17 septiembre 2007

Hacia los confines del mundo


Harry Thompson.
Hacia los confines del mundo.
Traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.
Salamandra. Barcelona, 2007.


Tras el suicidio del capitán Stokes, el mando del Beagle, una embarcación de las que en la época eran conocidas como bergantín-ataúd, recae en el capitán FitzRoy, un joven aristócrata de ideas conservadoras y fiel creyente. La misión de este barco es cartografiar la costa sudamericana. Junto a la tripulación embarca, en diciembre de 1831, un naturalista de veintiún años que se llama Charles Darwin y aspira a ser clérigo.

Este es el punto de partida de la novela de Harry Thompson Hacia los confines del mundo, que publica Salamandra con traducción de Victoria Malet y Caspar Hodgkinson.

El resto del relato completa no sólo un relato fiel del viaje que cambió la ciencia y las creencias religiosas de la época sino también una apasionante novela de aventuras marítimas. Pese a su juventud, el capitán FitzRoy tiene experiencia y conocimientos sobrados para llevar a cabo la misión que se le ha encomendado. Darwin tiene una vasta formación en Geología e Historia Natural y suple su desconocimiento del mar y sus continuos mareos con una sed insaciable de conocimientos y una inagotable capacidad de asombro. Los dos son, pues, jóvenes pero expertos y los dos tienen sólidas creencias religiosas

El viaje del Beagle durará cinco años en los que dan la vuelta al mundo y además de cartografiar la costa sudamericana recogen gran material de fósiles, muestras geológicas o animales con los que Darwin va conformando su teoría de la evolución. Eso provocará frecuentes enfrentamientos dialécticos con el capitán, que comienza a dar muestras de un trastorno mental que se irá agravando con el tiempo.

El contacto con una naturaleza fría y brutal, ajena a los intereses y sentimientos humanos, hace tambalearse las ideas y creeencias de Darwin. El hombre no es el rey de la creación que puso nombre a los animales. Es un ser natural que no goza de privilegio alguno y está sujeto al azar que parece regir la evolución natural. Darwin no puede conciliar la existencia de un Dios todopoderoso con una naturaleza que parece avanzar a ciegas y no siente nada ante el dolor o la muerte.

Dos suicidios enmarcan la novela. El primero, en medio de una naturaleza oscura, gélida y desierta. El segundo en Londres, en pleno mundo civilizado. El autor parece hablarnos en esa clave de la esencial soledad del hombre en cualquier situación. A fin de cuentas, naturaleza y sociedad se rigen por reglas parecidas y los dos protagonistas son un ejemplo de la teoría de Darwin aplicada a la sociedad humana: FitzRoy es un ejemplar inadaptado que acaba desapareciendo y Darwin, en cambio, no sólo se adapta a los nuevos tiempos sino que contribuye a generarlos. Es un triunfador, aunque no por eso está libre de padecer los rigores de la selección natural en su propia vida. Tanto él como el capitán deben enfrentarse a pérdidas muy cercanas, que para Darwin suponen la dolorosa constatación de que sobreviven los que mejor se adaptan y la certeza de la inexistencia de Dios.

Por la novela desfilan personajes y situaciones que, siendo históricos, tienen un aura irreal y casi surrealista. Por ejemplo, los fueguinos que el capitán traslada a Londres para que educarlos y demostrar así su creencia en la igualdad de todos los hombres. Resulta paradójico que FitzRoy defienda la igualdad de los hombres basándose en la Biblia y Darwin crea en la existencia de razas inferiores basándose en la ciencia.

En otras ocasiones, los personajes, a pesar de ser históricos, parecen creados para aludir a nuestro presente. Si Thompson alude a las similitudes entre los razonamientos del general Rosas en Argentina y los del trío de las Azores para justificar la invasión de Irak, ¿cómo no recordar a Pinochet en el exilio dorado y londinense de aquel general argentino? Algo parecido podríamos decir de la vida política y del poder de la prensa en la naciente sociedad capitalista.

Por más que sepamos que los hechos narrados son, en su mayoría, históricos y que los personajes no son creaciones del autor, como ocurre en la novela histórica, nos encontramos ante una clásica narración de aventuras. Aunque tengamos constancia de la existencia real de Darwin y del Beagle, del capitán FitzRoy y los fueguinos, de las tormentas del Cabo de Hornos y de las iguanas de las islas Galápagos; aunque comprobemos la fidelidad con la que el autor ha seguido los Diarios de un naturalista de Darwin, nos encontramos, por encima de todo, en el mundo épico del mar, del hombre a la búsqueda de sí mismo y de un tesoro, en este caso, el del conocimiento.

El del Beagle es un viaje real. Más que real, histórico. Pero también es el viaje simbólico de dos hombres aislados de la civilización, enfrentados a las fuerzas de los elementos y a su propia naturaleza, que no podrán ser los mismos a su regreso.

Rosalía Ruiz

14 septiembre 2007

Hector de Sainte-Hermine


Alexandre Dumas.
Hector de Sainte-Hermine.
I. La forja de un héroe.

Traducción y postfacio de Rafael Blanco Vázquez.
Grandes Clásicos Funambulista. Madrid, 2007.

Como un chef-d'œuvre, como una obra maestra, saludaba en julio de 2005 François Busnel, director de Lire, la aparición de Hector de Sainte-Hermine, la última gran novela de Dumas que acababa de recuperarse después de ciento treinta y cinco años desaparecida.

La primera parte, La forja de un héroe, la publica ahora Funambulista con traducción, notas y postfacio de Rafael Blanco en su colección Grandes Clásicos.

Dumas había empezado a publicarla por entregas en Le Moniteur universel en los primeros días de enero de 1869. A su muerte en 1870 la dejó inacabada, con 118 capítulos de un proyecto muy ambicioso para el que su autor calculaba entre cuatro y seis tomos.

Y aunque en su época se leyó mucho, no se publicó nunca en forma de libro hasta que hace dos años, casi por casualidad, se recuperaron en la Biblioteca Nacional de Francia los microfilmes del folletín que sirvieron de base para la edición francesa.

Junto con Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y Joseph Balsamo, probablemente sea esta una de las creaciones más interesantes de Dumas. Y desde luego una genuina novela de aventuras escrita sin la intervención de los negros que colaboraron activamente en algunas de sus novelas más conocidas.

Último hijo de un aristócrata guillotinado en 1793 por intentar liberar a María Antonieta, el impulso de Hector de Sainte-Hermine y el motor de la novela que lleva su nombre es la obligación de vengar la muerte de su padre y de sus dos hermanos, aunque –como ha destacado Busnel en su reseña- es la revancha más que la venganza la clave que explica no sólo esta obra, sino la totalidad de su narrativa y el comportamiento de personajes como Dantès, Balsamo o D’Artagnan.

Con una acción trepidante, llena de lances y con cambios frecuentes de lugar, con una certera caracterización de personajes como Napoleón, Fouché, el tortuoso ministro de la policía; Bourrienne, su secretario, o Cadoudal, uno de los jefes militares de la facción monárquica, y un reflejo de la situación de Francia tras el 18 de Brumario, esta novela es la pieza que faltaba para completar, con la reconstrucción del primer consulado napoleónico y el Imperio, el puzzle con el que Dumas enfoca novelísticamente la historia de Francia en un texto que se inicia en el despacho del cónsul Bonaparte el 30 de Pluvioso del año 9 (19-II-1801).

A partir de ese momento la escritura torrencial del narrador arrastra al lector en una peripecia que cumple las dos misiones que para Dumas debía tener la novela: entretener e interesar.

