Tomás Segovia.
El tiempo en los brazos.
Cuadernos de notas (1984-2005).
Pre-Textos. Valencia, 2013.
El mundo está desierto. Escribo para nadie, anota Tomás Segovia en uno de los apuntes de El tiempo en los brazos, la segunda entrega –póstuma ya- de sus cuadernos de notas, que publica Pre-Textos y recoge anotaciones de más de veinte años, entre 1984 y 2005.
El deseo como concepto y como experiencia, como fe y como iluminación, el tiempo como forma y como contenido, el orgullo del desarraigado, el amor extranjero o la reflexión sobre el lenguaje son algunos de los hilos conductores de una páginas intensas en las que el poeta – que no sólo habla con los muertos, habla por los muertos- escribe sobre la creatividad alucinada y la frustración de las ilusiones, sobre la soledad y la amistad, la vejez y la pintura, sobre el animal y su noche del lenguaje, sobre la música o la memoria en unas anotaciones discontinuas que saltan de unos meses a otros como salta el desarraigo de su autor de México a Madrid, de Perpiñán a Murcia, de Berkeley a París, de Londres a Roma, de Nápoles a Caracas.
El aislamiento, las relaciones de pareja, las evocaciones y las reflexiones sobre ciencia, filosofía y sociedad, arte -una rama de la ética- y melancolía, amor y celos, traducciones y momentos de plenitud o baches creativos en unos cuadernos que no se someten a la disciplina del dietario porque hay a veces enormes lagunas temporales de ocho o nueve meses entre una nota y otra, y a veces, como en 1989, una solitaria -aunque larga- anotación.
Pero para compensar esa discontinuidad temporal, hay una enorme coherencia en los temas que son objeto de análisis o que provocan digresiones filosóficas de Tomás Segovia: la reflexión sobre el tiempo y el espacio en la que se conjuntan ciencia, filosofía y la mirada metafórica del poeta, la meditación constante sobre el lenguaje, los altibajos emocionales, la nostalgia por las ilusiones perdidas, la desolación y las épocas de largo silencio, los proyectos de libros, el desamor como un largo y doloroso aprendizaje, la civilización consumista y el liberalismo desbocado, la crítica al neoliberalismo del FMI, las notas de viaje y de lectura, los referentes decisivos: Vallejo y Foucault, Lacan y Kafka, Nietzsche y Sade, Mann y Mallarmé...
Y sobre todo, como en el primer volumen de El tiempo en los brazos, la lucidez constante, la profundidad y la verdad que atraviesan las más de seiscientas páginas de un libro que se lee no como un monólogo sino como una conversación con el lector. Una conversación cercana, llena de dudas y de silencios porque el poeta tiene a veces la sensación de que lo único no ridículo que se puede decir es “Me callo.”
Sentir el lenguaje desde el ojo, no desde la pluma, escribe en una reflexión sobre la poesía. Y esa mirada tiene en Tomás Segovia la dosis de perplejidad justa para indagar y dudar, para huir de la certeza inmóvil y estéril:
“Nosotros los estudiosos” ¿Qué relación tiene eso con la lectura? Quien no se lo pregunte, peor: quiere decir que ni sabe ni lee.
Santos Domínguez