6/10/13

Catulle Mendès. Monstruos parisinos


Catulle Mendès.
Monstruos parisinos. 
Traducción de José Manuel Ramos.
Prólogo de Luis Antonio de Villena.
Ardicia. Madrid, 2013.

Puede ajustarse al pecho coraza férrea y dura; 
puede regir la lanza, la rienda del corcel; 
sus músculos de atleta soportan la armadura... 
pero él busca en las bocas rosadas leche y miel.

Artista, hijo de Capua, que adora la hermosura, 
la carne femenina prefiere su pincel; 
y en el recinto oculto de tibia alcoba oscura 
agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.

Canta de los oaristis el delicioso instante, 
los besos y el delirio de la mujer amante, 
y en sus palabras tiene perfume, alma, color.

Su ave es la venusina, la tímida paloma. 
Vencido hubiera en Grecia, vencido hubiera en Roma, 
en todos los combates del arte o del amor.

Con ese soneto de estilo inconfundible homenajeaba en 1890 Rubén Darío a Catulle Mendès, uno de sus maestros parnasianos, el poeta y narrador que ocho años antes, en 1882, había publicado en París Monstres parisiens en E. Dentu editeur.

Y ese título, Monstruos parisinos, con traducción de José Manuel Ramos González, es el volumen con el que inicia su trayectoria la nueva editorial Ardicia.

Un prólogo de Luis Antonio de Villena (Catulle Mèndes, flores de decadencia) abre esta cuidadísima edición de veinte relatos que se publicaron primero en la revista Gil Blas y tuvieron un enorme éxito, lo que animó a su autor a publicar sucesivas reediciones en libro, hasta la definitiva, de 1888.

Veinte estampas que reflejan el decadentismo parnasiano que admiró Verlaine o la mezcla de sensualidad y misticismo que aprendieron de él Rubén o el primer Valle-Inclán y que Anatole France destacó en la obra de Mendès, a quien llamó Apolo en el mundo de Balzac, o las flores de perversidad que vio Octave Mirbeau en los salones galantes donde se ambientan estos relatos.

Y es que, como señala Villena en su prólogo, Catulle Mèndes es un autor menor, pero a la vez representativo del refinamiento crepuscular y el esteticismo decadente del fin de siglo y de los cambios que se estaban produciendo en la moral privada y en los usos sociales..

Con la voluptuosidad de una prosa que describe la crueldad con volutas líricas y con un cierto satanismo heredado de los románticos, de Baudelaire o de Poe, al que Maupassant hermanó con Mèndes, estos relatos son a su manera otras flores del mal en los salones refinados de París donde conviven artistas y poetas mundanos, mujeres fatales y gigolós perversos que explotan y maltratan a las viejas amantes que los mantienen, aristócratas malignas y bisexuales, muchachas de inocente sensualidad o escritores arrepentidos de la literatura que los ha convertido en monstruos.

Santos Domínguez