Santos Domínguez

13 septiembre 2007

Memorias de un anarquista en prisión


Alexander Berkman.
Memorias de un anarquista en prisión.
Traducción de Albert Fuentes.
Introducción de Marc Viaplana.
Melusina. Barcelona, 2007.


Alexander Berkman ( Lituania,1870- Niza,1936), hijo de un hombre de negocios judío, se quedó huérfano a los dieciocho años y emigró a los Estados Unidos, donde conoció a Emma Goldman, una modesta inmigrante rusa empleada en una fábrica textil, que se convirtió en su amante.

Marcada por la lectura de Most, la pareja se implicó en campañas de activismo político y sindical. En 1892, Henry Frick, el empresario de la planta de acero de Homestead, se enfrentó a los intentos de huelga de sus trabajadores con una represión feroz que provocó el asesinato de diez obreros y sesenta heridos:

Cada detalle de aquel día me quedó nítidamente grabado en la memoria. Es el 6 de julio de 1892. Estamos —Fedya y yo— tranquilamente instalados en la parte trasera de nuestro pequeño apartamento cuando de repente entra la muchacha. Sus pasos, ya de por sí rápidos y enérgicos, suenan más decididos que de costumbre. Al volverme hacia ella, me sorprende el brillo peculiar de sus ojos y sus colores subidos. —¿Lo has leído? —grita, enarbolando un periódico medio abierto. —¿De qué se trata? —Homestead. Han tiroteado a los huelguistas. Los Pinkerton han matado a mujeres y niños.

La reacción de Berkman fue un intento de asesinato de aquel patrón el 23 de julio de 1892. Frick no murió y Berkman fue condenado a veintidós años.

Salió en libertad en 1906 y a partir de entonces Berkman y Goldman encabezaron el movimiento anarquista en los Estados Unidos y publicaron clandestinamente semanarios radicales como Mother Earth o Blast, y libros como Anarquism and Other Essays (1910) de Goldman o estas Memorias de un anarquista en prisión (1912) de Berkman, que acaba de publicar Melusina en una espléndida edición.

Acabaron deportados en la Unión Soviética y tras pasar por Suecia y Alemania, se instalaron en Francia, donde Berkman se suicidó el 28 de junio de 1936.

Sus memorias son el testimonio doloroso del aprendizaje y la adaptación a las condiciones brutales del recluso:

Ningún otro libro – escribió Kenneth Rexroth a propósito de este- aborda de forma tan sincera el comportamiento criminal en la hermética sociedad carcelaria, la homosexualidad o la extorsión. Ningún otro prisionero político se acerca a la simpatía de Berkman hacia aquellos que la mayoría de los revolucionarios denomina delincuentes comunes.

Organizada en cuatro partes (El despertar y su tributo, El penal, El taller penitenciario y La resurrección), la segunda ocupa casi cuatrocientas páginas y es la fundamental de estas impresionantes memorias de uno de los héroes perdidos del radicalismo americano, una voz pura e insólita de la rebeldía, como lo definió Howard Zinn.

La desesperación y la voluntad de vivir, el silencio y la esperanza, el ansia de sexo y el aislamiento, los sueños de libertad y los planes de fuga son algunos de los episodios que marcan las vidas carcelarias de aquellas criaturas malogradas.

Alexander Berkman pudo salir de aquel infierno para contarlo en un libro que se puede leer como el diario de una resistencia o de una resurrección, pero sobre todo como un testimonio de rebeldía indomable.

Luis E. Aldave

12 septiembre 2007

Poesía española


Gerardo Diego.
Poesía Española (Antologías)
Edición, introducción y notas de JoséTeruel.
Cátedra. Letras Hispánicas. Madrid, 2007.


En 1959 publicaba Gerardo Diego en Taurus su Poesía española contemporánea (1901- 1934), que reunía en orden inverso sus decisivas antologías de 1932 y 1934. Como anunciaba en el prólogo escrito para esa nueva edición, se trataba de un doble libro, porque incorporaba íntegramente otros dos: Poesía española/Antología (1915-1931) y Poesía española/Antología (Contemporáneos), que ampliaba la cronología hacia adelante, hasta 1934, y sobre todo hacia atrás, hasta 1901.

Con las dos se fija el canon de la poesía española del primer tercio del siglo XX, con su tránsito por el Modernismo, las Vanguardias y el 27, que tomó carta de naturaleza con ellas de manera definitiva.

Una antología generacional, la de 1932, excluyente y parcial en todos los sentidos y en la que Diego, actor, testigo y notario, estaba pensando ya en 1924; otra, la de 1934, histórica e inclusiva, más extensa en el tiempo y más generosa en número de páginas, porque incorporaba quince poetas más, encabezados por el nicaragüense Rubén Darío.

Rodeadas de polémica ambas, como toda antología que se precie, en la que se miran antes las ausencias que los nombres del índice, fueron un reto al crítico más riguroso: el tiempo. De esa apuesta sólo cabe decir que se saldó con un acierto general no sólo en la selección de los nombres, sino en la aportación de unas declaraciones poéticas que, puestas al frente de cada seleción, resultan hoy imprescindibles para entender lo que ocurría entonces, lo que había ocurrido antes y lo que ocurriría después en la poesía española.

Esas antologías, tres veces distintas, por su naturaleza generacional o histórica las dos primeras, y por su recepción las tres, las publica ahora Cátedra Letras Hispánicas en una edición preparada por José Teruel, que entre muchos otros aciertos- como el de recuperar las fotografías que los autores mandaron al antólogo- incorpora en un apéndice el imprescindible prólogo de 1959.

Levantaron ampollas entre parte de la crítica y entre los excluidos. Pero cuando el lector compara estas antologías con una reacción llena de bajeza moral como la de un despectivo González-Ruano contra la obra de Cernuda, Manolín Altolaguirre o Aleixandre, se da cuenta de que el tiempo implacable ha puesto a cada uno en su sitio y a las currincherías les ha puesto nombre y apellidos.

Santos Domínguez

10 septiembre 2007

Así que Usted comprenderá


Claudio Magris.
Así que Usted comprenderá.
Traducción de José Ángel González Sainz.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Como Garcilaso, como Petrarca o Rilke, Claudio Magris hace su particular bajada a los infiernos y visita el mito órfico para reconocerse en él con el temblor de quien mira su rostro reflejado en el agua.

Sobre el mito de Orfeo y Eurídice se proyecta el recuerdo de la esposa muerta en este texto intenso y conmovedor que está planteado a primera vista como un monólogo de Eurídice/Marisa Madieri. Sólo a primera vista porque, después de que Magris le cede su voz a Eurídice, con frecuencia esa voz femenina le cede la palabra a Orfeo/Magris en esta reflexión sobre el tiempo y sus destrucciones, sobre el recuerdo doloroso, en un texto de homenaje y rememoración en el que el mito adquiere todo su sentido.

Y ante eso la respuesta es no la resignación, pero sí la salvación por la literatura, convertida en un bálsamo que alivia la quemazón de una herida que no va a cicatrizar nunca. Allí donde la música era consuelo para Orfeo, aquí lo es la literatura; el infierno es una Casa de Reposo, Hades, el Presidente de la fundación que la administra y la muerte, el reino del silencio o del murmullo, no sólo de las sombras.

