Charles Simic.
Poesía (1962-2020).
Edición y prólogo de Nieves García Prados.
Traducciones de Nieves García Prados y Juan José Vélez.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2020.
Poesía (1962-2020).
Edición y prólogo de Nieves García Prados.
Traducciones de Nieves García Prados y Juan José Vélez.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2020.
Barquito mío,
ten cuidado.
no hay
tierra a la vista.
Ese breve poema, El viento ha muerto, es uno de los cuatro inéditos de Charles Simic que, cedidos por el autor para esta publicación, se incorporan a la edición de su Poesía (1962-2020), que publica Valparaíso con un prólogo de Nieves García Prados y traducciones de Nieves García Prados y Juan José Vélez.
Casi sesenta años de escritura se reúnen en este generoso volumen que ofrece la más amplia muestra en español de la poesía de Simic, uno de los poetas contemporáneos esenciales, que -como recuerda Nieves García Prados- “siempre ha sido considerado por la crítica literaria un poeta norteamericano, y de hecho siempre ha escrito en inglés pese a que su lengua materna es el serbo-croata y a que llegó a los Estados Unidos siendo un adolescente, procedente de Serbia.”
Poesía directa, de línea clara, pero rica en matices, en sugerencias y en connotaciones, porque tras su aparente transparencia se encuentra siempre una enorme profundidad, una honda carga meditativa, una desolación ante el tiempo y el mundo que a veces se oculta bajo una distancia irónica o humorística, pero que no disimula otras veces su esencial carácter elegíaco. Así ocurre en el estremecedor y visionario Guerra:
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de víctimas
la noche de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos
En Simic el lirismo brota de lo intranscendente, el misterio de lo imprevisible acecha en lo cotidiano y la anécdota es el motor de una indagación profunda en la realidad, el cimiento de su manera de entender el mundo.
Hay en su poesía un movimiento constante desde la descripción a la reflexión, desde la mirada a la palabra, desde la experiencia autobiográfica o el recuerdo trivial a la parábola de sentido universal. Así evoca el año de su nacimiento en uno de sus poemas más conocidos:
MIL NOVECIENTOS TREINTA Y OCHO
Fue el año en que los Nazis invadieron Viena,
Superman debutó en Action Comics.
Stalin mataba a sus camaradas revolucionarios,
abrieron la primera Dairy Queen en Kankakee, III,
mientras en la cuna yo me orinaba en los pañales.
“Seguro que fuiste un precioso bebé”, cantaba Bing Crosby.
Un piloto a quien los periódicos llamaron
tierra a la vista.
Ese breve poema, El viento ha muerto, es uno de los cuatro inéditos de Charles Simic que, cedidos por el autor para esta publicación, se incorporan a la edición de su Poesía (1962-2020), que publica Valparaíso con un prólogo de Nieves García Prados y traducciones de Nieves García Prados y Juan José Vélez.
Casi sesenta años de escritura se reúnen en este generoso volumen que ofrece la más amplia muestra en español de la poesía de Simic, uno de los poetas contemporáneos esenciales, que -como recuerda Nieves García Prados- “siempre ha sido considerado por la crítica literaria un poeta norteamericano, y de hecho siempre ha escrito en inglés pese a que su lengua materna es el serbo-croata y a que llegó a los Estados Unidos siendo un adolescente, procedente de Serbia.”
Poesía directa, de línea clara, pero rica en matices, en sugerencias y en connotaciones, porque tras su aparente transparencia se encuentra siempre una enorme profundidad, una honda carga meditativa, una desolación ante el tiempo y el mundo que a veces se oculta bajo una distancia irónica o humorística, pero que no disimula otras veces su esencial carácter elegíaco. Así ocurre en el estremecedor y visionario Guerra:
El dedo tembloroso de una mujer
recorre la lista de víctimas
la noche de la primera nevada.
La casa está fría y la lista es larga.
Todos nuestros nombres están incluidos
En Simic el lirismo brota de lo intranscendente, el misterio de lo imprevisible acecha en lo cotidiano y la anécdota es el motor de una indagación profunda en la realidad, el cimiento de su manera de entender el mundo.
Hay en su poesía un movimiento constante desde la descripción a la reflexión, desde la mirada a la palabra, desde la experiencia autobiográfica o el recuerdo trivial a la parábola de sentido universal. Así evoca el año de su nacimiento en uno de sus poemas más conocidos:
MIL NOVECIENTOS TREINTA Y OCHO
Fue el año en que los Nazis invadieron Viena,
Superman debutó en Action Comics.
Stalin mataba a sus camaradas revolucionarios,
abrieron la primera Dairy Queen en Kankakee, III,
mientras en la cuna yo me orinaba en los pañales.
“Seguro que fuiste un precioso bebé”, cantaba Bing Crosby.
Un piloto a quien los periódicos llamaron
“El despistado Corrigan”
despegó de Nueva York hacia California
y aterrizó en Irlanda, mientras yo veía a mi madre
sacarse el pecho de su bata azul y acercarse a mí.
En septiembre hubo un huracán que hizo que un teatro
en Westhampton Beach acabara en el mar.
La gente temía que fuera el fin del mundo.
Un pez que se creía extinguido desde hace más de setenta millones de años
apareció en una red en la costa de Sudáfrica.
Yo estaba tumbado en mi cuna mientras los días
eran cada vez más cortos y fríos,
y la primera gran nevada cayó de noche
silenciando las cosas en mi habitación.
