08 noviembre 2006

Explorando el mundo



Explorando el mundo. Poesía de la ciencia. Antología
Selección de Miguel García-Posada
Gadir Editorial. Madrid, 2006.



Al frente de Los elixires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y prosa, (Anagrama, 2002) Hans Magnus Enzensberger, pone esta cita de Nabokov: "There is no sciencie without fancy and no art without facts." Ni ciencia sin imaginación ni arte sin hechos.

Algunos años antes, en 1960, Saint-John Perse recibía el Nobel con un discurso titulado Poesia y ciencia. Allí, con precisas palabras de exactitud matemática, hermanaba al científico y al poeta, pues sostienen la misma interrogación sobre un mismo abismo, y únicamente difieren sus modos de investigación.

De un mismo impulso, de hacerse preguntas sobre lo desconocido y de proponer respuestas, de intentar explicarse el mundo, surgen la ciencia y la poesía, unidas en la obra de Lucrecio y de algunos presocráticos.

Pero no se trata sólo de ese impulso que está en el arranque común de poesía y ciencia. También en el proceso de asedio o de descubrimiento de la realidad hay relaciones evidentes entre la poesía y el número, entre la metáfora y la ecuación, entre el rigor y el ritmo, entre el verso y el universo. Por eso decía Coleridge que asistía a las clases de Química de la Royal Institution para enriquecer sus provisiones de metáforas.

Desde el año 2003 la Comunidad de Madrid tiene en marcha el proyecto Poesía y Ciencia que aspira a reunir unos quinientos textos para completarse.

Con el título Explorando el mundo, tomado de un texto de Pablo Neruda, la Editorial Gadir publica ahora una cuidada edición que recoge la parte más significatva de ese material. La selección la ha realizado Miguel García-Posada, que ha escrito un prólogo medido en el que resume el proceso de aproximación de poesía y ciencia.

Es la primera antología que se publica en España sobre la relación entre ciencia y poesía. Desde Lucrecio a Andrés Neuman, pasando por Dante y la astronomía que está en la raíz de la Divina Comedia, la Oda al átomo de Neruda, el Cálculo infinitesimal de las manzanas de Ernesto Cardenal, Lírica de Cámara, el libro de Celaya sobre la Física contemporánea o por Brines y su compacta Física de la muerte, este recorrido por la poesía y la ciencia viene a llenar no sólo con solvencia, sino con brillantez un hueco que persistía en el mercado editorial español.

Vuelvo, para terminar, a Perse y a su Poesía y ciencia:

Entre el pensamiento discursivo y el pensamiento poético ¿cuál va más lejos? Y de esta noche original donde tantean dos ciegos de nacimiento, uno equipado de la utillería científica, el otro asistido sólo por las fulguraciones de la intuición ¿cuál regresa más temprano, y más cargado de breve fosforescencia? No importa la respuesta. El misterio es común. Y la gran aventura del espíritu poético no le va en zaga a las aperturas dramáticas de la ciencia moderna (...) Por más lejos que la ciencia haga retroceder sus fronteras, y sobre todo el arco extendido de esas fronteras, se escuchará todavía correr la jauría cazadora del poeta.


Santos Domínguez

07 noviembre 2006

El tiempo de los emperadores extraños

Ignacio del Valle.
El tiempo de los emperadores extraños.
Alfaguara. Madrid, 2006.


—Si aquí ya no importan los vivos, imagínese los muertos.

La frase sin esperanza que le había dirigido meses atrás un oficial retumbó en la cabeza del sargento Espinosa como si hubiera sido pronunciada en el interior de una catedral. Minutos antes, su asombrada orden había hecho que, en un acto reflejo, el grupo de soldados se pusiera en pie cambiando precipitadamente las latas de carne y los cubiertos del condumio por máusers. Vistos desde lejos sobre la congelada superficie del río Sslavianka, envueltos en sus pesados uniformes de invierno, semejaban un grupo de desorientados pingüinos. Al cabo, sus ojos siguieron la línea imaginaria de la mirada del sargento, y cuando toparon con la causa de su voz, la mayoría adoptaron una actitud de recién despertados, de quien no ha entendido aún los límites entre aquello que están viendo y lo que veían en sueños. En una visión dadaísta, un conjunto de unas veinte cabezas de caballo sobresalían esparcidas sobre el lago helado como un ajedrez monotemático. Las ijadas abiertas, la tensión de sus cuellos, los ojos extraviados, todo indicaba que habían sido capturados por el frío en plena carrera. Pero no era el fantástico cuadro lo que mantenía su atención en suspenso, sino el hombre enterrado en el hielo hasta el torso que se hallaba pegado a una de ellas. El sargento Espinosa se adelantó y fue esquivando en zigzag cabezas equinas hasta quedar a la altura del cuerpo. Hasta ese momento habían utilizado las cabezas como improvisados asientos donde tomar la comida del día, y sólo cuando se levantó la niebla que, como un muro, les venía acompañando desde por la mañana, pudo el sargento descubrir al hombre. Se agachó con dificultad y observó su uniforme y el rostro helado. A continuación limpió la escarcha de las mangas y comprobó en la izquierda el águila del emblema nacional alemán y en la derecha el distintivo con los colores rojo y gualda y la leyenda «España». El muerto pertenecía a su división, pero su cara no le sonaba. Claro que no resultaba extraño: había más de dieciocho mil que recordar.


Invierno de 1943 en el frente de Leningrado. El sargento Espinosa, voluntario de la División Azul y en la vida civil ayudante de la cátedra de Química en la Universidad de Madrid, con un carácter marcado por la úlcera de estómago que padece, y el soldado Arturo Andrade, inteligente y opaco exteniente, tienen que investigar una serie de crímenes de los que son víctimas los soldados de la 250 División.

Con ese comienzo llamativo e intrigante que he copiado arriba, el lector se puede hacer idea de dos de las características más notables de esta novela: es una narración muy visual y de estilo cuidado.

No se trata solamente, aunque también es eso y lo es muy dignamente, de un
thriller, de una novela policiaca en la que unos improvisados investigadores tienen que desentrañar las claves de unas muertes rituales aún más inesperadas. Es también una denuncia de los horrores de la guerra, de la degradación de la condición humana en circunstancias (bélicas y ambientales) extremas. Como Lucifer en el último canto del Infierno de Dante, ese primer cadáver aparece con medio cuerpo enterrado en el hielo. Y es que esta novela tiene algo de bajada a los infiernos de la nieve en la estepa rusa, un espacio propicio para la maldad, para el conocimiento de la realidad y de uno mismo. Esa es la función que cumple ese episodio narrativo que está presente en todas las mitologías, religiosas o literarias.

Y es además una novela que reúne interés y exigencia literaria y que confirma la progresión de Ignacio del Valle, del que ya conocíamos
El arte de matar dragones (Premio Felipe Trigo) que editó Algaida en 2004, en la que el entonces teniente de los servicios secretos Arturo Andrade tenía que investigar el robo de una tabla renacentista. En esta peripecia el mismo protagonista, degradado a soldado raso, purga su pasado alistándose en la División Azul y asumiendo esta investigación desoladora.

El tiempo de los emperadores extraños,
que publica Alfaguara, forma parte, con El arte de matar dragones, con la que comparte protagonista y de la que que en buena medida es consecuencia, de una trilogía ambientada en los años 30 y 40 en la que se combinan historia y novela para construir un relato que mantiene constante el interés del lector con habilidad narrativa y bien aprendido oficio en el manejo de los diálogos. Un relato que funciona bien porque tiene su base más sólida en una verosímil recreación de aquel tiempo inverosímil.


Santos Domínguez

06 noviembre 2006

El abrecartas



Vicente Molina Foix.
El abrecartas.
Anagrama. Barcelona, 2006.


Cuando Vicente Molina Foix publicaba hace pocas semanas El abrecartas seguramente sabía mejor que nadie que había completado su obra más ambiciosa y más arriesgada. Es posible también que, pese a la inseguridad que acompaña a los actos creativos, estuviera razonablemente satisfecho de haber coronado el empeño con brillantez.

Con El abrecartas, que edita Anagrama en su serie Narrativas hispánicas, Molina Foix no afrontaba sólo el reto de escribir una novela epistolar, sino la dificultad de internarse en ese territorio oscuro, opaco y secreto que es la correspondencia privada, un ámbito en el que los personajes hablan en primera persona con libertad y sin inhibiciones.