La música secreta y órfica es aquí la palabra que rescata a la amada del olvido y de las sombras de la memoria. Esa resurrección con la palabra es el milagro que opera aquí la literatura de un Magris emocionado y desvalido, de expresión contenida y dolorido sentir que sin embargo no renuncia al flagelo de la autoironía o el sarcasmo y hace también la purga de su corazón:

No, no había venido para salvarme, sino para que le salvaran. ¿Cómo podré cantar mis canciones en tierra extranjera?, me decía. Era yo su tierra perdida, la savia de su floración, de su vida. Había venido para rescatar su tierra, de donde habia sido exiliado.

La traducción española de José Ángel González Sainz que edita Anagrama incorpora como apéndice dos epílogos que son dos reseñas que aparecieron cuando se publicó en Italia este Lei dunque capirà de un Magris duro y tierno a la vez, para recreo de los amigos de las paradojas, y un Orfeo que rescata a Eurídice con un permiso excepcional, al que renuncia ella a última hora en este párrafo inolvidable que cierra el monólogo:

Así que Usted comprenderá, señor Presidente, por qué, cuando estábamos ya cerca de las puertas, le llamé con voz fuerte y segura, la voz de cuando era joven, en el otro lado, y él -yo sabía que no resistiría- se dio la vuelta, mientras yo sentía que me iba para atrás como absorbida, ligera, cada vez más ligera, una figurilla de papel al viento, una sombra que se alarga se retira y se confunde con las demás sombras de la tarde, y él me miraba petrificado pero firme y seguro y yo me desvanecía feliz en su mirada, porque ya le veía volver desgarrado pero fuerte a la vida, desconocedor de la nada, capaz todavía de serenidad, tal vez hasta de felicidad. Ahora de hecho, en casa, en nuestra casa, duerme, tranquilo. Un poco cansado, ya se entiende, pero...

Un permiso como aquel no se había concedido nunca. O mejor dicho, sólo otra vez, pero eso fue en la mitología.

Santos Domínguez

08 septiembre 2007

Summa Vitae

José Manuel Caballero Bonald.
Summa Vitae.
Antología poética (1952-2005).
Selección y prólogo de Jenaro Talens.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.



De todo lo que amé en días inconstantes

ya sólo van quedando

rastros,
marañas,

conjeturas,

pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna

de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes

engalanando a franjas las casa familiar de Camagüey,

aquellos taciturnos rastros de Babilonia

junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,

un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas

de un memorable lupanar de Cádiz,

una mañana sin errores

ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco,

el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,

aquel café de Bogotá

donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio...

Cosas así de simples y soberbias.


Pero de todo eso
¿qué me importa

evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra

cruzándose en la noche con mi sombra.


Con ese memorable poema de madurez, Summa vitae, abría José Manuel Caballero Bonald su Manual de infractores. Ese texto resume su mundo poético, la actitud del poeta ante la realidad y da idea de su tonalidad expresiva. Y ese es el título que se ha elegido con acierto para esta amplia antología que ha preparado y prologado Jenaro Talens en la colección de poesía de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Se reúne aquí la parte esencial de la obra poética de Caballero Bonald, elaborada con intensidad discontinua a lo largo de más de cincuenta años fecundos de una de las voces poéticas esenciales del idioma.

La indagación verbal, la concepción de la poesía como una travesía solitaria en la que acecha el peligro y se asumenriesgos, la actitud insumisa, la decantación de la imagen... son las claves de una voluntad de estilo que es antes que nada una rigurosa búsqueda de conocimiento a través de la palabra, y un ejercicio ético.

Poesía que es una respuesta a la realidad, memoria y revancha a un tiempo, y desquite verbal contra los agravios de la vida.

Y como resultado de esa suma, una obra de irreprochable factura rítmica y verbal que renuncia al conformismo estético, al acomodo en el territorio apacible del amaneramiento estilístico y afronta constantemente el reto de la exigencia radical.

Poesía visionaria y anclada en la memoria que, entre Las adivinaciones y el Manual de infractores, podría resumirse con esos dos títulos que aluden a su condición alucinatoria e infractora. Y en medio de esa trayectoria, jalones fundamentales en la poesía española contemporánea como Descrédito del héroe, Laberinto de Fortuna o Diario de Argónida.

Todos esos títulos dan cuenta de una poesía que es una forma de ahondar en la realidad, de una capacidad verbal e imaginativa que conecta con la tradición cultista que se remonta a Góngora y, un poco más allá, a Mena.

Caballero Bonald ha ido construyendo así una obra en la que la coherencia de sus dispositivos lingüísticos es solidaria de la resistencia civil y ética. Una poesía que es una forma de insumisión y de iluminación de la realidad, una exploración en los límites elusivos de la expresión y el significado, una mediación retórica en la que radica la relación verbal del poeta con el mundo, como señala Talens en su introducción.

Una poesía frecuentemente nocturna, cifrada en sus tanteos en la oscuridad, en el matiz diverso de la rememoración y el recuerdo, en la tentativa creadora del que enciende la luz.

Santos Domínguez

07 septiembre 2007

La desaparición de Majorana


Leonardo Sciascia.
La desaparición de Majorana.
Traducción de Juan Manuel Salmerón.
Tusquets. Barcelona, 2007.

El siciliano Leonardo Sciascia (1921-1989) es uno de esos escritores con tanto talento que convierten cualquier tema en excelente literatura. Poco tiempo antes de su muerte le preguntaron en una entrevista cuál prefería de entre todas sus obras:

-Hasta hace unos años –contestó- habría respondido: Muerte de un inquisidor; ahora en cambio la respuesta es La desaparición de Majorana.

Con ese olfato especial que tenía Sciascia para aprovechar historias reales, la escribió en 1975 y ahora la edita Tusquets con una traducción nueva de Juan Manuel Salmerón. A medio camino entre la narración novelística y el reportaje periodístico, este tipo de relatos van siempre más allá del hilo de la historia y la superficie de los hechos para transcenderlos con una reflexión sobre la condición humana, sobre las relaciones con el poder o sobre la responsabilidad moral de los intelectuales.

El motivo del libro es el caso Ettore Majorana, un brillante físico de 31 años, que desapareció el 26 de marzo de 1938, durante un viaje en barco de Palermo a Nápoles. Dejó dos cartas en las que anunciaba su intención de desaparecer, dos cartas que no parecen las de un suicida, sino las de quien expresa su voluntad de ocultarse y planea su desaparición.

Novela filosófica de misterio, según la definición de Sciascia, el texto es una indagación en las circunstancias que rodearon a aquel joven científico y provocaron su ocultamiento o su suicidio. Majorana era un raro, un siciliano nacido en una tierra que llevaba más de dos mil años dando la espalda a la ciencia y sin dar un solo científico. De una precocidad retrasada al máximo y reprimida, como la de Stendhal, Majorana procura no hacer lo que debe hacer y lo que no puede dejar de hacer.

Un tipo extraño aquel científico eminente, como de otro mundo, una personalidad con un fondo neurótico y proclive a la teatralidad. Se había anticipado en la descripción de la estructura atómica a Heisenberg, a quien visitó en Leipzig y con quien mantuvo una estrecha relación científica e intelectual. Un Heisenberg que, por cierto, mantuvo una postura más digna en relación con la bomba atómica que sus colegas americanos. Los supuestos esclavos de Hitler se comportaron como hombres libres que se negaron a desarrollar la bomba atómica, mientras que los supuestamente libres (los estadounidenses) se comportaron como esclavos al construirla y ponerla en manos de Truman.

Tras describir los últimos meses napolitanos de un Majorana asustado por la responsabilidad del científico ante el peligro de la energía atómica, la tesis de Sciascia pone en cuestión la teoría del suicidio y se inclina por la posibilidad de que la intención del científico fuera ocultarse y hacer creer que había muerto.

