Como los guerreros de Esquilo convertidos en torres que protegían las puertas de la ciudad en Los siete contra Tebas en la cita que encabeza este libro, los Siete árboles contra el atardecer de Pablo Antonio Cuadra (Managua, 1912-2002) resguardan la memoria natural e histórica de su pueblo.
A esos siete árboles mágicos y venerables -la ceiba, el jocote, el panamá, el cacao, el mango, el jenísero y el jícaro- les dedicó Pablo Antonio Cuadra, uno de los grandes poetas centroamericanos del siglo XX, este libro que apareció en 1980 y que acaba de publicar en España Veintisiete letras.
Un meticuloso prólogo en el que Steven F. White analiza el sentido simbólico de cada árbol y propone una lectura pormenorizada de cada poema abre esta cuidada edición en la que cada uno de los siete poemas va precedido de una fotografía de Wilmor López del árbol al que se dirige.
Estos poemas-árboles –escribe Steven F. White en su introducción- son canciones sostenibles, creadas para permanecer, fusiones de naturaleza, historia, hombre y mito; pasado y presente con los que el poeta traza una estrategia de la memoria para recordar quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos si no logramos aprender a enraizar el lenguaje en la tierra y cuidar fehacientemente el planeta que nos sostiene.
Entre la topofilia y la historia, entre la lírica y la biofilia, los siete árboles del libro son siete metáforas, siete motivos analógicos que exploran la realidad y el pasado, la tierra y el mito a través del árbol de la infancia y el que cierra y abre heridas, del que contiene la cortisona y el que tiene semillas que fueron monedas, del que teje la siesta, el que es el trono de la tormenta o el que da un fruto que es el vaso del indio.
Además de estos siete poemas ecocéntricos, la edición de Veintisiete letras incorpora otros diez textos que contienen un impulso ecológico y simbólico semejante. Entre ellos en primer lugar la espléndida Introducción a la Tierra Prometida, que contiene las claves del mundo poético de Pablo Antonio Cuadra.
En ellos la palabra del poeta funde palabra y memoria en una poesía natural y germinativa, alta como las ramas de los árboles que canta y profunda como las raíces de la ceiba, el primero de los siete poemas-árboles, que termina con estos dos versos, tan inolvidables como casi todos los que forman este libro:
A esos siete árboles mágicos y venerables -la ceiba, el jocote, el panamá, el cacao, el mango, el jenísero y el jícaro- les dedicó Pablo Antonio Cuadra, uno de los grandes poetas centroamericanos del siglo XX, este libro que apareció en 1980 y que acaba de publicar en España Veintisiete letras.
Un meticuloso prólogo en el que Steven F. White analiza el sentido simbólico de cada árbol y propone una lectura pormenorizada de cada poema abre esta cuidada edición en la que cada uno de los siete poemas va precedido de una fotografía de Wilmor López del árbol al que se dirige.
Estos poemas-árboles –escribe Steven F. White en su introducción- son canciones sostenibles, creadas para permanecer, fusiones de naturaleza, historia, hombre y mito; pasado y presente con los que el poeta traza una estrategia de la memoria para recordar quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos si no logramos aprender a enraizar el lenguaje en la tierra y cuidar fehacientemente el planeta que nos sostiene.
Entre la topofilia y la historia, entre la lírica y la biofilia, los siete árboles del libro son siete metáforas, siete motivos analógicos que exploran la realidad y el pasado, la tierra y el mito a través del árbol de la infancia y el que cierra y abre heridas, del que contiene la cortisona y el que tiene semillas que fueron monedas, del que teje la siesta, el que es el trono de la tormenta o el que da un fruto que es el vaso del indio.
Además de estos siete poemas ecocéntricos, la edición de Veintisiete letras incorpora otros diez textos que contienen un impulso ecológico y simbólico semejante. Entre ellos en primer lugar la espléndida Introducción a la Tierra Prometida, que contiene las claves del mundo poético de Pablo Antonio Cuadra.
En ellos la palabra del poeta funde palabra y memoria en una poesía natural y germinativa, alta como las ramas de los árboles que canta y profunda como las raíces de la ceiba, el primero de los siete poemas-árboles, que termina con estos dos versos, tan inolvidables como casi todos los que forman este libro:
De este árbol aprendió el hombre la misericordia y la arquitectura,
la dádiva y el orden.
Santos Domínguez