Antonio Ferres.
Los vencidos.
Gadir. Madrid 2005.
Los vencidos.
Gadir. Madrid 2005.
Antonio Ferres, uno de los más caracterizados representantes del realismo social en la narrativa española, vio cómo su novela Los vencidos fue rechazada por la censura en 1960 y tuvo que aparecer en París en 1965. Gallimard y Feltrinelli publicaron traducciones de esa novela que no se ha editado en España hasta 2005, en que la incorpora a su catálogo Gadir, que la ha convertido en uno de sus aciertos editoriales, en uno de sus títulos más relevantes.
Con López Salinas, Jesús López Pacheco o Alfonso Grosso, Antonio Ferres representa la línea más combativa del realismo de los años sesenta, una radicalización estética y política de aquel otro realismo más templado que iniciaron Fernández Santos, Ferlosio o Aldecoa a mediados de la década anterior.
Esta, que no se corresponde exactamente con las anteriores, es la versión definitiva de Los vencidos, una recuperación tan acertada como deseable, porque esta novela quedará como uno de los mejores testimonios narrativos e históricos de la posguerra.
Su punto de partida se sitúa en 1942, el mismo año en que se ambienta La colmena. Y desde ahí, en flashback, la acción se retrotrae al pasado inmediato de los últimos meses de la guerra y los primeros tiempos de la represión y la posguerra.
Con el esquema narrativo clásico del viaje, el que realiza la protagonista desde Granada a Madrid, la novela tiene como referentes a tres personajes: Asunción, la maestra de Torrenoblejas, que viaja en busca de noticias de Antonio Blanco, su marido, secretario del ayuntamiento; Federico Vidal, médico catalán que compartió guerra y cárcel con él y Miguel Armenteros, oficial de prisiones, que hizo la guerra como capitán de artillería en el bando sublevado.
Ese viaje es temporal además de espacial. Es un viaje hacia el pasado que contiene también una dimensión moral en la que conviven el miedo y la esperanza individual y colectiva en torno a la superación de una tragedia que tuvo también esa doble proyección.
Con técnicas características del objetivismo, el propósito documental y testimonial se proyecta en el uso del diálogo con el que el narrador cede la voz a los personajes. Baroja, Aldecoa, Faulkner sustentan esa técnica en esta novela sin vencedores, porque todos perdieron en aquella tragedia civil en la que unos derrotaron a otros, pero todos resultaron vencidos: los que perdieron la guerra y los que, aunque la ganaron, perdieron la historia.
De esa situación habla esta novela en la que, pese a todo, aparece la confianza en el entendimiento y en la reconciliación. Canción de fe se titula muy significativamente la cuarta parte de la novela, el último de los cuatro fragmentos que la articulan. Va encabezada esa parte por una cita de Jesús López Pacheco, tan vinculado generacional y narrativamente a Ferres:
Con López Salinas, Jesús López Pacheco o Alfonso Grosso, Antonio Ferres representa la línea más combativa del realismo de los años sesenta, una radicalización estética y política de aquel otro realismo más templado que iniciaron Fernández Santos, Ferlosio o Aldecoa a mediados de la década anterior.
Esta, que no se corresponde exactamente con las anteriores, es la versión definitiva de Los vencidos, una recuperación tan acertada como deseable, porque esta novela quedará como uno de los mejores testimonios narrativos e históricos de la posguerra.
Su punto de partida se sitúa en 1942, el mismo año en que se ambienta La colmena. Y desde ahí, en flashback, la acción se retrotrae al pasado inmediato de los últimos meses de la guerra y los primeros tiempos de la represión y la posguerra.
Con el esquema narrativo clásico del viaje, el que realiza la protagonista desde Granada a Madrid, la novela tiene como referentes a tres personajes: Asunción, la maestra de Torrenoblejas, que viaja en busca de noticias de Antonio Blanco, su marido, secretario del ayuntamiento; Federico Vidal, médico catalán que compartió guerra y cárcel con él y Miguel Armenteros, oficial de prisiones, que hizo la guerra como capitán de artillería en el bando sublevado.
Ese viaje es temporal además de espacial. Es un viaje hacia el pasado que contiene también una dimensión moral en la que conviven el miedo y la esperanza individual y colectiva en torno a la superación de una tragedia que tuvo también esa doble proyección.
Con técnicas características del objetivismo, el propósito documental y testimonial se proyecta en el uso del diálogo con el que el narrador cede la voz a los personajes. Baroja, Aldecoa, Faulkner sustentan esa técnica en esta novela sin vencedores, porque todos perdieron en aquella tragedia civil en la que unos derrotaron a otros, pero todos resultaron vencidos: los que perdieron la guerra y los que, aunque la ganaron, perdieron la historia.
De esa situación habla esta novela en la que, pese a todo, aparece la confianza en el entendimiento y en la reconciliación. Canción de fe se titula muy significativamente la cuarta parte de la novela, el último de los cuatro fragmentos que la articulan. Va encabezada esa parte por una cita de Jesús López Pacheco, tan vinculado generacional y narrativamente a Ferres:
De la luz de la mañana yo nunca dudaría.
Santos Domínguez