¿Un loco astuto o un suicida desbordado? En cualquiera de los dos casos, y aunque no apareció el cadáver, la policía dio carpetazo a la investigación. Si era un suicida no había crimen que investigar. Si era un loco, no merecía la pena seguir investigando.

¿Vio el horror en un puñado de átomos como lo vio Eliot en un puñado de polvo? ¿Acabó su cadáver suicida en el mar o dio con su persona en un convento cartujo?

Un Sciascia prodigioso retoma aquí el enigma y nos lleva a donde quiere con su inteligencia persuasiva y su estilo envolvente.


Santos Domínguez

05 septiembre 2007

1599. Un año en la vida de Shakespeare


James Shapiro.
1599. Un año en la vida de William Shakespeare.
Traducción de María Condor.
Siruela. Madrid, 2007.

1599 fue un año decisivo y fecundo en la trayectoria de Shakespeare, el annus mirabilis en el que termina el Enrique V, escribe Julio César y Como gustéis y perfila un primer borrador de Hamlet.

Sobre los logros de Shakespeare, sobre la sociedad y la época agitada de aquel año trata este espléndido 1599. Un año en la vida de William Shakespeare, un ensayo de James Shapiro, catedrático de la Universidad de Columbia, que publica Siruela con traducción de María Condor.

Y es que, como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que hace la crónica y el resumen del presente. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también la obra que hunde sus raíces en el presente puede ser la cifra intemporal del mundo, como nos ha recordado la reciente reedición en español de Shakespeare, nuestro contemporáneo.
De ahí que para la comprensión cabal de un clásico sea imprescindible situarlo no fuera del tiempo, sino en su entorno concreto, restringido, como en este caso, a un solo año crucial. De la insatisfacción intelectual de Shapiro, de la necesidad de conocer de las circunstancias en las que Shakespeare escribe algunas de sus mejores obras, surge esta lectura histórica de estas tres tragedias y esta comedia. Y de algo tan urgente como explicar qué ocurre para que Shakespeare pase con 35 años de ser un escritor con talento al clásico indiscutible en que se convierte con obras como Julio César o Hamlet.

Este libro –señala Shapiro- me ha ayudado a estar más cerca de entender a Shakespeare, y sólo por eso ya habría valido la pena.

Lo que el autor dice de la escritura de su libro lo puede hacer suyo el lector de una obra que no está planteada, pese a su rigor, como un estudio erudito, sino como el relato vivo de un tiempo y un autor memorable que refleja su época y la transciende.

Organizado en cuatro secciones que son cuatro tramos temporales (del invierno de 1598 al otoño de 1599), el libro comienza con un hecho aparentemente trivial, pero determinante: el desmantelamiento nocturno de las estructuras del Theatre para construir con sus maderas el Globe, en la otra orilla del Támesis, que sería a partir de entonces el escenario de la creatividad de Shakespeare. Un teatro para actores construido por actores y en el que el dramaturgo tenía intereses empresariales, como en la compañía de los Hombres de Chamberlain, cuyos actores protagonizaban aquella incursión nocturna.

Las condiciones de la representación, la competencia con otros teatros y otras compañías sitúan a Shakespeare a finales de 1598 en una encrucijada artística y profesional, en busca de una fórmula teatral que agradase a la corte y al pueblo. Una de las claves de aquella encrucijada fue el conflicto y la ruptura con Will Kemp, un actor que había sido tan fundamental hasta entonces en su teatro que muchos papeles fueron diseñados para él, la mejor encarnación de Falstaff. No puede uno evitar leer con ese sesgo el frío rechazo de Enrique V a aquel que había sido hasta entonces su compañero de farras, con quien había oído tantas veces las campanadas a media noche.

Así se resolvía una vieja competencia entre el actor y el dramaturgo. A partir de entonces el de Shakespeare será teatro de autor y no de actor.

Un teatro que aquel año tiene como telón de fondo el desastre militar ante la resistencia irlandesa, la problemática sucesión de una reina Isabel de edad avanzada y las intrigas del conde de Essex o la amenaza de una invasión naval de la armada española. Esas circunstancias están pesando de forma determinante en las alusiones y planteamientos del Enrique V o Julio César.

Los centinelas asustados de Hamlet, la edad de Julio César o la arenga memorable del día de San Crispín tienen su origen en el transfondo histórico de aquella Inglaterra de los amenes de la época isabelina, en un final de siglo que era también el final de una época en la que vivió un Shakespeare centrado en su trabajo pero atento a lo que ocurría a su alrededor.

Lo que vio, leyó o pensó durante aquellos meses es el objeto de un ensayo en el que la base es el conocimiento exhaustivo de unos materiales manejados a fondo y con rigor. Precisamente ese pertrecho documental permite a Shapiro recurrir a la conjetura verosímil e imaginativa allí donde falta el dato.

Su excelente reconstrucción de aquel tiempo no se queda ahí, sino que se pone al servicio de un análisis completísimo de Enrique V, Julio César, Como gustéis o Hamlet. Y es justamente en la lectura de esas obras donde Shapiro alcanza su mayor altura crítica.

La reflexión sobre el poder y el tiempo en un Julio César que enlaza con el Enrique V en algunos aspectos y anticipa a Hamlet en otros; la edición no autorizada de su poesía en El peregrino apasionado; el origen en uno de sus sonetos de Como gustéis, una comedia sobre el complejo mundo de los sentimientos; la caída en desgracia de Essex y su repercusión en Hamlet son algunos de los jalones de ese análisis.

Cierra el libro una meticulosa guía bibliográfica hecha con un rigor documental que está en la base de esta excelente incursión de Shapiro en el territorio nocturno de Shakespeare.

Santos Domínguez

03 septiembre 2007

Cartas consulares


Miguel Ángel Muñoz Sanjuán.
Cartas consulares.
Calambur. Madrid, 2007


Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, dueño de una de las voces más auténticas y limpias de la poesía española actual, acaba de publicar en Calambur Cartas consulares, un espléndido libro que confirma la excelente impresión que dejaron Las fronteras hace cinco o seis años.

Diecisiete cartas de un tono visionario, llenas de aciertos y revelaciones que nos hablan desde un territorio minado, desde un riesgo asumido y salvado con brillantez y verdad por un poeta como Muñoz Sanjuán.

Es este un libro que empieza invocando al futuro, hablándole al hijo y anunciando la separación para acabar evocando al abuelo en el pasado. Entre la invocación y la evocación, entre ese comienzo y ese final, se suceden diecisiete cartas, diecisiete intensos poemas de un tejedor de palabras, de un mensajero de la sed, el viaje de quien regresa para volver a ser quien fue.

Entre un nacimiento y una muerte, este es el rito verbal de un desterrado en tránsito, de quien habita en un territorio extranjero, un paisaje de cenizas. Una exploración verbal en la frontera del sentido, allí donde la poesía se transforma en pregunta sobre el pasado, el presente, el futuro y la identidad.

Cartas que se dirigen al pasado y al futuro que delimitan nuestro presente incierto. Cartas en las que el amor y la muerte son dos experiencias que construyen la memoria y la conciencia de la posición del poeta en un mundo que explora e ilumina con la fuerza de estas palabras de quien se confirma con este libro como uno de los poetas más verdaderos y exigentes, que plantea su ejercicio como un medio de conocimiento del mundo y de sí mismo, como una bajada a las profundidades de la memoria, la conciencia y el ser para hablarnos desde allí del tiempo y del valor de la palabra, tal vez con la idea de que la lengua es un ojo, como escribió Wallace Stevens:

Estas son las pupilas del que escribe.

