Günter Grass.
Mi siglo.
Traducción de Miguel Sáenz.
Punto de lectura. Barcelona, 2007.
Mi siglo.
Traducción de Miguel Sáenz.
Punto de lectura. Barcelona, 2007.
Fue la forma de despedirse del siglo de Günter Grass, la forma de abrirle la puerta de la memoria a cien años tan llenos de horrores, de alegrías y de injusticias como los pasados y los venideros.
Mi siglo, que reedita en formato de bolsillo Punto de Lectura, es el recorrido por esos cien años a través de cien viñetas, de cien relatos cortos que repasan, año a año, el siglo XX.
Y en cada texto una voz. Cien personajes, cien narradores de hechos triviales o propagandísticos que completan un mapa ambiguo del pasado reciente. Entre lo anecdótico y lo transcendente, entre el acontecimiento y el hecho banal, entre la historia y la intrahistoria, entre el verdugo y la víctima, entre el miedo y la esperanza, Günter Grass resume el siglo XX en cien capítulos que son las cien hojas de un almanaque de guerras, un diario de equivocaciones y cien maneras de mantener viva la memoria.
Reunión de voces, de miradas y géneros, mezcla de novela, colección de cuentos, diario o conjunto de ensayos, lo importante aquí no es el género, sino la voz irónica o emocionada y la mirada crítica o emocionada sobre un siglo recorrido por el fantasma de la guerra. Entre el primer texto, sobre la guerra de los boxers en China, y el último, en el que la madre de Günter Grass reaparece para desear que en el siglo XXI no haya tantas guerras, fueron demasiadas las noches en un siglo que, entre el horror y la esperanza tuvo más sombras que luces. Y en torno a esas dos actitudes transcurre el libro.
Juan Villoro definió a Grass como creador de la literatura de los escombros, como el mejor cronista de la ruina del siglo. Es posible. Pero quien lee a este autor sabe que también es la conciencia problemática y culpable del XX. También la más valiente y la más injuriada, la que elude la facilidad o la simplificación.
Lo explicaba Grass con brillantez en estos párrafos, de su discurso de recepción del Príncipe de Asturias, que se le concedió de forma casi simultánea a la primera edición de Mi siglo:
Continuamente, la Historia fijaba retumbante sus fechas. Y sólo gracias a la astucia literaria era posible enfrentarse a sus dictados con un contratexto: aquí acelerando el tiempo, allá dilatando su duración, o aproximando acontecimientos simultáneos, cambiando de perspectiva o pelando ostensiblemente cebollas.
Así logra la Literatura dejar al descubierto el reverso de la Historia. Permite ver los acontecimientos triviales, pero destructores, que se producen tras la tribuna que soporta al Estado. Para la Literatura, lo elevado resulta ridículo, lo grande insignificante y, como en el cuento de Andersen El traje nuevo del Emperador, hace que el niño pueda ver desnuda a cualquier majestad. Me refiero a la perspectiva narrativa que va de abajo arriba pasando sobre el borde de la mesa; es la mirada, amoral por ingenua, que no se deja engañar. De ese modo, el curso supuestamente significativo de la Historia desemboca en las aguas residuales de las que se alimenta el mar sin orillas del absurdo.
Una buena parte de la literatura que yo puedo escribir surge de las pérdidas. Vive de las crisis. Florece entre los escombros. Oye el ruidito de la carcoma. Su función es profanar cadáveres. Por un precio, o por nada, vela a los difuntos y cuenta a los supervivientes, siempre de nuevo, las viejas historias.
La verdad es cuento largo, dijo Grass en una de sus últimas novelas. Quizá esa declaración resuma toda su obra.
Santos Domínguez