Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
30/6/21
Óscar Martínez. Umbrales
28/6/21
Jeremy Naydler. La lucha por el futuro humano
Si bien el 5G promete alterar radicalmente la experiencia del mundo que habitamos, hay algo más que debemos entender para hacernos una idea del futuro que se está gestando. [...] Desde hace varias décadas, las máquinas dotadas de inteligencia operan cada vez más coordinadas a través de esta infraestructura electrónica de modo que no requieren supervisión humana. Los trabajos en curso para establecer un ecosistema electrónico 5G son el requisito para perfeccionar esta red autónoma global de inteligencia artificial que se nutre de veloces transferencias de grandes cantidades de información. Está cobrando existencia un «cerebro» electrónico global, inocentemente llamado «el internet de las cosas», que deviene el cimiento de gran parte de nuestra vida.
El internet de las cosas, mediante la conexión masiva a internet, permite que las cosas se vuelvan «inteligentes» y sean capaces de funcionar con independencia de los seres humanos. En una autopista inteligente, nuestro vehículo conducirá él solo mientras nosotros, provistos de un casco de realidad virtual y un traje háptico, nos entretenemos con juegos de ordenador interactivos en el asiento trasero; y en nuestro hogar inteligente, el frigorífico se encargará de pedir más huevos, leche y queso mediante una conexión inalámbrica. Cuando por fin despertemos a la nueva realidad creada para nosotros, descubriremos que el internet de las cosas es el precursor de lo que se ha dado en llamar el «internet del pensamiento». En el internet del pensamiento, los seres humanos deberán convivir con una inteligencia electrónica global que estará activa en cualquier lugar de nuestro entorno. Estaremos obligados a interactuar con ella para realizar las tareas más simples.
Pero ¿cuáles de nuestras acciones serán entonces verdaderamente libres?
[...]
Cualesquiera que sean las bondades prometidas por el 5G, éste irá mucho más allá de un simple sistema de telecomunicaciones mejorado: conllevará la infraestructura de un totalitarismo electrónico conocido como el «sistema de sistemas».
En esas líneas sobre ‘La formación del cerebro electrónico global’ se resume la idea vertebral de La lucha por el futuro humano, el libro de Jeremy Naydler que acaba de publicar Atalanta con traducción de Antonio Rivas.
Estos otros párrafos desarrollan esa advertencia sobre el peligro que suponen para la libertad y para la salud psíquica y física, para la naturaleza y para la integridad de la vida humana el abuso tecnológico y la polución del aire electrificado en un planeta cibernético controlado por el sistema de redes inalámbricas de quinta generación:
Nuestras tecnologías se basan en la automatización del análisis lógico, el cálculo y la resolución de problemas, son fundamentalmente discursivas y están orientadas al resultado, es decir, son hiperactivas y siempre tienen como objetivo producir ciertos resultados. En contraste, el acto de contemplar conduce a la mente a un punto inmóvil: no está orientado al resultado, no permite su automatización y sólo puede emprenderse como un fin en sí mismo. Nos capacita para ver el significado profundo de las cosas, algo sobre lo que el pensamiento mecánico no sabe nada. Estas visiones bien pueden surgir del mundo imaginal como poderosas imágenes arquetípicas, pues el pensamiento contemplativo linda con la visión imaginativa. Pero del mismo modo pueden adquirir la forma de ideas o intuiciones que, como rayos de luz, iluminen una cuestión o una situación vital de manera más completa. A menudo se describe la contemplación como la apertura del ojo interior del alma. A éste se lo denomina el «ojo de la mente» o el «ojo del corazón», y a través de él cobramos consciencia de lo que es invisible al ojo físico. Esta fuente interior de conocimiento, que no está condicionada por los hábitos de pensamiento ni por la opinión, también se puede traducir como la apertura del «oído interior» del alma a la voz de la consciencia. Nos puede guiar hacia un sentimiento de certidumbre moral sobre lo que deberíamos o no deberíamos hacer, así como hacia los ideales que pueden inspirar nuestros actos.
