30/6/21

Óscar Martínez. Umbrales

 

  
 Óscar Martínez.
 Umbrales.
 Un viaje por la cultura occidental 
a través de sus puertas.
Siruela. Madrid, 2021.
 
Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas. Así se subtitula Umbrales, el libro de Óscar Martínez que publica Siruela.

Un libro que funde en su enfoque el ensayo, el libro de viajes y la narración para reunir historia y arquitectura, arte y simbología en veintidós capítulos que son las estaciones de un viaje por tiempos y espacios diversos en torno a las puertas y los umbrales, elementos habitualmente invisibles en las historias del arte.

Y sin embargo, señala Óscar Martínez en el prólogo de estos Umbrales, “hay pocos elementos que hayan marcado tanto la civilización. Si hay algo que nos diferencia de nuestros antepasados prehistóricos, además de la escritura, el comercio o la organización social en ciudades, son también las puertas. Y ello es así porque están íntimamente ligadas a uno de los grandes inventos de la humanidad: la arquitectura. No hay arquitectura sin puertas, y casi la práctica totalidad de las puertas en las que podamos pensar están unidas de forma indisoluble a la noción de construcción arquitectónica.”

Se emprende así un itinerario geográfico y cultural que permite descubrir las puertas de entrada, esos lugares de paso hacia el otro lado que marcan el tránsito y delimitan la frontera entre lo exterior y lo interior, entre lo público y lo privado, entre lo abierto y lo cerrado. Así lo explica el autor:

Toda puerta marca un tránsito. El umbral enmarcado por las jambas y los dinteles o por los arcos de la entrada es un espacio híbrido, un momento entre dos realidades, la frontera entre dos mundos y dos estados. Las puertas no son solo elementos arquitectónicos que nos permiten trasladarnos entre espacios interiores, o desde el exterior al interior de un edificio, y viceversa, sino que también poseen un potente significado simbólico. Como lugares de paso, están relacionadas con conceptos tan importantes como los de cambio y evolución, y ello hace que los simbolismos que poseen sean también de gran trascendencia y universalidad. Las puertas pueden ser consideradas, por tanto, como el vínculo entre el sueño y la vigilia o entre la luz y las tinieblas, pero también como el paso desde la ignorancia a la sabiduría y, sobre todo, de la vida a la muerte.

El viaje -porque Umbrales es también un libro de viajes- comienza en la puerta de la casa de los Vettii en Pompeya, una pareja masculina de libertos ricos en cuyo vestíbulo una pintura de Príapo cumplía una función protectora para quien entraba o salía.

Ese capítulo inicial es la puerta de entrada a una serie organizada en tres partes: los siete umbrales sagrados de la primera, entradas a recintos y templos desde la Prehistoria y la Antigüedad hasta la Edad Media, desde el dolmen de Menga hasta la iglesia de Santa María de los Reyes en Laguardia (“un arcoíris de piedra”), pasando por el panteón de Agripa y la transición del cuadrado al círculo que simboliza el paso al más allá, por el pórtico medieval de la abadía de Conques, la Basílica de San Marcos en Venecia, puerta por la que entra Oriente en Occidente, el templo funerario de Ramsés III en la antigua Tebas o el peristilo del Templo de la Concordia en Agrigento.

Cada uno de esos capítulos, además del análisis puramente artístico y arquitectónico, contiene evocaciones narrativas del momento histórico en que se construyeron esos monumentos, que en la segunda parte pertenecen a la arquitectura civil con palacios, fortalezas o murallas. Puertas que en estos casos dan paso no a lo sagrado, sino a lo privado, como la belleza geométrica de la fachada del palacio de Comares en la Alhambra, el simbolismo octogonal del tránsito de lo terrestre a lo celeste en el Castel del Monte en la Apulia o el napolitano Castel Nuovo con su “entrada repleta de símbolos medievales y renacentistas”.

Una tercera parte (‘Entrada a otros mundos’) aborda los umbrales que dan paso no solo a espacios físicos sino sobre todo a espacios simbólicos o imaginarios: las puertas fingidas y los umbrales pintados de la Villa Barbaro; la puerta de entrada en la modernidad de la Bauhaus, el Arco de Tito como testimonio de las celebraciones triunfales y como umbral de la inmortalidad; el acceso a los infiernos interiores del Parco dei Mostri en el Sacro Bosco de Bomarzo, cuajado de referencias literarias; el engaño a los ojos de la Perspectiva del Palacio Spada en Roma o el umbral vienés del nuevo arte en el Pabellón de la Secesión.

Porque, en definitiva, “Umbrales es un libro sobre puertas, sobre qué hace especiales a estos elementos arquitectónicos y sobre cómo el ser humano ha llenado de simbolismos y mensajes las entradas de sus edificios y construcciones. A su vez, no es un texto únicamente sobre arquitectura. Intenta ser también una suerte de libro de viajes que descubra puertas que quizá no se conozcan y abra ojos y oídos a nuevas historias sobre umbrales ya conocidos.”

Sólo una pega a esta edición. Aunque el desarrollo de las nuevas tecnologías permita una rápida consulta de las imágenes de las puertas, los pórticos y los arcos que se evocan en estos textos, se echa de menos en el libro un mínimo despliegue gráfico que apoye las descripciones y que facilite al lector atravesar cada uno de estos magníficos Umbrales.

Santos Domínguez

28/6/21

Jeremy Naydler. La lucha por el futuro humano


Jeremy Naydler. 
La lucha por el futuro humano.
Traducción de Antonio Rivas.
Atalanta. Gerona, 2021.


 Si bien el 5G promete alterar radicalmente la experiencia del mundo que habitamos, hay algo más que debemos entender para hacernos una idea del futuro que se está gestando. [...] Desde hace varias décadas, las máquinas dotadas de inteligencia operan cada vez más coordinadas a través de esta infraestructura electrónica de modo que no requieren supervisión humana. Los trabajos en curso para establecer un ecosistema electrónico 5G son el requisito para perfeccionar esta red autónoma global de inteligencia artificial que se nutre de veloces transferencias de grandes cantidades de información. Está cobrando existencia un «cerebro» electrónico global, inocentemente llamado «el internet de las cosas», que deviene el cimiento de gran parte de nuestra vida.
El internet de las cosas, mediante la conexión masiva a internet, permite que las cosas se vuelvan «inteligentes» y sean capaces de funcionar con independencia de los seres humanos. En una autopista inteligente, nuestro vehículo conducirá él solo mientras nosotros, provistos de un casco de realidad virtual y un traje háptico, nos entretenemos con juegos de ordenador interactivos en el asiento trasero; y en nuestro hogar inteligente, el frigorífico se encargará de pedir más huevos, leche y queso mediante una conexión inalámbrica. Cuando por fin despertemos a la nueva realidad creada para nosotros, descubriremos que el internet de las cosas es el precursor de lo que se ha dado en llamar el «internet del pensamiento». En el internet del pensamiento, los seres humanos deberán convivir con una inteligencia electrónica global que estará activa en cualquier lugar de nuestro entorno. Estaremos obligados a interactuar con ella para realizar las tareas más simples.
Pero ¿cuáles de nuestras acciones serán entonces verdaderamente libres?
[...]
Cualesquiera que sean las bondades prometidas por el 5G, éste irá mucho más allá de un simple sistema de telecomunicaciones mejorado: conllevará la infraestructura de un totalitarismo electrónico conocido como el «sistema de sistemas».

En esas líneas sobre ‘La formación del cerebro electrónico global’ se resume la idea vertebral de La lucha por el futuro humano, el libro de Jeremy Naydler que acaba de publicar Atalanta con traducción de Antonio Rivas.

