo árbol porque todo es inútil,
y afán de muerte siempre en la voz de las rosas.
Después fue tan sólo tomar alfanje de su vaina
de oro, encerrar versos tibios en las cajas-desvanes
y arder en la memoria símbolos eternos, columnas,
fustes, capiteles dorados como antorchas o esmeraldas
sus ojos entre dioses de oro, sedas, vertumnos,
ninfas de opereta…

Las damas de la corte sangran senos de alondra,
y Heliogábalo muerto – 235 de la era cristiana -
sobre el mármol dejó para nosotros, rojos alminares,
olor de casia dulce y de cerezas…
La corrupción anida, príncipe del viento, en la belleza.

Pero una de las características que más llaman la atención en el volumen es la coexistencia de distintas líneas temáticas y estilísticas. La Italia renacentista y Al-Andalus, Amadís y Marilyn en una mitología en la que conviven lo clásico y lo contemporáneo, el decadentismo finisecular y el superrealismo, la literatura y el cine, el tango y la poesía trovadoresca, la Eneida y el Ananga-Ranga, un sacerdote egipcio del siglo II a. C. y Henry James o un copista medieval en los atrios de la noche.  

Múltiples tiempos, tonos y registros que encuentran su cauce expresivo en el verso blanco o en el soneto clásico, en el verso libre o en el poema en prosa, como en el texto que evoca el episodio que inspira el título: 


MUERE ABD AL-RAHMAN II

... scanditque sublime solarium.
Eulogio de Córdoba Memoriale sanctorum, libro II.

Dos ángeles de fuego se habían posado en sus labios —sus labios, un pétalo de cítiso sobre el minúsculo blanco mar de una piedra preciosa—. Soñó que cien atauriques recogían sus manos de alabastro, imaginó trotar cetrino de pálidos cenetes, sus pupilas en un inmenso desierto, rumor de borceguíes sobre el viento blanco...

Una mano había traído la muerte desde joyas de nieve casi iguales a agua.

Dos ángeles de fuego posados en sus labios. Y un sable de plata, el filo de una rosa o rumor de acequias, húmedas huríes mordidas en el aire de silencios raros. Después del último beso, el desierto habitó en sus ojos y subió a la más alta terraza. Como tantos que revólver en mano, heridos en los labios por un pico de alondra, descreen de los jardines,y en la terraza, mientras suena la música, sienten apagarse los faros de los autos, las ramas infinitas de píricas estrellas...

Una mano había traído la muerte. Y el desierto habitó entonces en los ojos del emir, en sus grandes anillos, en su cárdena oriflama, y todo fue ya para siempre.

Un papemor verde muere de amor en el tibio jardín donde escribe el cronista. Atardece, y un ruiseñor se desmaya.

Santos Domínguez

16/4/14

Chandler. El simple arte de matar


Raymond Chandler.
El simple arte de matar.
Relatos I. 
Traducción de Juan Manuel Ibeas.
Debolsillo. Barcelona, 2014.



Raymond Chandler.
La hermana menor. 
Traducción de César Aira.
Epílogo de Joyce Carol Oates.
Debolsillo. Barcelona, 2014.

Hemingway dice en alguna parte que el buen escritor compite únicamente con los muertos. El buen escritor de historias de detectives (al fin y al cabo, tiene que haber unos cuantos) compite no solo con todos los muertos sin enterrar, sino también con todas las huestes de los vivos.

Ese párrafo pertenece a El simple arte de matar, un ensayo imprescindible de Raymond Chandler sobre la novela negra que abre y da título al primer volumen de sus relatos que publica Debolsillo.

El simple arte de matar es un análisis hecho desde el interior de la literatura, un escrutinio profundo y lúcido del género y una crítica sin contemplaciones de sus deficiencias estéticas, pero sobre todo una etopeya que dibuja la figura del detective que Chandler nos ha dejado como su mejor herencia:

En todo lo que se puede llamar arte hay un elemento de redención. Puede ser pura tragedia si se trata de una tragedia clásica, o puede ser compasión e ironía, o hasta la risa ronca de un hombre fuerte. Pero por estas malas calles tiene que andar un hombre que no sea malo, que no esté corrompido ni tenga miedo. El detective en este tipo de historias debe ser un hombre así. Es el héroe; lo es todo. Tiene que ser un hombre de una pieza y un hombre normal, aunque no un hombre corriente. Tiene que ser, por usar una frase bastante gastada, un hombre de honor: por instinto, porque no puede evitarlo, sin pensar en ello, y desde luego sin decirlo. Tiene que ser el mejor hombre de este mundo, y un hombre lo bastante bueno para cualquier mundo. No me importa mucho su vida privada; no es ni un eunuco ni un sátiro; creo que podría seducir a una duquesa, y estoy completamente seguro de que no mancillaría a una virgen; si es un hombre de honor en una cosa, lo será en todas.

