Hermann Broch.
La muerte de Virgilio.
Versión de J.M. Ripalda
sobre traducción de A. Gregori.
Alianza. El libro de bolsillo. Madrid, 2019.
Azules como acero y ligeras, movidas por un viento contrario suave y apenas perceptible, las ondas del mar Adriático habían corrido al encuentro de la escuadra imperial, mientras ésta se dirigía hacia el puerto de Brindis, dejando a la izquierda las chatas colinas de la costa de Calabria que se acercaban poco a poco. En ese momento, en ese paraje, la soledad del mar llena de sol y sin embargo tan cargada de mortales presagios, se transformaba en la pacífica alegría de una actividad humana, y el oleaje, dulcemente iluminado por la cercana presencia y morada del hombre, se poblaba de naves diversas que también buscaban el puerto o que salían de él; las barcas de pardo velamen de los pescadores abandonaban ya en todas partes los pequeños muelles protectores de los infinitos villorrios y colonias a lo largo de la playa blanqueada por el agua, para lanzarse a la pesca vespertina, y el mar se había alisado como un espejo; la concha celeste se había abierto sobre ese espejo como una comba nacarada; atardecía y se sentía el olor de la leña quemada en los hogares, cada vez que una ráfaga recogía y traía de allí los ruidos de la vida, un martilleo o un grito.
Así comienza La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, uno de los libros fundamentales del siglo XX, que acaba de reeditarse en formato de bolsillo en Alianza Editorial, con la versión de J. M. Ripalda sobre la traducción de A. Gregori.
Se publica con una espléndida portada que resume una de las claves de la obra: la identificación de la voz de Hermann Broch con la del Virgilio final, que en sus últimos días reflexiona sobre su propia obra y sobre la poesía como forma de conocimiento y de preparación para la muerte, sobre la relación del escritor con el poder, el conflicto entre ética y estética o el sentido del arte y de la vida.
Publicado en 1945, simultáneamente en alemán e inglés, es un libro monumental, imprescindible y exigente, un texto inagotable que Thomas Mann consideraba el mejor poema en prosa de la lengua alemana. Broch lo concibió como una obra poética, y por eso advertía a su traductor al inglés que era casi intraducible.
Organizada en cuatro partes que son también cuatro momentos de un proceso espiritual (Agua -El arribo; Fuego -El descenso; Tierra -La espera; Éter -El regreso), La muerte de Virgilio se centra en las últimas horas del poeta, desde su llegada al puerto de Brindisi hasta que muere.
A lo largo de sus páginas, la voz del poeta construye un monólogo en el que la reflexión filosófica se funde con la poesía igual que la figura de Virgilio se funde con la de Broch en la búsqueda de sentido en una sucesión que integra los cuatro elementos: el agua del mar en el puerto de Brindisi; el fuego que debe destruir el manuscrito de la Eneida; la tierra en la que se produce el diálogo con Augusto y el aire en el que se consuma la transición de la vida a la muerte, la fusión con lo vegetal, lo animal y lo estelar.
En ese proceso espiritual, que tiene como modelo estructural la Divina Comedia y como referentes el camino de Dante y la peregrinación de Eneas, Broch convoca en la figura de un Virgilio meditativo y profético la memoria y la capacidad visionaria, el recuerdo y el sueño, la poesía y el conocimiento, porque la poesía es una forma impaciente de conocimiento.
Con un fondo filosófico en el que conviven el orfismo y el neoplatonismo, la poesía y la religión, el mito y la metafísica, La muerte de Virgilio es un libro de lectura ardua y deslumbrante, concebido en 1938 en las cinco semanas en las que Broch estuvo encarcelado tras ser detenido por la Gestapo.
Por eso esta obra es también una bajada a los infiernos a los que descendieron Virgilio, Eneas, Dante y el propio Broch. Y desde esa perspectiva se habla en sus páginas de la liquidación de una época ética, de la crisis espiritual del autor y el poeta y de las dudas sobre su propia obra.
Con su fusión de reflexión filosófica y poesía entendida como vivencia y como videncia, La muerte de Virgilio deja una huella indeleble en el lector por la fuerza de su estilo, por su defensa de la función moral del arte y por la propuesta de un concepto de poesía que tiene como finalidad el conocimiento de la muerte, planteada como disolución en lo cósmico, como tránsito de unión con el universo, como extinción en el todo, como retorno al silencio original:
Y él, lanzado al umbral, noche tras noche esperando en el umbral, confuso en la media luz del borde de la noche, en el crepúsculo del borde del mundo, él, sabiendo del acontecimiento del sueño, había sido elevado a lo inexorable, y tomándose él mismo figura, fue precipitado atrás y arriba a la esfera de los versos, al interregno del conocimiento terrenal, al interregno de las madres, de la sabiduría y de la poesía, al ensueño que está más allá del ensueño y linda con el renacer, meta de nuestra fuga, la poesía.
¡Fuga, oh fuga! Oh noche, la hora de la poesía. Pues poesía es espera que mira en la media luz, poesía es abismo en presentimiento del crepúsculo, en espera en el umbral, es comunidad y soledad al mismo tiempo, es promiscuidad y angustia de la promiscuidad, libre de lascivia en la promiscuidad, tan libre de lascivia como el sueño de los rebaños que duermen y sin embargo angustia ante esa lascivia; oh, poesía es espera, aún no partida, pero continua despedida.
Santos Domínguez