Estos otros párrafos desarrollan esa advertencia sobre el peligro que suponen para la libertad y para la salud psíquica y física, para la naturaleza y para la integridad de la vida humana el abuso tecnológico y la polución del aire electrificado en un planeta cibernético controlado por el sistema de redes inalámbricas de quinta generación:

Nuestras tecnologías se basan en la automatización del análisis lógico, el cálculo y la resolución de problemas, son fundamentalmente discursivas y están orientadas al resultado, es decir, son hiperactivas y siempre tienen como objetivo producir ciertos resultados. En contraste, el acto de contemplar conduce a la mente a un punto inmóvil: no está orientado al resultado, no permite su automatización y sólo puede emprenderse como un fin en sí mismo. Nos capacita para ver el significado profundo de las cosas, algo sobre lo que el pensamiento mecánico no sabe nada. Estas visiones bien pueden surgir del mundo imaginal como poderosas imágenes arquetípicas, pues el pensamiento contemplativo linda con la visión imaginativa. Pero del mismo modo pueden adquirir la forma de ideas o intuiciones que, como rayos de luz, iluminen una cuestión o una situación vital de manera más completa. A menudo se describe la contemplación como la apertura del ojo interior del alma. A éste se lo denomina el «ojo de la mente» o el «ojo del corazón», y a través de él cobramos consciencia de lo que es invisible al ojo físico. Esta fuente interior de conocimiento, que no está condicionada por los hábitos de pensamiento ni por la opinión, también se puede traducir como la apertura del «oído interior» del alma a la voz de la consciencia. Nos puede guiar hacia un sentimiento de certidumbre moral sobre lo que deberíamos o no deberíamos hacer, así como hacia los ideales que pueden inspirar nuestros actos.

Los primeros ordenadores eran tan grandes que para manejarlos había que estar de pie o moverse a su alrededor. Con la invención de los ordenadores de sobremesa pudimos sentarnos y relacionarnos con ellos cara a cara, por decirlo así. Después fue posible guardárselos en el bolsillo y ahora, gracias a los relojes y a las gafas inteligentes, llevarlos acoplados al cuerpo. En cada una de estas etapas, la interfaz se ha vuelto cada vez más «amable para los humanos», al tiempo que nos hemos ajustado interiormente para relacionarnos con ellos día a día, hora a hora e incluso minuto a minuto. De este modo, el ordenador se ha ido adaptando a los contornos del cuerpo y el alma, mientras nuestra vida interior ha adquirido, lenta pero indudablemente, un mayor grado de compatibilidad con el ordenador; ello ha afectado a nuestro lenguaje, a nuestros procesos de pensamiento y a nuestros hábitos. En esta simbiosis evolutiva, en la que estamos cada vez más entrelazados con el ordenador, también nos hemos vuelto más dependientes de él. La integración biológica no está lejos. Es el siguiente paso lógico. Por tanto, reviste la mayor importancia que abramos bien los ojos al hecho de que, aun teniendo presente que los humanos son los inventores y fabricantes de las tecnologías digitales, así como sus ávidos consumidores, la fuerza impulsora que subyace a la revolución digital no es simplemente humana: lo «inhumano» también intenta realizarse dentro de lo humano. 
Pero ¿cómo caracterizar este espectro de lo inhumano?

Acerca de ese peligro de lo inhumano impuesto sobre lo humano, del poder adictivo de las nuevas tecnologías y de la desconexión con el mundo natural, suplantado por un mundo virtual, alerta este ensayo en el que Naydler reivindica la importancia de la conciencia moral y de la dimensión espiritual de la existencia:

¿Qué significa vivir humanamente? Si la totalidad de lo que somos incluye un núcleo espiritual del que en su mayor parte no somos conscientes, entonces vivir humanamente ha de ser vivir con una mayor consciencia de dicho núcleo. Debemos reforzar nuestro sentimiento de que este núcleo espiritual es nuestro más profundo y auténtico yo y, por tanto, la parte de nosotros con la que debemos aspirar a identificarnos. Lo cual exige que emprendamos la ardua tarea de transformarnos interiormente hasta que tales deseos, inclinaciones y arraigados hábitos de pensamiento, que nos arrastran alejándonos de ese recuerdo esencial, cambien poco a poco y se alineen interiormente con lo que las tradiciones de la sabiduría nos dicen que es el auténtico centro de nuestro ser. Este esfuerzo moral de volvernos hacia el núcleo espiritual de lo que somos y arraigarnos en él implica un viraje en la cualidad de nuestro pensamiento: pasar de la dependencia del pensamiento discursivo, orientado al resultado y que salta de un pensamiento a otro, a la revalorización de la quietud y la receptividad del acto de contemplar. Boecio ofrece la hermosa imagen de los buscadores de la verdad que han de curvar su errante consciencia en un círculo y enseñar a sus almas a «alojarse en la casa del tesoro» que se halla en el centro. Allí encontrarán una luz, más intensa incluso que la luz solar, que iluminará sus mentes desde el interior.

Porque la fragmentación psíquica y la dificultad de la introversión podrían acabar provocando el olvido del ser del que avisaba Heidegger y la huida de la realidad podría encontrar un refugio inseguro e indeseable en una existencia virtual cuando -como afirma Naydler- “el desafío sigue siendo el de ser capaces de vivir con plenitud en el mundo real.”

Santos Domínguez 


25/6/21

Francisco Brines. Como si nada hubiera sucedido


 Francisco Brines.
Como si nada hubiera sucedido.
Editorial Universidad de Alcalá.
Fondo de Cultura Económica.
Madrid, 2021.


Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,

sepultada.

Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,

en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,

un gentío enlutado.

Enfrente, aquella bruma

cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.

Y una barca esperando, y otras varadas.


Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.

Un aire inmóvil, con flecos de humedad,

flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.

La niebla, aún más cerrada,

exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados

y como esclavos, mudos,

empujamos aquellas aguas negras.


Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,

en el viaje aquel de todos a la niebla.


Con ese poema cerraba en 1995 La última costa Francisco Brines (Oliva, 1932), una voz poética imprescindible que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegíaco matizado a veces con algún acento hímnico. 

Con motivo de la concesión del Premio Cervantes, la Editorial Universidad de Alcalá y el Fondo de Cultura Económica reúnen en un volumen que se incorpora a la Biblioteca Premios Cervantes los dos últimos libros de Francisco Brines: El otoño de las rosas y La última costa, a los que se añaden seis poemas inéditos. 

Del último de ellos, ‘Mi resumen’, toma su título, Como si nada hubiera sucedido, este espléndido libro ilustrado con seis collages de Mariona Brines: 

 «Como si nada hubiera sucedido». 
Es ese mi resumen 
y está en él mi epitafio.

Habla mi nada al vivo 
y él se asoma a un espejo 
que no refleja a nadie.

Lo abre un prólogo -‘La conciencia del tiempo’- en el que Luis García Montero señala a propósito de estos dos libros que en ellos Brines “convierte el vitalismo en conciencia del tiempo para dejar testimonio de los pasos hacia la vejez, cuando el pasado ocupa ya más lugar que el futuro. Y lo que predomina es una serena evidencia de la fugacidad, una negociación entre la memoria y el vacío. No por ello se asume una perspectiva rencorosa, negadora o arrepentida, sino una revalorización del amor, de la existencia que debe convivir con la muerte. Y es que la muerte llega a ser una aliada, una condición de la vida, para que antes de la oscuridad, ya en la penumbra, podamos valorar la verdad fugitiva de la luz.” 