Es un hombre relativamente pobre, porque si no, no sería detective. Es un hombre normal, porque si no, no podría mezclarse con la gente normal. Sabe juzgar el carácter, porque si no, no serviría para su oficio. No acepta dinero de nadie si no se lo gana honradamente, y no acepta insolencias de nadie sin la debida y desapasionada represalia. Es un hombre solitario, y está orgulloso de que le trates como a un hombre orgulloso o lamentarás mucho haberle conocido. Habla como hablan los hombres de su época, es decir, con ingenio rudo, con un sentido muy vivo de lo grotesco, con asco ante los farsantes y desprecio hacia los mezquinos.

El relato es la aventura de este hombre en busca de una verdad escondida, y no sería una aventura si no le ocurriera a un hombre preparado para la aventura. Tiene una amplitud de conocimientos que te asombra, pero que son suyos porque pertenece al mundo en el que vive. Si hubiera muchos como él, viviríamos en un sitio mucho más seguro, pero sin llegar a ser tan aburrido que no valiera la pena vivir en él.

Traducidos por Juan Manuel Ibeas, se recogen aquí, además de ese espléndido ensayo, ocho relatos –entre ellos el memorable Sangre española- que contienen en un alto grado de concentración el mundo narrativo y la geografía moral de Chandler y sus personajes.

Germinales a veces, alimenticios siempre, estos relatos no son textos menores, salvo por su extensión, en la narrativa de su autor. Y sin embargo, es la primera vez que se reúnen en español estos relatos previos a la primera novela de Chandler, El sueño eterno, y destinados a revistas pulp de la época.

Ese mismo título -El simple arte de matar- es el que utilizó Joyce Carol Oates para analizar la obra completa de Chandler en un artículo publicado en The New York Review of Books, en un magnífico análisis global de la narrativa de Chandler que recupera Debolsillo como epílogo de la edición de La hermana menor, la quinta novela de la serie de Marlowe. 

Con una admirable traducción de César Aira, es una agilísima y enmarañada novela ambientada en un Hollywood sórdido e implacable que Chandler había conocido de cerca en su época de guionista y narrada por un Marlowe crepuscular que tiene que resolver una espiral de enigmas en un mundo opaco, con policías corruptos, estupefacientes y asesinatos en serie que abren varias líneas de investigación a la espera de la inesperada clave final.

Santos Domínguez


14/4/14

Escritos autobiográficos de María Zambrano



María Zambrano.
Obras Completas VI.
Escritos autobiográficos.
Delirios. Poemas.
Delirio y destino.
Edición dirigida por Jesús Moreno Sanz.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2014.

Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores acaba de publicar el sexto tomo de las Obras completas de María Zambrano, la pensadora que acuñó el transcendental concepto de razón poética.

Es la segunda entrega de un proyecto, tan ambicioso como imprescindible,  dirigido y coordinado por Jesús Moreno Sanz, el resultado de un trabajo en equipo que tiene como objetivo editar cuidadosamente y recuperar la totalidad de la obra de la figura más importante del pensamiento español en la segunda mitad del siglo XX.

Con una cantidad asombrosa de inéditos que en este tomo son más de doscientos textos y organizado en dos partes de cuya edición se ha responsabilizado Goretti Ramírez, este volumen reúne los escritos de carácter autobiográfico de María Zambrano, que transformó la razón vital de Ortega y Gasset, su maestro, en razón poética, en búsqueda de un territorio común a la filosofía, la poesía y el misticismo. Nadie ha reflexionado más lúcidamente que ella sobre los vínculos entre pensamiento y poesía, entre filosofía y creación, sobre las relaciones entre la razón y el conocimiento poético en la mística

Sobre la singularidad de este volumen en el contexto general de sus Obras completas escribe Jesús Moreno Sanz en la Nota introductoria a este amplísimo conjunto de textos que tienen en común su pertenencia al género de la confesión, entendido de la manera peculiar con que lo concibió María Zambrano: La confesión es una acción, la máxima acción que es dado ejecutar con la palabra.

En la presentación de la primera parte del volumen (Escritos autobiográficos. Delirios. Poemas) Goretti Ramírez explica el carácter transversal que tiene lo autobiográfico en el conjunto de la obra de María Zambrano. Diarios, textos personales, evocaciones de escritores o semblanzas de intelectuales son algunas de las variantes de esa escritura en la que lo más significativo es un tipo específico de textos que la autora escribió durante toda su trayectoria y denominó delirios, piezas decisivas en la construcción de la razón poética.

Fue en esos escritos autobiográficos, elaborados durante más de sesenta años –entre 1928 y 1990- donde María Zambrano encontró el método y la práctica de su razón poética a partir de lo que ella misma llamó “el saber de experiencia.” 