Santos Domínguez

01 septiembre 2007

Historia de una pasión


Darío Jaramillo Agudelo.
Historia de una pasión.
Pre-Textos/poéticas. Valencia, 2006.

Pre-Textos tiene en la colección Poéticas una de sus líneas editoriales más admirables. Sus volúmenes de exquisito diseño enlazan con la mejor tradición tipográfica del 27. Y en cuanto a la selección de títulos, basta señalar que autores como Eugenio Montale, Wallace Stevens, Leopardi o Cernuda están convocaados en ellos para exponer en primera persona su poética.

El anterior volumen, Intermedio, reunía y sistematizaba las ideas de Luis Cernuda sobre la creación poética. El último título por el momento es Historia de una pasión, del colombiano Darío Jaramillo Agudelo, un tríptico de reflexiones sobre la lectura y la escritura como dos variantes de una misma pasión gozosa:

Escribo porque con las palabras alucino, porque así atravieso otros umbrales, porque es un oficio quieto, porque es un oficio minucioso, porque disfruto corrigiendo, buscando palabras, efectos entre palabras, resultados rítmicos, escribo porque adoro el silencio, porque me gusta estar solo, porque me salgo del tiempo, porque inventando historias me desdoblo de un modo fascinante que no sé explicar, escribo para manchar con tinta el dedo del corazón, escribo porque al rato de estar escribiendo, ya concentrado, estoy más eufórico que cuando empecé, escribo por puro placer. La ventaja que tienen todas estas hipótesis, y otras que no he dicho, es que todas son felices, hasta la única triste, que olvidé arriba, la catarsis. Se impone el hecho de que mi pasión es gozosa.

En el origen de la pasión de escribir está una arqueología que arranca de una escena infantil en la que su padre le lee un texto que hablaba de la muralla china:

En uno de mis recuerdos infantiles más remotos, yo tengo cuatro o cinco años. Mi padre me lee de un libro. Un texto maravilloso sobre la muralla china. Si se edificara hacia el cielo, la muralla llegaría hasta la luna. Ahora me veo, en el suelo, con la boca abierta, mirando a mi padre sentado en una silla que todavía hoy forma parte del mobiliario de la casa, oigo aquel relato que me hace flotar fascinado de contento y me hace burbujear algo entre el pecho. Mientras escribo ahora, pienso que esta escena lejana sea el origen remoto de mi pasión por escribir.

Sobre la nostalgia del recuerdo se impone el fruto presente y vivo de esa pasión doble y simétrica a lo largo de un texto que es el inmodesto relato autobiográfico, el testimonio de una pasión, la pasión de escribir, cuya etiología puede casi siempre hallarse en otra pasión malsana, como pensaban el cura y el barbero de un lugar de la Mancha, el regusto obsesivo de leer por placer.

Una pasión que despertaron en su infancia fascinada un bisabuelo imaginativo y locuaz, un abuelo ciego y narrador de tradiciones orales y un padre lector. En tres capítulos, escritos en distintas épocas (1987, 1994, 2005), Darío Jaramillo traza su autobiografía intelectual, estética y literaria, su forja como lector y escritor.

En estratos sucesivos las lecturas de juventud se mezclan con la afición al fútbol, y Mozart con el galope de un caballo. Y los inicios como poeta en ejercicio con una visita de Borges a Medellín y las canciones de los Beatles.

Con un tono conversacional y cercano en el que la escritura aparece como una actividad natural, Darío Jaramillo fija aquí su poética y su ética, recuerda con humor distanciado la pérdida de un pie por una bomba, habla del sudor negro de la escritura y hace una reflexión intensa y profunda sobre la poesía:

Virginia Woolf decía que el único género literario era la poesía. La poesía convierte en literatura a la novela o al texto para la televisión, a la nota bibliográfica o a la crónica. La virtualidad de la palabra escrita para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitario o en el cine.

Pertenezco a esa peculiar clase de sujetos, me reconozco como miembro de la más anacrónica subespecie de la grafomanía, los poetas, integrada por obsesos que buscan algo más con la escritura, alucinar, detener el tiempo, obtener revelaciones, instantes mágicos, conocerse, cantar con una pluma sobre un papel, en fin, cuestiones para quien no quiera dejar de ser aprendiz.

Y como consecuencia de todo lo que llevamos apuntado, un tomito como este, un volumen que no llega al centenar de páginas de pequeño formato, crece en las manos y en la mente del lector y le tiene gozosamente prendido días y días de lectura y relectura, de conversación con alguien cercano y amigo como Darío Jaramillo.


Santos Domínguez

28 agosto 2007

Sol y sombra de Manolete


Fernando González Viñas.
Sol y sombra de Manolete.
Editorial Berenice. Córdoba, 2007.


Hoy se cumplen sesenta años de la muerte del mito en la plaza de Linares. Para conmemorarlo, el sello de bolsillo de Berenice, books4pocket, publica este acercamiento riguroso a la figura compleja de Manolete. Con abundante documentación gráfica, periodística y literaria, Fernando González Viñas se acerca a la época y al mito; al hombre en los ruedos y fuera de ellos; a la repercusión en el arte de quien fue, más que un torero, una de las imágenes de la posguerra, uno de sus símbolos y un juguete roto:

La sociedad de la posguerra encuentra en Manolete la encarnación de su propio espíritu. Manolete es su espejo, su persona y su manera de interpretar el toreo. La tarde en la que el toro de Miura rompe el espejo en mil pedazos acaba también de algún modo la posguerra, porque aquella sociedad estaba ya cansada del recuerdo de la guerra y de las penurias de los años inmediatos.

Desgarrado entre su imagen pública y su vida privada, entre su imagen y su intimidad, entre lo que representaba como símbolo de la España franquista y sus relaciones con el exilio en Méjico, entre una madre absorbente y dominante y el amor de una mujer liberada, hubo en las circunstancias de su muerte algo de rito sacrificial, de muerte que consagra al héroe definitivamente desde aquel 28 de agosto de 1947.

Organizado en dos partes, El mito y El hombre, esta nueva aportación a una ya abundantísima bibliografía tiene tanto de síntesis como de esfuerzo interpretativo desde el primer capítulo, que comienza en 1947 con un Manolete cuestionado por el público y parte de la crítica y con ganas de retirarse, amargado y agotado físicamente. Hubo quienes lo vieron muerto mucho antes de la feria de Linares. Luego vino el remordimiento de sus detractores y el arrepentimiento colectivo.

La adecuada situación de su figura sobre el telón de fondo de su época coloca al hombre en su contexto y permite entender su significado en la España de la posguerra, su problemática vinculación con el franquismo o con el exilio mejicano.

Igual que este libro, Sol y sombra de Manolete, se iba a titular la película que Abel Gance, el director de Napoleon, había empezado a rodar sobre el torero. No fue el único acercamiento del arte a su figura. Muchas de las páginas de este libro analizan el tratamiento de Manolete en la pintura, la escultura, la poesía o el ingente material cinematográfico y documental que generó su tauromaquia y su muerte. Por no hablar de una bibliografía tan desmesurada que sólo en los meses finales de 1947 alcanza los treinta libros.

Es este un trabajo que aúna documentación y coherencia interpretativa para acercarse a la complejidad de la figura de un Manolete sometido a la presión de quienes le rodeaban y lo acabaron convirtiendo en un juguete roto, en un monstruo en su laberinto. Lo taurino, lo social y lo íntimo se dan cita en este intenso y bien escrito ensayo de González Viñas para dar la medida exacta del mito y del hombre.