 Una fugacidad que sobrevuela poemas como este ‘Homenaje y reproche a la vida’, de El otoño de las rosas:

Cómo me gustaría verte sentado ahí,
apoyado en el tronco de ese pino, muchacho,
como en los viejos días ya perdidos,
sintiendo que los cantos de los pájaros altos
cubrían tu cabeza,
bajando del azul, de rama en rama,
y ver tus ojos negros llenos de pensamiento.
Y que me hablases de la vida
con la capacidad de tu entusiasmo.
Espiar la tristeza que ahora escondes,
querer hasta el delirio tu inocencia.
Y que así me mirases y me hablases.
Sentirte tan cercano, y a mí ajeno.
Y que nunca supieras quién soy yo,
que no me adivinaras,
porque no conocieras, al saberlo,
la extrañeza y misterio del vivir.
Tienes las manos llenas del oro de la luz de las mañanas. 
El nombre del lugar el mismo es hoy que ayer,
pero ni tú ni yo,
ni esta casa que amamos, son los mismos.
Mira, si no, mis manos, y dime qué se hizo
de tanta luz y de aquellas mañanas.

Mas no mires las sombras en mis manos. 
Aún tengo que venir,
o esto que más me apena: ya te has ido.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen el centro espiritual de una poesía en la que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético y que el poeta ha resumido así: “El conjunto de mi obra es una extensa elegía.”

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.

Así lo definió el propio autor: “La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.”

Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines. Especialmente en El otoño de las rosas, un libro escrito “en la estación del tiempo rezagado” con poemas amorosos que se mueven entre el madrigal y la elegía, entre la exaltación la la pérdida, entre la muerte y la resurrección de la carne. Están en ese otoño los solitarios días indecisos del invierno en la soledad de la casa vacía evocados en ‘Lamento en Elca’, uno de los poemas imprescindibles del autor, y el sur de los veranos rojos y las noches luminosas y encendidas, la luz caediza de las despedidas y la llama del amanecer en la ventana abierta, antes de los dos versos finales del libro:

Y llega, sorda y fría, la ausente luz final, 
la hueca luz final de su negro aletazo.

Con un nuevo amanecer, ‘El regreso del mundo’, se abre La última costa, un libro rememorativo escrito desde la conciencia del aún. Desde el recuerdo de la infancia y la memoria de la existencia, el silencio y la soledad van viendo oscurecerse el mundo en estos poemas desolados, teñidos de una luz negra que presagia los finales. Es el ensayo para una despedida que dio título a su poesía completa:

Misericordia extraña 
esta de recordar cuanto he perdido, 
y amar aún su inexistencia.

Son las imágenes en un espejo roto que dan título a uno de los mejores poemas del libro, al que pertenece esta estrofa:

¿Y es lo que veo ahora todo cuanto viví?
Debo robar palabras, o inventarlas, y concederle al mundo aquel fulgor que tuvo, 
pues todo se me acaba, en esta habitación, 
al ver mi rostro roto 
en todos los pedazos de este espejo ahora roto.
¿Y en dónde se han perdido el amor y el dolor, 
esta verdad pequeña de haber sido?

Desde la perspectiva global que propone la edición conjunta de estas dos obras, estos dos libros finales perfilan definitivamente el contorno moral y biográfico de la poesía de Brines, su mezcla de reflexión y pasión sobre el fondo de luz y de sombra de la realidad. De esa lucidez y esa intensidad se alimenta su obra, porque -como él mismo ha explicado- “estimo particularmente, como poeta y lector, aquella poesía que se ejercita con afán de conocimiento, y aquella que hace revivir la pasión por la vida. La primera nos hace más lúcidos, la segunda, más intensos.”

 Santos Domínguez 

23/6/21

Sánchez Rosillo. La rama verde

 
  
Eloy Sánchez Rosillo.
La rama verde.
Tusquets Editores. Barcelona, 2020. 
 
DURACIÓN
Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.


Ese poema, de título significativo en el conjunto, abre el último libro de Eloy Sánchez Rosillo, La rama verde, que publica Tusquets Editores en su colección Nuevos Textos Sagrados.

Su tono y su tema -esa hebra de luz, ese hilo de agua- anuncian los del resto de un libro en el que se refleja la hondura reflexiva de la mirada del poeta que, pasados los setenta años de vida  (“Tengo setenta años / y ha pasado la vida”), contempla el mundo y evoca sus recuerdos sin el doloroso lastre de la nostalgia. Una actitud marcada por la aceptación de la temporalidad y por un esfuerzo sostenido por mantener viva la luz de la memoria desde la luz del presente, de un ahora continuo e inextinguible que persiste en la existencia cotidiana, como en Date prisa, la evocación de la madre en una escena repetida cada mañana de la infancia. Termina con estos versos:

Me dices date prisa y me sonríes.
Yo también te sonrío en el cristal.
Me pones el abrigo 
y nos vamos corriendo hacia el colegio.
El niño confiado 
que aparece contigo en estas líneas 
te mira en el espejo para siempre 
y no sabe que un día morirás.
Pero el que escribe ahora sí lo sabe.
Y conoció ese día.

Entre la serenidad de esa contemplación y el asombro celebrativo, los poemas de La rama verde son una indagación en la memoria, una búsqueda de lo que permanece, desde la contención expresiva del poeta, “el que respira y canta.”

Y justamente de eso, de respiración y canto, están hechos estos poemas que contienen versos luminosos como estos, que cierran En la mañana inmensa, el poema dedicado a su hijo, ante el mar luminoso del verano:

El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.
Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.
 
Es esta una poesía que se levanta sobre una luz renovada y sanadora, sobre una luz respirada cuyo fulgor se sobrepone a la destrucción y al tiempo. Y en ella la naturaleza, abierta en el mar o doméstica en el jardín, se convierte no en un decorado, sino en el paisaje existencial donde se proyecta la intimidad, igual que el pasado y el presente se iluminan uno a otro en una abolición del tiempo, en un ahora continuo que le da el sentido de lo permanente, porque ser es haber sido y “lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida.”
 
La de Eloy Sánchez Rosillo es una poesía partidaria de la celebración de la vida, de la claridad como tema y como método expresivo de la intensidad emocional y la revelación verbal que la recorre. Porque, como explicó hace tiempo en Garabatos de poética, “escribir poesía es para mí una manera de entender y de considerar la vida, de acercarme a ella y de confundirme con su sustancia; un ser y un estar. Y un destino hermoso como pocos, del que hay que hacerse digno asumiéndolo hasta sus últimas consecuencias. Percibo las cosas del mundo a través de la poesía, que no es en modo alguno el reino de lo subjetivo, de lo neblinoso e indeterminado, de lo arbitrario, sino la posibilidad de aprehensión de la realidad más rigurosa, lúcida y comprensiva que conozco. No escribo para explicarme el misterio del mundo -los misterios no tienen explicación-, sino para participar de él, para formar parte del corazón de ese misterio.”

Hay una serie de líneas de fuerza que recorren toda la obra poética de Sánchez Rosillo y que se manifiestan aquí también en toda su plenitud: la suma de emoción y meditación, de memoria y presente, el intimismo y la confesionalidad autobiográfica -que ha evolucionado de la preferencia por una segunda persona especular a una declaración explícita de la primera persona- o el diálogo constante del sujeto y el tiempo que tiende a ser en los últimos libros diálogo entre el sujeto y el mundo.

Así, en Luna de cuándo y dónde, que se cierra con estos versos:

La miro con el gozo
del que todo lo ignora de la muerte,
del que respira y canta.
Han pasado años, siglos, y allí fulgura,
en qué centro sereno de mi asombro.
 
Santos Domínguez

21/6/21

El hilo de oro

 


 David Hernández de la Fuente.
 El hilo de oro.
Ariel. Barcelona, 2021. 
 
