Gaspar Melchor de Jovellanos.
Diario.
Tres volúmenes.
Obras completas. VI. VII. VIII.
Edición de José Miguel Caso González
con la colaboración de Javier González Santos.
KRK Ediciones. Oviedo, 1994, 1999, 2011.
Nubes; frío; calma.
Así comenzaba Jovellanos la anotación en su diario el domingo 14 de diciembre de 1794. Estaba en Gijón y seguía escribiendo:
Resuelvo ir a Oviedo para arreglar la impresión de la Noticia. Pagué a mi hermana doña Gertrudis una cuenta de 1.766 reales y 26 maravedises; tenía dados 200; entregué 1.566, 26 maravedises. Tomé dinero para el viaje, y quedaron en el cajón 880 reales en oro. Debo hoy a mi hermana doña Catalina el producto de sus acciones, que entregaré en Oviedo. Misa. Comí a las doce y monté a caballo. Tiempo bellísimo, pardo y calma. Cada día nuevos cierros y rompimientos de tierras en Porceyo, La Riera, Los Carbaínos y La Embelga.
En Oviedo a la oración. Chimenea. Velarde el mayor; don J[osé o Juan Argüelles] Peñerúes. Mi hermana [Benita] en cama, constipada; allí la oidora, la coronela; don J[¿oaquín?] Posada; Vista-Alegre; conversación; mucho de Junta General y regimiento de Nobles. La resolución del Ayuntamiento de Gijón se recibió con escándalo, y no merecía otra cosa. El voto de mi hermano pareció bien, menos en lo de hacer alternativos los dos servicios, como yo predije: era encarte de Estrada el haberlos entendido así. Lluvia a las once.
Junto con el Teatro Universal y las Cartas eruditas y curiosas del padre Feijoo, el Diario de Jovellanos es uno de los monumentos de la literatura ilustrada en España, una de las cimas de la limpia prosa dieciochesca en castellano y el reflejo deslumbrante de una época a través de las dos inteligencias más preclaras de la Ilustración en España.
Liberado del férreo esquema del informe académico y de la prudencia política, Jovellanos vuelca en su diarios no sólo su intimidad más intensa o más trivial, su carácter y sus emociones, sino su mentalidad racionalista y reformadora en la prosa más personal, viva y espontánea con una tonalidad cercana que es la vía de transmisión de su profundidad intelectual y su lucidez.
Jovellanos comenzó los diarios -un total de catorce cuadernos- el 20 de agosto de 1790, cuando emprendió viaje a Madrid desde Salamanca para interceder sin éxito por su amigo Cabarrús y volver pocos días después en un destierro encubierto a Gijón.
Empezaron siendo simples notas de viaje, con apuntes triviales de pagos y deudas, con anotaciones escuetas de menudencias cotidianas como esta del 15 de agosto de 1791:
Laredo; posada respectivamente mediana; comimos mal por haber llegado a las dos y no poderse disponer hasta las cuatro. Aparato de tempestad: truenos, lluvia; resolución de no partir hasta mañana. Siesta hasta las nueve de la noche. Siguen constantemente truenos, relámpagos, agua. Acompañónos aquí un artillero hijo del alférez mayor de Siero. Este día empecé a sentir una notable picazón en todo el cuerpo, que ha seguido constantemente, y algunos momentos me devora; no sé si será efecto del calor, del vino, de los alimentos salados y picantes, del camino o de algún contagio de las camas; ello dirá.
O como esta otra, del 16 de septiembre de 1794:
Martes, 16.- Nordeste. Extracto. Repaso de las Cartas asturianas. Lectura del correo inglés. Al convento. A paseo. Lectura en Gibbon; ya me fatiga la vista la luz artificial. Historia de Sahagún.
Pero, junto con la inmediatez de lo cotidiano (la comida, la salud, las cuentas, el tiempo meteorológico, el descanso, las conversaciones, los paseos), sus itinerarios y apuntes de viaje (excepcionales los referentes al Canal de Castilla en septiembre de 1791) contienen abundantes noticias de carácter artístico, económico, agrícola, geográfico o social, sobre sus expediciones para hacer informes de minas y sus visitas a distintos monumentos, sobre las diversas peripecias del viajero (caminos, posadas y comidas de los lugares que visita), sobre creencias, costumbres populares y supersticiones.
