09 noviembre 2018

Rosana Acquaroni. La casa grande


Rosana Acquaroni. 
La casa grande.
Bartleby Editores. Madrid, 2018.

Memoria, lenguaje y trauma en la obra de Félix Grande se titula un estudio esclarecedor de Pilar Cáceres en torno al autor de Libro de familia. Y esos tres conceptos son también fundamentales en el último libro de Rosana Acquaroni, La casa grande, que publica Bartleby Editores.

La casa grande es un ajuste de cuentas con la memoria personal y familiar más íntima, el resultado poético de un proceso en el que Rosana Acquaroni desanda los caminos de la sangre para mirar a la cara a la madre y su secreto escondido bajo llave, para enfrentarse al trauma y al naufragio, a la herida y la pérdida hasta dejar que el corazón / desdiga lo vivido para escribir poemas como este:

Madre 
he venido aquí hasta aquí a restañar tus ataduras 
a contener el frío alojado en tu boca. 

Soy la hija 
que te aguardó despierta cada noche 
y que ahora regresa 
para lavar tu lengua 
                                   de la herida silente.

He cruzado el jardín del abandono.
He abatido sus puertas, 
llevo una piel de niña para arropar tu cuerpo 
y llenarte de juncos 
                                    mariposas 
                                                        botones. 

He vaciado tu frascos de pastillas, 
las trago una por una 
-sagrada eucaristía del olvido-. 

Me he cubierto de musgo 
para no lastimarte 
y llevarte conmigo 
hasta un claro del bosque,
donde enterrar por fin 
todo lo que perdimos.

Desde la conciencia de los límites y la desposesión, porque nada nos pertenece. / Ni siquiera el olvido, los poemas de La casa grande están escritos con una contención expresiva que los aleja de cualquier tentación de caer en el patetismo. Y es que esa casa grande es la del dolor y el recuerdo, la del desastre personal evocado sin nostalgia, porque la situación de las mujeres en los tiempos tristes de posguerra que desencadenaron las situaciones a las que aluden estos versos precisa de denuncia más que de melancolía: de la obediencia no se sale indemne. 

Y así la memoria se concreta en el deseo de comprender las circunstancias que desencadenaron el naufragio que se anuncia en los versos iniciales:

Como un lento naufragio que dejara en la boca 
restos de mar flotando a la deriva.

Y luego la locura (Madre, mi libertad / se engendra en tu locura. / Tu locura se prende en mi latido) y la atropina y los electrochoques en el Alonso Vega en el año 1972.  

Y pese a todo, pese a tanta convulsión personal y familiar, este es un libro sereno que busca la luz desde la sombra, un libro potente y terapéutico que cierran estos dos versos:

También tu tempestad 
está conmigo.
Santos Domínguez

07 noviembre 2018

Kafka. Cuadernos en octavo


Franz Kafka.  
Cuadernos en octavo.
Traducción, introducción y notas 
de Carmen Gauger.
Alianza Editorial. El libro de bolsillo. Madrid, 2018.

Muchas sombras de los difuntos se dedican sólo a lamer las aguas del río de los muertos, porque este viene de donde estamos nosotros y aún tiene el sabor salado de nuestros mares. El río se resiste, de asco, fluye en sentido contrario y en sus ondas arrastra a los muertos a la vida. Ellos, por su parte, son felices, entonan cánticos de acción de gracias y acarician al río rebelde. 

Ese es uno de los más de cien aforismos que se recogen en el volumen Cuadernos en octavo, que publica Alianza Editorial en El libro de bolsillo con traducción, introducción y notas de Carmen Gauger.

Son en total ocho los cuadernos azules en octavo en los que Kafka entre noviembre de 1916 y mayo de 1918 anotó pensamientos, esbozó fragmentos de relatos o tramas narrativas, elaboró diálogos o reconstruyó imágenes de sueños y visiones como esta, del Cuaderno G, que inició a mediados de octubre de 1917 y cerró a finales de enero de 1918.

Estamos -visto con los ojos impuros de este mundo- en la situación de unos viajeros de ferrocarril que han tenido un accidente en un largo túnel, y justamente en un punto en el que ya no se ve la luz del comienzo, y la del final sólo de modo tan escaso que la mirada la tiene que buscar de continuo, y la pierde de continuo, y además sin que ese comienzo y ese final sean siquiera seguros. Pero en torno a nosotros, en la confusión o en la hipersensibilidad de los sentidos, no tenemos sino monstruos y un juego de caleidoscopio, deleitable o fatigoso según el humor y las lesiones del individuo.

El centenar largo de aforismos que se sitúan al final del volumen, fechados entre la primavera de 1918 y la segunda mitad de 1920 en realidad reescriben los que había dejado anotados en los dos últimos cuadernos, G y H.

Los textos de estos cuadernos tienen un doble carácter, narrativo y filosófico. Sobre ellos señala Carmen Gauger: “algunas partes narrativas de los cuadernos en octavo se cuentan entre los relatos más profundos de Kafka. Además, la crítica ha señalado acertadamente que existe una vinculación, muy estrecha a veces, entre las reflexiones y los relatos.”

Entre esos relatos, el extenso fragmento dialogado El guardián de la cripta, que junto con otros cuatro -La verdad sobre Sancho Panza, El silencio de las sirenas, Prometeo y Una confusión cotidiana- formó parte de La muralla china, como recuerda Carmen Gauger, que cierra su prólogo con estas palabras:

“Queda el lenguaje. Lo más bello, lo más asombroso de Kafka. Ese lenguaje preciso y burocrático, austero y riguroso, y al mismo tiempo milagrosamente claro, transparente y misterioso. De una musicalidad inalcanzable.”

Santos Domínguez

05 noviembre 2018

Eduardo Mendoza. El rey recibe


Eduardo Mendoza.
El rey recibe.
Seix Barral. Barcelona, 2018.


En Barcelona faltaba poco para las doce. En Nueva York faltaban unas horas, pero en el edificio se notaba una actividad inusual. Por la ventana vi a una pareja de mediana edad salir a la calle y entrar en una limusina. Él parecía ir de esmoquin y ella de largo bajo el abrigo de visón. Por el pasillo se oían voces y risas. En un apartamento alguien puso música. Había empezado la celebración y el mundo parecía haberse conjurado para dejarme fuera de la fiesta.

Esa es la perspectiva que elige Eduardo Mendoza para que el narrador de El rey recibe, Rufo Batalla, rememore desde una posición marginal, pero de espectador cercano a los hechos, la crónica de finales de los sesenta y comienzos de los setenta, unos años cruciales en los que cambiaron el mundo y las costumbres.

Porque eso es la última novela de Eduardo Mendoza, que publica Seix Barral: una crónica personal de aquellos años, a través de ese protagonista narrador, cuyo recorrido vital es semejante en lo cronológico y en lo espacial al del autor.

Anunciada como la primera entrega de una trilogía -Las Tres Leyes del Movimiento- que propone un recorrido por el último tercio del siglo pasado, El rey recibe arranca hace medio siglo, en la Barcelona de 1968, con una peripecia centrada en Rufo Batalla, narrador y protagonista, gacetillero principiante y contradictorio al que le encargan la crónica rosa de la boda en Mallorca de un príncipe en el exilio, Tadeusz Maria Clementij Tukuulo, Bobby para los amigos, príncipe de Livonia, un pequeño país a orillas del Mar Báltico convertido en República Socialista controlada por el Kremlin.

Por una circunstancia trivial y azarosa que acaba siendo el detonante de la acción, esa crónica no llega a escribirla, pero a cambio Rufo consigue una entrevista en exclusiva con el príncipe y a partir de ahí se encadenan una serie de peripecias que le llevarán a la dirección de una revista de moda, cotilleos y entrevistas a famosos y a trabajar como funcionario de comercio exterior en la Nueva York en transformación de comienzos de los años 70, una ciudad caótica y peligrosa pero perfilada cada vez más claramente como centro cultural del mundo. 

