El mundo como icono.
Henry Corbin y la función angélica de los seres.
Traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Atalanta. Imaginatio Vera. Gerona, 2019.
La obra de Henry Corbin debería ser considerada una excepcional expresión de la suprema importancia del individuo y del lugar central de la Imaginación en la experiencia humana [...] Su postura es menos la de un erudito que la de un seguidor de ciertas formas de misticismo que, como se comprueba al leer sus textos, escapan a las fronteras del islam y se extienden también al zoroastrismo, el judaísmo, el cristianismo y otros espacios. Su planteamiento ha confundido, y con frecuencia distanciado, a muchos miembros de la comunidad académica. Fue platónico en un mundo de historicistas, y sus colegas naturales eran los teólogos más que los historiadores. [...] Estaba sólidamente anclado en la filosofía y la teología de Occidente, tanto antiguo y medieval como moderno, incluidos los filósofos y pensadores religiosos contemporáneos más importantes.
Con esas palabras presenta Tom Cheetham El mundo como icono. Henry Corbin y la función angélica de los seres, que publica Atalanta con traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Es una rigurosa y completa aproximación a la obra compleja y poliédrica de Henry Corbin (París, 1900-1978), que resume Cheetham en este párrafo:
Corbin fue un teólogo, filósofo y místico cristiano protestante radical y creativo. Vivió su vida como una búsqueda apasionada y devoradora del signifiado interior de las religiones del Libro. Esbozó una visión unificada del gran movimiento de la tradición profética en su conjunto, desde Zoroastro en el segundo milenio a.C., en las montañas de algún lugar de Asia Central, hasta Joseph Smith y los mormones en el siglo XIX, en las montañas del oeste de Norteamérica, e incluso más acá. Fue un estudiante apasionado de la mística islámica, y en particular de Irán, pero su movimiento espiritual hacia el Este era parte integral de una búsqueda que había empezado mucho antes. Muchas personas que leen sus libros se sorprenden al descubrir que fue el primer traductor de Heidegger al francés. Pero desde la perspectiva de Corbin no hay nada de extraño en ello. Estaba inmerso en la mística y la teología alemanas, y veía la obra de Heidegger como una continuación de la estirpe de hermeneutas bíblicos que incluye a Lutero, Hamann y Schleiermacher. Y pensaba que el mérito principal de Heidegger radicaba en haber hecho de la hermenéutica la tarea central de la Filosofía y, en realidad, de la vida humana.
Una obra en la que se dan cita lo visionario y la imaginación, la filosofía y el misticismo, la poesía y la angelología, la tradición profética y la hermenéutica del alma para profundizar en una fenomenología del icono que tiene como eje la defensa de la imaginación y la reivindicación de su potencia espiritual como forma de conocimiento.
Porque -explica Cheetham- “Corbin nos dice que, en la tradición occidental moderna, el mundo de la Imaginación ha sido dejado a los poetas. Él lo reclamaba para la filosofía y la teología, y colocaba la Imaginación en el núcleo mismo de la vida humana, porque creía, junto con Ibn ‘Arabi, que está en el centro mismo de la realidad. Esto resulta marcadamente «posmoderno»; la vuelta a la Imaginación –o, de forma menos amenazante, quizá, hacia lo «literario»– caracteriza a gran parte del pensamiento filosófico y teológico occidental al menos desde Kierkegaard y Nietzsche en adelante. De forma más significativa para Corbin, Martin Heidegger situaba la hermenéutica, y no la lógica abstracta o el materialismo histórico, en el núcleo mismo del ser y el conocer humanos.”
La obra de Corbin, que subrayó las relaciones entre la mística islámica y la cristiana, es el resultado de un sincretismo cultural que reúne el avicenismo latino en la Edad Media y el estoicismo de Fray Luis, el neoplatonismo, la mística oriental y la fenomenología de Heidegger con una mirada transcultural e integradora de diversas tradiciones que confluyen en un tema central, el de la imaginación activa y creadora, en la que el Ángel desempeña un papel decisivo como arquetipo individual de la conciencia, como instrumento de búsqueda de la Palabra perdida y como medio de percepción de los símbolos del mundo.
Imaginar lo imaginal es quizá el capítulo fundamental de esta fenomenología del icono en la que se construye una teoría del conocimiento que arranca del convencimiento de que “el modo de consciencia que ha dominado cada vez más la cultura occidental desde aproximadamente el siglo XII se caracteriza por una desconexión crítica entre el pensamiento y el ser. La ruptura se produjo cuando las jerarquías neoplatónicas de Avicena fueron suplantadas por el aristotelismo de Averroes.”
Frente a esa escisión entre el pensamiento y el ser, Corbin defiende la actividad de la imaginación creadora personificada en los ángeles. Imaginación que transforma lo visible en símbolo, como en la poesía y en el arte. Su actitud es la de un visionario en cuya teología son fundamentales las imágenes y la imaginación como instrumentos que construyen otra forma de mirar el mundo mediante una lectura simbólica de la realidad y una hermenéutica que establece el método de revelación de los misterios del ser a través del ángel de la humanidad, de la revelación y del conocimiento.
Santos Domínguez