Los enamoramientos.
Alfaguara. Madrid, 2011.
La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en un muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. Tarde para qué, me pregunto. La verdad es que lo ignoro. Es sólo que cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo —más aún para esperarlo—, y nos limitamos a darlo de baja.
Con esa tensión narrativa y ese tono envolvente de una prosa que genera la complicidad del lector, comienza Los enamoramientos, la última novela de Javier Marías que acaba de publicar Alfaguara.
A los muchos seguidores de Marías ese comienzo les resultará familiar, porque lleva la marca inconfundible de un novelista excepcional que desde ese momento los introduce en un gustoso vértigo adictivo y los lleva prendidos hasta este final, rematado en enero de 2011:
Y seguí pensando, mientras le daba la espalda y se alejaban ya de él para siempre mis pasos y mi bulto y mi sombra: 'Sí, no pasa nada por reconocérmelo. Al fin y al cabo nadie me va a juzgar, ni hay testigos de mis pensamientos. Es verdad que cuando nos atrapa la tela de araña —entre el primer azar y el segundo— fantaseamos sin límites y a la vez nos conformamos con cualquier migaja, con oírlo a él —como a ese tiempo entre azares, es lo mismo—, con olerlo, con vislumbrarlo, con presentirlo, con que aún esté en nuestro horizonte y no haya desaparecido del todo, con que aún no se vea a lo lejos la polvareda de sus pies que van huyendo'.
Entre ese comienzo y ese final, Javier Marías teje una tela de araña que envuelve al lector a lo largo de casi cuatrocientas páginas que se leen sin tregua, porque Los enamoramientos suponen una nueva invitación al asombro y al placer de la lectura.
Porque no hay tregua en la magistral sucesión de datos e incertidumbres, en la intensa concentración de la acción, en la reducción radical de personajes, en la astuta dosificación del ritmo narrativo imparable que impone la voz femenina de la narradora, María Dolz, que trabaja en una editorial y lee el mundo con una mirada meticulosa e inteligente.
El lector familiarizado con las mejores novelas de Marías reconocerá aquí temas y tonalidades comunes a Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí: la mirada introspectiva del narrador, la incursión en la sombra problemática de la verdad y en el carácter conjetural de una realidad opaca, la insistencia en el tema de la culpa y la incertidumbre, la instigación, la complicidad y la impunidad, el azar y la muerte, la viudez y el tiempo, las pérdidas y la ausencia.
El inolvidable “No he querido saber, pero he sabido” de la primera línea de Corazón tan blanco resuena inevitablemente en el recuerdo de quien lee esto: “inmediatamente empecé a lamentarlo: por qué tenía que saber lo que sabía.”
O esto otro: “Basta saber que no se quiere que escuchemos para hacer todo lo posible por enterarnos, sin caer en la cuenta de que a veces se nos ocultan las cosas por nuestro bien, para no decepcionarnos o para no involucrarnos, para que la vida no nos parezca tan mala como suele ser.”
Porque, como en Corazón tan blanco, el motor de la novela es una muerte aparentemente inexplicable y azarosa. Y, como allí, está aquí al fondo la sombra de Shakespeare, porque ese es el fondo de casi todo en literatura: Macbeth y la traición, las manos manchadas o el enigma de las palabras con que reacciona ante la muerte de Lady Macbeth.
Los enamoramientos, que será uno de los libros del año, es una novela ética nieta de Dostoyevski, hecha con diálogos y reflexiones, una novela que plantea preguntas y habita en la conjetura y en la reflexión consciente de su no querer saber, de su propia perplejidad ante los hechos y las conductas de los personajes:
A menudo son los más afectados por algo los que menos lo quieren saber, los más próximos: los hijos lo que hicieron los padres, los padres lo que han hecho los hijos. Imponerles una revelación (...) es demasiada responsabilidad.
Una novela de calidad tan alta como era previsible. Y una fiesta inolvidable para el lector, que no debería perdérsela.
Santos Domínguez