11/9/06

El mal absoluto


Pietro Citati. El mal absoluto.
En el corazón de la novela del siglo XIX.
Traducción de Pilar González Rodríguez.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2006.


Una nueva mirada (y ya es difícil) sobre la novela europea y norteamericana del siglo XIX es la que proyecta Pietro Citati en este ensayo que ha editado Galaxia Gutenberg sobre un género fundamental en ese siglo, con el objetivo puesto en un tema que atraviesa no sólo ese género, sino toda la literatura de esa época: la noción del mal absoluto. No la maldad mezquina que no levanta el vuelo, sino el atributo demoniaco que fragua en la literatura desde Milton: la negra luminosidad del Satán rebelde en el que hay una evidente grandeza trágica.

Precedido de un prólogo que arranca en el XVIII con el triunfo del ideal burgués e ilustrado en Robinson Crusoe, un retrato de Potocki, el autor del misterioso y enciclopédico Manuscrito encontrado en Zaragoza, y esa hipótesis trágica sobre el mundo que es Las afinidades electivas, un primer tramo nos lleva de Jane Austen a Poe a través de De Quincey, Dumas o Hawthorne.

Una reconstrucción vívida del mundo personal y novelístico de Jane Austen a partir de sus cartas y de la pura contemplación de sí misma en su narrativa; el admirable retrato de Thomas de Quincey, que es para Citati la grandeza absoluta; o las encarnaciones de Vautrin, el personaje de Balzac que encarna el mal absoluto, último hijo de Caín, maquinador policiaco de simulaciones. El talento de Dumas en el espejo de sus Memorias, su oficio y el misterio de su escritura en Los tres mosqueteros; las cartas de un Poe solitario y dotado de un alma vacía y melancólica y un magistral perfil de Hawthorne en Nueva Inglaterra, con la culpa y el pecado como atributos del destino en su mundo de tinieblas diez veces negras.

Tras una parada en la colina de Brusuglio para ver a Manzoni y su círculo incestuoso en uno de los retratos más impresionantes del libro, el elogio de un Dickens prodigioso y minusvalorado; el viaje con Dostoievski a Londres, San Petersburgo o Wiesbaden en los años agitados de las Memorias del subsuelo, Crimen y castigo y Los demonios.

De Flaubert a Tolstói, Citati hace que nos fijemos en los ojos de Emma Bovary, un personaje que mira, y en Bouvard y Pécuchet, los contradictorios protagonistas de un libro diabólico; nos regala un retrato de Lewis Carrol a la orilla de un río, mientras merienda con aquellas niñas que fotografió tanto y otro retrato de Pinocho, para enseñarnos luego los caballos de Leskov, escritor de cuentos inauditos, y la potencia alegórica de Tolstói en La muerte de Iván Ilich.

Ese cuarto recorrido termina con el misterio de Giovanni Verga, un hombre mediocre que escribió dos obras maestras, y con una rápida y certera introducción a Salgari a través del perfume de los nagatampos.

Stevenson y James centran la última sección del libro a través de la correspondencia que intercambiaron; con un retrato de Stevenson que, como el americano, vivía entre los muertos y extrajo La isla del tesoro del patrimonio oral de su infancia escocesa.

La autobiografía de James, aquel monstruo admirable, el foco femenino y único del Retrato de una dama o la génesis de Otra vuelta de tuerca, rematan provisionalmente un libro que se cierra con un epílogo que analiza La interpretación de los sueños de Freud como obra de ficción.

Una invitación a la lectura o a la relectura, hecha por un lector excepcionalmente sabio y sensible, una iluminación de inteligencia para entrar en un bosque arduo, o para verlo a nueva luz cuando Citati nos descubre las ramas más altas, aquellas raíces, la solidez de un tronco...

Santos Domínguez