Alèssi Dell´Umbria. ¿Chusma?
Pepitas de calabaza.
Logroño, 2006
A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia ha escrito Alèssi Dell’Umbria, según se indica en el amplio subtítulo, este ¿Chusma?, un análisis de la explosión suburbial que conmovió a la sociedad francesa hace pocos meses que publica la editorial Pepitas de calabaza.
A él pertenecen estas líneas, que son a la vez resumen orientativo y reclamo para el lector interesado:
"La cuestión social por excelencia es la de la relación con el mundo. El aislamiento, la separación entre el individuo y la comunidad, son la condición misma del funcionamiento de la maquinaria capitalista. El capital debe destruir de forma imperativa, mediante la violencia directa o por medio de infames constreñimientos, cualquier forma de arraigo local, a imagen de aquellos campesinos ingleses del siglo XVIII a los que obligó, a través de la práctica de las enclosures (cercados), a abandonar el campo para engrosar las filas del ejército de reserva del salariado industrial. Desarraigados, privados del punto de apoyo de la comunidad rural, a los fabricantes textiles de Manchester y de Birmingham les servían igual para un roto que para un descosido. Nos encontramos ahora en la etapa en que ese proceso se ha globalizado bajo diversas formas, lo cual significa que los incendios de los suburbios no plantean una cuestión de derechos, sino las cuestiones de la lucha social real, porque los jóvenes parados-de-por-vida y precarios que nacen y crecen en estas zonas de marginación no son el resultado de una injusticia particular, sino la condición de funcionamiento de un país capitalista avanzado."
Lejos de cualquier discurso prepotente, moralizante o pseudo-insurreccionalista -explica el editor-, este riguroso y esclarecedor texto sitúa los acontecimientos del otoño de 2005 en Francia dentro del proceso de desintegración social y reforzamiento del Estado-Leviatán iniciado en toda Europa. Y lo hace con la intención de abrir un debate real y proponer una perspectiva revolucionaria frente al chantaje político-mediático que ofrece, como opción ineludible, la elección entre la integración laica y democrática frente al comunitarismo étnico-religioso o pseudocultural. El autor de estas líneas - comenta el editor- no es, por fortuna, ni sociólogo ni periodista ni militante. A principios de los años ochenta participó en la primera gran revuelta de las «banlieues». Después asistió, impotente, a la derrota y recuperación de la misma, así como a la instauración en el país vecino de un auténtico apartheid social, cuyas etapas y mecanismos de constitución, desde el final del colonialismo hasta la actualidad, recapitula en el texto. Así pues, este ensayo nos ofrece mucho más que una historia de la revuelta de los suburbios o de la inmigración, ya que no se limita a dar las claves de varias décadas de evolución social (lo que ya es todo un logro en sí mismo), sino que propone orientaciones concretas para el presente y el futuro inmediatos.
Hoguera de vanidades en la que ardió algo más intangible que los coches, revueltas de fuego en las que los incendiarios no eran sólo los musulmanes, los inmigrantes pobres de segunda generación no integrada. Aquella no fue una simple revuelta de los integristas: tuvo un importante componente anarquista que se afirmó en el escándalo, el alboroto y el desorden como respuesta agonista a la marginación urbana, a la segregación social y étnica, una mezcla explosiva en los suburbios.
La violencia adolescente se concentró en la banlieu ( el suburbio y etimológicamente el lugar del destierro) y dio cauce a la agresividad sistemática, al racismo y a los valores machistas de la juventud rebelde de los suburbios pobres.
Así se desató en la sociedad una guerra abierta de todos contra todos, una neurosis colectiva que reclama la seguridad de los modelos autoritarios de la V República, con una importante responsabilidad histórica de la izquierda francesa, con peligrosos rebrotes de religiosidad y sectarismo ideológico, formas equivalentes de identidades ideológicas monolíticas con dimensión comunitaria.
Inmigrantes y globalizados, la ruptura de los vínculos familiares de estos adolescentes favorece la exclusión en otros niveles sociales y su integración en bandas marginales como forma de socialización para las que la violencia se convierte en signo de identidad.
La del otoño de 2005 fue la primera gran revuelta, la primera llamada de atención de los precarios del mercado laboral y los contratos-basura de prácticas.
Hasta aquí, el diagnóstico.
¿El pronóstico? Reservado, reservado.
Hoguera de vanidades en la que ardió algo más intangible que los coches, revueltas de fuego en las que los incendiarios no eran sólo los musulmanes, los inmigrantes pobres de segunda generación no integrada. Aquella no fue una simple revuelta de los integristas: tuvo un importante componente anarquista que se afirmó en el escándalo, el alboroto y el desorden como respuesta agonista a la marginación urbana, a la segregación social y étnica, una mezcla explosiva en los suburbios.
La violencia adolescente se concentró en la banlieu ( el suburbio y etimológicamente el lugar del destierro) y dio cauce a la agresividad sistemática, al racismo y a los valores machistas de la juventud rebelde de los suburbios pobres.
Así se desató en la sociedad una guerra abierta de todos contra todos, una neurosis colectiva que reclama la seguridad de los modelos autoritarios de la V República, con una importante responsabilidad histórica de la izquierda francesa, con peligrosos rebrotes de religiosidad y sectarismo ideológico, formas equivalentes de identidades ideológicas monolíticas con dimensión comunitaria.
Inmigrantes y globalizados, la ruptura de los vínculos familiares de estos adolescentes favorece la exclusión en otros niveles sociales y su integración en bandas marginales como forma de socialización para las que la violencia se convierte en signo de identidad.
La del otoño de 2005 fue la primera gran revuelta, la primera llamada de atención de los precarios del mercado laboral y los contratos-basura de prácticas.
Hasta aquí, el diagnóstico.
¿El pronóstico? Reservado, reservado.
Luis E. Aldave