Entre 1926 y 1999 se fechan esas cartas por las que circula la vida y la literatura, la imaginación y el cine, la política y el miedo. Y personas reales como Aleixandre y Miguel Hernández, Lorca y Alberti, Bousoño y Eugenio D'Ors junto con personajes inventados (con el excelente trazado de un triángulo amoroso lleno de sorpresas) o disimulados, como Cela, bajo la máscara de Trinidad López Douce, que a su vez usa la máscara de Ramiro Fonseca, poeta en agraz, delator con pujos literarios que contaminan sus informes de soplón de enfadosa retórica imperial.

La novela se encomienda a una cita de Balzac (Nunca inventamos más que la verdad) que orienta su sentido en este espacio común a la realidad y la ficción que crea la novela a través de las cartas en las que lo personajes cruzan sus vidas, sus experiencias, sus deseos o sus miedos. La novela puede así prescindir de un narrador para convertirse en una narración polifónica en la que personajes reales y ficticios completan una crónica coral de la España contemporánea.

Cada carta es el eslabón de una historia, y cada una de esas historias adquiere su sentido al integrarse en un conjunto en el que Sanahuja escribe a García Lorca, habla de Miguel Hernández y desde ahí se pasa a Aleixandre.

Para que ese material aparentemente disperso se integrase, era imprescindible establecer una serie de vínculos que conectaran a los personajes en una red de relaciones, a veces evidente, otras veces inesperadas. Y ese tejido debía contar además con algunos ejes temáticos en torno a los que articularse: la guerra civil es uno de esos ejes que recorren la novela como un río, a ratos subterráneo; como una experiencia que cambió decisivamente todas estas vidas, las ficticias y las reales.

Los informes de Douce/Fonseca, la literatura y el cine, las relaciones amorosas, con más de una sorpresa, son los otros ejes en torno a los que giran estas vidas y se conectan unas con otras para mostrarnos un fresco de la posguerra y las cárceles, de las revueltas universitarias del 56 o de las curiosas fiestas paganas de D'Ors y sus eugénicas idólatras.

De esa manera se pasa del simple cruce de cartas, de su mera yuxtaposición, a un entramado general que integra a los personajes y los sitúa en el conjunto de un bien pensado diseño novelístico.

Hay en El abrecartas, como en la vida, una evidente desproporción entre personajes inolvidables como Andrés Acero o Maenza, y otras existencias triviales, al menos en lo epistolar. Esa desigualdad de vidas, de experiencias e incluso de interés humano o narrativo, no es un desajuste ni un defecto, sino el reflejo de una realidad en la que no todas las vidas tienen el mismo relieve, ni la misma intensidad.

Pero todas ellas son imprescindibles en este bien engrasado mecanismo en el que conviven lo público y lo privado, el amor y la política, la literatura y el cine, el idealismo y la bajeza para completar una obra con la que Molina Foix alcanza su más alta madurez artística.

Con perdón de las fieras.

Santos Domínguez





04 noviembre 2006

Una educación sentimental






Murasaki Shikibu.
La historia de Genji. Tomos I y II. 
Edición Royall Tyler. 
Traducción de Jordi Fibla. 
Atalanta. Gerona, 2006.


En uno de sus ensayos más conocidos, Tres momentos de la literatura japonesa, incluido luego en Las peras del olmo, Octavio Paz habla con llamativo entusiasmo de La historia de Genji, un libro escrito en Japón a principios del siglo XI por una mujer que firmaba con el apodo Murasaki Shikibu. La primera traducción de ese clásico japonés a una lengua occidental apareció en Inglaterra en 1925 y desde entonces su fama no ha dejado de crecer hasta el punto de fundar una creciente legión de incondicionales y de convertirse en un fenómeno cultural que va más allá de los límites del libro. Incluso en España, donde hasta hace un año no se disponía de ninguna traducción, conozco a algunos de esos entusiastas que habían llegado a plantearse realizar una versión en castellano de La historia de Genji. En otoño de 2005 coincidieron en las librerías las dos primeras traducciones al español. Hubo que esperar mil años, reales, no hiperbólicos, para que al final se produjera esa coincidencia de dos ediciones: la de Destino, con los 33 capítulos de la primera parte, y la de Atalanta con los 41 de la primera y la segunda. Esa edición de Atalanta acaba de completarse con la publicación de los trece capítulos restantes en un segundo tomo que viene avalado por el éxito editorial del primer volumen, que alcanza ya la tercera edición. Ninguna de esas dos ediciones en español es traducción directa del original japonés. La versión de Destino traduce la adaptación inglesa de Arthur Waley, que tiene un cierto regusto de época, suena un poco, incluso después de traducida, a James y a Proust. La de Jordi Fibla para Atalanta se ha basado en la edición más reciente en inglés, la que Royall Tyler hizo en 2001 para Penguin, que hoy está aceptada como la más completa y seria, como la más fiel al original. De esa edición anotada y profusamente ilustrada se han traducido el prólogo, el glosario y las abundantes e imprescindibles notas de Tyler que la acompañaban. Organizada en dos tomos, el primero contenía los 41 capítulos que narran la historia del príncipe Genji. Son dos de las tres partes en las que se estructura la obra. El segundo, con los trece capítulos restantes, acaba de aparecer en las librerías y se centra, ocho años después de la muerte de Genji, en su hijo y su segundo nieto. Son los relatos de Uji, un título que hace referencia al río y a la ciudad en que transcurren. Ambos tomos completan la historia de una familia que abarca más de setenta y cinco años narrados desde puntos de vista distintos en una obra que se suele considerar la primera novela moderna y uno de los grandes clásicos de la literatura universal. De su autora no se sabe casi nada. Ni siquiera su nombre real, aunque ocupa en la literatura japonesa el papel relevante que la cultura occidental reserva a Homero, a Shakespeare o a Cervantes. En el ensayo que citábamos al comienzo, Octavio Paz hablaba del nivel de esta novela, equiparable a los grandes clásicos occidentales: a Cervantes, a Shakespeare, a Balzac, a Proust. Y en esa misma línea se desarrolla toda una vertiente crítica que relaciona a su autora, Murasaki Shikibu, con Proust: por su refinamiento, por los ambientes sociales, por su demorada profundidad en el análisis psicológico de los personajes, por su meditación sobre el tiempo. Hay en este libro monumental un despliegue de argumentos paralelos que parecen anticipar las técnicas caleidoscópicas de la novela contemporánea, los relatos se superponen integrados según el modelo de las cajas chinas y son frecuentes las variaciones de perspectiva y punto de vista. Como todos los clásicos, esta novela tiene la virtud de ser inmune al tiempo. Parecerá un tópico, pero los personajes que la pueblan podrían ser nuestros contemporáneos, no gente de hace mil años, y podrían vivir cerca de nosotros, no en montañas lejanas ni en países remotos si se me permite la ya inmortal frase. Se podrá pensar que la lectura que se propone en esta reseña es anacrónica porque trae a la contemporaneidad una narración tan lejana en el espacio y con tantos siglos a cuestas. Puede que eso sea verdad, pero más innegable es que esa es la única manera de leer un libro, actualizándolo en el acto de la lectura y haciendo una lectura contemporánea de los clásicos, que interesan no por la superstición del rótulo o la costumbre, sino en la medida en que su voz sigue siendo actual y nos sigue hablando del presente. Esa es la prueba del nueve de la literatura y los autores clásicos: que permitan esa lectura o que la repelan. Y esta Historia de Genji no sólo la admite, sino que la exige, la reclama del lector antes de provocar en él un sostenido entusiasmo que muy pocas obras suscitan. "Nada se ha escrito mejor que esto en ninguna literatura”, decía Marguerite Yourcenar, una de las más brillantes portavoces del entusiasmo lector que suscita esta historia. A esa fascinación del texto se refería no hace mucho Clara Janés cuando decía que este libro, aunque los merezca, no necesita elogios previos. El lector sólo tiene que empezar a leerlo y algo inasible le empujará a seguir mirando ese mundo espacioso por una ventana desde la que contempla la ambición y el secreto, el amor, el resentimiento y el orgullo. Al fondo de la historia personal y de la educación sentimental del príncipe, que tiene como eje una serie de decisivos personajes femeninos, está siempre la naturaleza. Una naturaleza animada que en su exuberancia vegetal sirve de contrapunto melancólico y titula muchos capítulos del libro con sus hojas tiernas y sus brotes de primavera, sus campánulas, sus ríos de bambú, sus nudos de trébol y sus helechos, hasta el último capítulo, El puente flotante de los sueños, que deja flotando también la historia en la ambigüedad abierta de un final desconcertante y enigmático como la doncella del puente que se evoca en este tanka:
¡Qué gotas mojan estas mangas, cuando el remo del barquero, al rozar los bajíos, sondea el misterioso corazón de la Doncella del Puente!
Llena de belleza serena y melancólica, de un sutil sentimiento del tiempo, de inteligencia y de sensibilidad, la obra cuenta no sólo la historia de una educación sentimental. La historia de Genji es también y sobre todo una historia del deseo, que ocupa aquí el mismo papel capital que tiene en otras novelas modernas que plantean ese asunto como un concepto vertebral de la narración. Una historia trazada con sutileza de calígrafo por otra de esas mujeres contadoras de historias, como la hija de Homero, como Sherezade, casi contemporánea de Murasaki, en quien la delicadeza no es sólo una forma de actuar o de escribir, sino una postura sentimental ante el mundo y un método para lograr la matización psicológica y emocional de los personajes. Es este un libro para lectores con tiempo libre, porque no se trata solamente de una obra larga, sino de una obra tranquila que hay que saborear con la lentitud del degustador de la poesía. La delicadeza estilística del texto y de su universo sentimental hace que la poesía encaje de modo natural en el cuerpo de la obra, muchas veces como resumen, anticipo o clave de la acción narrada, como en este tanka sobre el árbol de la retama, que tenía la reputación poética de ser visible desde lejos y desaparecer cuando uno se aproximaba:
Yo, que jamás supe lo que significaba el árbol de retama, ahora me asombro al descubrir que el camino a Sonohara me ha alejado mucho de mi ruta.
Los casi ochocientos tankas que aparecen en La historia de Genji hacen que este sea también un corpus de referencia para la poesía clásica de Japón. Las ilustraciones, realizadas por un artista contemporáneo que se ha basado en modelos medievales ya que las originales se perdieron, son un valor añadido a un texto que, como en toda la literatura oriental, funde la palabra, la caligrafía y el dibujo en una voluntad artística unitaria. Lo sorprendente es que el lector entra en este libro sin extrañeza y siente que ni los paisajes naturales exteriores ni los otros paisajes interiores de la emoción le son ajenos. Quizá todo esto tenga que ver mucho con la modernidad de una concepción de la escritura como desafío al tiempo y al olvido. Una modernidad que procede de esa conciencia del tiempo que destacaba Octavio Paz como el valor más característico de esta obra, como el verdadero tema de esta historia inolvidable.
Santos Domínguez