De Londres a Barcelona, de Berlín a Praga, los espacios se suceden con  un ritmo narrativo sostenido sobre el telón de fondo de los cambios que se estaban produciendo en España -entre la tecnocracia y el asesinato de Carrero Blanco- y en el mundo en los años sesenta, de los que Rufo Batalla, observador pasivo y curioso, inseguro y atrevido, será testigo en compañía de personajes extravagantes que cruzan la novela a la manera barojiana: Mónica Coover, el staretz Porfirio, Gustavo Alfaro, Claudia Centellas, la negacionista Gudrun, China Higgins o su amiga Valentina.

Inercia, aceleración y simultaneidad son las tres leyes del movimiento que señaló Newton y que Mendoza ha elegido para resumir la trilogía. Y por eso la sucesión acelerada de espacios y de personajes simultáneos son la excusa para reconstruir la crónica de aquellos años: la guerra en Vietnam, la muerte del Che y de Martin Luther King, el primer trasplante de corazón y el movimiento hippie, el mayo francés del 68 o la muerte de Janes Joplin por sobredosis, el movimiento feminista y el orgullo gay, Nixon y el Watergate, las performances y la contracultura urbana que bien podría simbolizar el gato Fritz del cómic de Robert Crumb, cuya imagen se ha elegido significativamente para la portada.

En lugar de en capítulos, Eduardo Mendoza articula las dos partes de la novela en secuencias encabezadas por todo tipo de citas: de Tarzán a Baudelaire pasando por Alicia o por Tennesee Williams. 

Algunos de los autores ocultos de esas citas figuraban en la portada de Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band, el LP de 1967 de los Beatles que refleja el nuevo concepto de cultura pop que se evoca en algunas de las páginas de El rey recibe, una obra en la que la agilidad narrativa, la fluidez de los diálogos, la caracterización de los personajes, el sentido del humor y la memoria personal y colectiva se ponen al servicio de una excelente narración.

Una novela llena de guiños y de maestría en la que un Mendoza en plenitud vuelve a demostrar que la diversión y la calidad, como la seriedad y el humor, no son solo compatibles sino muy aconsejables, por separado y en confluencia.

Santos Domínguez

02 noviembre 2018

Diván del Tamarit


Federico García Lorca.
Diván del Tamarit.
Edición de Pepa Merlo.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.


Ignorante del agua voy buscando 
una muerte de luz que me consuma.

Así termina la Gacela de la huida, uno de los poemas que Federico García Lorca pensaba incluir en el Diván del Tamarit, el libro que había terminado en 1934 y que se iba a publicar en una edición de la Facultad de Letras de Granada.

Finalmente se frustró esa edición, que iba a ir precedida de un prólogo de Emilio García Gómez, un texto fundamental para entender los poemas del Diván del Tamarit que ha sido incluido con buen criterio como pórtico a la lectura del libro que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Pepa Merlo, que define el Diván del Tamarit como “la obra culmen de Federico García Lorca, el gran artificio, su artefacto perfecto” y como “la obra más redonda del poeta granadino.”

“Yo le decía a Lorca -escribía el arabista- que mi propósito era dedicar un libro a un magnate árabe -Ibn Zamrak- cuyos poemas han sido publicados en la edición de mayor lujo que el mundo conoce: la propia Alhambra, donde cubren los muros, adornan las salas y circundan la taza de los saltadores. Lorca nos dijo entonces que él tenía compuesta en homenaje a estos antiguos poetas granadinos una colección de casidas y gacelas, es decir, un diván, que del nombre de una huerta de su familia, donde muchas de ellas fueron escritas, se llamaría del Tamarit.”

Finalmente el libro se publicó póstumo en 1940 con arreglo al diseño final del poeta, organizado en dos partes, una de doce gacelas y otra de nueve casidas, composiciones que no son una imitación de la poesía arábigo andaluza, sino un homenaje que se aprecia más en el tono de los poemas que en las estructuras métricas o en las líneas temáticas que eran características de esas formas poéticas, cuestiones estas que Lorca no tiene en cuenta.

En su proyecto inicial, todos los poemas iban a ser kasidas, pero luego Lorca diferenció las casidas, nocturnas y oscuras, de las gacelas, solares y luminosas, que escribió después, aunque las situó al principio. 

En estos poemas no hay mundos fingidos ni decorados impostados, sino proyecciones del poeta, de su circunstancia amorosa y de su obsesión con la muerte en el molde de la poesía árabe. Como en el resto de la obra lorquiana, lo que se lee en estos textos que se mueven entre la tradición y la vanguardia, entre lo antiguo y lo moderno, es la metáfora externa de una compleja y problemática realidad interior que constituye su mundo personal y se expresa en su inconfundible voz.

Bajo la forma neopopularista del romance o la cancioncilla, bajo la estructura orientalizante de las casidas, el versículo desatado del superrealismo o el sesgo clásico del soneto, hay en los poemas de Federico García Lorca un fondo invariable en el que reside su mundo personal.

A analizar su tejido metafórico, su fondo vegetal y zoológico, la función de Granada como espacio escénico, la importancia del agua y los jardines o la influencia de las Rubaiyats de Omar Jayyam o de las gacelas amorosas de Hafiz, que Lorca leyó en la antología de Poesías asiáticas del conde de Noroña, dedica su excelente introducción Pepa Merlo, que señala que el amor imposible es “el eje sobre el que se construye el poemario del poeta andaluz.”

El amor y la muerte, la sensualidad y el erotismo, el deseo y su lado oscuro, el tiempo y la frustración se expresan aquí con la contención del verso corto, con una concentración expresiva y una intensidad como la de estos versos de la Casida del sueño al aire libre:

La niña sueña un toro de jazmines 
y el toro es un sangriento crepúsculo que brama.


Santos Domínguez

31 octubre 2018

Pablo D’Ors. El estupor y la maravilla


Pablo D’Ors.
El estupor y la maravilla.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.

Cada vez entiendo menos por qué se visitan los museos tan deprisa, por qué se afanan todos en mirar el mayor número posible de cuadros si la mejor forma de ver un museo -cualquiera que sea- es contemplar un solo cuadro, sólo uno. En este sentido, mi Álbum del equilibrista no es, simplemente, un homenaje a El equilibrista de Paul Klee, sino a todo el museo e, incluso, a todos los museos del mundo y -no exagero- al arte en general. Quiero decir que la mejor forma de conocer muchas cosas es atender sólo a una. O, dicho de otra manera, que el mejor consejo que puede darse a quienes quieren conocer el mundo es que se queden en su casa. Para conocer el mundo, es sabido que no hay nada peor que viajar: los viajes son, precisamente, lo que más nos impide hacernos una idea del mundo. Cualquier viajero experimentado sabe que el atractivo de los viajes radica en que, por este medio, se consigue no estar en ningún sitio.

Ese elogio de la mirada y de la quietud es uno de los pasajes más significativos de El estupor y la maravilla, la estupenda novela que Pablo D’Ors publicó en 2007 y que acaba de ser reeditada en Galaxia Gutenberg, en una nueva versión revisada y corregida por el autor, en la que se incorpora como postfacio un espléndido ensayo breve de Alonso Varo, “La mirada atenta en El estupor y la maravilla, en el que señala que toda la obra del autor, “en su luminosidad y ánimo de trascendencia, resulta atípica y de algún modo extemporánea.”

Construida como las memorias del sesentón Alois Vogel, después de un cuarto de siglo como vigilante del imaginario Museo de los Expresionistas de Coblenza, El estupor y la maravilla es un constante ejercicio de aprendizaje de la mirada, de contemplación y de introspección en el que se combinan la observación y la meditación, los sentidos y la inteligencia, lo exterior y lo interior, lo visible y lo invisible.

Son las memorias del espectador privilegiado que es Vogel, especialista en el cuadro El equilibrista, de Paul Klee, que es el que figura en la portada, a fuerza de observarlo durante los diez años que lleva en la sala dedicada a ese pintor.

Es una de las siete salas que centran las siete partes en las que se articula la novela, enmarcada por dos capítulos de entrada y dos de salida y recorrida por la mirada solitaria y sutil de un hombre ensimismado en su mundo interior, metaforizado en las salas del museo, en las que la imaginación se impone a lo trivial desde la atención a lo pequeño, a lo insignificante, a lo que Ortega llamaba primores de lo vulgar a propósito de Azorín.