Los primeros ordenadores eran tan grandes que para manejarlos había que estar de pie o moverse a su alrededor. Con la invención de los ordenadores de sobremesa pudimos sentarnos y relacionarnos con ellos cara a cara, por decirlo así. Después fue posible guardárselos en el bolsillo y ahora, gracias a los relojes y a las gafas inteligentes, llevarlos acoplados al cuerpo. En cada una de estas etapas, la interfaz se ha vuelto cada vez más «amable para los humanos», al tiempo que nos hemos ajustado interiormente para relacionarnos con ellos día a día, hora a hora e incluso minuto a minuto. De este modo, el ordenador se ha ido adaptando a los contornos del cuerpo y el alma, mientras nuestra vida interior ha adquirido, lenta pero indudablemente, un mayor grado de compatibilidad con el ordenador; ello ha afectado a nuestro lenguaje, a nuestros procesos de pensamiento y a nuestros hábitos. En esta simbiosis evolutiva, en la que estamos cada vez más entrelazados con el ordenador, también nos hemos vuelto más dependientes de él. La integración biológica no está lejos. Es el siguiente paso lógico. Por tanto, reviste la mayor importancia que abramos bien los ojos al hecho de que, aun teniendo presente que los humanos son los inventores y fabricantes de las tecnologías digitales, así como sus ávidos consumidores, la fuerza impulsora que subyace a la revolución digital no es simplemente humana: lo «inhumano» también intenta realizarse dentro de lo humano.
Pero ¿cómo caracterizar este espectro de lo inhumano?
Acerca de ese peligro de lo inhumano impuesto sobre lo humano, del poder adictivo de las nuevas tecnologías y de la desconexión con el mundo natural, suplantado por un mundo virtual, alerta este ensayo en el que Naydler reivindica la importancia de la conciencia moral y de la dimensión espiritual de la existencia:
¿Qué significa vivir humanamente? Si la totalidad de lo que somos incluye un núcleo espiritual del que en su mayor parte no somos conscientes, entonces vivir humanamente ha de ser vivir con una mayor consciencia de dicho núcleo. Debemos reforzar nuestro sentimiento de que este núcleo espiritual es nuestro más profundo y auténtico yo y, por tanto, la parte de nosotros con la que debemos aspirar a identificarnos. Lo cual exige que emprendamos la ardua tarea de transformarnos interiormente hasta que tales deseos, inclinaciones y arraigados hábitos de pensamiento, que nos arrastran alejándonos de ese recuerdo esencial, cambien poco a poco y se alineen interiormente con lo que las tradiciones de la sabiduría nos dicen que es el auténtico centro de nuestro ser. Este esfuerzo moral de volvernos hacia el núcleo espiritual de lo que somos y arraigarnos en él implica un viraje en la cualidad de nuestro pensamiento: pasar de la dependencia del pensamiento discursivo, orientado al resultado y que salta de un pensamiento a otro, a la revalorización de la quietud y la receptividad del acto de contemplar. Boecio ofrece la hermosa imagen de los buscadores de la verdad que han de curvar su errante consciencia en un círculo y enseñar a sus almas a «alojarse en la casa del tesoro» que se halla en el centro. Allí encontrarán una luz, más intensa incluso que la luz solar, que iluminará sus mentes desde el interior.
25/6/21
Francisco Brines. Como si nada hubiera sucedido
sepultada.
Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.
Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.
Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,
en el viaje aquel de todos a la niebla.
Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada de la materia existencial, como elaboración verbal de la sentimentalidad objetivada y de las sensaciones tamizadas por la inteligencia.