En varios de esos textos, la pensadora se identifica con la estirpe de Perséfone, con personajes como Antígona, Cordelia, Ofelia o Diotima, mujeres que representan la conciencia de la humanidad y el sueño de la fraternidad.

La segunda parte contiene Delirio y destino, un libro tan central en el pensamiento de María Zambrano como El hombre y lo divino, un libro que  Jesús Moreno definió como “imán, centro irradiante y eje invulnerable del pensamiento de María Zambrano,” que lo escribió casi al mismo tiempo que Delirio y destino, en torno a 1952.

Con la confesión personal de este y la confesión teórica del segundo, María Zambrano ingresa-desde una razón narrativa que aún le debe mucho a Ortega- en el espacio de la razón poética para ir sacando a la luz el sentir, el principio oscuro y confuso; ir llevando el sentir a la inteligencia.

Con espléndidos ejemplos de la más alta prosa poética a la que se acercó muchas veces María Zambrano, con muestras del estilo de una prosista deslumbrante, muchos de los capítulos de Delirio y destino contienen páginas fundamentales en el pensamiento filosófico y en la estética del siglo XX, se acercan a la penumbra desde la lucidez de la conciencia y las visiones de lo oculto, desde el centro inaccesible donde se funden la mística y el sueño, la poesía y la filosofía en un doble impulso que convoca lo órfico y lo prometeico a través de una palabra poética mediadora entre el hombre y lo sagrado.

Y al fondo de este libro y de decenas de textos de la primera parte, el exilio se convierte en el no-lugar, en el vacío desde el que escribe María Zambrano, fuera también del tiempo, expulsada de la historia, como todo exiliado, privada de su identidad social y cultural, relegada, como sabía también Jabès, al desierto, desde el que se funda el lugar de la palabra:

He perdido, tal vez para siempre, mi patria (...) He perdido mi vida, la vida que yo hubiera tenido en España, la de mis amigos, la de mis compañeros. He perdido, no más iniciada, lo que ni siquiera sabíamos si iba a ser una guerra civil. He perdido a gran parte de la gente de mi generación, a la que llamo la del toro por su sentido sacrificial, seres muy queridos, víctimas.

La calidad de su prosa y la sutileza de su pensamiento son constantes de una obra y una actividad intelectual que se prolongó durante más de sesenta años de indagación en las conexiones entre filosofía y lenguaje, entre razón y revelación, entre el misterio y el secreto, entre la palabra y la música a través de la labor rigurosa y constante de María Zambrano, de una actividad pensadora que se prolongó durante más de sesenta años y que refleja en estos textos la multiplicidad de temas que llamaron su atención, la lucidez con que los abordó y la alta prosa con que los expuso por ejemplo en Diotima (fragmentos), que -como explica Jesús Moreno Sanz- "es, propiamente, el primer escrito en el que Zambrano practica plenamente y sin fisuras su razón poética, que, entonces, hemos de decir que es la afloración de aquella raíz confesional de sus escritos autobiográficos y que se manifiesta ya realmente, y antes de que se le dé ese nombre (lo que sólo sucederá en 1971 en el apéndice a El sueño creador, ver en vol. III), como «La escala de la confesión». Y en realidad, esa escala es la que recorren, de principio a fin, estos escritos autobiográficos en todos sus diferentes géneros y registros, y siempre como una memoria viva y resistente ante las múltiples tragedias, de España, de Europa, del mundo, desde el primer tercio del pasado siglo veinte hasta casi su final, que hubo de sufrir tan directamente María Zambrano.
Santos Domínguez

13/4/14

Moritz Fritz. Hungría



Moritz Fritz.
Hungría. 
Ártese quien pueda. Madrid, 2014.

Porque, como Jabès, sabe que el escritor es un extranjero y le ha oído decir a Rilke que el poeta es un cazador de voces, la autora de los versos oraculares de Hungría ha tenido la impresión de escribirlos al dictado y ha preferido cederle la firma a Moritz Fritz, cuyo rastro se perdió en la Selva Negra en 1925.

Había nacido en Jena en 1887 y desde algún lugar habitado por palabras con tiempo ha dictado a su autora –quien acuda a los créditos editoriales podrá comprobar que es Lorena Esmorís Galán- los versos revelados de este intenso libro en el que, blanco sobre negro o negro sobre blanco, Mallarmé vuelve a lanzar los dados para reivindicar la libertad del azar frente a las cadenas del destino.

Elípticos y sincopados, cargados de sugerencias, los versos de Hungría navegan en silencio en un viaje clausural, no iniciático, por el tiempo y la memoria a bordo de un barco de palabras que van a dar a la mar en ese puerto final del libro que es el morir.

