Xavier Seoane.
Threnói.
Edición bilingüe.
Reino de Cordelia. Madrid, 2016
Procedamos al entierro
de los Derechos del Hombre.
Canten las plañideras
el estado de excepción.
Si Escalibor
está en manos de felones,
¿dónde los druidas que fundan
el caldero de cobre?
¿Alguien
alertó a las reses?
¿Salieron
las manadas de lobos?
Así comienza el primero de los cuarenta cantos en los que Xavier Seoane ha organizado Threnói, que publica Reino de Cordelia en edición bilingüe con traducción del autor.
Versos en los que resuena el eco de Shakespeare y del Apocalipsis, de Homero y los plantos medievales, de platón y los profetas, de Dante y de Lorca, de Allen Ginsberg y el romancero.
Una multitud de voces que convoca el poeta en un libro cuyo título y explica de esta manera: “Threnói: palabra latina, que significa planctus, lamentum. Procedente del griego Thrènos. Tiene una cierta equivalencia con el término hebreo Qinôt. En castellano significa trenos, llantos, cantos plañideros entrecortados de suspiros, elegías, lamentaciones.”
Y nadie mejor que el propio autor para hacer la traducción del gallego al español de estos versos que hablan, con tono oracular y mirada visionaria, del desmoronamiento de un mundo.
Entre el lamento elegíaco y la denuncia de la injusticia y la destrucción, la evocación de Dachau, Treblinka, Auswitch o Wall Street, estos cuarenta cantos reúnen en la intensidad de sus versos un coro de voces que viene del fondo de la historia de la conciencia humana, desde el jardín de Academo a la ciudad moderna por la que yerra un Samsa herido entre torres derrumbadas que recuerdan aquellas otras torres altas de Ilión y se convierten en metáfora de la condición del hombre en el mundo contemporáneo, que ha visto cómo
Se quebraron las vigas.
Se derrumbaron
los muros de carga.
Se desfondó el tejado.
Lo que parecía granito
era yeso laminado.
El revestimiento,
la cimentación...
todo está destrozado.
Aunque a veces, entre tanto derrumbe emerge en estos versos un espacio de esperanza que se levanta con la luz que deja una muchacha al cruzar la calle o en la mirada a la naturaleza:
Mirando al mar
no hay naufragio.
El azul es la absoluta plenitud
de una frágil mas cierta victoria sobre la nada.
Y, pese a todo,
aunque quizás
no logremos cambiar la Historia con mayúsculas
y el destino prosiga formateando camadas
de histriones y canallas,
hay esperanza, amor, hay esperanza.
Pues no toda viejecita sentada al sol nocturno es celestina,
no todo fracasado es un inútil
ni estúpido quien no mete la mano
en las arcas de su conciudadanos.
Hay una elegancia de destino
en la forma en que se desliza
la humilde gota
por el cristal.
Hay dignidad en la chispa que se alza
como una mariposa en lo imposible
para inmolarse un instante después
sobre las brasas del hogar.