10/4/07

Escrito a lápiz



Robert Walser.

Escrito a lápiz.
Microgramas II (1926-1927).
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Siruela. Libros del Tiempo.
Barcelona, 2006.

En Robert Walser o la escritura como paseo, que forma parte del libro Sombras sueltas, Luigi Amara escribe lo siguiente:

Ocuparse de un hombre tan elusivo como Robert Walser, quien se resignó a vivir en un manicomio para darle la espalda al mundo, con la esperanza de que allí quizá sí enloquecería para siempre, vegetando por los rincones a la manera de Hölderlin, no tendría por qué estar libre de riesgos y contrariedades. A fin de cuentas, por más que sobresaliera en el arte de pasar inadvertido, por más que su mano derecha sintiera cierta animosidad hacia la pluma en vista de que su huella es más perdurable y enfática que la del lápiz, si en algo falló Robert Walser fue en su propósito de difuminarse en las catacumbas de lo indistinto, en que precisamente a causa de su escritura no fue capaz de completar la obra maestra de la invisibilidad.

Conocido por la admiración que le tuvieron Musil, Bernhard y Benjamin, o por el aprecio de Kafka y de Canetti, Robert Walser es un escritor de prestigio (tan desprestigiado para él) al que han reivindicado últimamente plumas tan distintas como las de Calasso, Coetzee o Vila-Matas.

Es en sus microgramas –textos desordenados y algo caóticos, escritos a lápiz y con una letra minúscula- donde puede observarse mejor su gusto por los objetos insignificantes y los detalles ínfimos, su voluntad de habitar en los márgenes.

Escritos entre 1924 y 1932, los microgramas son el testamento literario de Robert Walser. Son una colección de 526 hojas y papeles de distinto formato, cubiertos de una minúscula letra Sütterlin, escritos a lápiz e ilegibles a primera vista.

La minuciosa labor de Werner Morlang y Bernhard Echte, que dedicaron más de quince años a descifrar letra a letra unos textos que en un principio parecían fruto de la locura del autor suizo, permite acceder a esas piezas menores en las que se plasma el deseo walseriano de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad.

Walser confesaba en una carta de 1927 que había empezado a utilizar el lápiz para librarse del tedio de la pluma, de un cansancio que lo había llevado a un desajuste o que era su resultado. De esa crisis, de ese desencuentro con la pluma y con un determinado ritmo de escritura, surgen los microgramas, la miniaturización cada vez más intensa de su caligrafía.

Siruela comenzó a publicar los Microgramas en 2005. En aquel primer tomo aparecían los escritos entre 1924 y 1925. Y ahora, en este segundo volumen, se incluyen los que Walser escribió entre la primavera de 1926 y el otoño de 1927, en 156 hojas partidas por la mitad de un calendario.

Los temas, el tono, la actitud de Walser son los del resto de su obra: el gusto por el paseo y la divagación, el detalle pasajero y lo efímero, la aspiración de no ser nadie, los pasos previos a la disolución de la literatura y de la identidad.

Quien pasó parte de su vida deambulando de un lado para otro de forma compulsiva acabó convirtiendo su literatura en un ir y venir dentro de la página sin rumbo, en una cháchara monologante y espiral sin plan premeditado, atento al detalle fragmentario, a una realidad dispersa en el detalle que se ve de paso, las palabras que fluyen con el paso rápido del dromómano frenético que fue Walser.

El 23 de abril de 1939 resumía así la misión del escritor: El artista tiene que extasiar o atormentar a su público.

Esas dos posibilidades del arte conviven en estos microgramas.


Santos Domínguez