  Hay un antiguo motivo mítico que sirve de título e inspiración a este libro: el del hilo de oro. Por una parte, un tema arquetípico de la narrativa mitológica es el del viejo hilo de Ariadna, sabia guía de los héroes. Todos necesitamos un mentor -concepto también clásico y odiseico- que nos sirva de orientación antes de emprender su misión. En el laberinto de Dédalo, Teseo aprovecha la ayuda mágica de una auxiliar femenina que tejerá su escapada tras cumplir su gran hazaña.
Pero además del mito, también la filosofía ha utilizado el símil del hilo, como se ve en las Leyes de Platón (654a), donde aparece la imagen del ser humano como una marioneta manejada al albur de diversos impulsos, simbolizados por hilos, muchos de ellos duros, inflexibles y perniciosos. Pero no así el de oro, que “siempre conviene seguir y no abandonar en absoluto”. Es este un motivo siempre presente en el mito, el cuento maravilloso y el folklore universal, el de la cuerda, el hilo o el tendón que enlaza al hombre con los dioses, con los mentores mágicos o con la providencia. Eso serán los clásicos en lo que sigue: el vínculo con la mejor parte de nosotros mismos, la esencia de nuestra cultura, que es lo único que puede guiarnos cabalmente en medio de la gran ordalía.
Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos.
 
Con esos párrafos sobre la actualidad de los clásicos justifica David Hernández de la Fuente la escritura de El hilo de oro, el ensayo publicado por Ariel.
 
A través de esa metáfora del hilo de oro sus páginas plantean una reflexión sobre las ideas y los motivos, las actitudes y los símbolos heredados de los clásicos que pueden constituir una guía para orientarse en el laberinto del mundo actual: para entender el presente y buscar el futuro en el pasado, para entender al otro desde la relación conflictiva entre el individuo y la colectividad, entre la unidad y la multiplicidad, entre la identidad y la diversidad; para comprender el carácter cíclico del final de la historia y enfocar la acción política mirando a los modelos clásicos frente a los populismos extremistas; para analizar el lado oscuro de la violencia y el terror, del odio y la discordia desde antecedentes como Heráclito que vio en el conflicto “el padre de todas las cosas”; para recordar cómo se gestionaron las epidemias y el control social en la antigüedad; para evocar los patrones de comportamiento del héroe entre el nacimiento y la muerte, respuestas ante los distintos ritos de paso que constituyen la materia que alimentan la literatura y se siguen percibiendo en el cine o las series, que reproducen esos mismos modelos mitológicos; para revelar la continuidad del mito y el rito en muchas de las manifestaciones sociales de la actualidad o la pervivencia de viejos esquemas astronómicos, agrícolas o religiosos en las fiestas de la modernidad.

 David Hernández de la Fuente, autor de dos libros memorables -Oráculos griegos y Vidas de Pitágoras- lo resume así:
 
 Es sabido que las dos grandes obras señeras de la cultura clásica, la homérica y la virgiliana, tuvieron desde antiguo -y en el caso de Virgilio hasta la Edad Moderna- fama de ser proféticas. Ahí reside otra redefinición moderna de lo clásico en momentos de incertidumbre como los actuales: “Los clásicos son libros que se pueden consultar para saber qué es lo que va a pasar y cómo se puede vivirlo sabiamente”. Sabemos que existieron oráculos de bibliomancia -se echaban dados para adivinar el futuro en los pasajes sorteados de la Ilíada o de la Eneida- y que, en cierto modo, este adivinación simboliza el largo recorrido de estas obras en la historia de nuestra cultura. Ahí está nuestro hilo áureo, la vía profética o el mentor.
Ariadna, Circe, la Sibila o la mano de Virgilio en el camino, como en el de Dante. Con la idea de que los clásicos encierran las claves del presente y las del futuro en sus líneas inspiradas emprendamos, pues, este viaje hacia el “futuro pasado”.

Desde “la interrogación acerca de lo que los textos y las actitudes de los antiguos griegos y romanos tienen que decirnos sobre nuestros problemas, expectativas, anhelos y perplejidades en el mundo actual”, El hilo de oro explora “la repercusión de las ideas de los antiguos autores para nuestra sociedad. Así se abordan problemas y fenómenos actuales que pueden encontrar puntos de comparación con la antigüedad.”

El aliento narrativo de Heródoto, padre de la historia total; la figura de Tucídides, fundador de la historiografía crítica y política; los antecedentes del conflicto entre Oriente y Occidente y el choque de civilizaciones; las raíces de las demagogias populistas y de su camino hacia la tiranía; el declive de las civilizaciones y los imperios; las caídas de Troya y Roma y la utopía de la Atlántida; el elogio de la moderación de Aristóteles y Platón y las lecciones de los filósofos a los políticos; la contestación a los modelos políticos nacionalistas y el paralelismo entre la conjuración de Catilina y el intento de golpe de estado en Cataluña; las metáforas de la política (teatro, orquesta, nave); los confinamientos ante pandemias como la misteriosa plaga de Atenas que retrató Tucídides, la peste antonina o la peste de Justiniano, la primera gran pandemia, con la que termina la antigüedad en el siglo VI; la necesidad del héroe o el santo; las mujeres heroicas y las primeras manifestaciones del feminismo en el mundo clásico; los ritos solares del fuego y la tauromaquia; el ocio y las fiestas; la mirada a la vejez y la muerte o la eutanasia son algunos de los asuntos sobre los que se organiza una búsqueda matizada de analogías entre lo antiguo y lo moderno.

Una reivindicación de la vigencia de los clásicos para salir del laberinto con su hilo de oro, su concepción de la vida y de la muerte, del cosmos y la armonía, su idea cíclica de un tiempo que enlaza pasado, presente y futuro, un tiempo circular y eternamente renovado en los ciclos naturales a los que tan atentos estaban los clásicos. 

Porque -concluye Hernández de la Fuente- “en momentos de crisis procede defender más que nunca un regreso a nuestros clásicos como guía en la zozobra cotidiana.”

Santos Domínguez 

18/6/21

Ángel García López. Nocturnas aves

 
 Ángel García López.
 Nocturnas aves.
[Poemas burlescos]
Ars Poetica. Oviedo, 2021
 
El animus iocandi con que subtitula su Dramatis personae marca el tono y avisa de la intención de los divertidos sonetos burlescos que Ángel García López reúne en Nocturnas aves, que publica Ars Poetica.

Antes de entrar de lleno en el interior de los poemas, un simple vistazo al índice anuncia ya la tonalidad jocosa que los recorre: Auroro Boreal es incluido en el Real Diccionario de Escritores; Arsénico Caifás, en su versión de otoño; Peluso Iscariote, juntaletras de plantilla; Adonis Canapé, poetambre épico-lírico, acude a la presentación de un libro en el Hotel Majestic; Euclides Adulón, poeta en horas libres, es designado Director General de Acupuntura; Necrófilo Sinfín, taxidermista; Celebración de la obra poética completa de Iván el Horrible, bobo egregio; El joven profesor comenta a sus alumnos lo prescindible de los clásicos; Verecundo, el Divino, alaba al inspirado autor de «El espejo retrovisor de los planetas» o Jeremías, el Llorica, es denunciado al tribunal de Apolo por las nueve musas:

El coplero más listo del montón,
un don nadie endiosado, otro tunante
que no pasó de fraile mendicante,
consigue, al fin, su canonización

porque, desde la cruz al colofón,
contradiós obsesivo del bergante,
ha fabricado un bodrio delirante
sobre la muerte y la resurrección.

Y, en lo que fue desierto, llueve a mares:
incienso, bulas, procesión, altares,
prebendas, canonjías, sinecura…

¡Justicia en tanta lluvia haga tu mano!
Impide que el Parnaso sea un pantano
y en él flote este corcho de criatura.


Arquetipos que, avisa el autor en nota previa, “pertenecen a la fantasía y el humor, por lo que cualquier similitud que pudiera establecerse con la realidad sería formulación exclusivamente personal de quien la hiciese.”