Creo que entonces me oí llorar por mucho, mucho tiempo.
Exploración en la memoria y voluntad interrogativa, reflexión e imaginación se combinan en estos poemas que indagan en los secretos de la identidad, en la soledad y la incomunicación, en el enigma de lo cotidiano.
“Todo ello -explica Nieves García Prados en su prólogo- le ha llevado a convertirse en un defensor de una poética donde “menos es más”, con imágenes salvajemente impredecibles y un estilo conciso, plagado de elipsis y metáforas sorprendentes.”
Y es que la simplicidad engañosa de su estilo narrativo y su tono conversacional persigue la movilización de los sentidos a través de imágenes visionarias y metáforas inesperadas que revelan su estirpe surrealista en el cruce de lo interior y lo exterior, de lo real y lo irreal que anticipaba la cita de Wallace Stevens que puso al frente de uno de sus libros, El señor de las máscaras: “Todo lo irreal puede ser real.”
Los poemas de Simic, conmovedores más allá de su superficie trivial, nacen de un difícil equilibrio entre la celebración y la tristeza, entre la mirada meditativa y la iluminación simbólica sobre una realidad en la que se cruzan lo trágico y lo cómico. Conviven en ellos en distintas proporciones la imaginación y la descripción, entre lo figurativo y lo visionario, entre la melancolía y el ingenio.
Se trata en todo caso de una imaginación más ligada a la construcción alegórica que surge de lo cotidiano que al relámpago de la metáfora para expresar la profundidad emocional con la que Simic observa el paisaje y evoca la infancia o proyecta su mirada compasiva a la vez hacia fuera y hacia dentro para hablar de la fugacidad y la muerte o de la opacidad del mundo, como en este El futuro, que bajo la superficie descriptiva del detalle intranscendente contiene una enorme y oscura carga simbólica de profundidad:
Debe de haber un motivo para que se nos oculten
sus muchas sorpresas,
y puede que tenga que ver
o con la compasión o con la maldad.
Sé que la mayoría de nosotros lo tememos,
y seguramente eso explique
que no hayamos sido debidamente presentados,
aunque seamos vecinos
que se chocan a menudo
por accidente y luego se quedan ahí
sin palabras y avergonzados,
antes de fingir que nos habíamos distraído
por algún niño que caminaba hacia la escuela,
o una paloma picoteando una pizza
junto al coche fúnebre con la corona de flores
estacionado frente a una pequeña iglesia gris.
despegó de Nueva York hacia California
y aterrizó en Irlanda, mientras yo veía a mi madre
sacarse el pecho de su bata azul y acercarse a mí.
En septiembre hubo un huracán que hizo que un teatro
en Westhampton Beach acabara en el mar.
La gente temía que fuera el fin del mundo.
Un pez que se creía extinguido desde hace más de setenta millones de años
apareció en una red en la costa de Sudáfrica.
Yo estaba tumbado en mi cuna mientras los días
eran cada vez más cortos y fríos,
y la primera gran nevada cayó de noche
silenciando las cosas en mi habitación.
Creo que entonces me oí llorar por mucho, mucho tiempo.
Exploración en la memoria y voluntad interrogativa, reflexión e imaginación se combinan en estos poemas que indagan en los secretos de la identidad, en la soledad y la incomunicación, en el enigma de lo cotidiano.
“Todo ello -explica Nieves García Prados en su prólogo- le ha llevado a convertirse en un defensor de una poética donde “menos es más”, con imágenes salvajemente impredecibles y un estilo conciso, plagado de elipsis y metáforas sorprendentes.”
Y es que la simplicidad engañosa de su estilo narrativo y su tono conversacional persigue la movilización de los sentidos a través de imágenes visionarias y metáforas inesperadas que revelan su estirpe surrealista en el cruce de lo interior y lo exterior, de lo real y lo irreal que anticipaba la cita de Wallace Stevens que puso al frente de uno de sus libros, El señor de las máscaras: “Todo lo irreal puede ser real.”
Los poemas de Simic, conmovedores más allá de su superficie trivial, nacen de un difícil equilibrio entre la celebración y la tristeza, entre la mirada meditativa y la iluminación simbólica sobre una realidad en la que se cruzan lo trágico y lo cómico. Conviven en ellos en distintas proporciones la imaginación y la descripción, entre lo figurativo y lo visionario, entre la melancolía y el ingenio.
Se trata en todo caso de una imaginación más ligada a la construcción alegórica que surge de lo cotidiano que al relámpago de la metáfora para expresar la profundidad emocional con la que Simic observa el paisaje y evoca la infancia o proyecta su mirada compasiva a la vez hacia fuera y hacia dentro para hablar de la fugacidad y la muerte o de la opacidad del mundo, como en este El futuro, que bajo la superficie descriptiva del detalle intranscendente contiene una enorme y oscura carga simbólica de profundidad:
Debe de haber un motivo para que se nos oculten
sus muchas sorpresas,
y puede que tenga que ver
o con la compasión o con la maldad.
Sé que la mayoría de nosotros lo tememos,
y seguramente eso explique
que no hayamos sido debidamente presentados,
aunque seamos vecinos
que se chocan a menudo
por accidente y luego se quedan ahí
sin palabras y avergonzados,
antes de fingir que nos habíamos distraído
por algún niño que caminaba hacia la escuela,
o una paloma picoteando una pizza
junto al coche fúnebre con la corona de flores
estacionado frente a una pequeña iglesia gris.
Santos Domínguez