Yves Bonnefoy.
El territorio interior.
Traducción de Ernesto Kavi.
Sexto Piso. Madrid, 2014.
Creo en la luz, escribe Yves Bonnefoy en El territorio interior, un ensayo poético que apareció en 1972 y que acaba de publicar en español, con traducción de Ernesto Kavi, la editorial Sexto Piso.
Un viaje iniciático por un territorio interior de encrucijadas de luz y de sombra a partir de la pintura toscana del Renacimiento, que se convierte en la metáfora del mundo a través de una ensoñación que surge también de una encrucijada de géneros y enfoques que van de lo autobiográfico a lo poético, del relato al ensayo.
Piero Della Francesca, Ucello, Masaccio, Giotto, Boticelli son algunos de los jalones de ese territorio interior en el que dialogan el poeta y el mundo, la palabra y la mirada en un itinerario por el gran arte. Piero Della Francesca pintando la Resurrección de Borgo San Sepolcro, o Giovanni Bellini concibiendo su Transfiguración del Museo de Nápoles, o Caravaggio su Resurrección de Lázaro. Y junto a ellos, que han levantado en esos cuadros la lápida de la imaginación, gran arte también esa tumba, los otros que de sí mismos se separan, que se desalientan tanto como se obstinan, no sin ese dolor del que Baudelaire dijo ser “el ilustre compañero” de la belleza que tanto amó.
Bonnefoy es un poeta fundamental de la poesía europea de este último medio siglo y este es un libro clave para entender su obra, su mirada al paisaje y al interior de sí mismo y su método creativo, siempre en busca de la armonía y de un territorio luminoso que aquí se convierte en eje y meta de la escritura.
Una intensa escritura de encrucijada en la que se unen el lugar y el momento, el aquí y el ahora fugaz e irrepetible, lo cercano y lo remoto, lo exterior y lo interior, la luz y la sombra en un presente que es el tiempo de la lírica, el instante en el que confluyen la mirada y el paisaje:
Es verdad que el mar favorece mi ensoñación, porque asegura la distancia, y significa, para los sentidos, la plenitud vacante; pero ocurre de una forma no específica, y veo que los grandes desiertos, o la trama, desierta también, de las rutas de un continente, pueden ocupar la misma función, que es la de permitirnos errar, aplazando por mucho tiempo la mirada que a todo abraza, y renuncia. /.../ Pero es así como olvidamos los límites, que son la potencia, sin embargo, de nuestro ser en el mundo.
Santos Domínguez