29/4/11

Holan en La gruta de las palabras


Vladimír Holan.
La gruta de las palabras.
Obra selecta.
Traducción y prólogo de Clara Janés
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2011.


No entra impunemente el joven con su luz en la gruta de las palabras.
Audaz, presiente apenas donde se encuentra.

Joven, aunque ha sufrido, no sabe lo que es el dolor.

Sabio antes de tiempo, se escapa sin haber entrado
y alega, como excusa, la inmadurez de su edad.

¡La gruta de las palabras!
Sólo el verdadero poeta, y por su cuenta y riesgo,

pierde, delirando en ella, las alas
y con ellas, la manera de someterlas, de nuevo, a la gravedad
y no menoscabar esa fuerza que atrae hacia la tierra.


¡La gruta de las palabras!
Sólo el verdadero poeta regresa con su silencio

para encontrar, ya viejo, a un niño que llora

abandonado por el mundo en su umbral.



Con traducción y prólogo de Clara Janés, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores publica en su colección de poesía La gruta de las palabras, un volumen que toma su título de ese texto y reúne por primera vez en español la obra esencial del poeta checo Vladimír Holan (1905-1980): ocho libros completos y una selección de otros dos, En el último trance y Un gallo para Esculapio.

Desde que decidió recluirse en su casa en la isla de Kampa para llevar allí una vida nocturna, Holan fue el habitante de las tinieblas, el poeta de la noche y de las paredes, el ángel negro de la poesía checa y un autor fundamental en la poesía europea de la segunda mitad del siglo XX.

Como Rilke, al que tradujo, Holan nació en Praga, en la que entonces era la Bohemia del imperio austrohúngaro. Como Kafka, también praguense, trabajó durante años en una compañía de seguros. Como Hölderlin, sabía que lo que permanece lo fundan los poetas y permaneció encerrado más de treinta años entre las cuatro paredes de una casa.

Como su coetáneo Seifert, escribió en checo y no en alemán, y fue contemporáneo del grupo de poetas españoles del 27, con quienes compartió fervor por Góngora.

Como Rilke, era poeta y odiaba lo impreciso. Y explicó que la poesía tiene que moverse en el estrecho territorio en que conviven la precisión y el misterio.

Como todos ellos, Holan pertenece a una estirpe de escritores que hicieron de la búsqueda y de la fiebre visionaria el centro de su actividad creadora, un fuego creador y destructivo en manos de seres solitarios e inspirados.

En ese exilio interior, que se inició en 1948 y acabó el mismo día de su muerte en 1980, el poeta creó la parte fundamental de su obra: libros como Dolor, Una noche con Hamlet o Toscana.

Libros en los que la noche y el tiempo, el dolor y la esperanza, la ausencia y el conocimiento, el amor y la muerte se convierten en temas centrales de los poemas. En todos ellos hay además una constante lucha por la expresión, una tensión sostenida entre el fondo y la forma y una presencia continua de la contradicción como motor de la poesía:

Pues sí, he amado la vida,
y por eso, tan a menudo he cantado la muerte.

Lo resume Clara Janés en su prólogo con unas palabras en las que habla de la poesía de Holan como una dialéctica “entre visión y pensamiento, lo concreto y lo abstracto, lo real y lo ficticio, lo cotidiano y lo trascendente, lo culto y lo popular; y es más: entre palabra y concepto.”

La de Holan es una poesía interrogativa sobre el sentido de la existencia, una búsqueda de respuestas que estaba ya en Avanzando, un libro escrito inmediatamente antes de su retirada del mundo. Allí aparece La voz humana, un poema clave para entender el mundo poético y la actitud vital de Holan:

La piedra y la estrella no nos imponen su música,
las flores callan, las cosas parece que ocultan algo.
Los animales niegan en sí, por nuestra causa,
la armonía de la inocencia y el misterio.
El viento tiene siempre el pudor de una simple señal
y lo que es el canto, lo saben sólo los pájaros enmudecidos
a los que el día de Nochebuena echaste una gavilla sin trillar.

Les basta existir y eso es inexpresable. Pero nosotros,
nosotros sentimos miedo, y no sólo en la oscuridad,

sino que, incluso en la fecunda luz,

no vemos a nuestro prójimo

y aterrados hasta un conjuro violento

gritamos: ¿Estás ahí? ¡Habla!

Desde esos primeros libros, hasta obras centrales como Dolor y Un gallo para Esculapio, la poesía de Holan es un tanteo en la oscuridad, una búsqueda de la revelación, de lo absoluto, del misterio o de una huidiza y misteriosa mujer en los casi mil versos de Toscana, el libro que Holan prefería entre los suyos.

Un sondeo de la luz en las tinieblas, un desplazamiento entre la locura y la lucidez que tiene su momento más alto y nuevamente más interrogativo en Una noche con Hamlet:

Un día, andando entre brezos en flor,
oí la pregunta infantil: ¿Por qué?
y no pude contestar.
Y no he podido contestar después de tantos años tampoco hoy
bajo el medio relieve de la luna,
ya que a los niños no les basta la respuesta, ni a los adultos la pregunta.

Santos Domínguez