Eloy Tizón.
Técnicas de iluminación.
Páginas de Espuma. Madrid, 2013.
Quienes conocen la literatura de Eloy Tizón, de la que dejó
constancia deslumbrante en Velocidad de los jardines (1992) y en Parpadeos
(2006), ya se pueden imaginar la fiesta que les espera en Técnicas de
iluminación, un conjunto de diez relatos que publica Páginas de Espuma.
Después de siete años sin publicar, hay que celebrar estas Técnicas
de iluminación en primer lugar porque recuperan la inconfundible, inclasificable voz narrativa
y la excelente prosa de Eloy Tizón, uno de los referentes del cuento español en
estos últimos veinte años, desde que apareció Velocidad de los jardines, que
entonces se convirtió en una cima del género reconocida por el público y la
crítica y que hoy es ya un libro de culto. Desde ese libro milagroso no ha habido antología del género
en la que faltara su nombre entre los imprescindibles.
Y los diez relatos que componen Técnicas de iluminación lo
confirman como un narrador sólido, como un virtuoso del cuento, dueño de un
extraordinario sentido del ritmo del relato y del compás de la prosa, abundante
en invenciones y en sorpresas verbales.
En estos textos se compenetran al dictado del talento
narrativo de Tizón la sutileza y la potencia, la imaginación y la sobriedad, la
alta calidad de la prosa y el interés del entramado argumental, la mirada
asombrada y las iluminaciones asombrosas: "la noche era apaisada”, “asomó la
mata rubia de su vapor de pelo”, “la carcoma de la costumbre asomando su gran
cuerno de rinoceronte”, la pesada “contundencia de armario horizontal” de una
maleta sobre la cama de un hotel, una calle “que tiene el suelo borracho y un
aire de cremallera abierta” o “unas gafas temperamentales.”
Acompañando a Walser en sus caminatas y en su lucidez
desorientada, oyendo una orquesta sinfónica que ensaya en medio de un lago
congelado en un claro del bosque, viendo el torrente caótico de imágenes
chocantes que desencadena en un padre ausente la muerte de su hijo de dos años
en Nautilus, quizá el más intenso de un conjunto intenso, conjeturando el
contenido de un paquete y de un extraño encargo, observando la desorientación
de un personaje expulsado de una fiesta, la confusión de un hombre abandonado
por su mujer, que se ha ido con otro y ha creado un matrimonio de “separadísimos”,
o asistiendo al monólogo de una pintora con zapatos gordos de suela de goma,
ingresada en un psiquiátrico después de ser abandonada por su amante, una
poderosa galerista, el lector entra en un mundo recién descubierto, recién
iluminado.
Y en ese mundo, situado en la frontera inestable que separa
la realidad y la ficción, el sueño y la vigilia, construido desde el interior
del personaje protagonista y narrador que predomina en estos relatos, se
suceden las imágenes potentes y deslumbrantes que alumbran las zonas de
penumbra: “la mañana se curvaba en una luz drogadicta”, “los pensamientos son peces”, “los muertos
caminaban por el cielo”, “la carretera era una cinta transportadora que
desplazaba hogueras.”
Porque Eloy Tizón sabe -y nos lo cuenta asombrosamente en el
homenaje a Walser que es el primer relato, Fotosíntesis- que “en una barra de
grafito está contenido el mundo” y que escribir, como dice el narrador de Los
horarios cambiados, “es estar más despierto de lo normal.”
Diez relatos para leer poco a poco, porque tienen un
altísimo grado de concentración literaria.
Santos Domínguez