Lo
 saben los que entienden de esto y lo intuyen los que lo degustan sin 
prejuicios de cultura impostada: el belga George Simenon (1903-1989) es 
uno de los grandes escritores del siglo XX y la serie del comisario 
Maigret, más allá de la mera condición de literatura de quiosco en que 
la encasillan los legos en materia literaria, es una muy meritoria 
construcción que, como la de Chandler en la literatura norteamericana, 
eleva el género negro a la dignidad de la creación artística.
García
 Márquez lo tenía por uno de los escritores más importantes del siglo 
XX, alguien tan refinado como Gide lo definió como “el novelista más 
grande y más auténtico”, Faulkner lo admiraba y alguien con tanta 
potencia intelectual como Walter Benjamín leía cada novela que 
publicaba. Y un dato incontrovertible añadido: Simenon es el autor en 
lengua francesa más traducido del último siglo. 
Luego vendrían 
otros como Mankell, como Vázquez Montalbán, como Camilleri. Y criaturas 
literarias como Wallander, como Pepe Carvalho, como Montalbano y su 
indisimulado homenaje al novelista barcelonés. Son los herederos de 
Simenon, los discípulos de Maigret, esos fundadores.
Y por eso no es raro que dos acreditadas editoriales como Acantilado y Anagrama,
 que fundan su catálogo en la excelencia literaria, hayan emprendido una
 tarea de coedición de las novelas de Simenon con tres títulos fundamentales: El fondo de la botella; Maigret duda y Tres habitaciones en Manhattan, espléndidamente traducidas por Caridad Martínez las dos primeras y por Nuria Petit la tercera.
En una entrevista en Apostrophes, Simenon
 clasificaba sus casi doscientas novelas en dos grupos: las novelas 
policiacas y las ‘novelas duras’: “Las novelas policiacas -explicaba- 
tienen reglas. Esas reglas son como barandillas de escalera. O sea, que 
hay un muerto, uno o varios investigadores y un asesino, y, por tanto, 
un enigma. (...) Mientras que las novelas ‘duras’, como las llamo yo, 
son simplemente novelas sin barandilla.”
A esa última categoría pertenece El fondo de la botella, que
 inaugura la colección, una de las novelas americanas de Simenon. 
Ambientada en la frontera de Estados Unidos con México, es una novela 
sobre la culpa, el secreto y la traición a partir de la relación 
conflictiva entre dos hermanos, un prófugo irresponsable y un respetable
 abogado. Sobre el fondo del desierto de Arizona y el fondo de las 
botellas de bourbon, es una de las obras más potentes y amargas de 
Simenon. 
Comienza con estos dos párrafos:
Tenía el 
vaso en la mano y miraba vagamente el fondo de whisky pálido que aún le 
quedaba. Podría decirse —y era sin duda verdad— que aplazaba el placer 
de apurar el último trago. Cuando finalmente se lo tomó, siguió un buen 
rato mirando fijamente el vaso. Dudaba antes de dejarlo en el mostrador,
 y de darle un empujoncito, de dos o tres centímetros. Bill, el barman, 
aunque parecía absorto en una partida de dados con unos cowboys, 
entendería la señal, porque estaba muy pendiente: siempre estaba muy 
pendiente, sobre todo tratándose de un cliente como P. M.
Está 
estupendamente organizado. Todo parece fortuito. Tus gestos son de lo 
más inocente del mundo, y, a fin de cuentas, eso te permite beber sin 
que lo parezca. Es como en la masonería, con signos que los iniciados 
entienden en todos los países del mundo.
Maigret duda,
 una de las novelas más significativas de la serie policiaca. Ambientada
 en los círculos de la alta sociedad parisina, es una excelente muestra 
de la potencia narrativa de Simenon, de su agilidad narrativa y su 
habilidad para crear tramas detectivescas, de su precisión y su economía
 en las descripciones y los retratos o de su dominio magistral del 
diálogo.
Tres habitaciones en Manhattan, en torno a una 
pareja de solitarios desorientados y tristes, tiene resonancias del 
mejor cine americano de los años 50 y fue adaptada a la gran pantalla en
 1965. Es una de las mejores demostraciones de la capacidad de Simenon 
para crear personajes vivos y tridimensionales, dotados de hondura 
psicológica y de comportamientos complejos.
“Lo que asombra de 
Simenon -ha señalado Muñoz Molina- no es que escribiera tantas novelas, 
sino el hecho de que prácticamente todas sean magníficas y de que además
 estén dotadas de algo equivalente a una sustancia adictiva, de una 
poderosa nicotina literaria en virtud de la cual el interés o la 
admiración del lector se convierten rápidamente en un hábito.”
Con estos tres títulos se ofrecen las tres primeras dosis. La adicción es inevitable.
Santos Domínguez