Lo resume el vigilante en estas líneas: de esto es de lo que he querido hablar en este libro: de la perla que se esconde dentro de lo cotidiano, del milagro de lo banal.

A ese centro alude la cita de Ionesco que abre la novela: "Nada hay tan  sorprendente como lo trivial, lo de todos los días. Lo sorprendente está siempre al alcance de la mano."

Y esa mirada a lo pequeño se afirma también en estas palabras del narrador que resumen su punto de vista, su manera de estar en el mundo y de mirarlo:

Esta mirada benevolente y positiva de la que gozo desde hace ya varios años es, sin duda, la más sabia, o al menos aquella a la que me ha conducido mi vida de espectador. Ese ojo que mira el mundo en sus mejores posibilidades es el que hace mayor justicia a las cosas, devolviéndoles su dignidad. Pero no hay mérito alguno por mi parte: si hoy veo sobre todo el bien, es porque éste ha sido siempre, en el fondo, lo más visible. Entonces –cabría preguntar–, ¿es que no ha habido nada irritante o aburrido, nada feo o amargo en mi vida? ¡Claro que sí! Pero yo he escrito solamente sobre el bien, porque el bien es lo cotidiano. Por el contrario, casi todos prefieren escribir sobre el mal; les gusta fijarse en lo infrecuente y lo violento. Quienes ven sobre todo el mal (¡pobres diablos!) son miopes, ¡ciegos! Ellos sólo ven los fuegos de artificio; sólo oyen el estruendo de las explosiones, incapaces de apreciar la sabiduría del silencio y de lo pequeño, que es siempre lo esencial.

Y así va deslizándose también la mirada del lector por el asombroso mundo de lo pequeño que se evoca en un capítulo de estas páginas inolvidables: entre la belleza y la bondad, entre el humor y la humildad, entre el estupor y la maravilla, una equilibrada manera de estar en el mundo:

La imaginación o riqueza interior es una cualidad muy beneficiosa para hacer frente a la soledad que suele comportar la vigilancia. La fantasía que he logrado desarrollar durante estos veintiséis años, como el ya mentado sentido de la observación, es también monstruosa. Y es que he llegado a un punto en el que todo –hasta lo más pequeño, sobre todo lo más pequeño– me produce un hondo estupor. Ante cualquier cosa que vea, toque, guste, oiga o huela, me sobreviene la impresión de estar ante una maravilla y eso es lo que he descubierto en estos años: el estupor y la maravilla.

Santos Domínguez


29 octubre 2018

Lev Shestov. Atenas y Jerusalén


Lev Shestov.
Atenas y Jerusalén. 
Traducción de Alejandro Ariel González.
Introducción de Alejandro Roque Hermida.
Hermida Editores. Madrid, 2018.


Sabiduría y revelación tituló significativamente Lev Shestov (Kiev, 1866 - París, 1938) el prólogo que escribió en abril de 1937 para la primera edición de Atenas y Jerusalén, un libro que se publicaría en francés el año siguiente y en el que aborda la conflictiva relación entre razón y fe, entre sabiduría y revelación, entre tradición helénica y mensaje bíblico en un recorrido crítico por la historia del pensamiento occidental, entre la filosofía dogmática y la filosofía crítica, entre el pensamiento bíblico y el pensamiento especulativo.

‘Atenas y Jerusalén’ y ‘filosofía religiosa’ son expresiones casi equivalentes, superpuestas y, a la vez, igualmente enigmáticas que, por su contradicción interna, irritan el pensamiento contemporáneo. ¿No sería más correcto plantear el dilema en estos términos: o bien Atenas o bien Jerusalén, o bien religión o bien filosofía? Si recurriéramos al juicio de la historia, la respuesta sería precisa: la historia nos diría que, durante muchos siglos, los mejores representantes del espíritu humano han rehuido todos los intentos de contraponer Atenas a Jerusalén, han mantenido siempre con pasión el ‘y’ y han rehusado tenazmente el ‘o’. Jerusalén y Atenas, religión y filosofía racional, han convivido pacíficamente, y en esta paz los hombres veían la garantía de sus anhelos más queridos, cumplidos o incumplidos.

Con esas palabras explica Shestov en el prólogo el concepto vertebral de filosofía religiosa, central en esta obra, que publica por primera vez en español Hermida Editores con traducción de Alejandro Ariel González y con una introducción -Pensamiento inmarcesible- en la que Alejandro Roque Hermida recorre la evolución del pensamiento de Shestov, sus fuentes ideológicas y el núcleo del sentido de Atenas y Jerusalén, una obra elaborada durante dos décadas:

"Shestov había dejado escrito en su libro sobre Kierkegaard: ‘La tarea del cristianismo consiste en realizar ‘lo ético’ sobre la tierra.’Cuando esto es así y lo ético se coloca por encima de los mismos dioses, Shestov considera que el hombre ha perdido toda esperanza de llegar a una nueva dimensión del pensamiento. Se preocupa por el tema de Dios, porque prefiere creer en la posibilidad de lo imposible, aunque fuera mediante la apertura a la revelación, antes que poner su vida en manos de la especulación logocéntrica.” 

Atenas y Jerusalén se organiza en cuatro partes que Shestov elaboró como libros en distintas épocas: en la primera, Parménides desencadenado, aborda la falta de libertad de los grandes filósofos en su búsqueda del conocimiento; en la segunda parte, En el toro de Falaris, subtitulada El conocimiento y el libre albedrío, la vinculación entre el conocimiento filosófico y el horror existencial; la tercera parte explica el fracaso medieval para armonizar la verdad bíblica de la revelación con la verdad helénica. Y finalmente los sesenta y ocho aforismos de La segunda dimensión del pensamiento se centran en la idea de la filosofía como lucha y en la relación conflictiva entre la razón y el conocimiento. 

En esa crítica de la razón humana y de la necesidad mecanicista, Shestov opone la herencia de la filosofía racional de Atenas, que destruye el espíritu y ahoga la libertad, a la herencia de Jerusalén, con su capacidad liberadora.

Su objetivo, explica en el prólogo, es poner a prueba la pretensión de verdad de la razón humana o de la filosofía especulativa. El conocimiento no es reconocido aquí como el objetivo supremo del hombre; el conocimiento no justifica el ser, sino que, al contrario, es del ser de donde debe obtener su justificación. El hombre desea pensar con las categorías con las que vive y no vivir con las categorías con las que se acostumbró a pensar: el árbol del conocimiento ya no obstruye el árbol de la vida.

Santos Domínguez


26 octubre 2018

Vladimír Holan. Profundidad de la noche


Vladimír Holan.
Profundidad de la noche.
Selección de poesía y prosa.
Traducción e introducción de Clara Janés.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.



Deja que todo en torno a ti se llene de hierba,
sólo en la oscuridad están los dioses.
Los pájaros alzan el vuelo cuando
podáis los arbustos de espino.

Incluso a los muertos la medianoche solamente los conoce.
¡Mira!, en el cementerio,
con negra cola silbante,
apaga el caballo
las velas curiosas en humo ciego.

Ese poema de Vladimír Holan (Praga, 1905-1980), Sólo en la oscuridad, es uno de los textos iniciales de Profundidad de la noche, una amplia selección de la poesía y la prosa del autor checo que ha preparado Clara Janés para la colección de poesía de Galaxia Gutenberg.

El volumen, que ofrece una generosa muestra de toda la obra de Holan, recoge íntegros títulos fundamentales en su obra poética como Dolor y Una noche con Hamlet, en los que seguramente alcanzó la plenitud de su escritura.

“El resultado obtenido se nos antoja semejante a una vista aérea del cerebro de este poeta” escribe Clara Janés en la introducción –“A saga del pétalo infinito”- a la selección de la obra en verso y prosa agrupada bajo un epígrafe que remite a los dos poemas de Dolor que repiten su título (En la profundidad de la noche), pero que alude también a una característica esencial de la poesía de Holan: su tonalidad nocturna, sobre todo desde que en 1948 iniciara la reclusión voluntaria en la que se mantuvo hasta su muerte.

