Daniel Defoe.
Diario del año de la peste.
Traducción de Pablo de Grosschmid.
Introducción de José C. Vales.
Impedimenta. Madrid, 2010.
La última Danza de la muerte titula José C. Vales su introducción al Diario del año de la peste, la narración con apariencia documental que Daniel Defoe publicó en 1722 sobre la peste que había asolado Londres más de medio siglo antes.
Defoe había nacido en 1660 y tenía menos de cinco años cuando se produjo aquella epidemia de 1665 que describe en el libro una primera persona que desempeña la función del cronista verosímil que permaneció en Londres para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias.
Tres años antes de este Diario del año de la peste, Defoe había publicado la obra que le daría más fama, Robinson Crusoe, en la que llevaría a la novela la ideología ilustrada y la confianza en la razón. En más de un sentido la crónica imaginaria que tituló Diario del año de la peste es su antítesis, porque en ella su autor parece reconocer las limitaciones del optimismo del Siglo de las luces. Por eso, tal vez sea este inclasificable documental dramatizado la obra de Defoe que esté más cerca de la mentalidad contemporánea.
Mezcla de crónica y ficción, de ensayo y narración, de análisis moral y poderosas descripciones, en el Diario del año de la peste persiste el racionalista que desmiente las supersticiones populares, el moralizador que fustiga las debilidades humanas. Pero ese Defoe ha pasado ya a un segundo plano para dejar paso al escritor perplejo ante la muerte y el mal, escollos con los que choca el optimismo ilustrado en un tiempo (1720) en que se teme un nuevo brote de la epidemia, que amenaza desde Marsella.
Y entonces, la potencia democratizadora de la muerte, la desorientación y la pérdida de confianza en el hombre, la razón y la ciencia, las decenas de miles de muertos llevan al cronista interpuesto por Defoe a renunciar a sus viejos ideales para buscar refugio en la religiosidad.
Tras la frialdad objetiva de los datos estadísticos de bajas e inhumaciones, las descripciones de las calles vacías, las casas abandonadas y los cadáveres amontonados trazan un detallado mapa de horrores, de detalles macabros y de comportamientos irracionales y mezquinos que son el resultado de la convivencia diaria con el pánico y provocan el desengaño de los valores ilustrados.
El Defoe moralizador acaba proyectando en el Diario una mirada crítica que renuncia a las bases ideológicas de la Ilustración, sobre todo a la aspiración de armonía, fraternidad y progreso. Frente al altruismo idealista, los comportamientos reflejados en las situaciones límites que evoca la obra son los del egoísmo, la confusión y el ensimismamiento del que ve al otro como enemigo, como un riesgo de contagio, como un mensajero de la muerte.
Muchos de los lectores del Diario del año de la peste llegamos a este libro a través de García Márquez, que lo ha reivindicado insistentemente como uno de sus libros de cabecera y como modelo de crónica y de reportaje periodístico. En 1969, casi a la vez que Cien años de soledad, apareció en Seix Barral la excelente traducción de Pablo de Grosschmid que, tras varios años fuera de la circulación, ha sido revisada para esta edición que acaba de publicar Impedimenta.
Santos Domínguez