17/9/10

La música del desierto


W.C. Williams.
La música del desierto y otros poemas.
Traducción y prólogo de Juan Antonio Montiel.
Lumen. Barcelona, 2010.

Williams Carlos Williams (1883-1963), forma parte de una generación de poetas que rompieron con la tradición inglesa para dar lugar a una época renovadora y brillante en la poesía norteamericana del XX.

Nieto de Emily Dickinson, amigo de Hilda Doolittle y Ezra Pound y precursor de Ginsberg y Kerouac, William Carlos Williams buscó la precisión de la palabra poética, la exactitud de lo concreto, la transcendencia de lo cotidiano, la fuerza conceptual del habla coloquial.

Eliot, Pound, Wallace Stevens o e. e. cummings son algunos de sus compañeros de viaje, pero quizá W. C. Williams fuese el más radical de todos, el más alejado de la norma, de la tradición métrica y del mundo académico.

Esa radicalidad renovadora, que modificó la música y el tono de la poesía norteamericana, tiene su momento decisivo, su referencia sin retorno en La música del desierto. Publicado en 1954, cuando daba ya por superada la poesía que había desarrollado en Paterson, La música del desierto es la primera manifestación significativa de su renovador concepto métrico del pie variable, con el que encauzaba la relación entre el habla de la calle y el lenguaje del poema.

No ideas but in things - no hay ideas sino en las cosas- fue la frase en la que cifró su poética, su idea de la poesía como exploración y descubrimiento, como resultado de la observación de la vida y la mirada detenida en el objeto, como expresión del interés por la realidad inmediata de las cosas.

Williams parte de la sensación, de la sensibilidad ante lo concreto para transformar la realidad en objeto verbal a través de la imaginación y la sintaxis. En su poesía convergen la vista y el oído en unos textos que escuchan las cosas, pintan con palabras los objetos cotidianos y nombran lo próximo. El ojo y el oído se proyectan en una palabra hecha ritmo e imagen, para dibujar un paisaje detallado con la fluidez del coloquio, con el ritmo interno de la lengua hablada sobre la base métrica del pie variable.

En La música del desierto, un libro marcado por la enfermedad del poeta y por la travesía del desierto entre El Paso y Ciudad Juárez, esa mirada, carente de didactismo y de todo propósito moralizador, genera una práctica de la poesía como intervención en la realidad, como forma de organizar el mundo mediante la integración de contrarios. Es la poesía como fusión de música y palabra, como acto creativo que surge del oído y la mirada para integrar presente y pasado, personas y cosas.

La palabra poética de Williams combina imaginación y experiencia, huye de lo abstracto en unos poemas que no juzgan, en unos textos que captan el instante detenido y buscan la concentración depurada de la palabra para trascender lo concreto, para ir más allá del aquí y el ahora, para convertir lo ordinario en extraordinario, para oír la música del desierto:

¿Cómo decir
lo que ha de ser dicho? Solo
el poema.

Solo el poema, medido con exactitud;
imitar, y no copiar, la naturaleza: no copiar
la naturaleza.

Es una poesía que convoca a los sentidos, no a la inteligencia, evita el tono meditativo y explora las sensaciones, no los conceptos, y por tanto usa como material poético la inmediatez tangible de lo concreto, no las abstracciones para ofrecernos unos textos que desde su mirada fotográfica o pictórica se convierten en poesía de la afirmación y la presencia. Ese tono afirmativo se vuelca sobre el pasado de la memoria y sobre la experiencia del presente en textos como el que da título al libro o como el que lo abre, El descenso, que funciona como obertura de los temas de este libro y de los dos posteriores, Viaje al amor y Cuadros de Brueghel, con los que forma una evidente trilogía de la poesía madura de Williams Carlos Williams.

Estos son los versos que cierran ese poema memorable:

Surgido de la desesperación,
inconcluso,
el descenso
despierta a un nuevo mundo
que es el reverso
de la desesperación.
Para lo que no podemos lograr, lo que
se niega al amor,
lo que perdimos por anticiparnos,
se abre un descenso
sin fin e indestructible.

Con versión y prólogo de Juan Antonio Montiel, que tradujo también Viaje al amor y Cuadros de Brueghel, acaba de publicarlo Lumen en una espléndida edición bilingüe.

Santos Domínguez