Francisco Brines.
Como si nada hubiera sucedido.
Editorial Universidad de Alcalá.
Fondo de Cultura Económica.
Madrid, 2021.
Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,sepultada.
Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.
Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.
Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,
en el viaje aquel de todos a la niebla.
Con ese poema cerraba en 1995 La última costa Francisco Brines (Oliva, 1932), una voz poética imprescindible que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegíaco matizado a veces con algún acento hímnico.
Con motivo de la concesión del Premio Cervantes, la Editorial Universidad de Alcalá y el Fondo de Cultura Económica reúnen en un volumen que se incorpora a la Biblioteca Premios Cervantes los dos últimos libros de Francisco Brines: El otoño de las rosas y La última costa, a los que se añaden seis poemas inéditos.
Del último de ellos, ‘Mi resumen’, toma su título, Como si nada hubiera sucedido, este espléndido libro ilustrado con seis collages de Mariona Brines:
«Como si nada hubiera sucedido».
Es ese mi resumen
y está en él mi epitafio.
Habla mi nada al vivo
y él se asoma a un espejo
que no refleja a nadie.
Lo abre un prólogo -‘La conciencia del tiempo’- en el que Luis García Montero señala a propósito de estos dos libros que en ellos Brines “convierte el vitalismo en conciencia del tiempo para dejar testimonio de los pasos hacia la vejez, cuando el pasado ocupa ya más lugar que el futuro. Y lo que predomina es una serena evidencia de la fugacidad, una negociación entre la memoria y el vacío. No por ello se asume una perspectiva rencorosa, negadora o arrepentida, sino una revalorización del amor, de la existencia que debe convivir con la muerte. Y es que la muerte llega a ser una aliada, una condición de la vida, para que antes de la oscuridad, ya en la penumbra, podamos valorar la verdad fugitiva de la luz.”
Una fugacidad que sobrevuela poemas como este ‘Homenaje y reproche a la vida’, de El otoño de las rosas:
Cómo me gustaría verte sentado ahí,
apoyado en el tronco de ese pino, muchacho,
como en los viejos días ya perdidos,
sintiendo que los cantos de los pájaros altos
cubrían tu cabeza,
bajando del azul, de rama en rama,
y ver tus ojos negros llenos de pensamiento.
Y que me hablases de la vida
con la capacidad de tu entusiasmo.
Espiar la tristeza que ahora escondes,
querer hasta el delirio tu inocencia.
Y que así me mirases y me hablases.
Sentirte tan cercano, y a mí ajeno.
Y que nunca supieras quién soy yo,
que no me adivinaras,
porque no conocieras, al saberlo,
la extrañeza y misterio del vivir.
Tienes las manos llenas del oro de la luz de las mañanas.
El nombre del lugar el mismo es hoy que ayer,
pero ni tú ni yo,
ni esta casa que amamos, son los mismos.
Mira, si no, mis manos, y dime qué se hizo
de tanta luz y de aquellas mañanas.
Mas no mires las sombras en mis manos.
Aún tengo que venir,
o esto que más me apena: ya te has ido.
Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.
La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen el centro espiritual de una poesía en la que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético y que el poeta ha resumido así: “El conjunto de mi obra es una extensa elegía.”
Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.
Así lo definió el propio autor: “La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”
Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines. Especialmente en El otoño de las rosas, un libro escrito “en la estación del tiempo rezagado” con poemas amorosos que se mueven entre el madrigal y la elegía, entre la exaltación la la pérdida, entre la muerte y la resurrección de la carne. Están en ese otoño los solitarios días indecisos del invierno en la soledad de la casa vacía evocados en ‘Lamento en Elca’, uno de los poemas imprescindibles del autor, y el sur de los veranos rojos y las noches luminosas y encendidas, la luz caediza de las despedidas y la llama del amanecer en la ventana abierta, antes de los dos versos finales del libro:
Y llega, sorda y fría, la ausente luz final,
la hueca luz final de su negro aletazo.
Con un nuevo amanecer, ‘El regreso del mundo’, se abre La última costa, un libro rememorativo escrito desde la conciencia del aún. Desde el recuerdo de la infancia y la memoria de la existencia, el silencio y la soledad van viendo oscurecerse el mundo en estos poemas desolados, teñidos de una luz negra que presagia los finales. Es el ensayo para una despedida que dio título a su poesía completa:
Misericordia extraña
esta de recordar cuanto he perdido,
y amar aún su inexistencia.
Son las imágenes en un espejo roto que dan título a uno de los mejores poemas del libro, al que pertenece esta estrofa:
¿Y es lo que veo ahora todo cuanto viví?
Debo robar palabras, o inventarlas, y concederle al mundo aquel fulgor que tuvo,
pues todo se me acaba, en esta habitación,
al ver mi rostro roto
en todos los pedazos de este espejo ahora roto.
¿Y en dónde se han perdido el amor y el dolor,
esta verdad pequeña de haber sido?
Desde la perspectiva global que propone la edición conjunta de estas dos obras, estos dos libros finales perfilan definitivamente el contorno moral y biográfico de la poesía de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y de sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra, porque -como él mismo ha explicado- “estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.”
Santos Domínguez