Manuel Ruiz Amezcua.
Palabras clandestinas.
Huerga & Fierro. Madrid, 2015.
Cifrando las estrellas
como huellas salpicadas de ceniza.
Adivinando rutas extrañas en el cielo.
Mirando siempre
cosas abandonadas
en los ojos de todos.
Contemplando brasas
noche adentro.
Llamando en medio de la nada.
Viendo que el universo
levanta su misterio.
Escuchando el silencio de otros mundos,
su luz fría sin remedio.
Mirando al centro de la luz
desde los ojos de la sombra.
Haciendo las eternas preguntas.
Repitiendo las viejas respuestas.
A oscuras, a rastras, a ciegas.
Intentándolo todo
partiendo de la nada.
Viendo fuego en lo oscuro.
Viendo la única luz
del único camino.
La negra boca de la sombra.
La terrible belleza del misterio.
Ese texto, El bosque impenetrable, es uno de los poemas que Manuel Ruiz Amezcua publica en Palabras clandestinas, un volumen que acaba de editar Huerga & Fierro.
Un libro en el que la voz poética de Ruiz Amezcua habla del amor, denuncia la economía del miedo o los cerebros conspiradores que manejan en la sombra la política mundial, evoca el pasado o desenmascara a los poetas que controlan el canon: Esos que dicen que dicen / y nunca dijeron nada.
Desde los sentimientos más íntimos hasta la crítica más descarnada, desde lo más individual a lo colectivo y desde la esperanza a la desilusión, nada queda fuera del campo temático de los casi cuarenta textos que el poeta ha agrupado en tres partes -El presente eterno, La verdad escondida y En la orilla- en las que la palabra combativa y la indignación se imponen sobre la emoción intimista en una poesía en la que la palabra directa es a la vez ética y estética.
Santos Domínguez