5/9/22

Carlos Edmundo de Ory. Aerolitos completos

  


Carlos Edmundo de Ory.
Aerolitos completos.
Prólogo de Ignacio F. Garmendia.
Edición de Carmen Sánchez y Laure Lachéroy.
Firmamento. Cádiz, 2022.

La joven y rigurosa editorial gaditana Firmamento reúne en Aerolitos completos la totalidad de los aforismos que Carlos Edmundo de Ory bautizó con el nombre de aerolitos, un corpus de casi dos mil quinientos textos que Ory escribió desde los años cincuenta hasta su muerte en 2010. 

Así explicaba el propio autor el árbol genealógico del que se sentía heredero, el linaje del que forman parte sus aforismos:
              
Nietzsche los llama: sentencias y dardos. 
Novalis los llama: polen. 
Baudelaire los llama: cohetes.
Joubert: pensamientos, Cioran: pensamientos estrangulados, y Andrei Siniaski: pensamientos repentinos.
Rozanov: hojas caídas, y René Char: hojas de Hypnos.
Malcolm de Chazal: sentido-plástico, y Louis Scutenaire: inscripciones.
Antonio Porchia los llama voces, y yo aerolitos.
  
Una décima parte de estos aerolitos, algo más de doscientos cincuenta, permanecían inéditos, por lo que esta edición establece el corpus definitivo de los aforismos de Ory y “la recuperación de una nutrida serie de inéditos incluidos en la sección final de este volumen”, como explican las editoras Carmen Sánchez y Laure Lachéroy en la nota previa.

‘Alado Carlos Edmundo’ titula Ignacio F. Garmendia el prólogo, donde afirma que “en su peculiar manera de entender el aforismo, más incluso que en los versos o en los relatos, reside el secreto o la quintaesencia del mundo de Ory, esa rara y originalísima combinación de pensamiento, poesía, mística y humor que asociamos al autor gaditano.”

Y en efecto los aerolitos son los textos más característicos y originales de la obra de Ory: chispazos verbales, relámpagos y ocurrencias escritos desde el asombro y la inocencia de una mirada inaugural (“soy un sabelonada”) o desde el desengaño que no se permite el patetismo, pero siempre desde una voluntad creativa que busca la iluminación o la revelación: “Mi oficio es encender llamas”, escribe en uno de ellos. 

Beligerantes o celebratorios, en los aerolitos conviven la risa y el llanto (“Mis muletas: el espanto y el humor”), el fulgor y la noche, el juego y el fuego, lo admirable y lo preocupante.

Entre la revelación verbal y el aullido desolado del lobo en la noche, entre el calambur y la metáfora, los aerolitos son fuegos de palabras de quien, mano a mano con la nada, es testigo de “la dolorosa felicidad del hombre”, de quien hizo del desierto su patria, hablaba de usted a los árboles y pobló con la duda su única certeza. Estos tres ejemplos reflejan esa actitud:

Sin previo silencio las palabras no suenan.
Bajo las estrellas brutales duerme el hombre.
Lo que no vemos: el viento, el silencio, el pensamiento.

Porque Ory se veía a sí mismo como “un limpiabotas del verbo” y veía el mundo como “una fábrica de lágrimas”, pero sabía también que “un poema es la autobiografía del sueño” y que “la poesía es un vómito de piedras preciosas.”
     
              
        Santos Domínguez