Juan Ramón Jiménez.
Idilios.
Edición de Rocío Fernández Berrocal.
Prólogo de Antonio Colinas
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2013.
Juan Ramón se vació en su obra («¡Cómo soy yo mi 'obra'; cómo me voy quedando sin mí, de darme a ella!») y con ello trajo la modernidad a la poesía española, la necesaria lucidez y la nueva sensibilidad. Un buen poeta contiene en sí la tradición, toda la historia de la literatura, y la supera. En las obras de JRJ posteriores a 1910 se da el verdadero temblor del verso maduro, la medida exacta del ritmo, la hondura de la conciencia, el anhelo de la «trasparencia», la revelación del horizonte de la pureza. En su actitud, su manera de ser y estar, su ejemplo, su fe en la palabra, su afán inquebrantables y ejemplares de orfebre absoluto entregado a la belleza, en ella, en su Obra, se nos devuelve pleno, porque, como afirmó, es la poesía, son los poetas los que logran extraer «el tesoro de la inmensidad y dejarlo en la eternidad», los que viven entre nosotros siempre «resucitados».
Con esas palabras y su admirable suma de lucidez crítica y sensibilidad lectora termina Rocío Fernández Berrocal la espléndida introducción que ha escrito para su edición de Idilios en La Isla de Siltolá.
Una introducción que apremia al lector a entrar en este libro que Juan Ramón Jiménez escribió en un momento crucial de su vida y su obra, entre Moguer y Madrid.
Del total de 98 poemas -uno ilegible- en los que se organizan sus dos partes –Idilios clásicos, Idilios románticos- treinta y ocho permanecían inéditos, por lo que Idilios, uno de los libros amarillos de Moguer, era un semiinédito que se publica por primera vez cuando se cumple un siglo de su composición.
Juan Ramón lo escribió entre 1912 y 1913, lo revisó y añadió nuevos textos en los años siguientes, fiel a su concepción de la obra en marcha, y volvió de nuevo a él en sus años de Puerto Rico para dejar preparada en una carpeta de la sala Zenobia - Juan Ramón la portada, la dedicatoria y la relación de textos que debían formar parte del libro, aunque sus poemas estaban desperdigados en Puerto Rico, Madrid y Moguer y la profesora Fernández Berrocal ha tenido que rastrearlos para recomponer el libro.
Como explica la editora en la introducción, Idilios es un libro central en la trayectoria de Juan Ramón, porque es una de las cimas que coronan su época sensitiva y se proyecta hacia la depuración de la época intelectual que iría asociada no solo a la evolución interior de su obra, sino a la presencia decisiva de Zenobia, que está ya en los poemas finales de este libro y que sería el eje del Diario de un poeta recién casado. Es la llama doble en la que arde el poeta incendiado –así lo calificaba Zenobia- por la llama de la poesía y la del amor.
Esa centralidad de encrucijada se aprecia incluso en el interior del libro, porque la primera parte recuerda aún a la melancolía decadente y a la sentimentalidad ensimismada, más literaria que real, de Arias tristes o Jardines lejanos, de Elegías o de Pastorales.
La de los Idilios clásicos es aún una sentimentalidad intransitiva ambientada en jardines lejanos, poblada por fantasmales presencias nocturnas, por siluetas femeninas entrevistas bajo la luna o por mujeres vespertinas sin nombre y sin verdad. Frente a ese ensueño irreal, aparece al final de los Idilios románticos la mujer real -Zenobia- que llega a Juan Ramón por no sé qué caminos conocidos y que provoca no solo un cambio de actitud ante la realidad, sino un nuevo enfoque del estilo y sobre todo un decisivo –para él y para la poesía española- cambio de tono, tan influyente como el que dos décadas antes había iniciado Rubén Darío.
Y ahí es decisivo el paso de una poesía nostálgica que mira al pasado a una poesía del presente: Al encontrarte, Amor, hallé el Idilio ...
Idilios es por eso un libro de encrucijada, un cruce de la voz personal y el sentido universalista que destaca Antonio Colinas en su prólogo, La palabra en los límites. Obra de encrucijada y límites, texto fronterizo entre sentimiento y pensamiento y camino de desnudez, a esa síntesis parece aludir Juan Ramón al referirse a estos Idilios con tres notas: brevedad, gracia y espiritualidad.
Un ejemplo: el cierre del último, espléndido poema, uno de los 22 inéditos de la segunda parte:
En sueños, oigo el agua
correr, correr, correr.
La sueño.
Y entonces ella me ve a mí
corriendo, cada noche, muerto...
Ninguna edición de lujo, nada de príncipes, ni de ediciones de filólogos. Cada libro, sin notas, en la edición más clara y sencilla. La perfección formal del libro. El libro no es cosa de lujo… Eso para los que no leen. Material escelente, seriedad y sobriedad era lo que deseaba Juan Ramón para sus libros.
Por ejemplo una edición como esta, enriquecida con la biografía del libro y la lectura con la que la editora fija su centralidad en la obra juanramoniana.
Santos Domínguez