Bien sabe el autor que el lector avisado y malévolo inevitablemente pondrá cara a algunas de estas criaturas que habitan los arrabales de la poesía. Como el protagonista de esta Noticia de Florito Malayerba:

Gallea en el cotarro un elemento
del gremio de influyentes paniaguados
que en medio siempre está de los fregados
lo pida el cuerpo o sin venir a cuento.

Servilón del trampeo, su talento
lo emplea en mil concursos amañados
y en comprar voluntades y jurados
cómplices de lo sucio de su invento.

Prodigio del chanchullo, del cinismo
y el te doy si me das del amiguismo,
nunca marra el caballo ganador.

Que suele ser un quídam de su cuerda,
fullero ungido por la misma mierda,
del mismo estiércol y del mismo hedor.


Escritos entre 2005 y 2012, cuando una decisiva experiencia luctuosa se hizo incompatible con esta temática desenfadada, han permanecido inéditos hasta que ahora, cinco años después del cierre circular de su obra que fue Cuando todo es ya póstumo, se recuperan en esta edición que perfila definitivamente el conjunto de la obra de Ángel García López, que sin estos poemas no estaría completa.

En la mejor tradición de las sátiras literarias, entre la mueca y la risa, vienen a completarla estos divertimentos irónicos que van desde los consejos para ambiciosos principiantes letraheridos hasta las descripciones esperpénticas de la feria de vanidades y la “jaula llena de leones” que es el cerrado mundillo de la poesía o retratos quevedescos de vates endiosados como este Peluso Iscariote, juntaletras de plantilla:

Al conocer la espuria biografía,
de todas las virtudes un dechado,
el ingenuo lector, acojonado,
se santiguaba ante lo que leía.

Y es que este enfermo de palabrería,
globo de feria de mentira inflado,
presume de un currículo inventado
que cambia en oro la bisutería.

Pues la verdad que esconde el tal poeta,
sólo diestro en tocar la pandereta,
las palmas y el olé y el chalaneo,

es que, usando de chiste y chismorreo,
con esa mala leche que rezuma,
apesta cuanto sale de su pluma.

Arquetipos, sí, aunque con esos moldes se han fabricado los abundantes figurones que trepan por las laderas del Parnaso y la variada fauna de muermos y copleros, poetisas decadentes y botarates venales que lo sobrevuelan.

Pájaros, pajaritos, pajarracos. Nocturnas aves.

Santos Domínguez

16/6/21

Poe. Ensayos completos II



Edgar Allan Poe.
Ensayos completos II.
Traducción y prólogo de 
Antonio Jiménez Morato.
Páginas de Espuma. Madrid, 2021.


“Poe revolucionó la literatura de su tiempo gracias a sus relatos y sus poemas, eso es algo sabido, pero el único modo de calibrar el alcance de sus intenciones y los riesgos a los que se sometió es mediante el análisis de su labor crítica”, escribe Antonio Jiménez Morato en la introducción que abre la edición del segundo volumen de los Ensayos de Edgar Allan Poe que ha traducido para Páginas de Espuma

 Y a pesar de eso -añade- su obra crítica “ha sido despreciada, leída de modo apresurado o ignorada. Y eso pese a que, con los doscientos años de distancia como juez, podemos apreciar que Poe parece no equivocarse nunca. Elogia lo que ha atravesado mejor el tiempo, y denuesta lo que ha ido olvidándose con el paso de los años. Hay en la capacidad de prospección de Poe algo más que mera perspicacia, hay una auténtica voluntad de cimentar y encauzar una literatura. Más aún, no solo voluntad, sino la tenacidad necesaria para lograrlo. Poe no solo es el padre del cuento moderno, lo es también de la crítica moderna, hecha desde la prensa de modo militante y combatiente.” 

Organizado en dos secciones, la fundamental contiene veintidós reseñas sobre autores y literatura: desde un largo ensayo sobre el drama estadounidense hasta una evocación de Francis Lieber, editor de la Enciclopedia Americana, un conjunto de ensayos que se centran preferentemente en poetas y narradores contemporáneos de Poe entre los que destaca Nathaniel Hawthorne, a cuyos cuentos dedica una especial atención.

Publicados en revistas, incluyen críticas demoledoras de obras como El estudiante español, un drama de Longfellow (“en conjunto, solo podemos lamentar que el profesor Longfellow haya  escrito esta obra”), comentarios pormenorizados de textos de poetas sobrevalorados, como John Brainard, William Bryant (“en todos los méritos de menor importancia el señor Bryant se muestra sobresaliente”), el sr. Dawes (“ayudado para alcanzar su reputación poética por la amabilidad de su carácter”) o Drake y Halleck: “Que contamos entre nosotros con poetas del más elevado orden es algo de lo que estamos seguros, pero no creemos que esos poetas sean Drake y Halleck.”

Opiniones sobre Tennyson y Carlyle, reseñas de libros de Fennimore Cooper, de un manual de buena educación o de una historia eclesiástica de Virginia conviven en estas páginas con el pormenorizado y elogioso análisis de los dos libros de cuentos de Hawthorne, Cuentos contados dos veces y Musgos de una vieja casa parroquial.

Cierra el volumen una segunda sección (‘La escena literaria y social’) de textos entre los que destacan los agrupados bajo el rótulo ‘Miscelánea editorial’. Breves y ágiles, entre ellos está este irónico párrafo autorreferencial:

En una muy elogiosa nota, de la señorita Fuller, sobre los Relatos de Edgar Allan Poe, la crítica pone reparos a las frases “tenía muchos libros pero raramente los empleaba” y “sus resultados, obtenidos por la esencia y el alma misma del método, tenían, de hecho, todo el aire de la intuición”. Nos doblegamos ante las muy bien consideradas opiniones de la señorita Fuller, la cual, por supuesto, merece todo nuestro respeto, pero nos hemos esforzado en vano por entender, en ambos casos, los motivos de sus objeciones. Quizás ella pueda explicarlos.

No sólo brillan aquí la capacidad analítica de Poe, su ironía aguda, sus sarcasmos hirientes y su lucidez como crítico. En estos ensayos inevitablemente proyecta su teoría y su práctica de la escritura quien simultaneaba la crítica con la creación poética y con la narración. 

 Por eso -concluye Jiménez Morato en su introducción-  “estas páginas dejan claro hasta qué punto arriesgó y se permitió ser libre como lector, en qué medida se proyectó como autor, hasta qué punto se atrevió a construir otro mito de Poe, bastante desconocido a día de hoy pero que existió y acaso fue lo más llamativo de él mientras vivió, de su figura literaria, como vehemente crítico, modelado por sí mismo dentro de los círculos literarios. Y resulta fascinante adentrarse en ellas.”

Santos Domínguez 

14/6/21

Georges Forestier. Molière

 



 Georges Forestier.
Molière. 
El nacimiento de un autor.
 Traducción de Mauro Armiño.
Cátedra Biografías. Madrid, 2021.
 
Pocos autores habrá en la literatura universal de biografía tan oculta e intimidad tan opaca como Molière, “un hombre del que han desaparecido todos los papeles personales. De Jean-Baptiste Poquelin, señor de Molière, no subsisten ni carta, ni borrador, ni nota, ni manuscrito. En aquella época, no se daba ninguna importancia a las huellas escritas de los grandes hombres y de los grandes creadores. Una vez publicada su obra, el propio autor prendía fuego a borradores y manuscritos. En cuanto a la correspondencia, a las notas y a los esquemas, su supervivencia dependía de la familia o de los amigos cercanos. Molière no tuvo la suerte de Racine, cuyos dos hijos, atormentados por la obsesión de recoger todo de un padre idolatrado, consiguieron salvar del naufragio cerca de doscientas cartas y algunos esquemas y poesías manuscritos. Tres de los cuatro hijos de Molière y de Armande Béjart murieron en edad temprana, y la cuarta, Esprit-Madeleine Poquelin, que tenía siete años en el momento de la muerte de su padre, solo dejó el convento donde había crecido para expiar, con una vida cristiana y austera, el oficio «infame» de sus padres, de los que no quería conocer nada. El hijastro póstumo de Molière, Nicolas Guérin, salido del nuevo matrimonio de Armande Béjart, tuvo «sus papeles» entre las manos, pero murió en 1708 a la edad de treinta años y todo desapareció con él.”