En ese exilio interior el poeta creó la parte fundamental de su obra: libros como Dolor, Una noche con Hamlet o Toscana. Desde que decidió encerrarse en su casa en la isla de Kampa para llevar allí una vida nocturna y solitaria, Holan fue el habitante de las tinieblas, el poeta de la noche y de las paredes, el ángel negro de la poesía checa y un autor fundamental en la poesía europea de la segunda mitad del siglo XX. 

En Un gallo para Esculapio figura este poema, De verdad es así:

No es que oscureciera, puesto que
la tiniebla es perpetua. 
Y como no sabe lo que lo que va a suceder 
es también inactiva. 

Y esta es nuestra existencia: ciegos, 
a tientas entre muros videntes, 
ya que incluso lo que está en nosotros 
nos escapa...

Como Rilke, al que tradujo, Holan nació en Praga, en la que entonces era la Bohemia del imperio austrohúngaro. Como Kafka, también praguense, trabajó durante años en una compañía de seguros. Como Hölderlin, sabía que lo que permanece lo fundan los poetas y permaneció encerrado más de treinta años entre las cuatro paredes de una casa.

Como su coetáneo Seifert, escribió en checo y no en alemán, y fue contemporáneo del grupo de poetas españoles del 27, con quienes compartió fervor por Góngora.

Como Rilke, era poeta y odiaba lo impreciso. Y explicó que la poesía tiene que moverse en el estrecho territorio en que conviven la precisión y el misterio.

Como todos ellos, Holan pertenece a una estirpe de escritores que hicieron de la búsqueda y de la fiebre visionaria el centro de su actividad creadora, un fuego creador y destructivo en manos de seres solitarios e inspirados.

Autor de una amplia obra que, en palabras de Clara Janés, “va profundizando en el enigmático diálogo de la mente con la historia, con el entorno y consigo misma”, en sus libros la noche y el tiempo, el dolor y la esperanza, la ausencia y el conocimiento, el amor y la muerte se convierten en temas centrales de los poemas. 

Y en todos ellos hay además una constante lucha por la expresión, una tensión sostenida entre el fondo y la forma y una presencia continua de la contradicción como motor de la poesía:

Pues sí, he amado la vida,
y por eso, tan a menudo he cantado la muerte.

La de Holan es una poesía interrogativa sobre el sentido de la existencia, una poesía impulsada por la búsqueda de respuestas que estaba ya en Avanzando, un libro escrito inmediatamente antes de su retirada del mundo. 

Allí aparece La voz humana, un poema clave para entender el mundo poético y la actitud vital de Holan:

La piedra y la estrella no nos imponen su música, 
las flores callan, las cosas parece que oculten algo.
Los animales niegan en sí por nuestra causa,
la armonía de la inocencia y el misterio.
El viento tiene siempre el pudor de una simple señal
y lo que es el canto, lo saben sólo los pájaros enmudecidos
a los que el día de Nochebuena echaste una gavilla sin trillar.

Les basta existir y eso es inexpresable. Pero nosotros,
nosotros sentimos miedo, y no sólo en la oscuridad,
sino que, incluso en la fecunda luz,
no vemos a nuestro prójimo
y aterrados hasta un conjuro violento
gritamos: ¿Estás ahí? ¡Habla! 

Desde sus primeros libros hasta obras centrales como Dolor y Un gallo para Esculapio, la poesía de Holan es un tanteo en la oscuridad, una búsqueda de la revelación, de lo absoluto, del misterio o de una huidiza y misteriosa mujer en los casi mil versos de Toscana, el libro que Holan prefería entre los suyos.

Un sondeo de la luz en las tinieblas, un desplazamiento entre la locura y la lucidez que tiene su momento más alto y nuevamente más interrogativo en Una noche con Hamlet:

Un día, andando entre brezos en flor,
oí la pregunta infantil: ¿Por qué?
y no pude contestar.
Y no he podido contestar después de tantos años tampoco hoy
bajo el medio relieve de la luna,
ya que a los niños no les basta la respuesta, ni a los adultos la pregunta.

Sus libros en prosa, explica Clara Janés, abren las puertas de su poesía. En Coluros está la semilla de Dolor y de Una noche con Hamlet; y Torso, uno de sus libros fundamentales, está atravesado, como sus obras centrales, por la búsqueda desde la oscuridad que favorece las revelaciones, por las preguntas sobre la existencia del hombre y  por la reflexión sobre el tiempo, el espacio y el entorno que rodea la existencia.

Entre la reflexión y el testimonio, la incertidumbre sobre el ser y la nada desde los límites del conocimiento, el amor y la muerte, la poesía y la belleza siguen siendo asuntos centrales en los libros que escribió desde los años 60. 

Libros como En el último trance, Un gallo para Esculapio o el póstumo Penúltimo, que se publicó 1982, donde figura este poema 

Inmortalidad

Llegar solo hacia sí mismo, encontrarse, 
realizarse solo, 
de no existir en el amor a otro ser, 
es rechazo de la vida...

¿Adónde voy a ir luego, ah, adónde? 
Pues ya todo lo invisible 
se encuentra también aquí en lo visible 
y como si la misma inmortalidad 
temiera a la muerte...

Santos Domínguez






24 octubre 2018

William Wordsworth. Poesía selecta



William Wordsworth.
Poesía selecta.
Traducción, introducción y notas 
de Eduardo Sánchez Fernández.
Linteo Poesía. Orense, 2018.

Para buscarte, muchas veces vagué
a través de los bosques y los prados;
y tú seguías siendo una esperanza, un amor;
siempre anhelado, nunca visto.

Y todavía puedo escucharte;
puedo tumbarme en la llanura
y escuchar hasta que imagino 
aquella época dorada otra vez.

¡Oh, pájaro bendito! La tierra que pisamos 
parece ser de nuevo 
un sitio imaginario y de hadas, 
¡el hogar adecuado para ti!

Así termina Al cuco, una de las Baladas líricas de William Wordsworth (1770-1850) que se publicaron en 1800 y transformaron decisivamente la poesía occidental.

Es uno de los poemas que forman parte del volumen de Poesía selecta que publica Linteo en edición bilingüe con traducción, introducción y notas de Eduardo Sánchez Fernández que justifica así su edición: “Mi intención ha sido publicar en un solo libro un cuerpo significativo de la poesía de Wordsworth, a fin de que quienes sean amantes o estudiosos de la misma puedan encontrar fácilmente una base sustancial para conocer a este poeta tan sobresaliente en el desarrollo de la teoría y práctica poética occidental.”

Y es que Wordsworth, poeta de la naturaleza y del sentimiento, de la nostalgia y la sensibilidad, de la emoción recordada en la tranquilidad de la evocación que ilumina la persistencia del pasado en el presente, es un poeta imprescindible del que en esta edición se da una generosa muestra poética: además de las veinte Baladas líricas, otros cuatro apartados con poemas narrativos, poemas meditativos, sonetos y odas como Atisbos de inmortalidad en los recuerdos de la tierna infancia, que cierran estos magníficos versos:

Gracias al corazón humano por el que vivimos,
gracias a su ternura, sus gozos y temores,
los pensamientos que la flor más humilde me inspira
yacen en lugares demasiado hondos para las lágrimas.

En el Prefacio a la primera edición de las Baladas líricas William Wordsworth dejó fijada una de las definiciones más perdurables de la poesía -La emoción recordada en tranquilidad- y junto con Coleridge, el otro poeta de los lagos, fundó el movimiento romántico inglés con la publicación de ese libro escrito entre los dos.

A ese volumen pertenecía Versos escritos unas millas más allá de la abadía de Tintern Abbey, un poema entre panteísta e incestuoso que Worsdworth fechó el 13 de julio de 1798 tras un segundo viaje a ese lugar emblemático del sur de Gales. Decidió añadir ese texto para cerrar la edición que se estaba preparando de las Baladas líricas, que aparecerían ese mismo año y que contenían veinte poemas suyos y cuatro de Coleridge.

Desde entonces, junto con El Preludio, esos Versos escritos unas pocas millas más allá de la abadía de Tintern se han consolidado como la mejor composición de Worsdworth y como uno de los poemas canónicos de la poesía inglesa. A ese texto pertenecen estos versos:

                                               …Porque he aprendido 
a mirar a la naturaleza, no como en los tiempos 
de mi loca juventud, sino escuchando a menudo 
la triste y sosegada  música de la humanidad, 
ni áspera ni estridente...