Estaba dicho desde la primera frase del libro, pero en esa navegación hacia el despojamiento y la disolución de la identidad, la voz poética que habla en este libro tiene tiempo de evocar el espacio mágico de Delos, con pájaros y oráculos, pero sin puertas:

no hay pan negro en Delos  
los pájaros vuelan en pequeños círculos
               [sin por ello atraer al presagio]

la expedición llega a su fin

no hay pan negro en Delos
ni siquiera muros donde colgar los almanaques

ahora que descansan las piedras

no hay mayor desconsuelo que asentir a la voz del oráculo


Santos Domínguez


11/4/14

Whitman. La extensión de mi cuerpo



Walt Whitman.
La extensión de mi cuerpo.
Edición bilingüe.
Traducción de Antonio Rivero Taravillo.
Ilustraciones de Kike de la Rubia.
Selección y presentación de Juan Marqués.
Nórdica Libros. Madrid, 2014.

A mí mismo me canto y me celebro, 
y eso que yo asumo asumiréis 
pues cada átomo mío también os pertenece.

Escribía Walt Whitman al comienzo del Canto de mí mismo, el núcleo duro de sus Hojas de hierba, su obra más ambiciosa y fecunda.

La primera de las nueve ediciones con las que ese libro fue creciendo como un organismo vivo que se abría al mundo apareció en 1855, casi a la vez que Baudelaire exploraba en Las flores del mal los límites de su territorio expresivo.

Desde la otra orilla del Atlántico la poesía auroral y profética de Whitman era un soplo de brisa fresca que acabó convirtiéndose en un maremoto que llegó a Europa para dejar su huella en poetas como León Felipe, Lorca o Cernuda. Whitman es uno de esos pocos poetas que mantienen una juventud perenne. Poderosa y auténtica, transparente y dulce, como él mismo decía de su alma y del mundo, su voz puso la semilla de la que surgen el verso libre y la materia poética americana de Pound a Eliot o de Williams a Neruda y a Ashbery.

La espléndida edición que Nórdica publica con el título La extensión de mi cuerpo, con ilustraciones de Kike de la Rubia, reúne una selección breve, pero intensa y significativa, de 26 poemas del Canto de mí mismo, presentada por Juan Marqués, que escribe: “Whitman inauguró un mundo ( ...) Lo que cantaba de sí mismo lo cantó de todos nosotros, lo que dijo de América lo extendía a todos los rincones del universo, lo que funcionó para él ( o, mejor, para el personaje literario que engendró) y para su comunidad valdrá siempre para todo aquel que lo lea.”

En el poema 24, que no podía faltar en esta selección, se perfila ese yo poético: 

Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan hijo, 
turbulento, carnal, sensual, comedor, bebedor y engendrador, 
que no es sentimental ni se alza sobre hombres y mujeres o se aparta de ellos, 
que no es más modesto que inmodesto.

Traducidos con rigor y sensibilidad por Antonio Rivero Taravillo, en los poemas del Canto de mí mismo habla un personaje poético dueño de una voz que nos viene de mañana, no de hace siglo y medio. 

Respira en estos textos la inagotable voz lírica de Whitman, sutil y llena de matices, la voz de la inocencia joven e instintiva de un poeta que no envejece porque, como dijo Nietzsche de Emerson, “no sabe lo viejo que es ni lo joven que será.”

Ecléctica y ambigua, proteica y visionaria, luminosa y hermética, la de Whitman es una poesía que habla –como todas- de la vida y de la muerte. Pero con su celebración del presente, que superpuso a la angustia ante el futuro e impuso sobre la melancolía por el pasado, trazó una frontera indeleble con la poesía vieja y dibujó su autorretrato literario, más cerca del deseo que de la realidad, con la compleja cartografía psíquica de la que habló Harold Bloom.

Místico y masturbador, religioso y pagano, extrovertido e introvertido, culto y coloquial, íntimo y patriótico, Whitman es más que un poeta, es un universo completo cuyas hojas de hierba siguen tan verdes y tan frescas como el primer día de la creación de este libro y del mundo.

Lo dejó escrito inmejorablemente en esta estrofa del poema 3:

Nunca hubo más comienzo que el de ahora, 
ni más juventud o vejez que las de ahora, 
y nunca habrá más perfección que la de ahora,
ni más cielo o infierno que los que hay ahora.

La calidez cromática y el empaste sólido de las ilustraciones de Kike de la Rubia traducen plásticamente la mezcla de delicadeza emocional y potencia física del mundo de Whitman.

Santos Domínguez

9/4/14

Goran Petrovic. Bajo el techo que se desmorona


Goran Petrovic.
Bajo el techo que se desmorona.
Traducción de Dubravka Sužnjević.
Narrativa Sexto Piso. Madrid, 2014.

En la Nota del escritor que cierra el volumen, el escritor serbio Goran Petrovic explica detalladamente el proceso de crecimiento casi biológico de Bajo el techo que se desmorona, la novela corta que publica Narrativa Sexto Piso con una traducción mejorable de Dubravka Sužnjević.