Con esas palabras lo subraya Georges Forestier, catedrático de La Sorbona, en el Prefacio, 'Contar Molière', con el que abre su espléndida biografía Molière. El nacimiento de un autor, que publica Cátedra Biografías con traducción de Mauro Armiño.

Publicada en su versión original por Gallimard hace tres años, esta biografía descarta los distintos estereotipos, no siempre agradables, que se han ido acumulando sobre la personalidad del dramaturgo francés desde la aparición temprana de la Vida de Molière, de Jean Grimarest, para intentar reconstruir su vida y su figura sobre los abundantes testimonios que sus contemporáneos dejaron por escrito.

Una imagen puramente exterior y con notables insuficiencias y falsedades, aunque -añade Forestier- “en la actualidad disponemos de suficiente material para dibujar a grandes rasgos el recorrido de Molière en medio de su familia y de su troupe, frente al público, con el rey y los grandes, en su rivalidad con los teatros de la competencia, en sus negociaciones con los libreros que publicaban sus libros. Podemos asimismo seguir el estreno de las obras y, de esta forma, como espejo, medir el extraordinario ingenio creador de Molière, contemplarlo en su trabajo, recuperando y volviendo a trabajar temas cuyo enfoque revolucionó, como alquimista que transforma los metales en oro. Pero si cada vez conocemos mejor al autor, al artista y al hombre social, seguimos privados de todo elemento tangible para revelar su intimidad, sea familiar, amorosa, amistosa, intelectual o artística.”

Asumiendo la dificultad del reto, Forestier emprende en este ambicioso libro la tarea de elaborar un relato verosímil de la biografía de Molière a partir de los datos documentales y de la imagen que sus contemporáneos tuvieron de él. Y en esa tarea es fundamental también un examen de sus obras para intentar reconstruir su formación intelectual y la germinación de las ideas que sustentan su mundo ideológico y su creatividad artística hasta descubrir que “bajo unos géneros y unos registros diferentes [...], sale a la luz una coherencia intelectual y artística sorprendente. Molière no cesa de innovar y de explorar permaneciendo siempre el mismo -él mismo.”

En esa ardua tarea de minuciosa recreación biográfica, Forestier reconstruye su formación artística y revela su proceso creativo y sus múltiples registros, evoca su entorno social y familiar, su público y sus rivales, sin perder nunca de vista lo fundamental en la biografía de un escritor o un artista: la iluminación que proyecta sobre su obra.

Y así lo hacen los veinticinco capítulos que proponen un recorrido por su trayectoria como director y autor de obras como La escuela de las mujeres, Tartufo, El enfermo imaginario, El misántropo, El burgués gentilhombre o El avaro; por su conocimiento de las elites que apoyaban el teatro, por su consagración como autor, por su caída temprana con una muerte brutal.

“En resumen, he querido sorprender al escritor en el momento de crear y me he esforzado por contemplarlo trabajando, a fin de llegar mejor al hombre bajo las ropas del artista.
Si, acabado este libro, sigo ignorando los sentimientos de Molière, espero haber podido dejar que se vislumbre una parte de su intimidad creadora. Quien sigue siendo el mayor autor cómico occidental y uno de los mayores artistas franceses, que continúa haciendo reír al mundo y que no cesa de hablarnos, es también un individuo apasionante para la observación. Molière sigue siendo un hombre fascinante, incluso a cuatro siglos de distancia.”

Y concluye Forestier su epílogo  -Cómo una gloria se volvió un clásico- con estas palabras sobre Molière:

De generación en generación hasta nosotros, lectores y espectadores se declaran conmovidos hasta lo más profundo de su alma por este autor de comedia, que consiguió transfigurar un género considerado ligero, y por el hombre fascinante, misterioso, que fue capaz de esta alquimia.
Es el secreto de este asombroso éxito lo que me he esforzado por sacar a la luz dando vida al extraordinario itinerario de este hombre excepcional.”
 
Santos Domínguez

11/6/21

Marta Agudo. Sacrificio

Marta Agudo.
Sacrificio.
Bartleby Editores. Madrid, 2021.

Cuando morir es una guerra en la que todos los bandos están de acuerdo. Momento azul que libera, síndrome de Estocolmo que se convierte en verdad mineral o esta plaza de rincones accesibles. Así se mitiga el dolor en su macabro tráfico de días, así la esperanza en su rutina absurda, así la conciencia en su irracional comparsa. Reconocer, entonces, que el minotauro acierta y devuelve al mar sus muertos de carne galopante. 

Ese es el penúltimo poema de Sacrificio, de Marta Agudo, que aparece en Bartleby Editores.

 Tras su anterior Historial, Sacrificio es un paso más de la autora en la oscuridad del túnel, una nueva incursión poética en la experiencia de la enfermedad, en la desolación y la soledad o en la intransitividad intensa del dolor, otra indagación en la conciencia de la fragilidad, en la disolución de la identidad y la memoria del daño:

Como los avisos de los aeropuertos repito mi nombre para recordarme. Válvulas de un oxígeno ya respirado, juegos de identidad contra una tarde gastada. Hoy viste demasiado el mar.

Poesía del límite y del cuerpo enfermo en la que el minotauro y el laberinto, el glaciar y las agujas, el túnel y el oleaje son imágenes sobre las que se articulan la vivencia y el aprendizaje del deterioro.

Su intensidad expresiva y su palabra, a la vez desatada y contenida como una queja, encuentran su cauce más adecuado, como en Historial, en el poema en prosa para marcar el tono, a veces alucinado y visionario, de un libro escrito desde el interrogativo territorio de la incertidumbre y el miedo (“Habito en la circunscripción del miedo”), pero también desde la resistencia al llanto y al patetismo, desde la certeza del naufragio tras el desesperado ejercicio natatorio de la supervivencia:
 
Pero sólo se extiende el confín:  

las articulaciones del luto.
 
Santos Domínguez

9/6/21

El río de Osiris

 
El Río de Osiris.
Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia.
Edición, prólogo y notas
de Miguel Ángel Elvira Barba,
con la colaboración de Marta Carrasco Ferrer.
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.


¡Que el Nilo reciba nuestro saludo!

Él sale de la tierra y vivifica Egipto. / Su naturaleza es misteriosa: tinieblas en pleno día. / Su cortejo le dirige cantos, / pues da la vida a las praderas creadas por Re / para que se alimenten los animales. / Él humedece el desierto / cuando desciende el agua lejana: / es como el rocío que cae del cielo. / Él es el bien amado de Geb, el que trae el trigo / y hace que prosperen las creaciones de Ptah...

Así comienza el Gran Himno al Nilo, una celebración de las crecidas fértiles del río. Es uno de los cien textos que forman parte del espléndido volumen El río de Osiris, que publica Reino de Cordelia.

Enriquecida con las abundantes ilustraciones que los iluminan, es una selección de Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia, que abarca desde la Teología Menfita y los Textos de las Pirámides, de la V Dinastía del Reino Antiguo (“la de los templos solares coronados por gruesos obeliscos”), hasta los cuentos de magia, novelas épicas y fábulas contemporáneas de Cleopatra, a cuya muerte entraron en Egipto las legiones romanas.