Esta amplia selección es una muestra que contiene las claves líricas y temáticas de la poesía romántica: las ruinas medievales, la conciencia del tiempo, el sentimiento de la naturaleza, el sueño y el ensueño, el impulso visionario y la crisis del racionalismo, la proyección de los estados de ánimo en el paisaje, un paisaje mental que refleja la relación problemática del poeta con el mundo, la soledad o la distancia entre la naturaleza y la conciencia.

Enfocados con una actitud profundamente subjetiva, todos esos temas vertebran una poesía que apenas trata de nada más que de una mirada transcendida sobre la naturaleza. Una poesía en la que se funden el paisaje y la autobiografía en la exploración de la memoria, la imaginación coexiste con la experiencia, la reflexión se une a la sensorialidad y el sentimiento se convierte en motor del pensamiento.

La de Wordsworth es una naturaleza telúrica en la que el poeta busca la emoción y las revelaciones, el descubrimiento de su yo más profundo:
                                   
                             … Y he sentido
una presencia que me turba con el gozo
de elevados pensamientos; un sentido sublime 
de algo mucho más profundamente entrelazado,
cuya morada es la luz del sol poniente,
y el océano redondo y el aire vivo,
y el cielo azul, y la mente del hombre: 
un movimiento y un espíritu que impulsan 
a todos los seres que piensan y a todos los objetos pensados,
y fluye a través de todas las cosas.

Santos Domínguez

22 octubre 2018

Roberto Bolaño. Cuentos completos


Roberto Bolaño. 
Cuentos completos.
Alfaguara. Madrid, 2018.

“Cada cuento, cada personaje debía, sin embargo, mantener su autonomía. Extrañamente, ese sistema de referencias cruzadas no producía una obra cerrada en sí misma, apretada, estéril, inmóvil, irrespirable, sino que funcionaba como una galaxia llena de planetas y asteroides y estrellas que giran en su órbita evitando caer en el sol negro que yace en su centro”, escribe Lina Meruane en uno de los veintiocho parágrafos en los que ha organizado su prólogo a la edición de los Cuentos completos de Roberto Bolaño en Alfaguara

Cuando se cumplen quince años de su muerte, se reúnen en un amplio tomo en orden cronológico los tres libros de cuentos que el escritor publicó en vida -Llamadas telefónicas (1997), Putas asesinas (2001) y El gaucho insufrible (2003)- y los póstumos que se editaron en 2007 en El secreto del mal.

Como es lógico, hay muchos altibajos no sólo en el conjunto de los tres libros, sino también en su interior, en el que abundan los tanteos y los hallazgos, las dudas y las indagaciones en busca de un mundo narrativo propio que culminaría en las mejores novelas de Bolaño, Los detectives salvajes y 2666.

Por eso el lector encontrará en estos cuentos una llamativa variedad de espacios narrativos, de temas y técnicas, de tonos y personajes, de tramas y estilos que en muchos casos abren caminos y tienen un evidente carácter fundacional.

En sus relatos abiertos lo cotidiano y lo onírico, la pampa y la ciudad son el fondo de una realidad inquietante por la que transitan, desorientados, frágiles o desesperados, unos personajes que tienen mucho en común con los que habitan sus novelas.

Desde la perspectiva del lector actual, que conoce la trayectoria posterior de Bolaño y sabe que su obra ya está cerrada, algunos de los catorce relatos de Llamadas telefónicas son una primera incursión de Bolaño en el mundo novelístico de Los detectives salvajes y de 2666, una indagación en la peculiar perspectiva del narrador, el Arturo Belano que domina definitivamente su voz en ambas novelas.

No es el único avance en la configuración del universo narrativo de Bolaño: en William Burns, uno de los relatos policiales del libro, aparece ya Santa Teresa, el trasunto de Ciudad Juárez, que acabará fijándose como espacio narrativo de Los detectives salvajes y de 2666; y en Otro cuento ruso – uno de los mejores relatos del libro- se menciona al profesor Amalfitano que tendrá un papel fundamental en 2666.

Pero no sólo por ese carácter fundacional son importantes estos relatos de Bolaño. Muchos de ellos se sostienen como textos autónomos consistentes, como el diálogo sobre el que se construye Detectives, o la Vida de Anne Moore, casi una novela corta. Y entre los trece cuentos de Putas asesinas el lector se encontrará algunos de los mejores relatos cortos de Bolaño, como Últimos atardeceres en la tierra.

Cierra el volumen El contorno del ojo, el primer cuento que publicó Bolaño, que apareció en 1983 en el libro colectivo que reunía los relatos ganadores del Premio Alfambra del Ayuntamiento de Valencia.

Hasta hoy era prácticamente inencontrable. Fue el tercer accésit de aquel concurso en el que Antonio di Benedetto obtuvo el segundo. Y precisamente el cuento inicial de estos Cuentos completos es Sensini, en el que rememora aquella historia. Así lo explica en su prólogo Lina Meruane: 

“En el plano de lo real «El contorno del ojo» no sólo es el primer relato publicado por B en una edición de ayuntamiento ahora difícil de encontrar, sino que está en el origen de «Sensini». Pero en estos Cuentos completos es «Sensini» el cuento que abre y «El contorno del ojo» el cuento que cierra. Por lo demás, escribe R en su correo, se ha respetado un criterio cronológico siguiendo el orden en el que aparecieron las tres colecciones de cuentos que B preparó en vida -Llamadas telefónicas, Putas asesinas, El gaucho insufrible- y de El secreto del mal, libro posterior que aquí adquiere el título de «Cuentos póstumos». M duda de dicho ordenamiento, opina que hay cronologías en disputa dentro del libro: los cuentos podrían haberse ordenado, a) según las fechas de escritura, indicadas al final de cada texto, o b) por las fechas a las que los cuentos aluden en su interior. M se pregunta si a B le hubiera gustado alterar el orden en el que los relatos aparecen ahora, si hubiera elegido las opciones a o b u otra, o si hubiera ofrecido en el índice un orden alternativo, rayuelesco, que realizara un simulacro biográfico. Pero M no dice nada, no sugiere nada, no es ni la autora ni la albacea ni puede comunicarse con B mediante una ouija. Y no conoce a R, la editora que acaba de encargarle este prólogo.”

Leídos en su conjunto, los cuentos de Bolaño, pese a su diversa perspectiva y a su diferente tonalidad, establecen una red secreta de relaciones mutuas que los une entre sí y con el conjunto de su obra narrativa.

Una de las tramas cruciales de esa red es la reflexión constante sobre la función social del escritor y sobre la relación con la realidad de uno de los narradores más notables, más renovadores e influyentes de las últimas décadas en español.

Santos Domínguez

19 octubre 2018

La realidad y el deseo


Luis Cernuda.
La realidad y el deseo.
Introducción de Antonio Rivero Taravillo.
El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2018.

APLAUSO HUMANO

Ahora todas aquellas criaturas grises
Cuya sed parca de amor nocturnamente satisface
El aguachirle conyugal, al escuchar tus versos,
Por la verdad que exponen podrán escarnecerte.

Cuánto pedante en moda y periodista en venta
Humana flor perfecta se estimarán entonces
Frente a ti, así como el patán rudimentario 
Hasta la náusea hozando la escoria del deseo.

La consideración mundana tú nunca la buscaste,
Aún menos cuando fuera su precio una mentira,
Como bufón sombrío traicionando tu alma
A cambio de un cumplido con oficial benevolencia.

Por ello en vida y muerte pagarás largamente
La ocasión de ser fiel contigo y unos pocos,
Aunque jamás sepan los otros que desvío
Siempre es razón mejor ante la grey.

Pero a veces aún dudas si la verdad del alma
No debiera guardarla el alma a solas,
Contemplarla en silencio, y así nutrir la vida
Con un tesoro intacto que no profana el mundo.

Mas tus labios hablaron, y su verdad fue al aire.
Sigue con la frente tranquila entre los hombres,
Y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,
Formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo

En ese poema de Como quien espera el alba, un libro escrito entre 1941 y 1944 en su exilio británico, está resumido gran parte del mundo poético y vital de Luis Cernuda.