03 noviembre 2006

Represalia



Gert Ledig.
Represalia.
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2006



En el otoño de 1957, cuando el desprecio de la novela entre los contemporáneos era evidente desde hacía tiempo, Gert Ledig escribió, altanero, a la editorial Fischer: «Represalia fue un libro muy fuerte, y de un modo u otro recorrerá su camino. Como mínimo tiene asegurada una nueva edición después de la Tercera Guerra Mundial.» Había que anticiparse necesariamente a esta, y será interesante observar si en adelante Represalia, medio siglo después de la última guerra mundial, tiene por fin una posibilidad de convertirse en una obra fundamental de la literatura alemana.


Así termina el posfacio que Volker Hage escribió para la reedición en 1999 de Represalia (1956), de Gert Ledig. Una crónica novelada del horror de los bombardeos sobre las ciudades en la segunda guerra mundial. 69 minutos en el infierno de los refugios antiaéreos y en el interior de los aviones.

Cincuenta años después de la primera edición alemana de Represalia, que fue rechazada por un público y una crítica que tenían aún abiertas las heridas de la guerra, Minúscula publica en su colección Alexanderplatz la primera traducción al español de esta novela.

Gert Ledig (1921-1999) fue la gran esperanza de la literatura alemana de mediados del siglo XX y en octubre de 1998, cuando lo visitó Hage, había renunciado desde hacía muchos años a su actividad literaria y vivía olvidado en compañía de su gato, intentando conjurar los recuerdos y olvidar la incomprensión de la crítica hacia una novela como esta Represalia, que hoy se tiene en alta consideración, como una de los mejores relatos testimoniales sobre la Segunda Guerra Mundial. Ledig no llegó a ver ni esta reedición ni su buena acogida en Alemania cuando ya se había distanciado lo suficiente de aquellas dolorosas circunstancias bélicas de las que surge este relato estremecedor.

Brutal desde la primera línea hasta la última, como los hechos de los que habla, la novela es una narración de las represalias aéreas, de los bombardeos de la aviación aliada un día de julio de 1944 sobre una ciudad alemana. Los cuenta un narrador impávido y preciso como las bombas que caen entre las 13,01 :

Dejad que los niños se acerquen a mí.
Cuando explotó la primera bomba, la onda explosiva arrojó a los niños muertos contra el muro. Se habían asfixiado el día anterior en un sótano. Habían depositado sus cuerpos en el cementerio porque sus padres combatían en el frente y había que buscar primero a las madres. Sólo hallaron una, pero yacía aplastada bajo los escombros. Así era la represalia.


y las 14,10:

La represalia se cumplía.
Era incontenible.
Pero no era el Juicio Final.

Y en medio, la vida era un simple despojo.

Con una técnica constructiva que utiliza el montaje de secuencias breves, Ledig va levantando la novela a base de la superposición de planos, de estratos verticales y de personajes. Desde el plano superior en el que los aviones aliados lanzan bombas y paracaidistas y realizan vuelos rasantes, hasta los refugios subterráneos donde queda enterrada en vida la población civil, pasando por planos intermedios como los de las torretas defensivas, las casas y las calles, se mezclan los personajes en un mismo caos, en un siniestro collage del terror.

Es la destrucción implacable que mezcla espacios y personajes, víctimas y verdugos, vidas y muertes en esta novela que deja en el lector una impresión imborrable, tan devastadora como los hechos que denuncia con una mirada como la de Ledig, tan desnuda como la parquedad de sus frases.

Esa mirada inmisericorde hacia el horror que viene del cielo y hace que las madres dejen en mitad de la calle el cochecito con el niño para refugiarse junto a una tapia de cementerio es lo que provocó un rechazo que sólo el tiempo pudo suavizar.

La recuperación de esta Represalia tuvo mucho que ver con las conferencias de W. G. Sebald en Zürich (1998) sobre Guerra aérea y literatura que editó Anagrama en Sobre la historia natural de la destrucción.
Escribía allí Sebald estas líneas, antes de hablar de esta novela:
Es difícil hacerse hoy una idea medianamente adecuada de las dimensiones que alcanzó la destrucción de las ciudades alemanas en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, y más dificil aún reflexionar sobre los horrores que acompañaron a esa devastación. Es verdad que de los Strategic Bombing Surveys de los Aliados, de las encuestas de la Oficina Federal de Estadística y de otras fuentes oficiales se desprende que sólo la Royal Air Force arrojó un millón de toneladas de bombas sobre el territorio enemigo, que de las 131 ciudades atacadas, en parte sólo una vez y en parte repetidas veces, algunas quedaron casi totalmente arrasadas, que unos 600.000 civiles fueron víctimas de la guerra aérea en Alemania, que tres millones y medio de viviendas fueron destruidas, que al terminar la guerra había siete millones y medio de personas sin hogar, que a cada habitante de Colonia le correspondieron 31,4 metros cúbicos de escombros, y a cada uno de Dresde 42,8..., pero qué significaba realmente todo ello no lo sabemos. Aquella aniquilación hasta entonces sin precedente en la Historia pasó a los anales de la nueva nación que se reconstruía sólo en forma de vagas generalizaciones y parece haber dejado únicamente un rastro de dolor en la conciencia colectiva; quedó excluida en gran parte de la experiencia retrospectiva de los afectados y no ha desempeñado nunca un papel digno de mención en los debates sobre la constitución interna de nuestro país.


Santos Domínguez.

02 noviembre 2006

Breviario del vino




José Manuel Caballero Bonald.
Breviario del vino.
Seix Barral. Barcelona, 2006



Seix Barral
acaba de recuperar Breviario del vino, un ensayo del poeta y novelista José Manuel Caballero Bonald, un magnífico y raro libro editado por José Esteban en 1980, en la colección Breviarios del árbol, y que aunque reeditado luego en 1988 por Mondadori, no había dejado de ser una exquisitez minoritaria.

El Breviario del vino está dedicado a sus compañeros de generación literaria, la del medio siglo, que han bebido lo suyo y es un brillante repaso de la historia y de la mitología del vino, un recorrido histórico por la memoria del vino en las distintas culturas. Es muy significativo que hayan sido muchas las civilizaciones que reclaman el mérito de haber vinificado la uva. De la mitología a la historia, de las raíces legendarias y la prehistoria del vino por las murallas chinas y los anales egipcios hasta llegar a la importancia del vino en la civilización, la vida y la religión o la literatura de la antigua Grecia, con el crédito y descrédito del vino entre los romanos y fomento paleocristiano de la vinicultura.