Esas dos líneas en las que se cruzan la vida y la muerte, la memoria del tiempo fugaz y el amor más fugaz aún, el deseo y el abandono, conviven en la poesía de Francisco Brines. Especialmente en El otoño de las rosas, un libro escrito “en la estación del tiempo rezagado” con poemas amorosos que se mueven entre el madrigal y la elegía, entre la exaltación la la pérdida, entre la muerte y la resurrección de la carne. Están en ese otoño los solitarios días indecisos del invierno en la soledad de la casa vacía evocados en ‘Lamento en Elca’, uno de los poemas imprescindibles del autor, y el sur de los veranos rojos y las noches luminosas y encendidas, la luz caediza de las despedidas y la llama del amanecer en la ventana abierta, antes de los dos versos finales del libro:
23/6/21
Sánchez Rosillo. La rama verde
Dentro de la leyenda del vivir,
que el minucioso olvido
desordena y desdice,
el sueño aquel primero
de la niñez no se ha desvanecido.
Inconsistente,
tan ligero y frágil
como vilano o pluma
de gorrión.
Y sin embargo ahí sigue.
Dónde, dónde.
¿Qué secretas cadencias
lo traen, cuando es preciso, a mi presente?
Hebra de luz apenas,
hilo de agua.
Nunca en la vida me ha desamparado.
Y justamente de eso, de respiración y canto, están hechos estos poemas que contienen versos luminosos como estos, que cierran En la mañana inmensa, el poema dedicado a su hijo, ante el mar luminoso del verano:
El amor no transcurre:
ocurre. Su obstinado latir insiste oculto,
a salvo para siempre en nuestro pecho.
Y ahí estamos tú y yo desde el principio,
en el mar del verano, bajo el sol,
dentro de este diamante que fulgura,
de esta mañana inmensa que es la vida.
Es esta una poesía que se levanta sobre una luz renovada y sanadora, sobre una luz respirada cuyo fulgor se sobrepone a la destrucción y al tiempo. Y en ella la naturaleza, abierta en el mar o doméstica en el jardín, se convierte no en un decorado, sino en el paisaje existencial donde se proyecta la intimidad, igual que el pasado y el presente se iluminan uno a otro en una abolición del tiempo, en un ahora continuo que le da el sentido de lo permanente, porque ser es haber sido y “lo importante es vivir, aunque el vivir nos duela, / estar vivos del todo mientras dure la vida.”
Así, en Luna de cuándo y dónde, que se cierra con estos versos:
La miro con el gozo
del que todo lo ignora de la muerte,
del que respira y canta.
Han pasado años, siglos, y allí fulgura,
en qué centro sereno de mi asombro.
21/6/21
El hilo de oro
Pero además del mito, también la filosofía ha utilizado el símil del hilo, como se ve en las Leyes de Platón (654a), donde aparece la imagen del ser humano como una marioneta manejada al albur de diversos impulsos, simbolizados por hilos, muchos de ellos duros, inflexibles y perniciosos. Pero no así el de oro, que “siempre conviene seguir y no abandonar en absoluto”. Es este un motivo siempre presente en el mito, el cuento maravilloso y el folklore universal, el de la cuerda, el hilo o el tendón que enlaza al hombre con los dioses, con los mentores mágicos o con la providencia. Eso serán los clásicos en lo que sigue: el vínculo con la mejor parte de nosotros mismos, la esencia de nuestra cultura, que es lo único que puede guiarnos cabalmente en medio de la gran ordalía.
Y es que lo clásico tiene futuro, parafraseando el título de un conocido libro de Salvatore Settis, y lo sigue mostrando generación tras generación. Incluso hoy, pese al aparente descrédito y postergación que sufren las humanidades en nuestra sociedad y en nuestros planes de estudios, si tuviésemos que juzgar por las novedades que, año tras año, se siguen publicando sobre las antiguas Grecia y Roma, constataríamos el interés que sigue suscitando el mundo clásico, en el que reconocemos invariablemente el origen de nuestra cultura. Es un eterno retorno: desde la idea de ciudadanía a las artes o los géneros literarios, seguimos mirándonos en los modelos clásicos como en un espejo familiar. Su vigencia se constata cada día, incluso en nuestras actuales circunstancias excepcionales: son textos casi oraculares, de consulta siempre pertinente. Merece la pena detenerse a pensar en los clásicos como aquellos textos que nunca nos terminan de decir lo que tienen que decir, como escribía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos.
