Dióxido de carbono.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2016.
Hemos vivido el tiempo
sin saber que también era
moneda de intercambio que se agota.
Después,
tirar los dados y ajustarnos a la muerte,
o al estricto legado de la naturaleza:
veintitantas toneladas métricas
de dióxido simple de carbono
que fuimos emitiendo al respirar
después de tantos días jugando con la vida
a la ruleta rusa.
Así termina Dióxido de carbono, el poema que da título al libro que Juan José Vélez Otero publica en Valparaíso Ediciones.
Una sostenida elegía atravesada por la sensación de fracaso, quizá la palabra más repetida en estos textos en cuya voz confesional se expresa una dolorosa melancolía, la nostalgia de la niñez (Qué solos los columpios de mi infancia) y la memoria convertida en puerto de refugio, en espacio de consuelo en el que se evocan imágenes familiares y lugares como el cineo de barrio que estaba a una manzana del paraíso. Porque la evocación del pasado se construye más con el espacio que con el tiempo, es más que una cuestión de fechas una noción de lugar.
Con un lenguaje conversacional que no renuncia a la ambición expresiva y con un tono cercano que seguramente procede de la poesía inglesa de la que es un reputado traductor, con la contención del soneto o el desbordamiento expresivo del verso libre, desde la primera frase del libro (A qué has venido aquí) la reflexión y el frío del desconsuelo recorren estas páginas en las que la luz de la memoria ilumina las sombras y aplaca la tristeza en poemas memorables como El regreso de Ulises o Ubi sunt, que termina con estos versos, representativos de la tonalidad general del libro:
Estoy triste y hablo solo. Es lo que pasa cuando uno
está triste, que habla consigo mismo.
O con los muertos.
Ubi sunt, doña Blanca, ¿dónde están,
dónde están, dónde están aquellos días?
Dióxido de carbono es una crónica desolada de las derrotas, un recuento de pérdidas y de noches. Pero entre tanto atardecer y tanta sombra, no faltan explosiones de luz como la de Aurora, un celebratorio poema de amor que se cierra así:
Y se desnuda
como quien abre un ramo de lavandas,
y pisa el aire y lleva sus caderas
hacia el humo del baño. La contemplo
como un feliz muchacho que de pronto
descubriera el sentido de estar vivo.
Santos Domínguez