Lo que hoy es una espléndida novela corta empezó siendo, explica allí, “un pequeño cuento sobre la proyección de una película interrumpida el día en que murió Josip Broz Tito.”

Kraljevo a principios de mayo de 1980 en una sala de proyecciones del cine Uranija, que antes había sido un hotel de primera clase. Los treinta espectadores que asistían a aquella sesión de cine eran en el cuento un grupo sin individualizar y parecían pedir un papel propio en el relato, lo que aconsejó editar las setenta páginas que ya había alcanzado el texto como un libro autónomo y no como se había editado hasta entonces, como parte de una colección de cuentos titulada Diferencias.

Ese mismo proceso de crecimiento ininterrumpido permitió que el relato creciese otras cien páginas hasta llegar al volumen actual, una novela corta subtitulada Cine-relato.

En su versión definitiva, Bajo el techo que se desmorona hace de la mano del narrador un recorrido por las dieciocho filas del patio de butacas, pero es también un repaso por la historia de esa sociedad serbia del siglo XX a través de los personajes que están esa tarde en el cine y de aquellos que, aunque asiduos a aquel lugar, no llegaron a estar allí porque murieron antes que Tito, o lo visitaban esporádicamente o a ratos.

Pero esta novela es mucho más que una simple alegoría sobre el fin de una época. Es un relato en el que con admirable ritmo narrativo se suceden decenas de historias y de personajes: un dirigente caído en desgracia y un borracho local, un mendigo y dos gitanos, un profesor jubilado y un aspirante a artista, dos gamberros de doce años y un intermediario, un pastelero y un grupo de vándalos locales, un abogado defensor de casos difíciles y una maestra de música, un roquero y un demente, dos parejas amorosas y un mirón.

Y tras esas dieciocho filas, Svabić, un operador de cine que recorta las películas y reúne así materiales ajenos robados para montar su propio largometraje de ocho horas así como Goran Petrović usa este mosaico de vidas ajenas para construir una narración llena de humor y de ironía que tiene como uno de sus hilos conductores la historia del acomodador Simonóvic.

Una obra que recuerda mucho al lector las películas del neorrealismo italiano, a Fellini y a Tonino Guerra, a su mirada compasiva, nostálgica y documental sobre un mundo en blanco y negro que se deshace al final en una llovizna insistente de yeso que cae sobre los espectadores y los lectores.

Santos Domínguez

8/4/14

María República



Agustín Gómez Arcos.
María República.
Edición de Adoración Elvira Rodríguez.
Postfacio de Harry Vélez Quiñones.

Cabaret Voltaire. Barcelona, 2014.


Como una novela fascinante y terrible en la que la belleza se oculta tras la cruda violencia definía Claude Mauriac María República, la novela de Agustín Gómez Arcos que acaba de publicar Cabaret Voltaire.

Dedicada a la Tercera República Española, que llegará algún día aunque tenga que nacer del fuego y publicada en 1976, fue su segunda novela francesa, la escribió entre El cordero carnívoro (1975) y Ana No (1977) y forma con ellas una trilogía de la posguerra construida sobre el desarraigo, la tristeza, la opresión y el silencio.

Como otros personajes del inconfundible y potente mundo narrativo de Gómez Arcos, María República, su simbólico protagonista femenino sufre la represión posterior a la guerra civil encerrada en un convento en el que purga su pasado de prostituta y republicana. Pero ese terror opresivo, la dura realidad destructiva y esperpéntica de la posguerra no aniquila la identidad de la protagonista, sostenida sobre la memoria y armada de una invisible y poderosa resistencia que tiene su explosión definitiva en el inolvidable final incendiado de la novela. 

Resistencia testimonial y fuerza expresiva que recorren la obra de Agustín Gómez Arcos (1933-1998)  que Cabaret Voltaire viene  recuperando desde 2006 cuando publicó El niño pan.

Como el de Blanco White, como el de Juan Goytisolo, el de Agustín Gómez Arcos es uno de esos casos de escritores trasterrados en quienes el exilio es mucho más que un mero alejamiento circunstancial del lugar en que nacieron o donde crecieron y se convierte en una actitud vital, en una forma de ser y de estar en el mundo, de habitar el margen de la sociedad.

Nacido en Almería y muerto en París, novelista reconocido en Francia y hasta hace unos años prácticamente inédito en España, él mismo se consideraba un autor fantasma. Empezó como poeta y como dramaturgo al que persiguió con insistencia la censura franquista y ya en el exilio en Francia reorientó su carrera literaria: empezó a escribir novelas en francés, a ser un escritor francés que hablaba del sur y la memoria. Como en el resto de su obra, la memoria, la España profunda, el protagonismo femenino, el fondo de miseria moral, pobreza y autoritarismo de la posguerra, quedan reflejados por la potente voz narrativa de Gómez Arcos.