Con el resto de su obra poética, forma parte de La realidad y el deseo, que publica El libro de bolsillo de Alianza Editorial con una introducción en la que Antonio Rivero Taravillo escribe: “La estimación de los poetas oscila y suele suceder que quien goza de la más alta consideración una temporada luego acabe relegado en el gusto de las generaciones siguientes. No sucede así con Cernuda. Sus huesos podrán, sí, estar en el Panteón Jardín de la Ciudad de México (a pocos metros de los de Prados); su poesía, amorosa, reflexiva sobre el paso del tiempo, sobre los vicios y virtudes de sus contemporáneos y compatriotas, sobre la magia de las cosas imperecederas, es también imperecedera ella misma; al menos no se atisba un cambio. Clásico ya de nuestras letras, por ese carácter insobornable suyo que resaltó Paz, Cernuda es ejemplo de conciencia cívica, moral y literaria.”

Una cuidada y muy manejable edición que se cierra con el imprescindible Historial de un libro, una autobiografía en la que funde vida y poesía de manera ejemplar en un texto que escribió en 1958, casi a la vez que se publicaba en México la tercera edición de La realidad y el deseo. En ese Historial de un libro Cernuda repasa su trayectoria vital y poética en unas páginas fundamentales que iluminan su obra, ayudan a comprender la coherencia interna de su teoría poética y permiten una lectura guiada de su escritura, atravesada siempre por una conflictiva relación entre biografía y poesía, entre mito y circunstancia. 

“Sólo podemos conocer la poesía a partir del hombre”, escribió Luis Cernuda en un artículo sobre Eluard. Y por eso es esencial entender la conflictiva relación que hubo entre biografía y poesía en Luis Cernuda, su vida errante que desembocó al otro lado del mar, donde los caminos de hierro tienen nombres de pájaro, y que favoreció el desarrollo y la evolución de su obra, que alcanza una nueva dimensión en los casi veinticinco años de exilio en Inglaterra, Estados Unidos y México, donde murió en noviembre de 1963.

Porque si Cernuda pasó de la poesía pura al superrealismo y del simbolismo al neorromanticismo antes de la guerra civil, cuando aparece en abril de 1936 la primera edición de La realidad y el deseo, encontró su modulación definitiva tras la lectura de la poesía inglesa desde Las nubes y Como quien espera el alba para culminar en el final Desolación de la Quimera -“epílogo, balance, testamento” en palabras de Rivero Taravillo-, donde aparece este breve, intenso y significativo poema:

 MÚSICA CAUTIVA
      A dos voces

“Tus ojos son los ojos de un hombre enamorado;
tus labios son los labios de un hombre que no cree
en el amor.” “Entonces dime el remedio, amigo,
si están en desacuerdo realidad y deseo.”

En pocos poetas del 27 se unen tan intensamente obra y biografía, de manera que La realidad y el deseo contiene la autobiografía del poeta tanto como el Historial de un libro, Ocnos o su voluminosa correspondencia.

Porque, más allá de su dolorosa historia personal, más allá del escepticismo de Vivir sin estar viviendo y del hastío de Con las horas contadas -que contiene esa espléndida elegía del presente que son los dieciséis Poemas para un cuerpo- libros como Las nubes o Desolación de la Quimera acabarían marcando el rumbo de la poesía en español a ambos lados del Atlántico.

Desde ese punto de vista, la obra de Luis Cernuda es la crónica poética de una insatisfacción, agrupada significativamente bajo el título La realidad y el deseo, que como explicó Octavio Paz puede leerse como una biografía espiritual, como una sucesión de momentos vividos y como una reflexión -de ahí su carácter moral- sobre esas experiencias vitales. 

Y es que en pocos poetas como en Cernuda se conjuntan biografía y literatura para proporcionar las claves de la vida y la poesía de un autor que cuando tituló su obra completa La realidad y el deseo hacía una declaración de intenciones y firmaba -pese a todo- una fe de vida como la que expresa en la última estrofa de su poema Mozart:

Voz más divina que otra alguna, humana
Al mismo tiempo, podemos siempre oírla,
Dejarla que despierte sueños idos
Del ser que fuimos y al vivir matamos.
Sí, el hombre pasa, pero su voz perdura,
Nocturno ruiseñor o alondra mañanera,
Sonando en las ruinas del cielo de los dioses.


Santos Domínguez

17 octubre 2018

El cosmos arquetipal


Keiron Le Grice.
El cosmos arquetipal. 
Traducción de Antonio Rivas Gonzálvez.
Atalanta. Gerona, 2018.

Al contemplar la inmensidad del espacio presenciamos un misterio enorme e insondable. El cielo nocturno produce una sensación de ilimitada profundidad y extensión inconcebible, de intemporalidad e infinitud, de terror ante la oscuridad ignota así como el irresistible atractivo de lo que aún no hemos experimentado. Al mismo tiempo, pone de relieve el enigma de nuestro origen esencial y la promesa de nuestro futuro lejano. Sentimos que el universo es a la vez nuestra fuente y nuestra meta, nuestro principio y nuestro final. El contexto evolutivo de la vida misma: tal es el terreno donde tienen su origen todas las cosas. 

Ese es el punto de partida de El cosmos arquetipal, de Keiron Le Grice, que publica Atalanta en su colección Imaginatio Vera con traducción de Antonio Rivas Gonzálvez. 

Un libro que formula la propuesta de una nueva perspectiva cultural para integrar mitología y modernidad, analiza las funciones del mito y destaca la importancia del monomito del viaje del héroe.

Inspirado en la psicología analítica de Jung y en la metodología comparativa de Campbell, este proyecto que Keiron Le Grice desarrolló durante más de diez años se publicó en 2010 y se materializa en la propuesta múltiple de una nueva perspectiva mítica del mundo, de una nueva cosmología, de una nueva concepción de la ciencia y de una nueva conciencia integral del mundo y del hombre.

Se trata en definitiva de reivindicar una nueva conciencia del mundo y de uno mismo desde la cosmología arquetipal y desde una mitología individual que revele las claves que ordenan la visión cosmológica, la conciencia individual y la imaginación colectiva en un orden más profundo, asentado en la relación entre la ciencia y la espiritualidad, en los arquetipos universales del mito y en las estructuras psíquicas que los producen desde la unidad de psique y cosmos. 

Así lo resume Keiron Le Grice en su introducción, Fronteras paralelas: 

Este libro presenta un bosquejo de una nueva perspectiva mítica del mundo a través de una exploración de las bases teóricas de la astrología arquetipal y su aplicación a la mitología, la psicología y la espiritualidad contemporáneas. En particular, la visión de la realidad que presento en estas páginas se inspira en el trabajo de Carl Gustav Jung y Joseph Campbell en las áreas de la psicología analítica y la mitología comparativa, respectivamente. Ambos han sido extremadamente influyentes no sólo en sus esferas de conocimiento, sino también en muchas otras de la cultura popular occidental, sobre todo en las formas contemporáneas de la espiritualidad y la autoexploración psicológica. Asimismo han contribuido de manera importante a la asimilación del simbolismo esotérico y la sabiduría religiosa oriental en las visiones culturales e intelectuales de Occidente. Y han sido decisivos en la identificación de los temas universales de los mitos y religiones del mundo y de las estructuras psíquicas subyacentes en las que se originan. 

Santos Domínguez

15 octubre 2018

García Márquez. El escándalo del siglo



Gabriel García Márquez.
El escándalo del siglo.
Prólogo de Jon Lee Anderson.
Edición de Cristóbal Pera.
Literatura Random House. Barcelona, 2018.

Otras veces había experimentado el mismo sobresalto cuando se sentaba a oír la lluvia. Sentía crujir la verja de hierro; sentía pasos de hombre en el sendero enladrillado y ruido de botas raspadas en el piso, frente al umbral. Durante muchas noches aguardó a que el hombre llamara a la puerta. Pero después, cuando aprendió a descifrar los innumerables ruidos de la lluvia, pensó que el visitante imaginario no pasaría nunca del umbral y se acostumbró a no esperarlo. 

Así comienza ‘Un hombre viene bajo la lluvia’, que forma parte de la antología de cincuenta textos de García Márquez para prensa diaria y revistas entre 1950 y 1984, que publica Literatura Random House con prólogo de Jon Lee Anderson y selección de Cristóbal Pera.