Capítulo aparte y completo merece la memoria bíblica del vino, de presencia constante en el libro de libros, para regar muchos textos del Antiguo Testamento, de Noé y Lot al Cantar de los cantares, sin olvidar la importancia esencial que tiene en episodios neotestamentarios como las bodas de Caná o la última cena.

Porque ese es uno de los datos fundamentales del libro: la presencia constante en muchas mitologías y religiones. En todas ellas hay una divinidad del vino: Osiris o Dionisos (de borrachera pareja a la de Noé), Baco o Xiutros el caldeo. En Grecia, ese itinerario del vino transciende de la mitología al teatro a través de los ditirambos y las danzas dionisiacas y desde la épica a la lírica para demostrar que el vino es bebida, mito y metáfora.

Pasando de la historia a la literatura, Caballero Bonald se centra en la imagen de los vinos españoles en la literatura extranjera. En Shakespeare, el primer propagandista del vino de Jerez a través de Falstaff; en las memorias de Casanova el libertino; en los viajeros románticos europeos.

Pero el vino es también la base de una importante industria, por lo que en una segunda parte el libro atiende al proceso de crianza del vino, de la viña a la botella, con explicaciones sobre la tierra y la cepa, la vendimia y el mosto, la vinificación, el envejecimiento y la conservación o la cata y las rectificaciones.

Hay en relación con su consumo toda una serie de usos, ceremonias y rituales del vino. Las copas y los vasos, la temperatura y el rito del descorche. Y no sólo de los usos del vino, sino también de sus abusos, que provocan borracheras y resacas, y de sus alivios y neutralizaciones, se habla en este Breviario.

El libro aborda también la geografía del vino: los caudales y los afluentes de las distintas zonas y denominaciones de origen para finalizar con las artes y las partes de los vinos y las comidas, con los deleites y provechos del vino.

La embriagadora prosa de Caballero Bonald, que demuestra que el vino puede perjudicar a la salud o a la solvencia del hígado, pero desde luego no a la prosa del jerezano, tan limpia, tan brillante como la manzanilla de Sanlúcar.


Luis E. Aldave

01 noviembre 2006

Enciclopedia del español en el mundo


Instituto Cervantes.
Enciclopedia del español en el mundo.
Círculo de Lectores. Plaza&Janés.
Barcelona, 2006.


En la actualidad son 14 los millones de estudiantes de español. Y la cifra crecerá con enorme rapidez, cuando sólo en Brasil aumente en diez millones el número de estudiantes de español al entrar en vigor la reforma educativa que lo hace obligatorio en la enseñanza media.

De los millones de personas que estudian el español como lengua extranjera en todo el mundo, del español en cifras, por continentes y por países, de su futuro como lengua de comunicación y de cultura trata La enciclopedia del español en el mundo, el minucioso y pormenorizado estudio que acomete en sus más de 900 páginas el anuario 2006-2007 del Instituto Cervantes.

Lo coeditan Círculo de Lectores y Plaza&Janés con motivo de los 15 años de la creación del Instituto y constituye el compendio más riguroso que se ha publicado hasta ahora sobre la situación del español como lengua de comunicación internacional y sobre el estado actual y las perspectivas de la cultura en lengua española en el mundo, en Internet y en los medios de comunicación.

Ninguna otra lengua, ninguna otra cultura había sido objeto de un estudio tan completo y tan documentado en el que doscientos veinte especialistas de las más variadas disciplinas completan un panorama global de la presencia internacional del español y de la cultura en español.

Escritores, artistas, investigadores y periodistas españoles e hispanoamericanos reflexionan sobre el terreno acerca de la vitalidad y la demanda creciente del español, que se ha convertido ya, después del inglés, en la segunda lengua extranjera más estudiada en el mundo.

La proyección exterior de las lenguas cooficiales de España, el papel de las comunidades autónomas en la enseñanza del español como lengua extranjera para los inmigrantes, el presente y el futuro del hispanismo en el mundo completan el apartado que estudia la lengua.

Son muchos y muy diversos los enfoques que abordan la importancia del español en los distintos ámbitos de la cultura internacional: la literatura, la ciencia, las artes escénicas o el cine.

Hay, y no lo olvida esta Enciclopedia del español en el mundo, un aspecto fundamental en este panorama de creciente influencia de los medios de comunicación, de la información y de Internet: el valor de los iconos culturales, el uso del español en la red y el papel de las Academias en la fijación de una norma uniforme: la del español del futuro, un español internacional y neutro para un mundo globalizado.

Una obra que debe servir, como ha señalado César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes “para tomar conciencia del lugar privilegiado en el que estamos en el mundo pero también para trabajar aún más por esa difusión de nuestra lengua y nuestra cultura.”

Por ejemplo en la red, la vía fundamental de transmisión de información en la actualidad, por encima de los medios de comunicación tradicionales. Sobre el valor de los iconos culturales en Internet han escrito Luis Cueto, Javier Noya y Chimo Soler un interesante capítulo en el que la principal conclusión es que la oferta de iconos españoles e hispanoamericanos en Internet es muy inferior a la demanda existente, a lo que habría que responder con la creación de más contenidos culturales que den respuesta a esa creciente demanda.

Pues en eso estamos.

Santos Domínguez

31 octubre 2006

Prosas dispersas de Antonio Machado




Antonio Machado.
Prosas dispersas (1893-1936).
Edición anotada de Jordi Doménech.
Páginas de Espuma. Madrid, 2001


Mientras leía esta primavera Ligero de equipaje, la biografía de Antonio Machado escrita por Ian Gibson, me llamaba la atención una y otra vez la insistente referencia a estas Prosas dispersas (1893-1936) que reunió Jordi Doménech en un voluminoso tomo publicado por Páginas de Espuma.

No se trataba de una declaración gratuita ni ligera. El lector de la más reciente y amplia biografía de Antonio Machado se encuentra con constantes apoyos documentales en este libro, que Gibson definía como "una aportación de valor incalculable al conocimiento de Machado."

El volumen se abre con una amplia y profunda introducción de Rafael Alarcón Sierra, un estudio que sitúa estos textos en su contexto público o privado. Las tres cuartas partes de estas prosas dispersas las constituye el epistolario, una escritura oculta de la que muchas veces surge el escrito público o el poema. Porque incluso en esas cartas se puede ir siguiendo con fluidez la doble dimensión ética y estética, cívica y literaria del pensamiento y la obra de Antonio Machado.

Es muy interesante comprobar por ejemplo cómo se desdobla el poeta en su correspondencia en diversos sujetos epistolares. No es el mismo Machado el que escribe cartas reverentes a Unamuno que el que se intercambia con Juan Ramón cartas breves sobre temas literarios, ni el Machado admirativo que se cartea con Ortega es el que escribe correspondencia amorosa con Pilar Valderrama. Ni estos se parecen mucho al que aconseja y regaña con afecto a Gerardo Diego.

El detenido y agudo estudio que hace Rafael Alarcón de esas relaciones epistolares arroja mucha luz intrahistórica, como las notas de Jordi Doménech, sobre la producción poética y el pensamiento estético y filosófico de Machado en cada uno de esos momentos.

Y lo mismo ocurre con las notas, las reseñas y los prólogos que contienen implícitas o explícitas las ideas de Antonio Machado sobre literatura, teatro, arte, política o educación.

Jordi Doménech ha reunido todo este material disperso en cinco apartados que, anticipando el criterio de organización de la biografía de Gibson, combinan lo geográfico y lo cronológico, unen espacio y tiempo para situar estas prosas en su marco existencial, en su circunstancia biográfica, de manera que en cierta medida constituyen un diario que fija cronológicamente el sentido de la obra de Antonio Machado y la evolución de sus preocupaciones y su pensamiento poético, filosófico o político. Se trata en ese sentido, como subraya Doménech, de una especie de diario intelectual de Machado.

Un diario intelectual que tiene, además del epistolario, estas estaciones de paso:

I Madrid (1893-1907), con las colaboraciones de Machado en La Caricatura, en Electra y en la sección «Glosario» de Renacimiento.

II Soria (1907-1912), donde se recogen colaboraciones sin firmar en El Porvenir Castellano, el texto de alguna conferencia o el informe remitido a la Junta para Ampliación de Estudios con motivo de su beca en París.

III Baeza (1912-1919), que comienza con una carta a José María Palacio que anticipa el tono de algunos poemas de la segunda edición de Campos de Castilla. La impresión negativa que le ha causado Baeza queda resumida en esa carta en la que dice: "Soria es Atenas comparada con esta ciudad donde ni aun periódicos se leen."