Es la memoria viva, dolorosa y encendida -aquí más encendida que nunca- de un escritor desarraigado que cambió de país, de género literario y de lengua, porque Gómez Arcos pasó de ser un dramaturgo español a un novelista francés que hablaba de la realidad y del pasado con triple distancia: la geográfica, la existencial y la lingüística.

Quizá este sea el ejemplo más extremo de desarraigo: al cambio de país se suma el cambio de género literario y el de lengua: como Blanco White, que tuvo que pasar del español al inglés en sus Cartas de España (1822).

Ese es el cambio más radical: el del exilio lingüístico y la subversión de la lengua para hablar de la realidad y del pasado con un temperamento y una memoria enraizados en lo español y en la óptica distanciada de Goya, Buñuel o Valle:



Envueltas en la nube de humo de los puritos ofrecidos por La Reverenda señora duquesa, las cuatro monjas miran a la regenerada comiéndosela con los ojos. No con hambre carnal, sino espiritual. María, que cuando se puso el hábito por primera vez pensó que nunca más tendría que mostrar su cuerpo, deshace lentamente la maraña de imperdibles y deja resbalar hasta el suelo polvoriento, uno a uno, los harapos que mancillan la hermosura de su carne. Su cuerpo emerge, milagro blanco entre las sombras producidas por las lámparas de aceite del oratorio. Los ojos del Cristo salvaje, que mira a hurtadillas, se cierran bruscamente, mientras los de las religiosas se agrandan como si la admiración y el espanto quisieran escaparse al mismo tiempo por sus órbitas.
«El pecado es hermoso —grita el pensamiento descontrolado de las congregadas—. ¿Cómo podríamos amaestrarlo para incorporarlo a nuestras filas?

Por eso la mirada de Gómez Arcos es a menudo una mirada irónica o sarcástica. Es la memoria hecha literatura; no mero documento, sino narración elaborada que convierte la experiencia personal en testimonio y el texto en materia literaria y de denuncia. Ese sistema de transferencia de lo personal a lo social, de lo biográfico a lo literario caracteriza la obra narrativa de Gómez Arcos, que plantea un difícil equilibrio entre el arraigo de la memoria y la distancia literaria del desarraigo y el uso de una lengua ajena a esa memoria.

De la edición de María República se ha encargado Adoración Elvira Rodríguez, que tradujo El cordero carnívoro,  Ana no y La enmilagrada. Pero esta edición tiene como punto de partida el manuscrito incompleto de la traducción al español que el propio Gómez Arcos había preparado de esta su segunda novela en francés. Un manuscrito al que le faltan algunas páginas y que presenta en algunos pasajes solo un esbozo. 
Esas lagunas las ha tenido que suplir la editora tomando como base el texto francés para completar la edición de este "texto híbrido, a caballo entre el francés y el español," como escribe Harry Vélez en su postfacio. 

Pero en conjunto el resultado es homogéneo tiene una enorme fuerza expresiva, la que otorga la rabia como un don añadido a quien es el guardián de la memoria y el dueño de una prosa de altísima calidad, en la que junto con el dramatismo asfixiante de la situación hay abundantes muestras de humor y sarcasmo, como las tres fichas que elabora el Ángel Informático que no ha pensado en el fuego y que resumen el historial de tres personajes fundamentales:


DOÑA ELOÍSA BURGUESA
Sexo: Santa.
Clase social: Nueva rica.
Naturaleza: Burguesía franquista.
Ideología: Derechas (quizás extrema derecha).
Religión: Católica española.
Características: Entrada en carnes. Frente estrecha. Corazón pequeño. No sabe leer ni escribir. Sabe sumar. (Para firmar cheques, tomó clases particulares durante tres años. A pesar de la alta posición social de quienes poseen talonarios de cheques, los bancos no reconocen como firma la huella del pulgar. O la cruz.)

/.../

DON MODESTO CURA
Sexo: Sacerdote. 
Clase social: Vieja Iglesia.
Naturaleza: Recuperado del franquismo.
Ideología: Derechísimas (por miedo a su oscuro pasado). 
Religión: Católica española romana (un milagro de síntesis).
Características: Sin apariencia física, inteligente, ambicioso, sin corazón, sin agallas, sinuoso y útil como una serpiente (de las que la Iglesia amansa), don de lenguas, don de manos (para bendecir todo lo que convenga. Por ejemplo, a los huelguistas abatidos por la policía, una vez muertos). Enemigo acérrimo de las iglesias católicas regionales o paralelas. Diplomático.