A los dos los fundió Islero aquella tarde en la muerte del torero. Una muerte quién sabe si buscada como única vía de escape de una situación que se le había hecho insostenible en las plazas de toros y fuera de ellas.

Santos Domínguez

30 julio 2007

Toldo de verano





En Historia de una pasión, que publica Pre-Textos en su colección Poéticas, habla el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo de su pasión por la lectura y la escritura y de su labor de reseñista en la edición colombiana de Cambio 16:

Y ahí estoy, escribiendo cada semana una página sobre un libro. Dificilísimo. El medio es el mensaje. Un semanario de información general tiene un lector-tipo, profesional, que busca síntesis de los principales hechos de la semana. Idealmente, el efecto que la revista debe producir en el lector es la sensación de que está bien informado. Ese lector no es necesariamente un comprador de libros, pero sí lo es en potencia. De manera que el comentario bibliográfico debe enfocarse a las recomendaciones. Qué, entre lo nuevo, es bueno para leer. No me ruboriza admitir como propósito explícito de mis reseñas de Cambio 16 que sean una especie de recetario de lecturas.

Ese mismo propósito descarta la crítica de los libros que me parezcan malos y genera el tamaño problema de hallar un libro bueno cada semana. Con frecuencia me preguntan si me leo todos los libros que comento. La respuesta es
Sí. Sólo que es falsa porque la pregunta supone problemas falsos. El preguntador de turno ni se imagina que leer muchos más –y descartar varios- antes de llegar al libro que debía recomendar. El sí, como todas las afirmaciones rotundas, es literalmente mentira: una vez comenté un diccionario en dos tomos que no me leí, es obvio. Los libros de recetas de cocina tampoco los leo completos y me he vuelto proclive a los coffee table books. Por otra parte, siempre he amado los libros cortos, a pesar de que la lectura de una novela de Norman Mailer de mil doscientas páginas casi acaba con mis reseñas de reserva. Es tal la compulsión de una nota semanal, que la única manera de estar tranquilo es ir cuatro semanas adelantado.

Suscribo casi una por una sus palabras. Salvo en una cuestión. Igual que hay libros insulsos de cientos de páginas irrelevantes, hay libros cortos como este, de apenas cien páginas, con los que uno está días y días, porque su intensidad hace que crezcan en las manos del lector.

En todo caso, la cita me releva de dar una explicación de estas cuatro semanas en las que estaremos leyendo sin publicar para empezar septiembre con esa ventaja que luego permite estar tranquilo.

Echamos el toldo y nos ponemos a su sombra.

29 julio 2007

Shakespeare, nuestro contemporáneo


Jan Kott.
Shakespeare, nuestro contemporáneo.
Traducción de Katarzyna Olszewska y Sergio Trigán.
Alba Editorial. Barcelona, 2007.


Acaba de aparecer la reedición en Alba Editorial de Shakespeare nuestro contemporáneo, el mítico libro de Jan Kott que en su día editó Seix Barral y que llevaba algún tiempo fuera del mercado. Un clásico sobre un clásico o, si se prefiere, el diálogo de dos contemporáneos cara a cara.

El polaco Jan Kott fue profesor en varias universidades de EE. UU. y este es su libro más importante, un libro que ha alimentado a varias generaciones de actores y directores e iluminado a cientos de lectores.

Tras muchos años en los que actores y directores evitaban por irrepresentable El rey Lear, todavía se recuerda el memorable montaje que hizo Peter Brook en 1962, después de leer el luminoso capítulo que dedica Kott a esa cima del teatro en la que Shakespeare reflexiona sobre el tiempo, la decadencia física, la soledad y la muerte.

Y es Peter Brook quien escribe en el prefacio:

Kott es un isabelino. Igual que para Shakespeare y sus contemporáneos, para Kott el mundo de la carne y el del espíritu son inseparables: ambos mundos coexisten dolorosamente en el mismo universo: el poeta debe tener un pie en el lodo, un ojo en las estrellas y una daga en la mano.

Y de la misma manera en que Shakespeare aparece –como todo clásico, aunque en mayor medida- como un contemporáneo nuestro, también es posible hacer una lectura en clave polaca de Elsinore o de la suma de escorpión y calavera que hay en Ricardo III.

Sólo importa una cosa –escribe Kott-: alcanzar a través del texto de Shakespeare nuestras propias experiencias, los temas y la sensibilidad de nuestra época.

Y pone un ejemplo, el de Hamlet: Hamlet es como una esponja. Siempre y cuando no se ponga en escena de forma estilizada o anticuada, absorbe de inmediato la contemporaneidad.

No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare. Un mundo que sigue habitado por Macbeth y Lear, por Hamlet y por Yago. Aquellos que mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado.

Un Shakespeare polaco, visto más que leído, en las representaciones sus tragedias y sus comedias: los reyes, un Hamlet de mediados del XX, la modernidad de Troilo y Crésida, la atmósfera de pesadilla nocturna y sangrienta de Macbeth, las dos paradojas de Otelo y el odio desinteresado de Yago o la relación entre El rey Lear y el Fin de partida de Beckett. Las contradicciones de Shakespeare en Coriolano, Titania y la cabeza del asno, la amarga Arcadia de los Sonetos y Noche de Reyes o la varita mágica de Próspero en La tempestad completan la imagen de un Shakespeare cruel y verdadero a través del análisis agudo y profundo de algunas de las escenas más importantes de su teatro.

Un Shakespeare, concluye Kott, que nos transmite la imagen amarga del hombre como animal sanguinario y cobarde, traicionero y cruel.

Una lectura imprescindible que es más que una mera lectura: una reflexión sobre el hombre, sobre el presente y, lo que es peor, sobre el futuro.

Unas palabras finales sobre esta edición. Había otras traducciones al español de esta obra esencial. Una de Sergio Pitol, por ejemplo. Esta tiene un valor añadido: el derivado de incorporar en las citas literales de Shakespeare las traducciones más solventes: las de Ángel Luis Pujante en Espasa Calpe o las del Instituto Shakespeare que ha venido publicando Cátedra Letras Universales.


Santos Domínguez

27 julio 2007

Byron. El último viaje



Harold Nicolson.
Byron. El último viaje.
Traducción de Ernesto Junquera.
Siruela. Madrid, 2007.
Publicado en 1924 con motivo del centenario de su muerte, Byron. El último viaje, que firma Harold Nicolson y publica Siruela, más que un ensayo o una biografía convencional es un relato del último viaje y del último año en la vida del poeta inglés, una figura fascinante que representa lo mejor y lo peor del Romanticismo, sus excesos y su idealismo, su inseguridad y su vocación suicida y autodestructiva.

Escrito, pues, con tonalidad narrativa y no como un ensayo erudito, se lee como una novela protagonizada por alguien que, como Byron, vivió para la literatura y en la literatura y confundió con frecuencia la realidad y el ensueño y construyó su existencia de personaje como si la estuviera escribiendo, según un diseño artístico y literario

En Génova, el 1 de abril de 1823, comienza el relato con la decepción de lady Blessington tras visitar a un Byron apacible y afable y no al mito viviente que ella esperaba ver.

El día a día del poeta, su personalidad compleja y contradictoria, brillante y confusa, caótica y creativa. Sus obsesiones supersticiosas, sus buenos sentimientos y sus inseguridades completan la figura de aquel Byron irritable y melancólico en busca de la paz interior en el exilio de Génova.

Aparece por sus páginas un Percy Shelley liante y una Mary Shelley celosa de Byron, calculadora y conflictiva. Son los personajes con los que Gonzalo Suárez hizo una espléndida película, Remando al viento.

