Michel Houellebecq.
El mapa y el territorio.
Traducción de Jaime Zulaika.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2013.
Se han dicho ya tantas cosas acerca de El mapa y el territorio –buenas unas, otras malas, ninguna tibia ni indiferente- que ahora, recién publicada la edición de bolsillo en Compactos Anagrama, lo mejor que se puede hacer es sumarse al sector de la crítica que ha ensalzado la novela de Michel Houellebecq para recomendar su lectura, exigente pero gratificante.
Al valor intrínseco de El mapa y el territorio se le suma en la edición de Anagrama el valor añadido de la espléndida traducción de Jaime Zulaika, que mantiene la calidad y la intensidad de la prosa de Houellebecq. Polémica y provocadora como su autor, conmovedora y radical, irreverente y brillante, la novela se sostiene sobre un diagnóstico de la sociedad, la cultura y el arte de comienzos del siglo XXI en un texto admirablemente construido y cuya densidad no impide una fluidez narrativa que engancha al lector desde la primera página.
Un diagnóstico descarnado y distante, el retrato de un mundo opaco hecho desde la distancia irónica o desde una postura crítica corrosiva, con una difícil mezcla de reflexión y visceralidad, de irreverencia y de un humor cruel que se levanta sobre la desolación autodestructiva y lúcida del autor ante una realidad (un territorio) que es peor que el mapa que lo representa o que lo falsifica.
La mirada analítica de Houellebecq tiene en El mapa y el territorio la precisión del bisturí, pero a menudo se transforma en una navaja mellada y callejera. La sexualidad y las relaciones humanas, el arte y la economía, todo eso y más cabe en una obra que hibrida ensayo y novela negra para revelar las claves de los procesos históricos, sociales y culturales de este agitado comienzo de siglo.
Una novela todo lo discutible que se quiera, que gustará más o menos, pero que deja una huella indeleble en el lector. Y que desde ese momento se convierte en un obra imprescindible.
Santos Domínguez