IV Segovia (1919-1932), con el texto que Machado escribió para presentar a Ortega, Marañón y Pérez de Ayala en el mitin de la Agrupación al Servicio de la República, en el teatro Juan Bravo de Segovia.

V Madrid (1932-1936), donde se recoge la entrevista que le hizo Rosario del Olmo con el título "Los intelectuales contra la guerra."

Las más de 1.600 notas a pie de página, tan exhaustivas como interesantes, sitúan cada texto en la circunstancia de la que surge, la aclaran y contribuyen a situar a Machado en el tiempo que lo explica.

Se recoge aquí todo el material disperso que Antonio Machado no reunió en libros: sus artículos en periódicos y revistas, los prólogos para su obra o para libros ajenos, cartas, discursos, conferencias y entrevistas hasta el inicio de la guerra civil: un conjunto de 265 textos, 72 de los cuales no habían sido recogidos en ediciones anteriores de la obra de Machado.

Quedan fuera por tanto el Juan de Mairena, que se había ido publicando por entregas entre 1934 y 1936, pero fue reunido por Machado en un volumen poco antes de la guerra.

Tampoco se incluyen los cuadernos de apuntes manuscritos de Machado, tanto Los complementarios (1912-1926) como los cuadernos de Burgos que han sido editados recientemente por la Institución Fernán González.

Unos y otros, en opinión de Doménech y dadas sus características, debían publicarse en un tomo conjunto y exento.

Esta recopliación llega hasta poco antes de la guerra civil. El último texto es un carta a Enestina de Champourcin del diez de mayo de 1936.

Habrá, pues, un segundo volumen. La edición de esta prosa dispersa se completará en el futuro con los escritos de Machado en los años de la guerra, años en los que intensificó la producción de este tipo de textos misceláneos, pese a las penosas circunstancias de la guerra y a las limitaciones físicas de su mala salud. Ante eso se puede esperar que ese segundo volumen sea incluso más extenso que éste.

Y sin embargo, aunque esta sea la recopilación más extensa hasta la fecha, parece cada vez más claro que estas Prosas dispersas no pueden considerarse las prosas completas, como se anunciaba la edición crítica de Oreste Macrí que con motivo del cincuentenario de la muerte de Machado, publicaron Espasa Calpe y la Fundación Antonio Machado en 1989.

Y aunque en estos últimos años se han publicado materiales como los cuadernos de Burgos o los de Sevilla, parece que sigue habiendo muchas cartas de Antonio Machado en manos de particulares y se desconoce el paradero del manuscrito de algunos textos como su discurso de ingreso en la Academia.

A Machado lo han perseguido las erratas como si fueran animales silvestres. Y eso ha ocurrido no sólo en el descuido de los periódicos de comienzos del siglo pasado. Incluso en ediciones pretendidamente exigentes como la citada de Macrí se deslizaba un intolerable número de erratas que se han eliminado en este volumen, así como los frecuentes errores de lectura que provocaba en los tipógrafos una caligrafía confusa como la de Machado, que hasta los últimos años de su vida no utilizó la máquina de escribir.

Santos Domínguez

29 octubre 2006

Las aventuras de Wesley Jackson




William Saroyan.
Las aventuras de Wesley Jackson.
Traducción de Jordi Martín Lloret.
Acantilado. Barcelona, 2006



Más atento a la propaganda que a la verdad y menos pendiente de la realidad que de la imagen que proyectaba, el ejército de EE. UU. encargó durante la Segunda Guerra Mundial a William Saroyan una novela para ensalzar la vida castrense y fomentar el alistamiento voluntario.

Saroyan empezó a escribirla en Londres:

Me llamo Wesley Jackson, tengo diecinueve años y mi canción favorita es Valencia. Supongo que tarde o temprano todo el mundo se busca una canción favorita. Yo sé que la mía es ésa porque no paro de cantarla ni de oírla, incluso dormido.

Así comienza Las aventuras de Wesley Jackson, que publica la editorial Acantilado con el esmero que la caracteriza.

William Saroyan, norteamericano de origen armenio, era ya un narrador muy popular en los Estados Unidos. Tenía fama, a través de sus relatos breves, de hombre de buen humor, optimista, compasivo y bondadoso. Eso le diferenciaba radicalmente de escritores como Dos Passos, Hemingway o Steinbeck y debió de influir en la elección de su nombre por la inteligencia militar para que escribiera aquella novela propagandística.

Saroyan, que no debía de saber decir que no, aceptó el encargo. Pero, como el personaje de su novela, un muchacho de 19 años retraído y tímido que es el protagonista y el narrador, el novelista acabó por declarar en aquella novela que la guerra era una mierda y el ejército, una reunión de indeseables.

Asustado, confuso y finalmente furioso lo decía, como su personaje ante el coronel, sin maldad, con espontaneidad primaria. Pero eso no le disculpó ante los militares, que rechazaron con igual naturalidad esta novela, que se publicó en 1946 y que sesenta años después mantiene su frescura y su vitalidad.

Quizá no exista un alegato más duro contra la guerra y la propaganda patriótica y el militarismo. El efecto es más cáustico porque la crítica procede de alguien (Wesley Jackson/ William Saroyan) de buena voluntad, ingenuo y sincero, de quien en principio no podía esperarse esa acritud demoledora.

Conocido sobre todo como uno de los maestros del relato breve norteamericano, de Saroyan (1908-1981) había publicado Acantilado dos recopilaciones de su narrativa breve (El joven audaz sobre el trapecio volante y la imprescindible Me llamo Aram) y novelas como La comedia humana.

Todos esos libros, como estas Aventuras de Wesley Jackson, muestran a un narrador dotado de enorme facilidad para contar historias que provocan el interés de todo tipo de lectores. Son obras que con frecuencia se alimentan de su experiencia autobiográfica, pobladas de gente joven y bondadosa que, cuando tiene que decir algo desagradable o denunciar una mentira, lo hace con la devastadora espontaneidad de un fenómeno natural. Con la fuerza imparable de la conciencia.

De ahí, y no de una consumada altura literaria, procede la fuerza de Saroyan y el interés de su obra.

Santos Domínguez

27 octubre 2006

Los perros de Tesalónica



Kjell Askildsed.
Los perros de Tesalónica.
Trad. de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
Lengua de Trapo. Madrid, 2006



Lengua de Trapo acaba de publicar Los perros de Tesalónica, del noruego Kjell Askildsen, al que la crítica ha llamado el Carver europeo y del que esta misma editorial había editado ya otro libro de cuentos, Un vasto y desierto paisaje (2002) y Últimas notas de Thomas F. para la humanidad (2003), el monólogo de un hombre del subsuelo.

Askildsen es uno de los maestros actuales del relato corto. Heredero de Chejov, de Hemingway y Carver, emparentado con Cheever, los siete textos que integran Los perros de Tesalónica se publicaron en 1996 y 1999 y se editan ahora en español con una brillante traducción debida a la colaboración de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

Cuando se habla de Askildsen como de un escritor incisivo no se alude tanto a una cuestión de temas y de actitudes, que también, como a una cuestión de estilo. La rapidísima sucesión de narración y estilo directo con frases muy cortas y muy precisas, construyen un estilo afilado como una navaja barbera que da cauce a una técnica minimalista para expresar el pesimismo del autor sobre la condición humana a través de unos personajes fríos y distantes, en los que hay siempre una sima insalvable entre lo que dicen y lo que piensan.

Conversaciones triviales, detalles aparentemente insignificantes, hechos intranscendentes se suceden en todos estos relatos para dar el tono existencial de unas vidas vacías, carentes de sentido, de unas historias de parejas y familias, de silencios más elocuentes que las palabras, de excesos alcohólicos y de sueños culpables.

Ese estilo casi telegráfico, como de ametralladora, contiene unas claves de sutileza, de ironía y sugerencias y segundas intenciones que han sabido transmitir las dos traductoras, que han trabajado en equipo para conseguir una versión que mantiene esos valores del original.

Un intenso conjunto narrativo para que el aficionado a la buena literatura lo disfrute y descubra a un escritor muy interesante. Y para que el narrador joven, el que se está iniciando ahora en el relato, aprenda aquí precisión, eficacia y solvencia, las tres virtudes teologales de la buena literatura.


Santos Domínguez

25 octubre 2006

La tarde más larga



Fernando Martínez.
La tarde más larga.
Almuzara. Córdoba, 2006.

Ocho caballos llevaba

el coche del Espartero.


El coche del que hablaba en los Romances del 800 Fernando Villalón, el ganadero poeta que quería crear una raza de toros con los ojos verdes, era el coche fúnebre que llevaba el cadáver de quien se llamó en el siglo Manuel García Cuesta y en los carteles El Espartero.

