María Zambrano.
El pensamiento vivo de Séneca.
Cátedra. Colección Teorema. Madrid, 2010.
El pensamiento vivo de Séneca.
Cátedra. Colección Teorema. Madrid, 2010.
Un cuarto de siglo cumple este volumen que María Zambrano dedicó al estoico cordobés y que reedita Cátedra en la serie menor de su colección Teorema. Lo tituló reveladoramente El pensamiento vivo de Séneca, porque es una indagación en la actualidad de un clásico popular que se ha convertido en un arraigado referente cultural incluso para aquellos que nunca se acercarán a su obra ni leerán una sola línea de las que escribió.
Y es que la actualidad de Séneca nace no de su pasado, sino de nuestro presente, como explica María Zambrano: Séneca vuelve sencillamente porque le hemos buscado, y no por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy. Vuelve porque le hemos descubierto como en un palimpsesto debajo de nuestra angustia, vivo y entero bajo el olvido y el desdén.
Actual y universal, su figura cercana y familiar tiene también una seductora aura de misterio que convive con esa proximidad casi conversacional de sus escritos. Porque Séneca fue más un mediador que un filósofo, un meditador sin sistema más que un pensador orgánico.
Ese papel mediador entre la alta filosofía y la vida humilde es el que desempeña Séneca, un curandero de la filosofía que busca, más que la persuasión intelectual, el consuelo y el alivio ante el desvalimiento del hombre.
El pensamiento de Séneca desempeña la función de un puente tendido ante la debilidad del hombre. Ante el desamparo y el miedo de lo que María Zambrano llama la razón desvalida, sus textos proponen no sólo la resignación, sino también la fortaleza como respuesta, como modelo para quien viene de regreso de la esperanza por el camino del desengaño.
La razón senequista no es dogmática y se emparenta en sus actitudes con lo socrático. Por eso, acceder a su pensamiento es aproximarse a su personalidad, que representa en la imaginación española y en la cultura popular la figura del sabio, que tiene como atributos esenciales la quietud y la impasibilidad.
Séneca es un sabio a la defensiva del tiempo y del poder, dueño de una sabiduría amarga, de un saber vivir y un saber morir que asume el fracaso como esencia de la vida y como clave de su actitud estoica y su agudo sentido del tiempo.
En su ética de la desposesión y la renuncia, Séneca acabó mirando el mundo desde la orilla de los muertos y se anticipó en muchos siglos al quietismo de Molinos y a la discreción de Gracián. Fue el último sabio antiguo y el primer intelectual que anticipa la modernidad, un maestro en retiradas que transformó la moral y la dignidad en estilo de vida, hizo de la ética una estética y evitó en su elegancia que su suicidio pudiera entenderse como un acto de protesta.
Una selección abarcadora de los más significativos escritos de Séneca centra la segunda parte del volumen. Las consolaciones a Polibio, a Helvia o a Marcia, los tratados sobre la tranquilidad del ánimo o la brevedad de la vida, sus reflexiones sobre la vida bienaventurada o la clemencia y sobre todo sus magníficas cartas a Lucilio contienen frases como estas:
¿Ignoráis que vivís huyendo?
Todas las cosas nos son ajenas, solamente es nuestro el tiempo.
Me preguntas qué es lo que principalmente debes evitar -le escribe a Lucilio en la epístola VII-. La multitud (...) La conversación de muchos nos es dañosa.
Y aparece en ellos también el Séneca cercano que se queja del ruido de los vecinos de abajo o hace su particular elogio del vino.
Sus textos confirman estas palabras de María Zambrano: su figura tiene la corporeidad de una estatua; y su pensamiento el dibujo preciso de un estilo.
Y es que la actualidad de Séneca nace no de su pasado, sino de nuestro presente, como explica María Zambrano: Séneca vuelve sencillamente porque le hemos buscado, y no por la genialidad de su pensamiento, ni por nada que tenga que ofrecer al audaz conocimiento de hoy. Vuelve porque le hemos descubierto como en un palimpsesto debajo de nuestra angustia, vivo y entero bajo el olvido y el desdén.
Actual y universal, su figura cercana y familiar tiene también una seductora aura de misterio que convive con esa proximidad casi conversacional de sus escritos. Porque Séneca fue más un mediador que un filósofo, un meditador sin sistema más que un pensador orgánico.
Ese papel mediador entre la alta filosofía y la vida humilde es el que desempeña Séneca, un curandero de la filosofía que busca, más que la persuasión intelectual, el consuelo y el alivio ante el desvalimiento del hombre.
El pensamiento de Séneca desempeña la función de un puente tendido ante la debilidad del hombre. Ante el desamparo y el miedo de lo que María Zambrano llama la razón desvalida, sus textos proponen no sólo la resignación, sino también la fortaleza como respuesta, como modelo para quien viene de regreso de la esperanza por el camino del desengaño.
La razón senequista no es dogmática y se emparenta en sus actitudes con lo socrático. Por eso, acceder a su pensamiento es aproximarse a su personalidad, que representa en la imaginación española y en la cultura popular la figura del sabio, que tiene como atributos esenciales la quietud y la impasibilidad.
Séneca es un sabio a la defensiva del tiempo y del poder, dueño de una sabiduría amarga, de un saber vivir y un saber morir que asume el fracaso como esencia de la vida y como clave de su actitud estoica y su agudo sentido del tiempo.
En su ética de la desposesión y la renuncia, Séneca acabó mirando el mundo desde la orilla de los muertos y se anticipó en muchos siglos al quietismo de Molinos y a la discreción de Gracián. Fue el último sabio antiguo y el primer intelectual que anticipa la modernidad, un maestro en retiradas que transformó la moral y la dignidad en estilo de vida, hizo de la ética una estética y evitó en su elegancia que su suicidio pudiera entenderse como un acto de protesta.
Una selección abarcadora de los más significativos escritos de Séneca centra la segunda parte del volumen. Las consolaciones a Polibio, a Helvia o a Marcia, los tratados sobre la tranquilidad del ánimo o la brevedad de la vida, sus reflexiones sobre la vida bienaventurada o la clemencia y sobre todo sus magníficas cartas a Lucilio contienen frases como estas:
¿Ignoráis que vivís huyendo?
Todas las cosas nos son ajenas, solamente es nuestro el tiempo.
Me preguntas qué es lo que principalmente debes evitar -le escribe a Lucilio en la epístola VII-. La multitud (...) La conversación de muchos nos es dañosa.
Y aparece en ellos también el Séneca cercano que se queja del ruido de los vecinos de abajo o hace su particular elogio del vino.
Sus textos confirman estas palabras de María Zambrano: su figura tiene la corporeidad de una estatua; y su pensamiento el dibujo preciso de un estilo.
Santos Domínguez