/.../

MARÍA REPÚBLICA
Sexo: Sifilítica (en activo).
Clase social: Puta roja (fenómeno aparecido en los albores de 1940, que se desarrolló durante veinte años, hasta la promulgación de la Santa Ley).
Naturaleza: Hija ilegítima de padres ilegítimos. Hermana ilegítima de hermano legitimado por el Sistema.
Ideología: Izquierda indeterminada. (Sospechosa de anarquía.)
Religión: Sin.
Características: Desollada viva (metáfora que quizás se lleve a cabo).

Igual que en sus otros títulos, que más allá de la trilogía de la posguerra componen un retablo valleinclanesco de la avaricia, la lujuria y la muerte, lo que se pone en primer plano en María República es la función moral y la misión histórica del escritor como testigo. Pero eso no implica que se prescinda de otros niveles de significado del texto, que desde lo local se remonta a lo universal, desde la fuerza de lo concreto se eleva a un plano general y de la situación histórica pasa a una interpretación de la condición humana.

Santos Domínguez



7/4/14

Tolstói. Dos húsares


Lev Tolstói.
Dos húsares.
Traducción de Olga Korobenko.
Hermida Editores. Madrid, 2014.

Todo lo que escribió Tolstói es inconcebiblemente legible, porque el lector tiene siempre la impresión de que es la naturaleza la que se encarga de la escritura, señalaba Harold Bloom. 

Esa legibilidad que procede de la impresión de vida que transmiten sus obras es especialmente intensa en la narrativa breve del ruso, que dio una de sus primeras muestras de talento en Dos húsares, una novela corta que publicó en 1856 y que Italo Calvino señaló como un texto representativo de su mundo literario al incorporarlo a los títulos estudiados en Por qué leer a los clásicos.

Con una espléndida traducción de Olga Korobenko, Hermida Editores recupera esta obra cuidadosamente estructurada en 16 capítulos organizados en dos partes simétricas, en las que Tolstói contrasta la figura del conde Turbín con la de su hijo unas décadas después, cuando ya ha heredado el título de su padre.

De hecho, en sus diarios anotaba a mediados de abril de 1856 como título provisional de esta novela corta Padre e hijo. Frente a la grandeza salvaje del militar aristocrático que representa a toda una época, la de Alejandro I, Tolstói coloca la mediocridad de la vida de su hijo, en la época de Nicolás I.

Dos oficiales, dos vidas, dos épocas, dos días y una misma ciudad, K. Y separándolos, un eje central, 1848, un año crucial en la historia europea:

Pasaron unos veinte años. había corrido mucho agua bajo el puente, mucha gente había muerto, mucha había nacido, mucha había crecido y se había hecho vieja, y todavía más numerosas eran las ideas que habían nacido y muerto; muchas cosas bellas y muchas malas de lo viejo habían perecido, muchas cosas jóvenes y feas o inmaduras habían visto la luz.

Veinte años después el hijo pasa por la misma ciudad en la que se nos había mostrado a su padre en los ocho primeros capítulos, se encuentra con los mismos personajes, ya envejecidos, o con sus descendientes. Y esa técnica la usa el narrador para corroborar esa inversión de la realidad en la imagen que devuelve el espejo. 

Es el progreso como lo concibe Tolstói, como una forma de decadencia. Porque su indisimulada simpatía por la aristocracia, que va siempre unos pasos más allá de la indulgencia, le permite ensalzar la figura del húsar padre, jugador, mujeriego y bebedor, como la de un superhombre nieztscheano, brutal  y poderoso, dotado de un vitalismo activista que está por encima de la moral, más allá del bien y del mal.

Frente a la brutalidad salvaje de un poderoso que es también seductor y generoso, su hijo es el reflejo de un mundo degradado en el que persiste una maldad heredada pero carente de la grandeza que había tenido en su padre.

Concebida con una estructura especular que devuelve una imagen inversa de las dos épocas, las dos vidas y los dos caracteres, Dos húsares es una expresión de la nostalgia de Tolstói ante un mundo que sabe definitivamente clausurado, una celebración del exceso del húsar padre frente a lo que veinte años después es solo degradación, mezquindad y pequeñez en su hijo.

Unos años después, en Guerra y paz, Tolstói volvería sobre estas mismas ideas y exploraría las claves históricas y sociales de la caída de aquel mundo idealizado y salvaje que echaba de menos.

Santos Domínguez

5/4/14

José Antonio Zambrano. Lo que dejó la lluvia


José Antonio Zambrano.
Lo que dejó la lluvia.
Calambur. Madrid, 2014.

Así, por obra del azar, soy y miro, escribió Wislawa Szymborska en un verso que José Antonio Zambrano ha puesto al frente de una de las cuatro secciones de Lo que dejó la lluvia, el libro que publica Calambur con un iluminador prólogo –Un hombre es lo que cuenta- de Ramón Pérez Parejo.