Lo había matado en Madrid el toro Perdigón, de Miura, el 27 de mayo de 1894 y el 30 de mayo llegaban sus restos a Sevilla. Miles de sevillanos pasaron por la capilla ardiente del Espartero. Uno de aquellos veinte mil dolientes era Fernando Villalón, que entonces era todavía un niño que no olvidaría nunca la impresión de aquel duelo, en el que iban de negro los mayorales/y en la fusta un lazo negro.

El Espartero era el torero más poderoso de su tiempo, uno de los emblemas del valor, la figura que entraba en la leyenda con su muerte cuando tenía 29 años recién cumplidos.

De su última tarde trata La tarde más larga, la novela en la que El Espartero recuerda su vida ante el periodista-narrador Mateo Rueda, mientras se viste en el cuarto del hotel para hacer el último paseíllo. La ha escrito Fernando Martínez y la ha editado con encomiable esmero y con una bellísima portada la editorial Almuzara en su colección Narrativa.

Esa tarde el torero recuerda su infancia y sus sueños en la Alameda de Hércules y en la sevillana plaza de la Alfalfa que evocaba Villalón en su romance; añora la tarde de su presentación en la Maestranza como banderillero. Tiene ya el aspecto de un dios joven y el porte cansado de un héroe triste acosado por las premoniciones supersticiosas.

Precisamente las supersticiones convierten en inverosímil una conversación sobre las cornadas que ha sufrido el torero. Ningún torero, y menos alguien como El Espartero y su cuadrilla, se permiten a sí mismos ni consienten a los demás la más mínima alusión a ese tipo de cosas antes de salir para la plaza y de encontrarse en el camino un entierro.

Pese a algún error de fechas, producto de un descuido menor (el 28 de mayo de 1894 era lunes y no martes) que desencadena errores posteriores, es esta una narración bien escrita que se propone ir más allá de la mera anécdota trágica para intentar ahondar en la mentalidad de un hombre que va a jugarse la vida y la va a perder un rato después, en un momento.

Se acabó de imprimir este libro el 16 de abril de 2006, Domingo de Resurrección, una de las fechas más taurinas y simbólicas del calendario, un día emblemático en los ciclos míticos y en los viejos rituales de la vida y la muerte que persisten en la tauromaquia.

Santos Domínguez

24 octubre 2006

Las provincias del frío



Santos Domínguez Ramos
Las provincias del frío.
Algaida. Sevilla, 2006.



Desde que vieran la luz sus primeras composiciones en Jóvenes poetas en el Aula (Cáceres, 1983), Santos Domínguez Ramos ha ido entregando de modo pausado y constante sus poemas a numerosas revistas, ha sido seleccionado en prestigiosas antologías (entre otras, Abierto al aire, 1984; Quién es quién en poesía, Madrid, 1988; Diez años de poesía, Cáceres, 1995; Antología de poesía española, Sevilla, 1995, etc.), y ha sido premiado repetidamente: fue segundo Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación por su libro Cavernas de la piedra (1983), X Premio Gerardo Diego en 2004 por Tres retratos del frío, Premio Internacional Jaime Gil de Biedma y Alba de 2005 por Díptico del infierno, accésit del Premio Ciudad de Zaragoza de 2006 con La luz del palimsesto, Premi Tardor ese mismo año por En un bosque extranjero y LII Premio de Poesía Alcaraván por Cementerio alemán (Yuste).

Las provincias del frío (VIII premio de poesía Eladio Cabañero) cierra, según confiesa el propio poeta, un ciclo literario, al que pertenecen los tres poemarios anteriores a éste: Pórtico de la memoria (Badajoz, Col. Alcazaba, 1994), La orilla del invierno (Cáceres, Col. Almenara, 1996) y Cuaderno de Abul Qasim (Badajoz, Col. Alcazaba, 2001). Nos encontramos, pues, ante una tetralogía, diversa y plural en la medida en que el autor se ha aproximado a tradiciones culturales diferentes, pero a la vez homogénea, unida por un parentesco formal que tiene que ver con la presencia dominante de determinados temas, con la expresión formal (dicción culta, predilección por los metros más musicales del castellano, alejandrinos y endecasílabos) y con ciertos procedimientos de composición preferenciales.

El mundo clásico y la cultura árabe, con todas sus formas de mestizaje cultural, habían sido objeto de sus libros anteriores, en los que el poeta opera desde una intuición originaria: el mármol de Delfos, un zéjel andalusí, un lienzo del Barroco castellano, una melodía lisboeta o habanera..., son distintos nombres para denominar el arte que nos forma, la cultura del Mediterráneo, la antigua tradición grecolatina que perfila los contornos de nuestro ser más valioso, un ámbito que marca tanto la frontera de nuestras limitaciones como el territorio de nuestra más profunda personalidad cultural. Como es común en este tipo de evocaciones, un tono levemente nostálgico, próximo a la elegía, tiñe estos textos que, al recordar el pasado, lamentan en alguna medida su desaparición.

Si como recuerda Luis Antonio de Villena la tradición es "la vida misma de la literatura o del arte" (el escritor recuerda una formulación de Pedro Salinas: "La tradición es la habitación natural del poeta"), la poesía de Domínguez Ramos nace estimulada por una tradición, cultural y literaria, que el poeta revitaliza al asumirla de un modo selectivo, y al fin, se presenta al lector arropada por ella (las referencias cómplices a otros poetas, las apoyaturas culturales, las citas... son numerosísimas).

En Las provincias del frío, Santos Domínguez ha dirigido su atención hacia la tradición literaria europea y norteamericana (y ese puede ser uno de los sentidos del título), en una sucesión de evocaciones que traen hasta la superficie del poema la figura de escritores como Hölderlin, Wordsworth, Robert Walser, Virginia Woolf, Kafka, E. Lee Master..., pero también de personajes ficticios como la Ada de Nabokov, Hamlet o el rey Lear.

Recordaba Ortega que todo buen poeta nos plagia, pues en sus textos encontramos expresadas ideas y emociones que "nos pertenecen", que reconocemos como propias. Las composiciones del poemario que comentamos parecen haber surgido de esta desconcertante impresión, de modo que, de un lado, trazan el contorno de las preferencias lectoras de su autor (y como lector se nos presenta en la apertura del poemario, un lugar "marcado" en cualquier obra: "El lector se levanta para ver la fatiga vegetal del paisaje, / triste como los lunes en los parques zoológicos"), pero además expresan una personalidad poética singular, profundamente original, pues en la configuración de un talante literario operan, con igual rendimiento, las experiencias personales que la formación lectora. Los poemas nacen, pues, de una fuerte atracción por distintas voces poéticas, de una afinidad emocional con ellas y de una correlación anímica intuida que potencia la expresión personal: el poeta siente así que "escribe a ciegas" pues ignora si los mensajes que elabora hallarán un receptor digno (como en Ada sin ardor una mujer escribe a una dirección clausurada), que se empecina en una tarea sin reconocimiento (como Luis Cernuda contemplando el crepúsculo en su exilio mejicano), que se aísla en un ámbito no visitado ("Oficio de tinieblas"), etc.

En su composición, los poemas pueden presentarse como "homenajes", esto es, como una aproximación reflexiva y externa ("Es su última hora. La llaman desde un lago"), pero también pueden adoptar la forma de monólogos dramáticos (y en este caso la proximidad emotiva parece mayor) en que oímos la voz del poeta evocado, como si se tratara de un texto inédito encontrado entre sus viejos papeles, un artificio que permite escuchar en un único discurso a dos poetas que en él convergen, como si el poema pudiera instalarse de modo natural en dos trayectorias líricas ("Sentado en una piedra / he aprendido a mirar la tarde con los años,").

No es infrecuente que estos escritores sean recordados en un momento "crepuscular" de sus vidas o en el instante de la partida (circunstancia que se daba ya en libros anteriores: en Pórtico de la memoria se recuerda a Góngora de regreso a Córdoba en 1626 un año antes de su muerte, sin haber conseguido publicar sus poemas mayores; a San Juan de la Cruz contemplando sus manos vacías...). Así, Paul Celan, poeta judío asquenazi, es evocado en el momento anterior a su suicidio (se arrojó al Sena: "Crece el escalofrío. / Ya ha decidido irse. Ha elegido el momento"), Hölderlin aparece recluido en una torre (a la que fue trasladado desde el manicomio de Tubinga y en donde, bajo la tutela del ebanista Zimmer, escribió extraños textos con el nombre de Scardanelli), Robert Walser, cuyo cadáver apareció bajo la nieve (internado en una clínica siquiátrica, murió el día de Navidad de 1956), Lope de Vega vive su ancianidad marcado por el abandono de los poderosos y el recuerdo de su hijo, Lope Félix, que se ahogó mientras pescaba perlas en la isla Margarita...