Con la colaboración de la profesora Marta Carrasco, los ha recopilado Miguel Ángel Elvira Barba, Catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que explica en su prólogo los criterios que han guiado la elaboración de esta magnífica antología.

Se trataba de reunir y ofrecer a los lectores “una lista de textos escogidos -tomé el número redondo de cien, para evitar la dispersión- y determinar el concepto de «literatura» que dirigiría mis pesquisas. No lo dudé: trataría de textos que un crítico actual consideraría «literarios», y no de los más apreciados por los propios egipcios. Por tanto, frente a los elaborados himnos religiosos y los abrumadores cantos a los monarcas, que han llegado hasta nosotros a centenares, destacaría la narrativa de ficción, la lírica, el teatro y, en el campo del pensamiento, las máximas «sapienciales».
Una vez escogidos los textos, me planteé un grave problema: ¿Debía ofrecerlos completos, o escoger sus partes potencialmente más atractivas? Adopté la segunda solución, porque me pareció la más coherente en una antología que no desea ser un libro de consulta. Ese mismo criterio rige en las versiones que aquí se ofrecen: siempre he pensado que el traductor debe, ante todo, escribir en su propia lengua, dando a su estilo la fluidez o el empaque que el autor traducido dio a sus textos utilizando los medios lingüísticos de que disponía.”

Uno de esos himnos del Reino Antiguo que cubren los muros de los pasadizos de las pirámides es este poema, que -según explica Miguel Ángel Elvira- está “presente en la pirámide de Unas y reutilizado casi por completo en la de Teti, es conocido por los estudiosos como el Himno caníbal, porque imagina al faraón difunto, hijo del dios solar Atum, comiendo carne de otros dioses para adquirir la inmortalidad”:

El cielo está cubierto de nubes, las estrellas se han oscurecido.
La bóveda celeste vibra, tiemblan los huesos del dios de la tierra.
Las estrellas se detienen cuando ven a Unas surgiendo en todo su poder,    
como un dios que vive de sus padres y se alimenta de su madre.

Unas es el señor de la astucia:
oculta su nombre a su propia madre.
El puesto de Unas está en el cielo;
su fuerza se halla en el horizonte,
como la de su padre Atum, que también lo parió. 
Pero, aunque Unas es su hijo, es más fuerte que Atum.

Las almas de Unas están con él;
sus ayudantes, bajo sus pies.
Sus dioses, sobre su cabeza, pues el ureo corona su frente: 
lleva en su frente la serpiente que le guía,
la que mira a los enemigos, la de llamarada poderosa.
El cuello de Unas está firme sobre su pecho.

Unas es el toro celestial,
lleno de rabia en su corazón.
Se alimenta de todos los dioses,
come sus entrañas
según vienen, llenos sus cuerpos de magia, desde la Isla de la Llama.


Organizados en siete capítulos cronológicos, desde el Reino Antiguo al Periodo Ptolemaico, y presentados por esclarecedoras introducciones, estos cien textos responden al objetivo de ofrecer, en palabras del recopilador, “una antología literaria que permitiese a cualquiera asomarse al pensamiento de los escribas, a la creatividad literaria de una cultura que tan brillante se había mostrado en sus artes, y que bien podía equipararse, por tantos conceptos, a mi querido mundo helénico.”

Textos que muestran una enorme variedad de temas y de tonos que van de lo épico a lo lírico, del himno a la autobiografía, del mito a la literatura sapiencial, de la historia a la novela, del cuento fantástico al poema amoroso, del teatro litúrgico a la fábula.

Este es otro de esos textos, La Instrucción para Kagemni, de la XII Dinastía, un tratado de prudencia del que se conservan en un papiro los últimos párrafos, que dan consejos sobre la urbanidad en la mesa:
 
Le irán bien las cosas a quien sea prudente, y será ensalzado el que conoce la justa medida. La sala de reuniones está abierta para el silencioso, y es bienvenido aquel que habla con tranquilidad; en cambio, se afilan los cuchillos contra quien, abandonando la vía correcta, se lanza a destiempo.

Si te sientas a comer con más gente, deja pasar los platos que te gusten, pues solo cuesta un instante vencer un deseo momentáneo, y la glotonería es un vicio que se señala con el dedo.

Un vaso de agua basta para calmar la sed, y un bocado de verduras fortalece el espíritu. Un solo plato puede sustituir a un banquete, y un trozo pequeño, a otro mayor. Resulta despreciable aquel que evidencia la pasión de su estómago y olvida más tarde a los propietarios de la casa donde ha comido en exceso.

Si te sientas junto a un glotón, debes comer solo cuando este haya calmado su avidez. Si bebes junto a un gran bebedor, haz lo mismo que él ya haya hecho: de este modo, su corazón se alegrará. No extiendas con ansia tu mano hacia la carne si estás junto a un glotón: tómala cuando él te la ofrezca, y no la rechaces entonces, porque de este modo te ganarás su aprecio.

Nada se puede decir contra quien es irreprochable en la mesa, si evita mostrar disgusto por algo; incluso un hombre grosero se mostrará más amistoso con él que con su propia madre, y todo el mundo querrá ponerse a su lado.

Deja que tu fama crezca; con el tiempo, se recurrirá a ti sin que tengas que abrir la boca. No presumas de tu fuerza entre tus iguales. Guárdate de suscitar antipatías, pues no se sabe lo que puede pasar en el futuro ni qué hace Dios cuando castiga.

Santos Domínguez


7/6/21

La búsqueda de interlocutor

  


  Carmen Martín Gaite.
 La búsqueda de interlocutor.
Prólogo de Manuel Longares.
Siruela. Madrid, 2021
 
Para Carmen Martín Gaite, una de las escritoras fundamentales de la segunda mitad del siglo XX en España, el fundamento y la justificación de la actividad narrativa y de la escritura en general es la búsqueda de un interlocutor.

Esa idea se la había sugerido ya en esos términos exactos Juan Benet, que tanto se despreocuparía luego de esa búsqueda, en una carta de 1965. Y en septiembre de 1966 publica en Revista de Occidente su ensayo La búsqueda de interlocutor, que formula ya una poética de la comunicación literaria en la que volverá a insistir para matizarla en El cuento de nunca acabar.

Dedicado a Juan Benet, “cuando no era famoso”, ese texto central en su obra revela la concepción de la obra literaria como un diálogo cómplice y múltiple (con el lector, con su tiempo, con la tradición) que está en la base de toda su narrativa.  Escribía allí líneas como estas: “siempre me he inclinado a pensar que el originario deseo de salvar de la muerte nuestras visiones más dilectas, nuestras más fugaces e intensas impresiones, a pesar de constituir la raíz inexcusable de toda ulterior narración, comporta un primer estadio de elaboración solitaria donde la búsqueda de interlocutor no se plantea todavía como problema. Es decir, que las historias ya nacen como tales al contárselas uno a sí mismo, antes de que se presente la necesidad, que viene luego, de contárselas a otro.”

De ese ensayo tomó título la recopilación de ensayos breves -que habían ido apareciendo dispersos en distintas revistas-, que se publicó por primera vez en 1973 y que iría creciendo en posteriores ediciones hasta adquirir su forma definitiva en la tercera, del año 2000, el de la muerte de su autora, un conjunto de treinta textos que Siruela reedita ahora con un espléndido prólogo -Hablemos- en el que Manuel Longares evoca la figura de Carmen Martín Gaite, que tuvo en él un interlocutor privilegiado, porque, como escribía la narradora en ese ensayo, “la del interlocutor no es una búsqueda fácil ni de resultados previsibles y seguros, y esto por una razón fundamental de exigencia, es decir, porque no da igual cualquier interlocutor.”