Y un Byron infeliz, de cerebro masculino y carácter femenino en la apreciación de Nicolson. Genial y malintencionado, bello y deforme, con rango social y sin posición, con una fama demasiado juvenil y una fortuna demasiado tardía, proclive al error y a la brillantez.

En aquellos últimos años Byron sentía que su popularidad literaria decrecía y que, acosado por la infamia y los remordimientos, era a los 35 años mucho mayor de lo que su edad cronológica señalaba.

Con ese estado de ánimo emprendió aquel último viaje a Grecia a bordo del bergantín Hércules, en plena guerra de independencia que había suscitado la simpatía de los círculos intelectuales europeos.

Un Byron adherido apasionadamente a la causa griega busca allí su último refugio, su redención, y aunque ve en ese viaje una serie de expectativas, sabe que viaja hacia la muerte.

Neurótico y supersticioso, emprendió el viaje con una mezcla de esperanza y fatalismo, como quien cumple una sentencia de muerte. Primero en Cefalonia, luego en Ítaca y Metaxata, el viaje culminó en la travesía a Missolonghi, donde fue recibido como un héroe .

Allí empezaría una larga serie de sufrimientos que le llevarían a la muerte, una larga cadena de errores militares e imprevisiones y una dependencia funesta de un William Parry, brutal y dominante, que ejerció una influencia absoluta sobre un Byron cada vez más aislado. Los excesos alcohólicos de aquellas semanas le provocaron un ataque epiléptico y una creciente depresión por su deteriorado estado de salud y por la pérdida de esperanzas de ejercer liderazgo en la liberación de Grecia. En ese estado de crecientes perplejidades y miedos y en una situación de ansiedad hipocondríaca Byron afrontó sus últimos meses de vida.

Pese a esa serie de conmociones y fracasos, todavía tuvo tiempo en sus últimos días de demostrar su calma y su coraje antes de entrar en diez días trágicos que se iniciaron con un enfriamiento y precipitaron su muerte el 19 de abril de 1824.

En el análisis de la personalidad de Byron, en la comprensión profunda de su figura, en la magnífica narración del viaje y en el relato de los diez días de su última enfermedad, este libro ya clásico alcanza una más que notable altura literaria y se convierte en una lectura inolvidable.

Byron sabía que aquel era su último viaje. El día de su cumpleaños, el 22 de enero de 1824, escribió uno de sus últimos textos poéticos, casi un testamento, que terminaba así:

Si te remuerde tu juventud, ¿por qué vivir?
La tierra de la muerte honorable
Está aquí: ¡ve al campo de batalla
Y exhala tu último suspiro!
Busca la tumba del soldado
-menos buscada que encontrada-
Pero que para él era lo mejor.

Después, mira alrededor, escoge tu trozo de tierra,

Y descansa en ella.
Santos Domínguez

25 julio 2007

Demasiada nieve alrededor


Javier Marías.
Demasiada nieve alrededor.
Alfaguara. Madrid, 2007.

Alfaguara reúne en Demasiada nieve alrededor los noventa y seis artículos que Javier Marías publicó entre febrero de 2005 y febrero de 2007 en El País Semanal. Noventa y seis textos de variada temática, con algunas preocupaciones recurrentes, con algunas insistencias que responden a la reiteración de situaciones reales.

Desde el berrinche eterno de la Conferencia episcopal y sus amanerados representantes hasta la revisión de una película vista en la infancia, pasando por el homenaje al padre muerto, desfilan por estas páginas, entre lo público y lo privado, un Rajoy ya bastante trastornado, unos obispos que amenazan con un otoño caliente, una feria del libro con escritores puros y otros afincados en la provincia de la envidia, el victimismo interesado y manipulador, las malas traducciones. En fin, y como se ve, lo de todos los años, lo de todos los sitios.

No es que Javier Marías se repita, es la realidad la que insiste en sus circularidades: los ladrones de cadáveres -¿quién no conoce a alguno?- que aprovechan que el muerto está muerto para declararse amigos íntimos de quien apenas cambió una palabra con ellos. La guerra de Irak y la desvergüenza del trío de las Azores, la lenta desaparición del mundo, la literatura de Conrad o Juan Benet, los sablistas eclesiásticos y el préstamo de un sueño, un botellón de encapuchados penitentes y los viejos amigos perdidos...

Y con frecuencia la indignación ante un país anómalo y grotesco.
La inteligencia, la mordacidad y la excelencia de la prosa de quien, pese a todo, ha decidido no callarse en una España en la que la cerrazón mental y los oídos sordos son la actitud normal en muchos ámbitos. Un Marías siempre al borde del silencio, porque, como señala en la nota previa, en España, país caluroso donde los haya, es inevitable tener la sensación de que hay Demasiada nieve alrededor. De que no hay disposición a escuchar ni por tanto mucha posibilidad de diálogo.

Santos Domínguez


24 julio 2007

Así vuela el cuervo


Ann Marie MacDonald.
Así vuela el cuervo.
Traducción de Gemma Rovira.
Lumen. Barcelona, 2007.

Con una cita de Isaiah Berlin (Estamos condenados a elegir, y cada elección puede conllevar una pérdida irreparable) se abre Así vuela el cuervo, la novela de la canadiense Ann-Marie MacDonald que publica la editorial Lumen.

Una novela de intriga muy bien elaborada, con la guerra fría al fondo, que prende al lector desde las primeras líneas:

Los pájaros fueron testigos del asesinato. Abajo, entre la hierba que acababa de brotar, destacaban las diminutas campanillas blancas de los lirios de los valles. (...) Los cuervos vieron el asesinato. Un vestido de algodón azul claro. Completamente quieto.
Desde lo alto del árbol, los cuervos observaban la pulsera de dijes que destellaba en la muñeca de la víctima. Era mejor esperar. La plata los atraía, pero era mejor esperar.

Alguien más, pero eso forma parte esencial de la trama y se sabrá mucho después, ve ese crimen. Una historia turbia, una intriga ambientada en una base militar canadiense en los años sesenta. Un oscuro asunto de asesinato y pederastia en el que un inocente paga por un crimen abominable que no ha cometido. Una familia aparentemente normal, aparentemente feliz. Una denuncia de la hipocresía social en una documentada novela en la que lo individual es el reflejo de una situación política y la mentalidad social condiciona los comportamientos personales y familiares.

Un thriller vertiginoso en el planteamiento y desarrollo de la acción, en su ritmo argumental, en la mirada (esta es una narración en la que lo visual es determinante) a los abismos de la conciencia y los comportamientos.

Tiene todos los ingredientes para ser una de las novelas que más se lean este verano. Y no le falta calidad, ni pulso novelístico, ni interés documental.

No deberían perdérsela. Si empiezan a leerla no podrán dejarla.

Mayra Vela Muzot

22 julio 2007

El misterio de la cámara azul



Jean d'Aillon.
El misterio de la cámara azul.
Traducción de Carmen y Mª Dolores Torres París.
Alianza literaria. Madrid, 2007


Hijo de uno de los 144 notarios de París y notario él mismo en el París de Luis XIII y Richelieu, Louis Fronsac es el protagonista de una ya abundante serie de novelas escritas por Jean d'Aillon.

En una época en la que los notarios no sólo daban fe documental sino que ordenaban investigaciones a agentes o delegados ineficientes, Fronsac toma la decisión de llevar directamente las investigaciones. Así nace este detective francés del XVII, eficaz, inteligente y discreto.