La muerte adquiere en estas trayectorias la condición de una derrota (en la mayor parte de los casos, apenas si les llegó reconocimiento en vida), pero también de una culminación, pues sus obras les sobrevivirán, se sumarán a una tradición nutricia (como confirma el poemario que comentamos): son esas provincias del título, en el sentido etimológico de "territorios conquistados" (la provincia Kafka, la provincia Cernuda...), de espacios estéticos de los que se adueñaron cuando hallaron una voz personal.

Sin duda, es la muerte el motivo más repetido en el poemario, de ahí su tono elegíaco. La impresión de acabamiento, de "fin de viaje" (como se titula uno de los poemas), de asistir a vidas "crepusculares" abocadas a una pronta desaparición, se acentúa con la reiteración del otoño y el invierno, la lluvia, la niebla, los parajes nevados, el bosque desnudo..., motivos aparentemente externos que, sin embargo, contribuyen a formular la reflexión emocionada de cada poema.


Simón Viola

Heidegger en la tormenta




Marcel Conche.
Heidegger en la tormenta.
Traducción de Pilar Sánchez Orozco.
Melusina. Barcelona, 2006.


Cuando aún está reciente la polémica del caso Grass, la editorial Melusina publica Heidegger en la tormenta, del profesor francés de Filosofía Marcel Conche, que ha integrado en este libro, Heidegger en la tormenta, como dos capítulos complementarios dos ensayos (Heidegger resistente y Heidegger inconsiderado) que había publicado respectivamente en 1996 y 1997.

Le acompaña, pues, a esta edición de elegante diseño el sentido de la oportunidad, ya que la figura de Heidegger ha sido muy controvertida por su relación con el nazismo, de lo que nunca quiso disculparse, aunque en algún momento de comprensible debilidad, allá en 1945, cuando ya todo estaba perdido, se declaró resistente espiritual ante el nazismo.

Esa es la tesis central de estos dos ensayos que forman Heidegger en la tormenta: que la colaboración con los nazis fue un error del que el filósofo se arrepintió pronto. Para demostrarlo, Marcel Conche recurre a los escritos posteriores a 1934 y a testimonios de algún alumno universitario de Heidegger:

Si con este libro - escribe Marcel Conche- me convierto en el «abogado» de Heidegger, no es para aparecer como defensor delante de no sé qué tribunal ni para añadir una defensa a las de sus defensores. Sucede simplemente que tras haber sido durante mucho tiempo un admirador de Heidegger, me sentía trastornado por su traspié en 1933. ¿Hasta qué punto se comprometió con el nazismo? ¿Se envileció en cuanto filósofo? Sin pasión pero con buena voluntad me he esforzado en comprender y la respuesta a la segunda cuestión ha sido absolutamente negativa.

Con mejor intención que resultados, el autor se esfuerza en hacernos creíble la imagen inverosímil de un Heidegger ingenuo, víctima de un malentendido que tras la decepción y el desengaño se esfuerza en reconducir la teoría y la práctica del nacionalsocialismo que dio lugar a la barbarie, a los pogromos y a las quemas de libros.

Y es que Heidegger no fue un resistente. Ni entonces ni ahora consiste la resistencia en un silencio que es una de las formas más notorias y desde luego la más cobarde de la complicidad.

Pero es que además, a diferencia de Grass, Heidegger fue un caracterizado miembro del partido nazi que nunca se sintió moralmente obligado a retractarse y que en su discurso de Tubinga radicalizó, endureciéndolas, algunas de las bases ideológicas del nacionalsocialismo. O a considerar que los negros no son seres humanos porque carecen de historia. O a dirigirse a los estudiantes de Friburgo en un discurso en estos términos:

Que nunca deje de crecer vuestro valor para sacrificarse en aras de la salvación de la esencia y de la elevación de la fuerza más íntima de nuestro pueblo dentro de su Estado. Que las reglas de vuestro ser no sean dogmas ni "ideas". El propio Fuhrer, y sólo él, es la realidad alemana presente y futura y su ley. Aprended a saber cada vez con mayor profundidad: a partir de ahora cada cosa exige decisión y cada acto responsabilidad. Heil Hitler

Y eso, junto con la contumacia de sus escritos, es lo que hace que sea tan poco convincente una obra como esta, pensada para exculpar a un Heidegger que nunca quiso disculparse.

Y tuvo muchos años, vivió casi noventa, para hacerlo.


Luis E. Aldave

23 octubre 2006

El sol de los Scorta




Laurent Gaudé.
El sol de los Scorta.
Traducción de José Antonio Soriano Marco.
Ediciones Salamandra. Barcelona, 2006.

Hace unos años, los estudiantes de los institutos franceses otorgaron el Goncourt des Lycéens a El legado del rey Tsongor, la anterior novela de Laurent Gaudé.

El Goncourt de verdad lo obtendría luego con este El sol de los Scorta, que vendió en Francia el año pasado cerca de cuatrocientos mil ejemplares.

Hay razones que explican ese éxito. Y no es la menor el manejo solvente de una serie de mecanismos narrativos que atrapan a cualquier lector: desde la soltura estilística hasta el diseño de personajes que resultan lejanamente familiares a quienes sean aficionados al cine, el teatro o la novela.

Desde el comienzo en el que el sol cae a plomo a las dos de la tarde sobre las colinas de la Apulia que rodean Montepuccio, hasta el final en el que la familia de los Scorta, la estirpe insaciable de los comedores de sol, proclama orgullosa su sitio y su vieja sed en un paisaje de olivos, el lector queda enganchado a la fluidez de una narración en la que conviven lo mitológico, la realidad y la imaginación, lo telúrico y el fatalismo del destino que arrasa a los personajes en la tragedia griega.

La novela consigue interesar al lector desde el primer párrafo para llevarlo en vilo hasta el final en compañía de los Scorta Mascalzone, una familia marcada por el destino y por maldiciones telúricas y solares.

Entre un destino de tragedia griega y unos ambientes propios del neorrealismo literario y cinematográfico se desarrollan estas vidas en Montepuccio, junto al mar y entre colinas con olivos abrasados por el sol, en el paisaje árido y mediterráneo del sur de Italia.

La historia de una estirpe maldita que llega hasta hoy y empieza en 1875, cuando Luciano Mascalzone vuelve, tras quince años de cárcel, a Montepuccio para cumplir una vieja obsesión sexual, impulsado por un oscuro deseo, aunque sabe que eso le acabará costando la vida frente a las últimas casas del pueblo.

Hay, como en todas las tragedias, un error inicial, un malentendido en la fundación del linaje de los Scorta, hijo de un cadáver y una vieja. Hay un castigo y una venganza y hay un destino que se burla de los hombres y juega con ellos como si fueran juguetes.

Bajo un sol que es más el de la venganza que el de la justicia transcurren estos personajes que parecen condenados a cumplir un viejo destino, víctimas de una violencia latente, de una furia sin ruido y de ese sol que enloquece a los hombres en la hora de la siesta. El calor y las piedras, el destino y las maldiciones, el silencio y la aridez son el telón de fondo contra el que se van sucediendo los días y las generaciones de los hombres en esta novela escrita en una prosa cuya fuerza poética sigue brillando con la excelente traducción de
José Antonio Soriano Marco.


Santos Domínguez

21 octubre 2006

Poesía completa de Gabriel Ferrater


Gabriel Ferrater
Las mujeres y los días. Poesía completa.
Prólogo de Luis Izquierdo.
Traducción de Mª Àngels Cabré.
Lumen. Barcelona, 2002



Con sólo tres libros, Da nuces pueris (1960), Menja't una cama (1962) y Teoria dels cossos (1966), reunidos después con algunas correcciones en el volumen Les dones i els dies (1968), Gabriel Ferrater (1922-1972) se convirtió en uno de los poetas fundamentales de la literatura catalana contemporánea.

En 2002, cuando se cumplían ochenta años del nacimiento y treinta del suicidio del poeta, Lumen editó la traducción de esta obra imprescindible a cargo de la también poeta Mª Àngels Cabré y con un prólogo de Luis Izquierdo.

Era la primera vez que se traducía la totalidad de la obra poética de Gabriel Ferrater. Se ponía de esa manera al alcance del lector en español un libro que está considerado sin discusión como una de las cimas de la poesía catalana.

Su título, un recuerdo irónico de Hesiodo, resume en sus dos términos centrales las dos claves de la poesía de Gabriel Ferrater: la relación (amistosa, sentimental o erótica) con la mujer y su dimensión moral y el paso del tiempo histórico o personal.