Como señalaba la propia Martín Gaite en el prólogo a la primera edición, la selección tiene su unidad en “un asunto al que he comprobado que, más tarde o más temprano, acaba remitiendo cualquier posible reflexión sobre los conflictos humanos: el de la necesidad de espejo y de interlocución, se sepan o no buscar.”

Búsqueda del encuentro con el otro, como espejo donde reconocer la propia identidad, tema central del ensayo que abre el libro, ‘Los malos espejos’; la evocación fúnebre de Ignacio Aldecoa en los dos años de Comunes en Salamanca y luego en Madrid, donde la puso en contacto con los narradores del medio siglo: Ferlosio, Fernández Santos, Medardo Fraile; el centenario de Macanaz, que encontró en ella a una interlocutora excepcional desde que lo conoció a fondo en el archivo de Simancas, y al que dedicó un libro memorable; tres siglos de quejas de los españoles sobre los españoles; la condición social femenina de Madame Bovary a Marilyn Monroe: la publicidad dirigida a las mujeres, el matrimonio y las mujeres liberadas (“O se asumen las ataduras o se asume la soledad. No creo que haya más alternativas”).

Completan la recopilación una reflexión sobre las coplas de posguerra y una crítica demoledora del Cancionero general que recopiló Vázquez Montalbán; artículos sobre Jekyll y Hyde, Capote o El otoño del patriarca, Robert Mitchum y Gregory Peck en El cabo del miedo, Fernando Quiñones y Jane Eyre, Salamanca o los cuentos de Medardo Fraile.

Referencias todas ellas sobre las que se proyecta la búsqueda de interlocutor de estos ensayos que confirman -insiste Carmen Martín Gaite- que “toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo se reduce, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor.”

Porque, como señala Manuel Longares en su prólogo, “la existencia de interlocutor escolta y atestigua el traspaso de las fuentes clásicas a las generaciones modernas. [...] La heredera de este universo de fantasía en el que sus antepasados echaron raíces recoge de sus contemporáneos sugerencias de todo tipo, incluso desdenes. Pero también iluminaciones de quienes, tratados en su día como aprendices y aprovechándose de las lecciones de sus maestros, predican ahora como expertos y, en calidad de interlocutores de la autora desaparecida, toman la voz cantante en el proceso tantas veces abanderado por Carmen Martín Gaite en el cuarto de atrás de su piso de Doctor Esquerdo, cuando, bajo el cielo pintado de la tardecer y en actitud receptiva, se situaba frente a su escucha y, con todo el tiempo del mundo a su disposición, le interpelaba con el estimulante: «hablemos».”

Es, digámoslo para terminar, “el título más mencionado en las tesis y estudios sobre mi obra”, como señalaba la autora al comienzo del prólogo de la edición definitiva de este volumen.
 
Santos Domínguez

 

4/6/21

Eugenio Montejo. Poesía completa


Eugenio Montejo. 
Obra completa. 
I Poesía. 
Edición al cuidado de 
Antonio López Ortega, Miguel Gomes 
y Graciela Yáñez Vicentini.
Pre-Textos. Valencia, 2021.

 

TERREDAD
 
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.
 
Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables,
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena,
aunque las migas sean amargas.

Es uno de los poemas más significativos de Eugenio Montejo (Caracas, 1938-Valencia, Venezuela, 2008), uno de los poetas imprescindibles de la lengua española en los últimos años.

Con esa afirmación del aquí y el ahora que vertebra ese poema central en su obra, Terredad da título también a uno de sus libros más representativos, que apareció en 1978 y que, junto con el resto de su obra poética, forma parte de la magnífica edición en Pre-Textos de la totalidad de su poesía, primer volumen de su Obra Completa, preparada por Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini en la canónica Biblioteca de Clásicos Contemporáneos.

Abre el volumen, que reúne cuarenta años de escritura poética entre Élegos (1967) y Fábula del escriba (2006), un espléndido estudio introductorio de Antonio López Ortega y Miguel Gomes, que a propósito de ese libro subrayan “el tenor ‘cósmico’ de la voz de Montejo. Nada lo condensa mejor que el neologismo terredad: nos habla, por supuesto, de la condición del ser terrestre, habitante de un planeta; nos habla de los elementos que nos contienen: aire, agua, luz, fuego; nos habla también del campo anímico: sentimientos, nostalgia, flaquezas; y también de las vidas que nos acompañan o sobrepasan: la de los árboles centenarios que nos saludan sin saberlo, la de las ballenas con sus resoplidos incesantes, la de las hormigas con sus sobras del día. La condición de la existencia como una cornucopia en la que todo coincide, incluso lo que no podemos imaginar; la concentración máxima de sentido, armoniosa pero también incomprensible, pues en sí también lleva su dosis de autodestrucción. La vida, pues, como un verdadero milagro, pero también como el mayor de los enigmas.”

La memoria elegíaca de Élegos, la suma de impulso órfico y meditación moral de Muerte y memoria y la mirada abierta al mundo de Algunas palabras recorren los tres libros que forman la primera época de la poesía de Eugenio Montejo, que en esos tres títulos pone los cimientos de toda su obra posterior. Esa primera etapa -señalan los prologuistas y editores- “fija las primeras nociones, intuiciones o dimensiones de lo que finalmente será toda una poética.”

La meditación sutil sobre el misterio de la existencia, la concepción de la poesía como último reducto de lo sagrado, la afirmación de la luz, la fusión de naturaleza y emoción, de reflexión y paisaje, la contemplación serena de la vida, la indagación en el lenguaje como herramienta de desciframiento de la realidad interior y exterior, la utilización de la palabra como instrumento de revelación del mundo en su continuidad circular son algunas de las claves de libros como Terredad, Trópico absoluto o Alfabeto del mundo, libros que -explican Antonio López Ortega y Miguel Gomes- constituyen una “secuencia que sin duda constituye el arco más prominente de su obra poética.”

Tras la transición de Adiós al siglo XX, Montejo entra en una segunda madurez caracterizada por una mayor depuración estilística y por una agudización de su conciencia de la temporalidad proyectada en la suma de pasión amorosa y verbal de Papiros amorosos, en el equilibrio de lenguaje y experiencia de Partitura de la cigarra o en la transitividad de la escritura temporal y transparente de Fábula del escriba, su último libro, publicado dos años antes de su muerte.

En esas tres obras finales se funden ejemplarmente la reflexión y la emoción, cuando la incertidumbre se abre a la paradoja y se armonizan la mirada y el recuerdo. Y a la vez la naturaleza se compagina con la memoria de las ausencias para dar una lección de vida y muerte, como en esta Pavana para una dama egipcia:

Yo sé que un día aquí sobre la tierra
no estaré nunca más. Habré partido
como los viejos árboles del bosque
cuando los llama el viento. Y esto que escribo
no me lo dicta apenas una idea
pues ya se ha hecho sangre de mis venas.
    
También sin meditar suelen los árboles
tener claro su fin. Como toda materia
guarda memoria de su nada póstuma.
No es preciso pensar para decirse
-cada quien a sí mismo- adiós por dentro.
Con ver las hojas en otoño basta;
con ver la tierra allá a lo lejos, roja,
flotando en el abismo, sin nosotros,
se aprende casi todo...

 “La poesía es la última religión que nos queda”, afirmaba Montejo, creador de una obra intensa y transparente en la que conviven la serenidad meditativa y la hondura emocional con la búsqueda de la palabra como medio de revelación del mundo. Poesía de la conciencia y la celebración que, en sus propias palabras, aspira a “nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue.” 

Un ejemplo memorable, también de Terredad, un libro central en su trayectoria poética, es esta Duración, una serena meditación sobre la fugacidad que se ha convertido en uno de sus poemas más conocidos:

Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos que un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.

Santos Domínguez