El pulso narrativo que se aprecia en ese comienzo es una constante de toda la obra periodística de García Márquez, está presente ya en el primer artículo de esta antología, el espléndido ‘El barbero presidencial’, que apareció en El Heraldo de Barranquilla el 16 de marzo de 1950 y recorre las páginas de esta antología que toma su título de El escándalo del siglo, un largo reportaje que García Márquez envió desde Roma y publicó en El Espectador de Bogotá en septiembre de 1955 en trece entregas con el subtítulo Muerta, Wilma Montessi pasea por el mundo. 

Como el mejor oficio del mundo definió García Márquez el oficio del periodista, al que siempre vio ligada su obra narrativa. “Mis libros son libros de periodista”, decía, y es que en gran medida su obra explora y recorre los caminos de ida y vuelta que comunican el periodismo y la narrativa. 

Porque en el periodismo encontró García Márquez no sólo un medio de vida, sino una escuela de estilo, como señaló Jacques Gilard editor de su obra periodística en cinco voluminosos tomo. En la escritura de artículos, crónicas o reportajes de prensa aprendió algunas de las claves de su narrativa a lo largo de una trayectoria desde el narrador incipiente hasta el consagrado que repasa Jon Lee Anderson en el prólogo, donde afirma que “Gabo fue periodista; el periodismo fue en cierto modo su primer amor, y, como todos los primeros amores, el más duradero.”

Sobre la gran variedad de temas aportados por la realidad se proyecta siempre la mirada narrativa y el gusto por contar bien de García Márquez en los distintos formatos periodísticos: 

“Entre los textos se encuentran notas de prensa, columnas, comentarios, crónicas, reportajes, artículos de opinión y perfiles. El lector encontrará también algunos textos literarios publicados paralelamente en prensa o en revistas literarias”, explica en la nota previa Cristóbal Pera, responsable de la edición y de la selección de los textos, que añade que “el criterio de la selección ha sido personal y trata de sortear cualquier categorización académica, estilística o histórica. Como lector y editor de García Márquez, he escogido textos donde aparece latente esa atención narrativa entre periodismo y literatura, donde las costuras de la realidad se estiran por su incontenible impulso narrativo, ofreciendo a los lectores la posibilidad de disfrutar una vez más del contador de historias que fue García Márquez.”

Coetáneas de sus cuentos y sus novelas, en estas páginas ágiles de prosa limpia y exacta -páginas que no desmerecen del resto de la obra de García Márquez- se pueden encontrar algunos de sus temas, de sus tonalidades y de sus enfoques narrativos característicos y a veces la semilla de algunos de sus relatos.

Y así, junto a las crónicas y reportajes que escribió entre 1955 y 1960, cuando trabajaba como corresponsal en Europa, aparecen textos literarios como La casa de los Buendía (Apuntes para una novela), que publicó en junio de 1954 y que es la prehistoria de Cien años de soledad, y otros en los que predomina el enfoque narrativo, como ‘El asesino de los corazones solitarios’, ‘La muerte es una dama impuntual’ o ‘La extraña idolatría de La Sierpe’, un reportaje que es también en gran medida un relato en el que aparece prefigurado el personaje de la Mamá Grande.

Pero no están aquí sólo los textos que muestran al escritor en ciernes. A partir de los años sesenta esos artículos conviven con la narrativa del escritor de libros que, en julio de 1966, mientras trabajaba en Cien años de soledad, que aparecería el año siguiente, publicaba en El Espectador de Bogotá el artículo ‘Desventuras de un escritor de libros’, que comenzaba y terminaba con estos dos párrafos que reivindicaban la vocación suicida de la escritura:

Escribir libros es un oficio suicida. Ninguno exige tanto tiempo, tanto trabajo, tanta consagración en relación con sus beneficios inmediatos. No creo que sean muchos los lectores que al terminar la lectura de un libro se pregunten cuántas horas de angustias y de calamidades domésticas le han costado al autor esas doscientas páginas y cuánto ha recibido por su trabajo. Para terminar pronto, conviene decir a quien no lo sepa que el escritor se gana solamente el diez por ciento de lo que el comprador paga por el libro en la librería. De modo que el lector que compró un libro de veinte pesos sólo contribuyó con dos pesos a la subsistencia del escritor. El resto se lo llevaron los editores, que corrieron el riesgo de imprimirlo, y luego los distribuidores y los libreros. Esto parecerá todavía más injusto cuando se piense que los mejores escritores son los que suelen escribir menos y fumar más, y es por tanto normal que necesiten por lo menos dos años y veintinueve mil doscientos cigarrillos para escribir un libro de doscientas páginas. Lo que quiere decir en buena aritmética que nada más en lo que se fuman se gastan una suma superior a la que van a recibir por el libro. Por algo me decía un amigo escritor: «Todos los editores, distribuidores y libreros son ricos y todos los escritores somos pobres»
(...)
Después de esta triste revisión, resulta elemental preguntarse por qué escribimos los escritores. La respuesta, por fuerza, es tanto más melodramática cuanto más sincera. Se es escritor simplemente como se es judío o se es negro. El éxito es alentador, el favor de los lectores es estimulante, pero éstas son ganancias suplementarias, porque un buen escritor seguirá escribiendo de todas maneras aun con los zapatos rotos, y aunque sus libros no se vendan. Es una especie de deformación que explica muy bien la barbaridad social de que tantos hombres y mujeres se hayan suicidado de hambre, por hacer algo que al fin y al cabo, y hablando completamente en serio, no sirve para nada.

Convertido en uno de los novelistas fundamentales de la segunda mitad del siglo pasado, siguió escribiendo y publicando artículos como ‘Mi Hemingway personal’  (El País, 29 de julio de 1981), en el que evoca el día lluvioso de primavera en que se cruzó con Hemingway en París: 

Lo reconocí de pronto, paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint-Michel, en París, un día de la lluviosa primavera de 1957. Caminaba por la acera opuesta en dirección del jardín de Luxemburgo, y llevaba unos pantalones de vaquero muy usados, una camisa de cuadros escoceses y una gorra de pelotero. Lo único que no parecía suyo eran los lentes de armadura metálica, redondos y minúsculos, que le daban un aire de abuelo prematuro. Había cumplido 59 años, y era enorme y demasiado visible, pero no daba la impresión de fortaleza brutal que sin duda él hubiera deseado, porque tenía las caderas estrechas y las piernas un poco escuálidas sobre sus bastos. Parecía tan vivo entre los puestos de libros usados y el torrente juvenil de la Sorbona que era imposible imaginarse que le faltaban apenas cuatro años para morir.
Por una fracción de segundo –como me ha ocurrido siempre– me encontré dividido entre mis dos oficios rivales. No sabía si hacerle una entrevista de prensa o sólo atravesar la avenida para expresarle mi admiración sin reservas. Para ambos propósitos, sin embargo, había el mismo inconveniente grande: yo hablaba desde entonces el mismo inglés rudimentario que seguí hablando siempre, y no estaba muy seguro de su español de torero. De modo que no hice ninguna de las dos cosas que hubieran podido estropear aquel instante, sino que me puse las manos en bocina, como Tarzán en la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes, y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto pueril: «Adióóóós, amigo». Fue la única vez que lo vi.

Santos Domínguez

12 octubre 2018

Bruno Montané. Poesía reunida

Bruno Montané Krebs.
El futuro.
Poesía reunida (1979-2016).
Prólogo de Ignacio Echevarría.
Candaya. Barcelona, 2018.

A la escritura no le preocupa el discurso 
ni tampoco el correcto pulso de la redacción, 
lo que ella quiere es dejar de ser una palabra 
que esconda sus nervios, lo que ella desea 
es ser un poema, un rayo, un trueno 
en el oído interior del discurso. 
Como sabemos, el poema no se redacta, 
el poema solo quiere aprender a respirar.

Así termina Aprendizaje y respiración, uno de los mejores poemas de El futuro, el libro inédito que da título a la recopilación de la poesía del chileno Bruno Montané (Valparaíso, 1957) que publica Candaya en su colección de poesía con un prólogo de Javier Echevarría.