Y, con frecuencia, la alusión a los madrugones, a los malos caminos, a las aún peores posadas. Como en la cercanía de León:
Viernes, 25 de agosto de 1797.- En pie a las cuatro. Salida a las cuatro y media. […] Pésima posada, desproveída de todo, sin aseo ni comodidad; escribo a la luz del candil; su tufo es pestilente; el calor, sumo; la cama, mala; sin cena, sin esperanza de reposo; es preciso quemar vinagre para purificar el ambiente; mis sábanas, las mantas de los caballos y los capotes servirán de cama; pero si hay chinches… No lo quiera mi negra suerte. Voy a comer un par de huevos y a tentar si puedo dormir. De seguro no costará trabajo la madrugada.
Sábado, 26 de agosto.- Mala noche; pulgas y más que sospecha de chinches; sueño interrumpido; despierto a las dos y media y luego, en pie; hasta el agua es ruin y no hay azucarillo; pésimo olor de la paja, único combustible del hogar. ¡Fuera de aquí! A caballo antes de amanecer; calor; perdimos la senda.
En periodos más sedentarios, las notas de viaje dejan paso a textos más reflexivos, a anotaciones sobre lecturas, política y sociedad o sobre la correspondencia que va intercambiando desde Gijón. Esas circunstancias influyen también en el paso de un rápido estilo telegráfico a párrafos más reflexivos y a observaciones más elaboradas sobre el paisaje y la naturaleza, como esta del 27 septiembre de 1790 sobre las telas de araña “hermoseadas con el rocío”:
Cada gota un brillante, redondo, igual, de vista muy encantadora. Marañas entre las árgomas, no tejidas vertical, sino horizontalmente, muy enredadas, sin plan ni dibujo. ¡Cosa admirable! Hilos que atraviesan de un árbol a otro a gran distancia, que suben del suelo a las ramas sin tocar el tronco, que atraviesan un callejón. ¿Por dónde pasaron estas hilanderas y tejedoras, que sin trama ni urdimbre, sin lanzadera, peine ni enxullo tejen tan admirables obras? ¿Y cómo no las abate el rocío? El peso del agua que hay sobre ellas excede sin duda en un décuplo al de los hilos. Todo se trabaja en una noche; el sol del siguiente día deshace las obras y obliga a renovar la tarea.
Como es natural, el Diario permite seguir de cerca la peripecia vital y política de Jovellanos, que el 16 de octubre de 1797 recibe con desolación la noticia de que ha sido nombrado embajador en Rusia. Así lo cuenta en la nota de aquel día:
Me había yo retirado a escribir en el informe del Sr. Lángara, cuando oí que acababan de llegar de Oviedo mi sobrino Baltasar y el oficial Linares. Iba a salir, cuando éste entró ofreciéndome sus brazos y dándome la enhorabuena. «¿Cómo?» «Está usted hecho embajador de Rusia». Lo tengo a burla; se afirma en ello. «Hombre, me da un pistoletazo. ¡Yo a Rusia! ¡Oh, mi Dios!» Se sorprende, cuida de sosegarme; entramos al cuarto de la señora. Baltasar confirma la triste noticia. Me da las cartas; abro temblando dos con sello, una de Lángara, otra de Cifuentes; ambas enhorabuena, con otras mil; nada de oficio; mil otras. Luego un propio, enviado por el administrador Faes. Varias cartas, entre ellas el nombramiento de oficio. Cuanto más lo pienso, más crece mi desolación. De un lado lo que dejo; de otro el destino a que voy; mi edad, mi pobreza, mi inexperiencia en negocios políticos, mis hábitos de vida dulce y tranquila.
La noche cruel.
Pocas semanas después, el 13 de noviembre, recibe otra mala noticia: el nombramiento como ministro de Gracia y Justicia:
Oyéronse cascabeles; el hortelano dijo que entraba una posta de Madrid; creímoslo chanza de algún amigo; el administrador de Correos, Faes, entrega un pliego con el nombramiento del ministerio de Gracia y Justicia. ¡Adiós felicidad, adiós quietud para siempre! Empieza la bulla, la venida de amigos y la de los que quieren parecerlo; gritos, abrazos, mientras yo, abatido, voy a entrar a una carrera difícil, turbulenta, peligrosa. Mi consuelo, la esperanza de comprar con ella la restauración del dulce retiro en que escribo esto; haré el bien, evitaré el mal que pueda. ¡Dichoso yo si vuelvo inocente, dichoso si conservo el amor y opinión del público, que pude ganar en la vida obscura y privada!
