Lao Tse.
Tao Te Ching.
Versión de Stephen Mitchell.
Traducción de Jorge Viñes Roig.
Alianza. Madrid, 2011.
Tao Te Ching.
Versión de Stephen Mitchell.
Traducción de Jorge Viñes Roig.
Alianza. Madrid, 2011.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: “Aquel que lo conoce
se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido”.
Con esos versos cerraba Antonio Colinas el Canto XXXV de Noche más allá de la noche. Hay en ellos un recuerdo explícito de una de las reflexiones de Lao Tse en el capítulo 56 de su Tao Te Ching, el Libro del Sendero, que desde el siglo V a.C. ha ido perdurando en el tiempo y traspasando fronteras hasta convertirse en uno de esos escasos referentes culturales que no sólo inciden en su ámbito oriental de origen, sino que han marcado la literatura y el pensamiento occidental.
Ese mismo viaje hacia occidente, hacia el país de los bárbaros, es el que la tradición atribuye a Lao Tse a lomos de un animal de agua, después de escribir el Tao. Un viaje en el que desapareció para siempre sin dejar más huella que su libro, un tratado de armonía en el que la respiración se funde con la naturaleza y la energía viene de la suma de luz y de sombra, de conocimiento y misterio, de una oscuridad de la que surge la luz del conocimiento: Oscuridad de oscuridades; /he aquí la puerta a toda comprensión, se lee en el primer capítulo.
Porque esa es una de las enseñanzas fundamentales de este libro hermético y luminoso, claro y oscuro: la asimilación de la realidad como fusión creativa de contrarios compatibles y complementarios: el Ser (You) y el No-Ser (Wu), lo palpable y lo oculto, lo físico y lo metafísico.
Y en su centro, en el capítulo 40, este otro centro del pensamiento taoísta: Todo nace del ser. /El ser nace de la nada.
La paradoja, la antítesis, las simetrías, el contraste entre logro y renuncia, la síntesis de sombra y luz son las claves taoístas del funcionamiento dual del universo, la base de la plenitud del ser y de su fusión con el mundo como cambio constante, como una realidad que tiene en en ese ritmo dual y en la fluidez bipolar entre la causa y el efecto, entre el Yin y el Yang la clave de su equilibrio dialéctico y de su orden armónico.
La versión del poeta zen Stephen Mitchell que publica Alianza busca el espíritu de este libro profundo y sutil, de esta senda de serenidad, más que la literalidad intraducible de sus palabras: “Si bien no siempre he traducido las palabras de Lao Tse, mi intención ha sido siempre traducir su mente.”
Ese mismo viaje hacia occidente, hacia el país de los bárbaros, es el que la tradición atribuye a Lao Tse a lomos de un animal de agua, después de escribir el Tao. Un viaje en el que desapareció para siempre sin dejar más huella que su libro, un tratado de armonía en el que la respiración se funde con la naturaleza y la energía viene de la suma de luz y de sombra, de conocimiento y misterio, de una oscuridad de la que surge la luz del conocimiento: Oscuridad de oscuridades; /he aquí la puerta a toda comprensión, se lee en el primer capítulo.
Porque esa es una de las enseñanzas fundamentales de este libro hermético y luminoso, claro y oscuro: la asimilación de la realidad como fusión creativa de contrarios compatibles y complementarios: el Ser (You) y el No-Ser (Wu), lo palpable y lo oculto, lo físico y lo metafísico.
Y en su centro, en el capítulo 40, este otro centro del pensamiento taoísta: Todo nace del ser. /El ser nace de la nada.
La paradoja, la antítesis, las simetrías, el contraste entre logro y renuncia, la síntesis de sombra y luz son las claves taoístas del funcionamiento dual del universo, la base de la plenitud del ser y de su fusión con el mundo como cambio constante, como una realidad que tiene en en ese ritmo dual y en la fluidez bipolar entre la causa y el efecto, entre el Yin y el Yang la clave de su equilibrio dialéctico y de su orden armónico.
La versión del poeta zen Stephen Mitchell que publica Alianza busca el espíritu de este libro profundo y sutil, de esta senda de serenidad, más que la literalidad intraducible de sus palabras: “Si bien no siempre he traducido las palabras de Lao Tse, mi intención ha sido siempre traducir su mente.”
Santos Domínguez