8/5/23

Grandes páginas de la literatura española



Víctor García de la Concha.
 Grandes páginas de la literatura española.
 Espasa. Barcelona, 2023.


Una camarilla de nobles cortesanos envidiosos lo acusaron de quedarse con parte de las parias o tributos que el rey moro de Sevilla debía pagar al de Castilla y León. Rodrigo Díaz de Vivar, miembro del estamento inferior de los infanzones, fue condenado al destierro por el rey Alfonso VI (1030-1109). En este punto comienza el Cantar de Mio Cid, adaptación del honorífico árabe sidi, ‘mi señor’, que se añade al título de Campeador por sus sonadas victorias en las batallas campales.
Recogiendo en la región de la Extremadura castellana del Duero tradiciones populares que exaltaban las hazañas de su héroe, quien llega hasta Valencia y erige allí un principado, un juglar, buen conocedor de la épica francesa, compone una gesta que se aleja de lo fabuloso. El objetivo primordial de este cantar de frontera es acercar la figura de Ruy Díaz a los de su mismo grupo social, de modo que todos lo sientan uno de los suyos y vean que, imitando su esfuerzo, pueden obtener también riqueza y alcanzar honra. De ahí el énfasis con que se subrayan los valores de humanidad y la mesura del Cid. Leal al rey, supera los dos grandes reveses —el destierro y la afrenta que los cobardes infantes de Carrión infligen a sus hijas con quienes se habían desposado— y, rehabilitado por Alfonso VI, su señor natural, ve emparentadas a las hijas con los reyes de España.
Rodrigo murió en 1099. Aunque la versión del Cantar que conservamos data de fines del siglo XII o comienzos del XIII, lo fundamental se fue perfilando antes de 1148. Compuesto para poder ser recitado o salmodiado con acompañamiento de un instrumento de cuerda, una viola o un rabel, los versos, de métrica irregular, se agrupan en tiradas que tienen la misma rima asonante.
En el manuscrito, conservado en la Biblioteca Nacional, falta una hoja que podemos suplir con la versión prosificada de la Crónica de Castilla.

Con ese comentario abre Víctor García de la Concha su Grandes páginas de la literatura española, la espléndida antología comentada que publica Espasa en una muy cuidada selección que abarca diez siglos: desde el Cantar de mío Cid y la lírica tradicional hasta El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite y Corazón tan blanco, de Javier Marías, pasando por el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés o El otoño de las rosas de Francisco Brines, por Fernando de Herrera o Claudio Rodríguez.

Precedidos de un breve comentario que sitúa esas páginas en su contexto histórico y estético, sus ciento tres capítulos articulan un libro que, como señala García de la Concha en el prólogo ‘Al lector’, “es el producto de un diálogo ininterrumpido y secular de autores y lectores que van descubriendo un tesoro: las grandes páginas de la literatura española.”

De la Epístola moral a Fabio al Juan de Mairena, de El obispo leproso a Alfanhuí, de Fray Luis de León   a Juan Benet, una celebración de la lengua española. Una muestra: el abarcador comentario evocativo sobre la poesía de San Juan de la Cruz:

Después de una infancia difícil -su madre, viuda muy joven, tuvo que andar de un sitio a otro en Castilla buscándose la vida- en Medina del Campo, donde por fin recalaron, Juan de Yepes logró entrar en el recién fundado Colegio de la Compañía, donde un jesuita humanista lo introdujo en los estudios literarios. Acababan de imprimirse allí en Medina los libros de Boscán y Garcilaso.
Se hizo carmelita y, con el nombre de Juan de Santo Matía, fue a estudiar a Salamanca. Eran los tiempos de fray Luis de León. Destacó en los estudios, pero él buscaba mayor soledad interior y pensó hacerse cartujo. Le salió al encuentro Teresa de Jesús, que lo convenció para que encabezara  la rama masculina de su reforma descalza. Era ya Juan de la Cruz.
En los conventos teresianos, junto a la austeridad y la vida interior, se cultivaba la poesía. De convento a convento iban y venían coplas y canciones profanas vueltas a lo divino. Fray Juan participó con varios poemas que llamamos «menores», aunque, aparte de ser muy bellos, enmarcan y explican desde fuera el extraordinario conjunto de tres poemas «mayores» -Cántico espiritual, Noche oscura y Llama de amor viva-, cima de la literatura en lengua española de todos los tiempos.
La experiencia mística es de suyo inefable. Pero cuando el que ha gozado de ella quiere comunicarla, no puede traducirla sino revivirla construyéndola en palabras que crean un símbolo. Este tiene en su base elementos de muy diversa procedencia -de la literatura profana, bíblica, etc.- pero todos ellos se desplazan hacia un núcleo significativo superior. 
Fray Juan compuso gran parte del Cántico espiritual en la cárcel conventual en que le tenían apresado los frailes calzados. Todo él se mueve entre dos polos: la interrogación de la Esposa -«¿Adónde te escondiste?»- que le hace salir de sí, en una rápida carrera, en busca del Amado, y la interior bodega donde ambos se funden en el amor. A primera vista puede parecer un itinerario alegórico en una narración con argumento feliz. Pero ya desde el arranque, y mucho más a partir del encuentro de los amantes, hay una energía que desborda el hilo argumental y todo se irisa en una constelación de significados en un símbolo abierto.
El lector debe dejarse llevar de la letra y de la música de los versos, porque imágenes y sonidos de las palabras crean la armonía de la experiencia mística.

Santos Domínguez