El 23 de noviembre de 1797, cuando toma posesión como ministro, anota escuetamente en El Escorial: “En pie a las siete.”
El día anterior, el miércoles 22 de noviembre, había escrito con abatimiento este párrafo amargo:
Mi gente arranca temprano; Cabarrús y yo a las 10. Sin vestir a la casa del ministerio; no se puede evitar el ver algunas gentes; me apura la indecencia del traje; entre otros Lángara, luego su mujer. Conversación con Cabarrús y Saavedra; todo amenaza una ruina próxima que nos envuelva a todos; crece mi confusión y aflicción de espíritu. El Príncipe nos llama a comer a su casa; vamos mal vestidos. A su lado derecho la Princesa; al izquierdo, en el costado, la Pepita Tudó... Este espectáculo acabó mi desconcierto; mi alma no puede sufrirlo; ni comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu; huí de allí; en casa toda la tarde, inquieto y abatido, queriendo hacer algo y perdiendo el tiempo y la cabeza. Carta a Paula. Por la noche a la Secretaría de Estado con Cabarrús; luego Saavedra; conversación acalorada sobre mi repugnancia; no hay remedio; el sacrificio es forzoso; más aún sobre la remoción del objeto de la ira y persecución... Nada basta... A casa en el colmo del abatimiento.
Sólo ejerció el cargo de ministro nueve meses, pero fue una experiencia traumática de la que salió enfermo de polineuritis tras haber sufrido síntomas de envenenamiento.
Durante su ejercicio ministerial (“Haré el bien, evitaré el mal que pueda; ¡dichoso yo si vuelvo inocente!”) interrumpió la escritura del Diario. La reanuda a finales de agosto de 1798 (“Escribo con anteojos, que tal se ha degradado mi vista en este intermedio ¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas separadamente”) y lo mantiene con algunas interrupciones hasta el 20 de enero de 1801, en que escribe:
Poco sueño; nubes; frío.
Completaba así nueve cuadernos a los que se sumaron luego los cinco cuadernos del destierro, que llegan hasta 1808, escritos durante su confinamiento y prisión en Mallorca, entre la cartuja de Valldemosa y el castillo de Bellver.
Tras su liberación el 5 de abril de 1808, seguirá haciendo anotaciones en su diario (“todo está ya perdido sin remedio”, escribe el 20 de mayo de 1808) hasta esta, del 6 de marzo de 1810, en que da cuenta de la llegada por mar desde la bahía de Cádiz hasta la de Muros:
Para las nueve dimos fondo en la bahía de Muros, frente a dicho pueblo, amarrándonos NO [noroeste] y SE [sureste] según requiere dicha bahía.
“La historia del Diario de Jovellanos es complicada y triste”, escribe José Miguel Caso González en el prólogo al primero de los tres tomos que abarca la magnífica edición del Diario en el conjunto de los quince tomos de las Obras completas de Jovellanos, editadas conjuntamente por el Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (Universidad de Oviedo), el Ayuntamiento de Gijón y KRK Ediciones.
“La obra de Jovellanos más difícil de editar dignamente -explica Caso González- es, sin ninguna duda, su Diario. Aunque el texto preparado por Julio Somoza pudiera parecer definitivo, cuando se confrontan manuscritos y ediciones surgen multitud de problemas, cuya solución es difícil al haber desaparecido los originales.”
Por resumir “la lamentable y triste narración de los avatares de la importante obra de Jovellanos”: con el destierro en Mallorca, a Jovellanos se le confiscan todos sus papeles, entre ellos los nueve primeros cuadernos. En 1808 Jovellanos faculta a su protegido Ceán Bermúdez para que los recupere, pero no termina ahí la peripecia del Diario, porque los cuadernos, con toda la biblioteca de Ceán, pasan por venta a un bibliófilo asturiano. Hubo varios intentos fallidos de publicación hasta que en 1915 aparece una edición muy defectuosa, plagada de errores. No se puede hablar de una edición digna hasta mediados del XX.
Esta monumental edición en tres volúmenes magníficamente ilustrados fija definitivamente el texto del Diario y lo ilumina con un abundante aparato de notas. Por eso se ha convertido ya en la referencia canónica de estas páginas imprescindibles en la literatura ilustrada española. Las notas, apuntes y reflexiones del observador lúcido que fue Jovellanos acabaron por reflejar toda una época con el trazado del que quizá sea el panorama más completo de la España del XVIII.
Santos Domínguez