18/2/19

Torrente Ballester. Don Juan



Gonzalo Torrente Ballester.
Don Juan.
Alianza Editorial. Madrid, 2019.

Alianza Editorial reedita en El Libro de Bolsillo una de las mejores novelas de Torrente Ballester, el Don Juan, que escribió en 1962 tras terminar La Pascua triste, tercer tomo de la trilogía realista  Los gozos y las sombras.

Don Juan nació de un “empacho de realismo” al que alude el novelista en un prólogo donde añade: 

No soy un doctrinario del arte. Lo admito todo, menos el gato por liebre. Por mi temperamento y por mi educación, me siento inclinado al más estrecho realismo y, con idéntica afición, a todo lo contrario. El predominio de una de esas vertientes en el acto de escribir depende exclusivamente de causas ajenas a mi voluntad. Y aunque lo bonito sería valerse de ambas y hacer síntesis de sus contradicciones, es el caso que tal genialidad no me fue dada, y unas veces me siento realista, y otras no. Pero, también por causas ajenas a mi voluntad, me he visto obligado, durante cinco años, a escribir una novela realista de mil trescientas páginas: esa trilogía que, con el título de Los gozos y las sombras, han leído alrededor de dos millares de españoles. Confieso que, en ese tiempo, muchas veces me vi tentado a escapar a la fantasía por cualquier rendija inesperada, y que, siempre que esto acontecía, en los umbrales me esperaba Don Juan. Otras tantas lo aparté, comprometido como estaba ante mí mismo a terminar una obra sin traicionar el espíritu inicial. Pero Don Juan permanecía detrás, mucho más fantasmal de lo que es hoy, y me daba señales de su presencia y de su esperanza de que algún día le concediera atención.

Historia y no novela es la denominación que prefiere el autor para esta obra que es una revisión y una recreación libre del mito donjuanesco. Entre el ensayo y la novela, la reflexión y la acción, la literatura y la teología, el humor y la profundidad metafísica, se abordan aquí los elementos fundamentales del donjuanismo: el conflicto entre el libre albedrío y la predestinación, la rebeldía desafiante frente a Dios, la sexualidad como pecado o como expresión de la divinidad, la seducción y la transgresión, el amor, las mujeres y la muerte en busca de las claves que expliquen el secreto de Don Juan y las claves de su personalidad y su comportamiento.

Ambientada en los alrededores de París en un otoño de los años sesenta, el narrador es un periodista de paso por la ciudad. Entre librerías y personajes extravagantes, aparece hojeando libros de teología un italiano, el mismo con el que el narrador coincidió en la conferencia de un protestante en la trastienda de una de esas librerías. Es Leporello, el criado de Don Juan, que ha estudiado teología en Salamanca hace trescientos años. 

A partir de ese momento el desconcertado narrador, confuso entre la fantasía y la realidad, la vigilia y el sueño, se siente como un juguete en manos de Leporello y de Don Juan, de cuya existencia real duda constantemente, situado en medio de una enorme concentración temporal y de acontecimientos sucesivos en los que se mezclan el pasado y el presente, la realidad y la imaginación.

Con una libertad de escritura que anticipa en diez años la de La saga/fuga de J.B., su mejor novela junto con este Don Juan, la obra desarrolla tres niveles de narración: el del narrador principal, un anónimo periodista español que indaga en el mito donjuanesco; el de Leporello y sus andanzas de tres siglos con don Juan, que incluyen dos relatos vos de cierta autonomía (la Narración de Leporello y el Poema del pecado de Adán y Eva), y el de don Juan, el tercer nivel narrativo que invade la mente del narrador en sueños y se expresa a través de él. 

En esta revisión del mito, Torrente Ballester desmitifica la figura de don Juan, pero a la vez ahonda en la complejidad psicológica del personaje y en los diversos matices de su relación con las mujeres, de la que dice Leporello: 

-Voy a revelarle un secreto: el éxito de don Juan se debe a su poder de transformar a las mujeres.

Y mucho después, hacia el final de la novela, Leporello, que cumple una evidente función mediadora en la novela, afirma:

Para mi amo no existe «la mujer», sino cada mujer, distinta de las demás, inconfundible. Haber descubierto la personalidad singular de cada una, incluso en aquellos casos en que permanecía escondida, es la más incomparable de sus glorias, la que ningún otro profesional de la conquista, más o menos Casanova, podrá jamás arrebatarle. ¡Qué intuición la suya, amigo mío! ¡Cuántas veces no habremos pasado junto a una mujer cualquiera, una mujer a la que ningún hombre hubiera mirado, si no es Don Juan! Yo le decía: «Mi amo, es una mujer vulgar». «Espera unos días», me respondía. Y, poco a poco, iba levantando la costra de la vulgaridad hasta dejar al descubierto un alma resplandeciente. Claro está que no sería posible con la sola intuición. La vulgaridad con que algunas mujeres se enmascaran es impenetrable hasta para los ojos de mi amo. Pero mi amo ha contado siempre con su propia fascinación. Al sentirse fascinadas, las mujeres descuidaban su guardia, dejando un resquicio por donde penetrarlas.
 —Acaba usted de referirse a un modo de comportamiento típico.
 —¿Qué quería usted entonces? ¿Que las mujeres dejasen de serlo? Todo lo individual está montado sobre lo general, o, como usted dice, sobre lo típico. Todos los besos son iguales; lo que los singulariza es la persona que los da. ¡Y qué maña la de mi amo para suscitar esas singularidades! ¡Qué maña, hasta cierto momento!

Desde la primera, Mariana, a la más reciente, Sonja, la historia de las conquistas de don Juan marca el proceso de búsqueda de la propia identidad problemática de un personaje satánico y heroico, admirable y rebelde, de fascinante lucidez y solidez intelectual.

Sobre su relación con él escribe Torrente Ballester en el prólogo:

Don Juan es un personaje imaginario, sin el menor contacto con la realidad. Pero, aun siendo imaginario, se me representaba más como figura pensante que activa. Esto no dejó de chocarme. Por lo general, las figuras de esta clase suelen ser productos del pensamiento, no de la imaginación; suelen ser símbolos de ideas, no intuiciones figuradas. Y lo que piensan o dicen, trasunto de lo que piensa el autor y no quiera decir por su cuenta. Ahora bien: mi primera gran sorpresa aconteció al comprobar que ni Don Juan ni ninguno de los restantes personajes de la historia pensaba como yo. Y esto no dejó de alegrarme, porque, aun abandonado el método realista, me permitía permanecer en la actitud objetiva a que mil trescientas páginas de novela realista me habían acostumbrado. Desde el principio me propuse escribir esta historia sin que ninguno de sus personajes —ni siquiera ese narrador anónimo, al que, sin embargo, he prestado algunas de mis circunstancias personales— se constituyera en mi portavoz. Y creo haberlo conseguido.

Santos Domínguez