21/4/07

Luna de Capricornio




María Sanz.
Luna de Capricornio.

Introducción de Biruté Ciplijauskaité.
Aguaclara, Alicante, 2007.


Veinticinco años de poesía ha reunido María Sanz (Sevilla, 1956) en Luna de Capricornio, la antología que acaban de publicar Aguaclara y el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil Albert. Veinticinco años de poesía y de vida, porque la poesía de María Sanz, elaborada y reflexiva, se alimenta de la biografía y de la experiencia sentimental e intelectual de su autora.

Sevilla y Soria, los Jardines de Murillo y el Paseo de los magnolios emergen en la memoria y en el presente de una poesía que se nutre de la emoción contemplativa y de la sensorialidad de la palabra, de una contemplación emocionada y dolorida y una actitud receptiva en la que se implican todos los sentidos para ahondar en una realidad que se capta sensorialmente antes de ser pensada en su dimensión temporal y existencial.

La raíz sevillana de María Sanz, tan barroca también, se percibe en esa actitud sensitiva que enlaza con el Barroco andaluz de la poesía, la imaginería y la pintura para hablarnos de una lenta soledad que calienta un mínimo sol de invierno, en vuelo sostenido como el del pájaro.

Y la música. En los poemas de María Sanz suena al fondo el piano de Satie o el violín de Vivaldi, siempre un solo que brilla con el tibio resplandor de su palabra.

Música y pintura quedan incorporadas así con naturalidad a la palabra en verso de María Sanz, de enorme capacidad plástica y evocadora. Están aquí convocados Leonardo en el Cenáculo vinciano, Vivaldi y Brahms, los cipreses de Van Gogh, Mahler y Wagner.

Naturaleza y vida se dan cita en esta poesía para fundirse luego en la emoción y en la palabra que brotan de una fuente oscura y transparente. Salida de un pozo de misterio, la palabra poética de María Sanz surge de la intuición, del hospedaje de nieblas becquerianas para tomar cuerpo en el poema, en el lugar hondo y secreto de donde surge la luz más transparente.

Fundida con el paisaje, con la tarde o la noche cerrada, o empapada por la lluvia que cae sobre el silencio del tiempo y sus alas caídas, la autora evoca la infancia en sus Jardines de Murillo, la tristeza de los naufragios en Aires de paso, el sueño de Numancia en Los aparecidos, las cenizas y relojes para un derrumbamiento en Desde noviembre.

Amor, tiempo y soledad son los tres vértices del triángulo de una poesía que encuentra su sentido en el cauce sereno de su verso. Y tres movimientos: percepción, contemplación y reacción en forma de poema, que se convierte en el lugar de encuentro de lo exterior y lo interior, de la subjetividad que ejerce su caza de altanería, elevada y precisa.

Del corazón a la palabra, como en la presencia poética constante de San Juan de la Cruz, hay aquí una insistente llama que persiste, encendida siempre, por detrás del desengaño de Tanto vales o de estos versos de A cierta altura:

el mundo es una fiesta
a la que tú jamás fuiste invitado.

Y tras la reconstrucción de una Sevilla vegetal y emocionada, la de Domus Aurea, tras la literatura como forma de homenaje en Tu lumbre ajena, que es también una exploración arriesgada de la poesía visionaria más arrebatada e irracional, a partir de Dos lentas soledades la poesía de María Sanz se concentra en un tono más sapiencial que deja pasar de vez en cuando la ironía.

Esa línea persiste en Tempo de vuelo sostenido, en su noche transfigurada por el silencio y en la desnuda madurez reconcentrada de sus dos últimos libros, Mínimo sol de invierno y Voz mediante.

Entre su primer libro, Tierra difícil, y el último, Voz mediante, este es el testimonio de un proceso de crecimiento que persigue la perfección poética y consigue algo tan inusual como una voz propia, clara y verdadera: la de María Sanz.

Santos Domínguez