Miguel Ángel Asturias.
El Señor Presidente.
Edición conmemorativa.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Barcelona, 2020.
El Señor Presidente.
Edición conmemorativa.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Barcelona, 2020.
“ La primera página del boom.” Así titula Gerald Martin el ensayo sobre El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias que forma parte de la edición conmemorativa de la novela publicada por la Real Academia de la Lengua, la Asociación de Academias de la Lengua Española y Alfaguara.
“Asturias -recuerda Martin en ese texto- insistía siempre en que había dado comienzo a El Señor Presidente antes de salir hacia Europa en 1924; que lo había escrito y vuelto a escribir siete (o nueve) veces; y que lo tenía terminado en forma casi definitiva antes de volver a Guatemala en 1933.”
Fue -añade Gerald Martin- “una novela única en la historia de la literatura latinoamericana”, un punto de partida de la novela de dictador latinoamericano -con el precedente del esperpéntico Tirano Banderas de Valle- y del realismo mágico, porque “sin Asturias no habría existido la perspectiva y la técnica magicorrealista de Cien años de soledad.”
Y habría que añadir que también El otoño del patriarca le debe mucho en tema, tono, ritmo y estilo a El Señor Presidente, aunque García Márquez afirmase en unas injustas declaraciones que estaba escribiendo su novela “para enseñarle a Miguel Ángel Asturias cómo se escribe una novela sobre un dictador.” Una iniquidad que se explica en el conocido ejercicio de matar al padre.
Fechada por el propio autor entre diciembre de 1922 y diciembre de 1932, entre Guatemala y París, e inspirada en la tiranía de Estrada Cabrera, El Señor Presidente se publicó en 1946, aunque la base de esta edición, canónica ya en lo sucesivo, es la versión definitiva de 1959.
Veinte años antes, en 1926, había aparecido Tirano Banderas, con la que Valle-Inclán ponía los cimientos de esa modalidad narrativa que explora la figura del dictador y el degradado contexto social y político del que surge. Por esa senda discurren algunas de las mejores novelas hispanoamericanas: Yo el Supremo, de Roa Bastos; El otoño del patriarca, de García Márquez; El recurso del método, de Carpentier, o La fiesta del Chivo y Tiempos recios, de Vargas Llosa.
Junto con el de Gerald Martin, abren esta edición varios ensayos introductorios firmados por Uslar Pietri, Vargas Llosa, Darío Villanueva, Sergio Ramírez y Luis Mateo Díez, que concluye el suyo -'La podredumbre del poder'- señalando que “con poderosa intuición de novelista, Miguel Ángel Asturias ofrece una desoladora reflexión, que está ya inscrita como un sortilegio oscuro en el primer capítulo de su fábula, sobre el pavoroso vínculo que une al poder con la miseria, a los poderosos, desde el Señor Presidente, el auditor de guerra y Cara de Ángel, con los pordioseros, Pelele, Patahueca, Viuda, etcétera.”
Este es su memorable comienzo, que muestra la potencia renovadora de su lenguaje en una escena de mendigos En el portal del Señor:
...¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre... , alumbre... , alumbra... , alumbra, lumbre de alumbre... , alumbre... , alumbra... , alumbra, lumbre de alumbre... , alumbra, alumbre...!
Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la catedral helada, de paso hacia la plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados.
En las gradas del portal se les veía, vueltos a la pared, contar el dinero, morder las monedas de níquel para saber si eran falsas, hablar a solas, pasar revista a las provisiones de boca y de guerra, que de guerra andaban en la calle armados de piedras y escapularios, y engullirse a escondidas cachos de pan en seco. Nunca se supo que se socorrieran entre ellos; avaros de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros antes que a sus compañeros de infortunio.
Es la entrada en el primero de los círculos infernales a los que aludía Uslar Pietri en una estupenda aproximación crítica -'El brujo de Guatemala'- a la novela, de la que escribe: “yo asistí al nacimiento de este libro. Viví sumergido dentro de la irrespirable atmósfera de su condensación. Entré, en muchas formas, dentro del delirio mágico que le dio formas cambiantes y alucinatorios. Lo vi pasar, por fragmentos, de la conversación al recitativo, al encantamiento y a la escritura. Formó parte real de una realidad en la que viví por años sin saber muy bien por dónde navegaba.”
Cierran el volumen un epílogo (Otros poderes de El Señor Presidente) en el que se recogen las colaboraciones de los guatemaltecos Mario Roberto Morales, Lucrecia Méndez de Penedo y Anabella Acevedo, una bibliografía básica y un útil glosario de voces utilizadas en la novela, elaborados por la Academia Guatemalteca de la Lengua y la RAE.