Y eso es lo que cuenta en estos poemas, un hombre que vive y mira y escribe en un terreno neutral en el que no entra el gusano corrosivo de la tristeza ni se le cede asiento tampoco a la presencia invertebrada de la alegría estéril.

Porque el poeta dialoga en este libro con lo más cercano, y por eso su tono es el de la complicidad de la voz baja que reúne el presente y la memoria (lo que importa es vivir y no haber vivido) en una poesía intimista y reflexiva, sensorial y emocionada, intensa en su precisión verbal.

Y es que en los poemas de de Lo que dejó la lluvia cada palabra tiene el tamaño exacto de su desnudez verdadera, el peso y la consistencia que el poeta parece haber calibrado pacientemente con la magia del alquimista en el crisol de las destilaciones, en el taller verbal del que pule un diamante hecho de la materia fugaz del corazón en la tarde lenta del tiempo:

Todo para decir 
que esta invención celebra el canto de un hombre
que ha pactado con su sombra
lo que dejó la lluvia.

Santos Domínguez

4/4/14

John Clare. Antología poética


John Clare.
Antología poética.
Traducción, introducción y notas 
de Eduardo Sánchez Fernández.
Linteo Poesía. Orense, 2014.

Este es el mes en que el ruiseñor de color tierra 
canta entre las ramas umbrosas de los bosques; 
este es el tiempo en que en aquel herboso valle
la doncella escucha promesas vespertinas de su amante. 
Tiempo en que la niebla azul que envuelve a las pacientes vacas
se levanta espesa de la hierba y medio oculta
sus cuerpos moteados. Yo escucho al ruiseñor 
que, desde los finos tallos espinosos del endrino 
hasta el viejo seto de avellanos que bordea el valle, 
aunque invisible, salmodia su dulce son. El labrador, 
mientras camina, siente su música atrayente 
e imita y escucha -y, cuando los campos 
pierden sus senderos y le extravían al llegar la noche, 
el ruiseñor sigue ofreciendo su dulce y melodioso canto.


Ese poema, El ruiseñor, traducido por Eduardo Sánchez Fernández, es uno de los que forman parte de la Antología poética de John Clare (1793-1864) que ha preparado para la imprescindible colección de poesía de Linteo

Campesino y pobre, loco ingenioso y bebedor enfermizo, John Clare es un poeta menor, muy olvidado hasta que reivindicaron su obra y su figura Dylan Thomas o Ted Hughes. Conocido entre nosotros por su presencia ligera en antologías de poesía inglesa, Leopoldo María Panero hizo una traducción muy polémica de I am, uno de sus poemas más conocidos.

Como Hölderlin, Clare pasó las últimas décadas de su vida encerrado y demente. Pero ahí acaban las semejanzas entre dos poetas muy diferentes en ambición y en transcendencia. Carente de la potencia verbal de Keats, de la imaginación de Shelley o de la honda delicadeza de Wordsworth, Clare se nutrió de la musa rural que dio título a uno de sus libros. 

Esa fuente de inspiración se proyecta en una detallada descripción del paisaje, en un conocimiento directo y certero de las aves y la vegetación  (Me encontré los poemas en los campos / y sólo tuve que ponerlos por escrito), en una naturaleza en la que refleja un sostenido impulso elegiaco como el que expresó en El reyezuelo, el pájaro más pequeño de Europa:

¿Por qué preferimos la melodía del cuco
y la rica canción del ruiseñor, tan alabadas
en los versos del poeta? ¿No existen otros pájaros
con un arte natural, que hayan elevado
el corazón de uno hasta el éxtasis y el regocijo?
No juzgo cómo adquieren el gusto otros:
en el mío caben más pájaros portadores de música
cuyos trinos evocan multitud de recuerdos felices,
como el petirrojo del bosque que canta en el valle
y el pequeño reyezuelo que a menudo se refugia
de la lluvia en chozas que yo, inquilino de la llanura,
habito al comienzo de la primavera,
mientras cuido mis ovejas.
Y aún vienen para contarme de nuevo
historias felices de un tiempo pasado.

De esa felicidad de un tiempo pasado, de la pérdida del paraíso de la infancia y la añoranza del paisaje asociado al pasado habla la poesía humilde de John Clare.

Y todo ese pequeño mundo poético y personal, simbolizado en ese pájaro pequeño, se muestra en su voz elegiaca a través de un paisaje detallado que atraviesan el sentimiento y el recuerdo idealizado, el platonismo amoroso del amante desdeñado.

En torno a esos tres ejes, la nostalgia de la naturaleza, el amor y la poesía se organiza esta antología temática cuyo referente constante y unificador es la emoción del poeta, la voz de la memoria que recorre su poesía, escrita contra la destrucción del tiempo y del olvido, su verso que, apacible y suave, /habla de los campos verdes y el cielo abierto.

Santos Domínguez