Esos versos podrían resumir el núcleo de una poesía en la que la búsqueda del sentido del mundo se une a la búsqueda del sentido de la propia creación, de manera que la conciencia existencial se sustancia en conciencia del lenguaje y en la escritura como la verdadera noción de lugar.

Entre El maletín de Stevenson y el libro inédito que da título al volumen se recogen en esta espléndida edición de la poesía reunida de Montané casi cuarenta años de escritura poética y cuatro libros -los otros dos son El cielo de los topos y Mapas de bolsillo- de un autor poco conocido en España.

Poeta de culto y casi secreto, Bruno Montané fue uno de los fundadores en México en1975 del movimiento infrarrealista con Roberto Bolaño, que lo convirtió en uno de los personajes fundamentales (Felipe Müller) de Los detectives salvajes.

Desde las intuiciones y revelaciones que sustentan la poesía de la sugerencia de El maletín de Stevenson a la reflexión sobre la escritura de El futuro, pasando por el poder de las imágenes como vehículo de conocimiento y comunicación con la realidad en El cielo de los topos y la poesía figurativa de Mapas de bolsillo, donde el sueño y el asombro son instrumentos para aprehender el sentido del mundo, esta recopilación de la totalidad de su obra poética muestra la contención poética minimalista de quien funda su escritura en los abismos existenciales pero encuentra un parapeto en el amor, en el paisaje o en el poder revelador del lenguaje ante el vacío, como en Escrito 4:

Nosotros, los que no sabemos de la locura 
sino su parte de leyenda, su fulgor 
extraño pero casi cómodo, nosotros 
los que aquí estamos y opinamos 
desde este lado del espejo, nosotros 
los del sueño y el proyecto infalible, 
somos los hundidos en la nada. 

Somos el surgimiento, somos 
los pies que se cimbran en el cálido vacío, 
el vacío que tiembla al otro lado del espejo.

Con una precisión alejada de cualquier tentación de gestualidad, la aparente sencillez expresiva de estos textos esconde una honda reflexión sobre la poesía como método de conocimiento y como búsqueda de la revelación de la realidad desde una radical conciencia del lenguaje, como en Más silencio:

Necesitamos más silencio, 
un verdadero silencio, un soplo mudo 
en la serena intensidad de las horas que, 
una tras otra, se disponen frente a la inteligencia 
y compasión del manipulado abismo. 
Silencio ante los comerciales primeros planos, 
silencio ante el programa del mito; 
silencio, tres veces, ante la máquina del poema 
que se prodiga expulsada del silencioso lógos; 
mientras seguimos el rumor de la mano 
que cava un agujero de luz 
en el centro del sentido.

Santos Domínguez

10 octubre 2018

Lord Byron. Diarios


Lord Byron.
Diarios.
Traducción, introducción y notas
de Lorenzo Luengo.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2018.

“Las cartas y los diarios nos ofrecen un documento de primera mano para conocer a Byron desde el otro lado de sus versos, ese Byron introspectivo y solitario al que casi oímos morderse las uñas en las reuniones de sociedad («y de esta forma medio Londres pasa lo que llamamos vida. Mañana es la fiesta en casa de Lady Heathcote—¿iré?», se pregunta, para replicar de inmediato: «sí—para castigarme por no tener ninguna ocupación»), o mientras aguarda una revolución que nunca llega, pero sobre todo a ese Byron de mirada lúcida —y lúdica— que busca en los relieves de la realidad un motivo para la carcajada”, escribe Lorenzo Luengo en la magnífica introducción que abre su traducción de los Diarios de Lord Byron en la edición anotada que publica Galaxia Gutenberg.

Una edición que reúne el Diario de Londres, impulsado por la melancolía que le dejó el final de una agitada sucesión de episodios amorosos; el breve Diario alpino, un cuaderno de viaje por los Alpes suizos en 1816, el año sin verano; el Diario de Rávena, a donde llegó desde Venecia siguiendo a la joven Teresa Guiccioli; el efímero cuaderno Mi diccionario, que escribió en Pisa; los 121 fragmentos de reflexiones y recuerdos de los Pensamientos aislados y el Diario de Cefalonia, que escribió durante su aventura griega para luchar contra los turcos por la independencia.

Un conjunto que refleja a lo largo de poco más de diez años -entre el 14 de abril de 1813 y el 15 de febrero de 1824- la imagen humana de un Byron cercano e introspectivo, muy alejado de la imagen superficial y pintoresca del dandi disfrazado de su propia leyenda poética de donjuán arrasador.

El Byron de los Diarios es más trivial, más espontáneo y proclive a la confidencia -“Si deseara ser algo..., ni yo sé lo que deseo”-, un Byron contemplativo y a veces reflexivo que anota la intrahistoria de los procesos creativos de algunos de sus textos, escribe sobre sus lecturas, su pereza o sus dolores de cabeza y habla sobre las obras de teatro que presencia o sobre las visitas que hace o recibe, comenta la situación política de Europa, se queja de las inclemencias del clima o deja una nota para recordar que al día siguiente debe comprar un regalo para alguien.

Pero es también un Byron lúcido, cínico y divertido que en la primera anotación del Diario de Londres escribe: “No sé de nadie al que haya mejorado el matrimonio. Todos los emparejados de mi tiempo son calvos e infelices. Wordsworth y Southey se han quedado sin pelo y sin humor, y mira que Southey tenía en cantidad. Pero lo de menos es qué se desprende de las sienes de un hombre en tal estado.” O el que el 5 de enero de 1821 en el Diario de Rávena confiesa sonriente: “Me iré a la cama, pues me doy cuenta de que me estoy volviendo un cínico.”

En su estudio introductorio explica Lorenzo Luengo que “en todos sus escritos de naturaleza confesional, desde las cartas y los diarios hasta los breves (y en muchos casos divertidísimos) pasajes de sus memorias que han llegado hasta nosotros, encontramos a ese Hamlet en el camerino, que ‘desviste ante nuestros ojos su portentosa mente’ y ahonda en sus misterios inspirado por un desasosiego que, ya que no otra cosa, al menos le permite comprobar que hay algo en el que es ‘más que la apariencia’: ese Byron que purga su alma o la vuelca sin miramientos sobre la página en blanco no es ya el corsario, ni el peregrino sentimental, sino un hombre en su más inmediata desnudez, que puede permitirse incluso ser ‘un necio que duda’, aunque sin envidiarle a nadie ‘la confianza en una autoacreditada sabiduría’.”

Ese Byron inseguro que tiende a la melancolía y propenso al aburrimiento -“es parte de mi naturaleza”- escribía el 15 de febrero de 1824 en la última entrada de su Diario de Cefalonia:

“Recientemente me he visto agitado, no sin violencia, por más de una pasión, y bastante ocupado tanto en lo político como en lo privado, y en medio de conflictos partidistas, políticos y (en lo que respecta a los asuntos públicos) factuales; también me he visto sumido en un estado de ansiedad por cosas que únicamente tienen que ver con mis sentimientos más íntimos, y quizá no siempre me he conducido con la moderación que, a grandes rasgos, puedo decir que solía mostrar. Desconozco si alguna de tales cosas o todas ellas pueden haber actuado sobre la mente o el cuerpo de alguien que ya ha pasado por muchos cambios previos de lugar y pasión durante una vida de treinta y seis años.” 

Acababa de sufrir un aparatoso ataque convulsivo que los médicos no pudieron dictaminar si era “epiléptico, paralítico o apoplético”, pero que le había sumido en un estado de enorme debilidad. Ya no volvería a anotar nada en su diario y dos meses después, el 19 de abril, murió después de pronunciar las que fueron sus últimas palabras: “Ahora quiero dormir.”

Había cumplido años por última vez el 22 de enero, el día que escribió en Missolonghi un poema titulado En este día cumplo treinta y seis años, una despedida que termina con estas dos estrofas:

Si reniegas de la juventud, ¿ para qué vives?
La tierra de la muerte honorable
está aquí. Salta al campo de batalla
y rinde tu aliento.

Busca -a menudo menos buscada que hallada-
la tumba del soldado la mejor para ti;
luego mira alrededor y elige el sitio,
y toma tu descanso.
Santos Domínguez