Ariadna, Circe, la Sibila o la mano de Virgilio en el camino, como en el de Dante. Con la idea de que los clásicos encierran las claves del presente y las del futuro en sus líneas inspiradas emprendamos, pues, este viaje hacia el “futuro pasado”.
18/6/21
Ángel García López. Nocturnas aves
El coplero más listo del montón,
un don nadie endiosado, otro tunante
que no pasó de fraile mendicante,
consigue, al fin, su canonización
porque, desde la cruz al colofón,
contradiós obsesivo del bergante,
ha fabricado un bodrio delirante
sobre la muerte y la resurrección.
Y, en lo que fue desierto, llueve a mares:
incienso, bulas, procesión, altares,
prebendas, canonjías, sinecura…
¡Justicia en tanta lluvia haga tu mano!
Impide que el Parnaso sea un pantano
y en él flote este corcho de criatura.
Gallea en el cotarro un elemento
del gremio de influyentes paniaguados
que en medio siempre está de los fregados
lo pida el cuerpo o sin venir a cuento.
Servilón del trampeo, su talento
lo emplea en mil concursos amañados
y en comprar voluntades y jurados
cómplices de lo sucio de su invento.
Prodigio del chanchullo, del cinismo
y el te doy si me das del amiguismo,
nunca marra el caballo ganador.
Que suele ser un quídam de su cuerda,
fullero ungido por la misma mierda,
del mismo estiércol y del mismo hedor.
Al conocer la espuria biografía,
de todas las virtudes un dechado,
el ingenuo lector, acojonado,
se santiguaba ante lo que leía.
Y es que este enfermo de palabrería,
globo de feria de mentira inflado,
presume de un currículo inventado
que cambia en oro la bisutería.
Pues la verdad que esconde el tal poeta,
sólo diestro en tocar la pandereta,
las palmas y el olé y el chalaneo,
es que, usando de chiste y chismorreo,
con esa mala leche que rezuma,
apesta cuanto sale de su pluma.
16/6/21
Poe. Ensayos completos II
14/6/21
Georges Forestier. Molière
De generación en generación hasta nosotros, lectores y espectadores se declaran conmovidos hasta lo más profundo de su alma por este autor de comedia, que consiguió transfigurar un género considerado ligero, y por el hombre fascinante, misterioso, que fue capaz de esta alquimia.
Es el secreto de este asombroso éxito lo que me he esforzado por sacar a la luz dando vida al extraordinario itinerario de este hombre excepcional.”
11/6/21
Marta Agudo. Sacrificio
las articulaciones del luto.
9/6/21
El río de Osiris
¡Que el Nilo reciba nuestro saludo!
Él sale de la tierra y vivifica Egipto. / Su naturaleza es misteriosa: tinieblas en pleno día. / Su cortejo le dirige cantos, / pues da la vida a las praderas creadas por Re / para que se alimenten los animales. / Él humedece el desierto / cuando desciende el agua lejana: / es como el rocío que cae del cielo. / Él es el bien amado de Geb, el que trae el trigo / y hace que prosperen las creaciones de Ptah...
Así comienza el Gran Himno al Nilo, una celebración de las crecidas fértiles del río. Es uno de los cien textos que forman parte del espléndido volumen El río de Osiris, que publica Reino de Cordelia.
Enriquecida con las abundantes ilustraciones que los iluminan, es una selección de Cien textos imprescindibles de la literatura egipcia, que abarca desde la Teología Menfita y los Textos de las Pirámides, de la V Dinastía del Reino Antiguo (“la de los templos solares coronados por gruesos obeliscos”), hasta los cuentos de magia, novelas épicas y fábulas contemporáneas de Cleopatra, a cuya muerte entraron en Egipto las legiones romanas.
