Josep Pla.
Diccionario Pla de literatura.
Edición de Valentí Puig.
Traducción de Jorge Rodríguez.
Austral. Barcelona, 2017.
“A mí me ha gustado leer libros que, por una u otra razón, a
veces por una razón enormemente trivial, me han enseñado alguna cosa, como me
ha gustado hablar con las personas que me han subrayado algún matiz de la vida”
escribía Josep Pla, “un lector de antes de la era del vacío, de antes de la
contaminación ideológica, cuando leer era un placer y un aprendizaje”, afirma Valentí
Puig en el prólogo del Diccionario Pla de literatura, una recopilación hecha a
partir de una selección de textos de sus obras completas.
Hace quince
años que se publicó el espléndido volumen de más de setecientas páginas que Austral incorpora ahora a su
catálogo, resultado de un largo rastreo por miles de páginas “para
favorecer el gozo de leer y de conocer mejor la obra de Pla.”
Pla fue un lector anticonvencional, un lector agudo, sin
método y sin prejuicios, que que reflexiona
constantemente sobre la lectura y le da una enorme importancia a la adjetivación
como centro de la escritura; un lector que habla de su aprecio literario y
personal por Baroja al que dedicó muchas páginas: “Siempre me ha parecido un
gran escritor, sobre todo un gran paisajista y un gran retratista”, aunque su
defecto “es que es un hombre de adjetivo ligero. A veces juzga, adjetiva
ligeramente, se lanza -como los asnos los pedos.”
Está en estos textos el Pla que admiraba a Baudelaire o a
Samuel Buttler y era muy crítico con Camus –“superficial, vacío, retorcido,
insignificante”- o con la literatura cerebral de Borges -“no es un escritor de
la vida: es un escritor de los libros. Llega a ser insoportable”-; el que habla
de Julio Camba, que evitaba leer porque consideraba las lecturas un peligro
para el escritor y –al contrario de Borges- se jactaba de los libros que no
había leído.
El Pla que dedicó muchas páginas a Proust, cuya obra “es un
pozo sin fondo”, el que elogia a Cela por su capacidad para adjetivar y admira a Chejov, “autor de cuentos
insuperables”, a Conrad o a Goethe y y tiene como uno de sus referentes la obra de los
moralistas franceses – Chamfort, La Bruyère, Pascal, Joubert...
Conviven aquí el elogio de Leopardi y de Joyce las descalificaciones
de Clarín –“un escritor de poco discernimiento”- y de Galdós, “escritor
ilegible, aburridísimo”, la admiración hacia Tolstói y Valéry y la abominación
de Dostoievski: “Por favor no lean a Dostoievski. Nunca, nunca”, de Kafka –“insoportable,
asfixiante”- y de la poesía de Espriu, de obra incomprensible y arcaica, según
Pla, que apreciaba mucho la poesía de Cavafis o el teatro de Shakespeare.
Pla –lo reflejan estas páginas- fue un lector infatigable y
curioso, un buen conocedor de la literatura en español y en catalán, de la
cultura francesa y las letras italianas o inglesas.
Un lector socarrón que lanza su mirada irónica sobre Gómez
de la Serna, que “produce un mejor efecto sentado que en pie” y escribió “tres
o cuatro mil millones de greguerías”; un lector sin prejuicios que despreció a Rimbaud, a Nabokov o Eugenio D’Ors: “Mientras tanto, el Glosador
pasó a mejor vida, y desaparecida su vanidad el mundo parece más ligero.”
Santos Domínguez