Y habría que añadir que también El otoño del patriarca le debe mucho en tema, tono, ritmo y estilo a El Señor Presidente, aunque García Márquez afirmase en unas injustas declaraciones que estaba escribiendo su novela “para enseñarle a Miguel Ángel Asturias cómo se escribe una novela sobre un dictador.” Una iniquidad que se explica en el conocido ejercicio de matar al padre.
Fechada por el propio autor entre diciembre de 1922 y diciembre de 1932, entre Guatemala y París, e inspirada en la tiranía de Estrada Cabrera, El Señor Presidente se publicó en 1946, aunque la base de esta edición, canónica ya en lo sucesivo, es la versión definitiva de 1959.
Veinte años antes, en 1926, había aparecido Tirano Banderas, con la que Valle-Inclán ponía los cimientos de esa modalidad narrativa que explora la figura del dictador y el degradado contexto social y político del que surge. Por esa senda discurren algunas de las mejores novelas hispanoamericanas: Yo el Supremo, de Roa Bastos; El otoño del patriarca, de García Márquez; El recurso del método, de Carpentier, o La fiesta del Chivo y Tiempos recios, de Vargas Llosa.
Junto con el de Gerald Martin, abren esta edición varios ensayos introductorios firmados por Uslar Pietri, Vargas Llosa, Darío Villanueva, Sergio Ramírez y Luis Mateo Díez, que concluye el suyo -'La podredumbre del poder'- señalando que “con poderosa intuición de novelista, Miguel Ángel Asturias ofrece una desoladora reflexión, que está ya inscrita como un sortilegio oscuro en el primer capítulo de su fábula, sobre el pavoroso vínculo que une al poder con la miseria, a los poderosos, desde el Señor Presidente, el auditor de guerra y Cara de Ángel, con los pordioseros, Pelele, Patahueca, Viuda, etcétera.”
Este es su memorable comienzo, que muestra la potencia renovadora de su lenguaje en una escena de mendigos En el portal del Señor:
...¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre! ¡Alumbra, lumbre de alumbre, sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! ¡Alumbra, alumbra, lumbre de alumbre... , alumbre... , alumbra... , alumbra, lumbre de alumbre... , alumbre... , alumbra... , alumbra, lumbre de alumbre... , alumbra, alumbre...!
Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la catedral helada, de paso hacia la plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares, en la ciudad que se iba quedando atrás íngrima y sola.
La noche los reunía al mismo tiempo que a las estrellas. Se juntaban a dormir en el portal del Señor sin más lazo común que la miseria, maldiciendo unos de otros, insultándose a regañadientes con tirria de enemigos que se buscan pleito, riñendo muchas veces a codazos y algunas con tierra y todo, revolcones en los que, tras escupirse, rabiosos, se mordían. Ni almohada ni confianza halló jamás esta familia de parientes del basurero. Se acostaban separados, sin desvestirse, y dormían como ladrones, con la cabeza en el costal de sus riquezas: desperdicios de carne, zapatos rotos, cabos de candela, puños de arroz cocido envueltos en periódicos viejos, naranjas y guineos pasados.
En las gradas del portal se les veía, vueltos a la pared, contar el dinero, morder las monedas de níquel para saber si eran falsas, hablar a solas, pasar revista a las provisiones de boca y de guerra, que de guerra andaban en la calle armados de piedras y escapularios, y engullirse a escondidas cachos de pan en seco. Nunca se supo que se socorrieran entre ellos; avaros de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros antes que a sus compañeros de infortunio.
Es la entrada en el primero de los círculos infernales a los que aludía Uslar Pietri en una estupenda aproximación crítica -'El brujo de Guatemala'- a la novela, de la que escribe: “yo asistí al nacimiento de este libro. Viví sumergido dentro de la irrespirable atmósfera de su condensación. Entré, en muchas formas, dentro del delirio mágico que le dio formas cambiantes y alucinatorios. Lo vi pasar, por fragmentos, de la conversación al recitativo, al encantamiento y a la escritura. Formó parte real de una realidad en la que viví por años sin saber muy bien por dónde navegaba.”
Cierran el volumen un epílogo (Otros poderes de El Señor Presidente) en el que se recogen las colaboraciones de los guatemaltecos Mario Roberto Morales, Lucrecia Méndez de Penedo y Anabella Acevedo, una bibliografía básica y un útil glosario de voces utilizadas en la novela, elaborados por la Academia Guatemalteca de la Lengua y la RAE.
Santos Domínguez