Con la colaboración de la profesora Marta Carrasco, los ha recopilado Miguel Ángel Elvira Barba, Catedrático de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, que explica en su prólogo los criterios que han guiado la elaboración de esta magnífica antología.
Uno de esos himnos del Reino Antiguo que cubren los muros de los pasadizos de las pirámides es este poema, que -según explica Miguel Ángel Elvira- está “presente en la pirámide de Unas y reutilizado casi por completo en la de Teti, es conocido por los estudiosos como el Himno caníbal, porque imagina al faraón difunto, hijo del dios solar Atum, comiendo carne de otros dioses para adquirir la inmortalidad”:
La bóveda celeste vibra, tiemblan los huesos del dios de la tierra.
Unas es el señor de la astucia:
oculta su nombre a su propia madre.
El puesto de Unas está en el cielo;
su fuerza se halla en el horizonte,
como la de su padre Atum, que también lo parió.
Las almas de Unas están con él;
sus ayudantes, bajo sus pies.
Sus dioses, sobre su cabeza, pues el ureo corona su frente:
la que mira a los enemigos, la de llamarada poderosa.
El cuello de Unas está firme sobre su pecho.
Unas es el toro celestial,
lleno de rabia en su corazón.
Se alimenta de todos los dioses,
come sus entrañas
según vienen, llenos sus cuerpos de magia, desde la Isla de la Llama.
Organizados en siete capítulos cronológicos, desde el Reino Antiguo al Periodo Ptolemaico, y presentados por esclarecedoras introducciones, estos cien textos responden al objetivo de ofrecer, en palabras del recopilador, “una antología literaria que permitiese a cualquiera asomarse al pensamiento de los escribas, a la creatividad literaria de una cultura que tan brillante se había mostrado en sus artes, y que bien podía equipararse, por tantos conceptos, a mi querido mundo helénico.”
Textos que muestran una enorme variedad de temas y de tonos que van de lo épico a lo lírico, del himno a la autobiografía, del mito a la literatura sapiencial, de la historia a la novela, del cuento fantástico al poema amoroso, del teatro litúrgico a la fábula.
Si te sientas a comer con más gente, deja pasar los platos que te gusten, pues solo cuesta un instante vencer un deseo momentáneo, y la glotonería es un vicio que se señala con el dedo.
Un vaso de agua basta para calmar la sed, y un bocado de verduras fortalece el espíritu. Un solo plato puede sustituir a un banquete, y un trozo pequeño, a otro mayor. Resulta despreciable aquel que evidencia la pasión de su estómago y olvida más tarde a los propietarios de la casa donde ha comido en exceso.
Si te sientas junto a un glotón, debes comer solo cuando este haya calmado su avidez. Si bebes junto a un gran bebedor, haz lo mismo que él ya haya hecho: de este modo, su corazón se alegrará. No extiendas con ansia tu mano hacia la carne si estás junto a un glotón: tómala cuando él te la ofrezca, y no la rechaces entonces, porque de este modo te ganarás su aprecio.
Nada se puede decir contra quien es irreprochable en la mesa, si evita mostrar disgusto por algo; incluso un hombre grosero se mostrará más amistoso con él que con su propia madre, y todo el mundo querrá ponerse a su lado.
Deja que tu fama crezca; con el tiempo, se recurrirá a ti sin que tengas que abrir la boca. No presumas de tu fuerza entre tus iguales. Guárdate de suscitar antipatías, pues no se sabe lo que puede pasar en el futuro ni qué hace Dios cuando castiga.
Santos Domínguez
7/6/21
La búsqueda de interlocutor
4/6/21
Eugenio Montejo. Poesía completa
Es uno de los poemas más significativos de Eugenio Montejo (Caracas, 1938-Valencia, Venezuela, 2008), uno de los poetas imprescindibles de la lengua española en los últimos años.
