Rosana Acquaroni.
La casa grande.
Bartleby Editores. Madrid, 2018.
Memoria, lenguaje y trauma en la obra de Félix Grande se titula un estudio esclarecedor de Pilar Cáceres en torno al autor de Libro de familia. Y esos tres conceptos son también fundamentales en el último libro de Rosana Acquaroni, La casa grande, que publica Bartleby Editores.
La casa grande es un ajuste de cuentas con la memoria personal y familiar más íntima, el resultado poético de un proceso en el que Rosana Acquaroni desanda los caminos de la sangre para mirar a la cara a la madre y su secreto escondido bajo llave, para enfrentarse al trauma y al naufragio, a la herida y la pérdida hasta dejar que el corazón / desdiga lo vivido para escribir poemas como este:
Madre
he venido aquí hasta aquí a restañar tus ataduras
a contener el frío alojado en tu boca.
Soy la hija
que te aguardó despierta cada noche
y que ahora regresa
para lavar tu lengua
de la herida silente.
He cruzado el jardín del abandono.
He abatido sus puertas,
llevo una piel de niña para arropar tu cuerpo
y llenarte de juncos
mariposas
botones.
He vaciado tu frascos de pastillas,
las trago una por una
-sagrada eucaristía del olvido-.
Me he cubierto de musgo
para no lastimarte
y llevarte conmigo
hasta un claro del bosque,
donde enterrar por fin
todo lo que perdimos.
Desde la conciencia de los límites y la desposesión, porque nada nos pertenece. / Ni siquiera el olvido, los poemas de La casa grande están escritos con una contención expresiva que los aleja de cualquier tentación de caer en el patetismo. Y es que esa casa grande es la del dolor y el recuerdo, la del desastre personal evocado sin nostalgia, porque la situación de las mujeres en los tiempos tristes de posguerra que desencadenaron las situaciones a las que aluden estos versos precisa de denuncia más que de melancolía: de la obediencia no se sale indemne.
Y así la memoria se concreta en el deseo de comprender las circunstancias que desencadenaron el naufragio que se anuncia en los versos iniciales:
Como un lento naufragio que dejara en la boca
restos de mar flotando a la deriva.
Y luego la locura (Madre, mi libertad / se engendra en tu locura. / Tu locura se prende en mi latido) y la atropina y los electrochoques en el Alonso Vega en el año 1972.
Y pese a todo, pese a tanta convulsión personal y familiar, este es un libro sereno que busca la luz desde la sombra, un libro potente y terapéutico que cierran estos dos versos:
También tu tempestad
está conmigo.
Santos Domínguez