La actividad que vincula esos dos temas es el recuerdo, la poesía como una forma de revivir el pasado y de reivindicar la felicidad en una actualización del Carpe diem clásico, en la celebración de la sexualidad y de la juventud.

La juventud, el erotismo, la soledad, el miedo, la muerte son algunos de los temas que convocan los versos de un libro como este que se organiza en tres centros de interés: la reflexión sobre la literatura, la observación social, a menudo satírica y lúcida, y la experiencia personal del paso del tiempo o del amor. Y en torno a esos ejes cada poema de Ferrater propone una reflexión moral que implica al hombre en su doble dimensión de ser social e histórico.

Organizado en cinco apartados, el volumen recoge una poesía reflexiva que se alimenta de la experiencia y de la lectura y que hace del distanciamiento su actitud moral. Es la reflexión de un intelectual vitalista que se pone constantemente a favor de la felicidad. Cuando Carme Riera tituló su antología del grupo catalán de los 50 Partidarios de la felicidad, reconocía que esa frase y esa actitud, que hicieron suyas los otros poetas hasta el punto de definir a todo un grupo de creadores brillantísimos, era de Gabriel Ferrater, que ejerció una influencia decisiva sobre Gil de Biedma y Barral, a quienes descubrió la poesía anglosajona y la crítica de Eliot y Auden.

Una poesía a veces directa y exacta, propia de la aptitud matemática de quien la escribe; otras veces, difícil y exigente, simbolista y hermética en la que conviven el prosaísmo y metáforas para dejar claro una vez más que la poesía es casi siempre una cuestión de tono, de voz. Eso es algo que queda de manifiesto cuando se lee In memoriam, uno de los primeros (si no el primero) de los poemas de Ferrater. Un texto que surge ya de la madurez del poeta incipiente que era. Tenía 36 años cuando lo escribió y fue el resultado de una larga lectura de Shakespeare que había empezado en agosto del 57 y se prolongó durante más de seis meses.

Heterodoxo y atípico, lúcido y provocador, una máquina mental perfecta, como lo definía Carlos Barral, su silencio precoz puso fin a una actividad poética súbita y fugaz que en seis años, entre 1958 y 1963 dio como resultado los 114 poemas que se reúnen en esta Poesía completa de Gabriel Ferrater.

Una poesía breve, intensa y brillante, dotada de alta calidad poética y de un inusual vigor intelectual. Una lectura imprescindible, en la que el lector se encontrará con textos memorables como este, que se titula Ocio y en el que se funden gran parte de los temas y las actitudes de Ferrater:

Ella duerme. La hora en que los hombres
ya se han despertado, y poca luz
entra todavía para herirlos.
Con muy poco tenemos bastante. Sólo
el sentimiento de dos cosas:
la tierra gira y las mujeres duermen.
Conciliados, caminemos
hacia el fin del mundo. No necesitamos
hacer nada para ayudarlo.


Santos Domínguez

19 octubre 2006

Diarios de Zenobia



Zenobia Camprubí.
Diario. 3. Puerto Rico (1951-1956)
Edición de Graciela Palau de Nemes.
Alianza Literaria. Madrid, 2006.

Hace más de veinte años que Graciela Palau de Nemes recopiló los dos primeros tomos del diario que Zenobia Camprubí llevó a lo largo de otros veinte años de exilio: El diario de Cuba (1937-1939) y el de Estados Unidos (1939-1950).

En 1993, la profesora Palau de Nemes tuvo que abandonar por razones personales la edición del material que estaba preparando para que formara parte de una tercera entrega, la última, de los diarios de Zenobia: la correspondiente a los últimos años de su autora y de Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico.

Terminada afortunadamente esa labor, Alianza Literaria publica este tercer tomo de los diarios que Zenobia escribió durante los últimos años de su vida, entre 1951 y 1956. Y aprovechando esta primera edición, se reeditan los dos anteriores, que estaban agotados desde hace algún tiempo.

Se completa de esa manera un material de más de mil páginas que Zenobia empezó a escribir en La Habana en 1937 y que mantuvo hasta mes y medio antes de su muerte en 1956, justo en los días en que a Juan Ramón le daban el Nobel, hace ahora cincuenta años.

Un material de enorme importancia literaria y sociocultural, porque no sólo es el monólogo de una mujer inteligente, sensible y sobre todo paciente con alguien tan difícil de soportar como el poeta. Porque Zenobia fue una mujer esencial en la vida de Juan Ramón Jiménez durante más de cuarenta años, pero eso no tendría más interés que el puramente privado si no hubiera desarrollado una ardua labor en la conservación y ordenación de su obra.

Zenobia, que se había educado en Estados Unidos y era una mujer moderna, detestaba el papel subalterno de la mujer casada en España, no se hubiera casado con Juan Ramón si no hubiera sabido que sería ella la que llevaría el peso de la casa y la responsabilidad de su administración cotidiana. De alguna manera debía de intuir que vivir con Juan Ramón era otra forma de estar soltera.

Del desconcierto y la inactividad de un Juan Ramón desorientado en Cuba en los primeros años de exilio se hablaba en el primer tomo. El segundo daba importantes informaciones sobre la composición de Espacio y Tiempo, los Romances de Coral Gables o Una colina meridiana. Y el tercero, que cierra el ciclo diarístico, recoge también el cierre de la producción poética de Juan Ramón.

Era el momento apremiante de revisar y reunir defiinitivamente la obra abundantísima del poeta. De esa labor que llevó a cabo en sus últimos años Zenobia sobreponiéndose al desánimo, al exilio y a la soledad, a las psicosis insoportables del poeta y al dolor físico que la acosó, se habla en este tercer tomo del Diario en los años de Puerto Rico.

Se refleja aquí la actividad desatada de quien sabe dos cosas: que su trabajo es importante y que aunque no le queda mucho tiempo no está dispuesta ni a la rendición ni a la autocompasión. Y drogada por el dolor, pero lúcida y urgente, se afana en ordenar los materiales ingentes de la Tercera antología poética.

Las fechas en las que Zenobia escribe con más frecuencia coinciden con las más críticas de su vida: el comienzo del exilio, con sus conflictos interiores y sus desajustes, y al final de su vida, cuando Juan Ramón sufría más trastornos mentales y ella luchaba contra un cáncer que la iba minando aceleradamente. Cuando su existencia es tranquila, Zenobia escribe poco o no escribe.

En este tercer tomo, una Zenobia enferma se afana en dos actividades que la preocupan especialmente: en organizar la edición de la obra de Juan Ramón y en dejar resuelta la situación vital de quien ya sin duda iba a sobrevivirla.

Como en la vida que refleja, hay de todo en este tercer diario: desde una oscura premonición de su enfermedad el 16 de octubre de 1951, meses antes del diagnóstico, hasta el zapatillazo que le lanza el 21 de agosto de 1955 un Juan Ramón enfadado que se resiste a la higiene personal, pasando por una carta de Goethe felicitando a Juan Ramón por la traducción de Platero y yo al alemán (13 de marzo de 1955).

Cenas, hospitales, problemas con las editoriales o con vecinos molestos, la economía doméstica o la higiene del poeta, que se resiste al agua y a los peluqueros y no quiere tomar las medicinas y acaba poniendo a Zenobia de los nervios con sus variadas psicosis, con sus simulaciones de enfermo imaginario.

Seguramente andan por debajo de estas situaciones las claves de algunas irregularidades e incongruencias de Lírica de una Atlántida, una recopilación de libros y versiones que tiene a veces el aire de un borrador silvestre.

Además de la edición, la introducción y las notas a pie de página, Graciela Palau ha escrito un epílogo (Muerte y ausencia de Zenobia Camprubí) en el que evoca los últimos meses de un Juan Ramón desorientado, superviviente y viudo, aún más retraído y más abandonado de sí mismo que hasta entonces.

El índice de personas del final de cada tomo es tan útil como imprescindible en una obra como esta que admite una lectura continua, fácil y gustosa, y que puede utilizarse también como obra de consulta de nombres relacionados con Juan Ramón y su obra.

Lo decía arriba: este es un texto de evidente importancia sociocultural y literaria, pero es también el conmovedor testimonio personal de una mujer admirable sobre la que se aporta un material gráfico no muy abundante, pero muy significativo.

Habrá lectores - concluye Graciela Palau de Nemes al final de su texto de reconocimiento y advertencia- que se valdrán del contenido de este triste Diario 3 para desmerecer a Zenobia y al poeta, como ya lo han hecho con los anteriores. Pero "la inmensa minoría" sabrá leerlo con justicia y equidad.


Santos Domínguez