El misterio de la cámara azul, que acaba de publicar Alianza en español, es una de las novelas más recientes y la primera en la cronología interna de la serie, pues se desarrolla entre 1641 y 1642 en el París de la época.

El excelente trabajo de documentación de su autor se refleja en la magnífica reconstrucción de ambientes, los caminos, las callejas, las posadas, el sinuoso trazado urbano. La suciedad de las calles y su diseño tortuoso, dos de las constantes de estas novelas, acaban convirtiéndose en metáfora de la sociedad.

Como en otros modelos clásicos de la novela de detectives, hay en las de esta serie un protagonista y un coprotagonista, dos caracteres complementarios y dos actitudes.

Louis Fronsac pone su mente matemática y lógica al servicio de Richelieu y Mazarino. Gaston de Tilly, su ayudante y amigo desde la época de estudiante en Clermont, es el agresivo comisario de la policía municipal, que le pide ayuda para resolver el enigma de un extraño crimen del que es víctima un criado y de cuya investigación pretenden apartarle antes de cerrar el expediente.

Y todo acaba confluyendo en la cámara azul del palacio de la marquesa de Rambouillet, de quien era criado el muerto, François Collet. Ese palacio, y sobre todo su cámara azul, fue el centro de la vida social de la aristocracia entre 1613 y 1664. El lugar más divertido de Francia, un espacio de encuentro de la alcurnia y el talento, el ingenio y la elegancia. Y también el centro de una serie de conspiraciones, de un entramado complejo de intrigas e intereses.

Personajes como Voiture, poeta ilustre y amigo de Louis, un Richelieu despiadado y un Mazarino untuoso y medrador, la marquesa de Rambouillet y su hija, Julie d’Angennes, un Luis XIII neurasténico y cruel, Cinq-Mars, un advenedizo iracundo y ambicioso, y un grupo de libreros y bibliófilos pasean por esta novela de aventuras, histórica y policiaca, por una corte de intrigas en un siglo de complots que descubre y desbarata este joven y culto detective de la época de Luis XIII y Luis XIV.

Tres conspiraciones nobiliarias contra Richelieu, financiadas por los Austrias desde España, constituyen el transfondo histórico de esta novela bien diseñada como un preciso instrumento de diversión. Que eso, antes que nada, es la literatura.


Santos Domínguez

20 julio 2007

Desnos en Cabaret Voltaire



Robert Desnos.
La libertad o el amor.
Traducción y prólogo de
Lydia Vázquez Jiménez y
Juan Manuel Ibeas Altamira.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2007.


Escritura en libertad, fusión de géneros y artes, escritura automática. El torrente de imágenes visionarias de Robert Desnos, del que dijo Breton: “El surrealismo está a la orden del día y Desnos es su profeta.” Un relato poético, un poema en prosa, un libro de viajes. Lo publicó en 1927 el superrealista más radical e inspirado y aparece ahora en una excelente traducción que era todo un reto.

Como un libro que se muerde la contraportada definen Lydia Vázquez Jiménez y Juan Manuel Ibeas Altamira La libertad o el amor, un libro alucinante del alucinado Robert Desnos, uno de los más interesantes y radicales superrealistas, proclamado su profeta por Breton en el Primer Manifiesto Surrealista y expulsado a las tinieblas exteriores cuando a partir del Segundo Manifiesto Surrealista el movimiento se convirtió en una secta.

Profeta de la vanguardia desde sus tiempos dadaístas, inmoral y lúdico, Desnos escribía sus textos como partituras musicales y con una única disciplina: la sujeción al ritmo. Autor de eslóganes publicitarios y de letras de canciones en las que proyectó esa inspiración rítmica, su literatura es la del alquimista del lenguaje, la de quien explora la sobrerrealidad con la potencia creadora del inconsciente, las drogas y la escritura automática, de la que fue el más potente y caracterizado seguidor.

El que duerme, pero escribe y habla le llamaron sus compañeros de sesiones hipnóticas y trances casi catalépticos que alguna vez pudieron acabar en tragedia cuando el poseso intentaba matar colegas superrealistas cuchillo en mano.

Una creación sujeta al riesgo y al abismo de lo hermético. ¿Y cómo se evita el riesgo de la opacidad hueca? Con la fuerza creadora de un lenguaje poderoso en imágenes y sugestiones, con una potencia expresiva que hipnotiza al lector, que se adentra en un mar de creatividad como el de La libertad o el amor que publica Cabaret Voltaire en su línea de recuperación de la mejor literatura europea de entreguerras.

Poema en prosa, novela provocadora o libro de viaje, articulado en torno a un París onírico por el que vagabundea el narrador, que la convierte en capital del mito o en un mundo submarino con calles recorridas por sirenas, en un lugar de la selva con leopardos y palmeras, en un espacio de espejismos o en una ciudad necrófila que culmina un apocalipsis de sangre y tiburones.

Precede a la prosa deslumbrante de La libertad o el amor un poema apócrifo de Rimbaud, Les Veilleurs, un texto visionario que condensa el mundo complejo de esta obra y de Desnos. Un autor en posesión del sueño que explora a ciegas las profundidades de la noche para escribir un panfleto contra la muerte en esta revelación del mundo, en esta incursión a tumba abierta en el misterio más profundo, ni templario, ni gozoso ni doloroso: el de la creación poética como mundo revelado en las visiones.

Santos Domínguez

18 julio 2007

La feria del crimen


La feria del crimen.
Edición, prólogo y traducción
de José Luis Sánchez-Silva.
Lengua de Trapo. Madrid, 2007.

En su serie Otras lenguas, la editorial Lengua de Trapo publica una recopilación de la nueva narrativa negra francesa. La feria del crimen es el título, tomado de un delirante relato de Tonino Benacquista, de un espléndido volumen que recoge dieciocho textos, representativos de la más reciente y renovadora narrativa policiaca gala entre 1980 y 2006.

Con edición, traducción y prólogo de José Luis Sánchez-Silva, el libro es una selección de algunos de los textos más interesantes del proceso de renovación de un género que hoy goza de prestigio entre la crítica y a la vez ha sabido mantener una amplia base de lectores.

De ese proceso, paralelo y contemporáneo del que desarrollan en otros países Camilleri, Vázquez Montalbán o Mankell, habla José Luis Sánchez-Silva en un esclarecedor prólogo en el que traza un panorama histórico del relato negro y de su revitalización en las últimas décadas de la mano de Jean Patrick Manchette, el más brillante de sus renovadores y el más lúcido de sus teóricos.

Sobre los componentes clásicos de la narrativa, los personajes, la tensión argumental, la intriga o unos diálogos bien construidos, estos relatos, por encima de los rasgos genéricos, muestran una llamativa variedad técnica, de asuntos y enfoques narrativos con el denominador común del interés y la exigencia literaria.

Los ambientes marginales, la denuncia política, la desesperanza ante la condición humana, el efecto aniquilador del odio, la violencia marsellesa o el suspense psicológico son algunos de los ingredientes de estos textos que ofrecen las cualidades de una narrativa en estado puro y tienen la precisión de un disparo o el tajo de un cuchillo en la garganta.

Cercanos a veces al periodismo de investigación, contienen una visión amarga de las conductas, de los comportamientos sanguinarios o los mundos oscuros de los personajes.

Didier Daeninckx, Jean-Francois Vilar, Jean-Bernard Pouy, Marc Villard, Patrick Raynal, Thierry Jonquet, y las voces femeninas de Dominique Manotti y Fred Vargas son algunos de los autores que se suman a ese camino de sutileza y calidad renovada que inauguró Jean Patrick Manchette.


Santos Domínguez