Con esa afirmación del aquí y el ahora que vertebra ese poema central en su obra, Terredad da título también a uno de sus libros más representativos, que apareció en 1978 y que, junto con el resto de su obra poética, forma parte de la magnífica edición en Pre-Textos de la totalidad de su poesía, primer volumen de su Obra Completa, preparada por Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini en la canónica Biblioteca de Clásicos Contemporáneos.
Abre el volumen, que reúne cuarenta años de escritura poética entre Élegos (1967) y Fábula del escriba (2006), un espléndido estudio introductorio de Antonio López Ortega y Miguel Gomes, que a propósito de ese libro subrayan “el tenor ‘cósmico’ de la voz de Montejo. Nada lo condensa mejor que el neologismo terredad: nos habla, por supuesto, de la condición del ser terrestre, habitante de un planeta; nos habla de los elementos que nos contienen: aire, agua, luz, fuego; nos habla también del campo anímico: sentimientos, nostalgia, flaquezas; y también de las vidas que nos acompañan o sobrepasan: la de los árboles centenarios que nos saludan sin saberlo, la de las ballenas con sus resoplidos incesantes, la de las hormigas con sus sobras del día. La condición de la existencia como una cornucopia en la que todo coincide, incluso lo que no podemos imaginar; la concentración máxima de sentido, armoniosa pero también incomprensible, pues en sí también lleva su dosis de autodestrucción. La vida, pues, como un verdadero milagro, pero también como el mayor de los enigmas.”
La memoria elegíaca de Élegos, la suma de impulso órfico y meditación moral de Muerte y memoria y la mirada abierta al mundo de Algunas palabras recorren los tres libros que forman la primera época de la poesía de Eugenio Montejo, que en esos tres títulos pone los cimientos de toda su obra posterior. Esa primera etapa -señalan los prologuistas y editores- “fija las primeras nociones, intuiciones o dimensiones de lo que finalmente será toda una poética.”
La meditación sutil sobre el misterio de la existencia, la concepción de la poesía como último reducto de lo sagrado, la afirmación de la luz, la fusión de naturaleza y emoción, de reflexión y paisaje, la contemplación serena de la vida, la indagación en el lenguaje como herramienta de desciframiento de la realidad interior y exterior, la utilización de la palabra como instrumento de revelación del mundo en su continuidad circular son algunas de las claves de libros como Terredad, Trópico absoluto o Alfabeto del mundo, libros que -explican Antonio López Ortega y Miguel Gomes- constituyen una “secuencia que sin duda constituye el arco más prominente de su obra poética.”
Tras la transición de Adiós al siglo XX, Montejo entra en una segunda madurez caracterizada por una mayor depuración estilística y por una agudización de su conciencia de la temporalidad proyectada en la suma de pasión amorosa y verbal de Papiros amorosos, en el equilibrio de lenguaje y experiencia de Partitura de la cigarra o en la transitividad de la escritura temporal y transparente de Fábula del escriba, su último libro, publicado dos años antes de su muerte.
En esas tres obras finales se funden ejemplarmente la reflexión y la emoción, cuando la incertidumbre se abre a la paradoja y se armonizan la mirada y el recuerdo. Y a la vez la naturaleza se compagina con la memoria de las ausencias para dar una lección de vida y muerte, como en esta Pavana para una dama egipcia:
“La poesía es la última religión que nos queda”, afirmaba Montejo, creador de una obra intensa y transparente en la que conviven la serenidad meditativa y la hondura emocional con la búsqueda de la palabra como medio de revelación del mundo. Poesía de la conciencia y la celebración que, en sus propias palabras, aspira a “nombrar la condición tan extraña del hombre en la tierra, de saberse aquí entre dos nadas, la que nos precede y la que nos sigue.”
Un ejemplo memorable, también de Terredad, un libro central en su trayectoria poética, es esta Duración, una serena meditación sobre la fugacidad que se ha convertido en uno de sus poemas más conocidos:
Santos Domínguez