7/12/11

Virginia Woolf. Al faro


Virginia Woolf.
Al faro.
Traducción de Miguel Temprano.
Biblioteca Virginia Woolf.
Lumen. Barcelona, 2011.

Mi madre me obsesionó –a pesar de que murió cuando yo contaba trece años– hasta que tuve cuarenta y cuatro. Entonces, un día, mientras paseaba alrededor de Tavistock Square, concebí, tal como a veces concibo mis libros, Al faro; de manera torrencial y aparentemente involuntaria… Pero escribí el libro muy de prisa y cuando estuvo escrito dejé de estar obsesionada por mi madre. Ya no oigo su voz; ya no la veo. Creo que hice, en mi propio beneficio, lo que los psicoanalistas hacen en beneficio de sus pacientes.

Esas líneas pertenecen a Apunte del pasado, uno de los escritos confesionales de Virginia Woolf que acabaron formando parte de la póstuma y autobiográfica Momentos de vida.

Evocaba allí la novelista el origen compulsivo y la función sanadora de su To the ligthhouse (Al faro), la novela que publicó en mayo de 1927, dos años después de Miss Dalloway. Junto con Las olas, que aparecería cuatro años después, Al faro es una de las cimas creativas de Virginia Woolf, una narración envolvente e hipnótica en la que la novelista está ya en posesión de un método, de un tono y una fluidez expresiva en la que se mezclan inseparablemente la prosa matizada de su plenitud creativa y la mirada incisiva de la mejor Virginia Woolf.

Novela de personajes organizada en tres partes -La ventana, El tiempo pasa, El faro- y narrada en tercera persona, esta es la más autobiográfica de sus novelas. A través de la narración y la descripción, del diálogo y el monólogo, se suceden el mundo interior y el mundo exterior, la sucesión de las estaciones y los paisajes cambiantes e inhóspitos, los vendavales y el mar agitado como reflejo de los estados de ánimo, la introspección y las relaciones sociales, las vinculaciones problemáticas entre el arte y la vida.

«Lloverá –recordó que había dicho su padre–. No podréis ir al faro.» En aquel entonces el faro era una torre plateada y neblinosa con un ojo amarillo que se abría con suavidad al caer la noche. Ahora… James contempló el faro. Vio las rocas enjalbegadas; la torre desnuda y recta; vio las franjas blancas y negras; vio las ventanas e incluso la colada puesta a secar sobre las rocas. Conque eso era el faro, ¿eh? No, lo otro también lo era. No hay nada que sea sencillamente una cosa. Aquello otro también era el faro. A veces apenas se le distinguía al otro lado de la bahía. Por la noche uno alzaba la mirada y veía el ojo que se abría y se cerraba y la luz parecía alcanzarles en aquel jardín amplio y soleado donde se encontraban.

En el símbolo polisémico del faro que articula la novela confluyen los distintos mundos personales de la obra, el tiempo y el espacio de los Ramsay y sus hijos, el viaje iniciático hacia la madurez y la independencia, el deseo de huir de la autoridad paterna, la necesidad de explorar la fugacidad y el paso destructivo de los años:

Sí, el viento estaba ganando fuerza. El bote se escoraba y rasgaba el agua, que caía a los lados en verdes cascadas, formando burbujas y cataratas. Cam contempló la espuma, hasta que el mar, con todos sus tesoros, y la velocidad acabaron hipnotizándola, y el lazo que la unía con James cedió y se aflojó un poco. Empezó a pensar: ¿A qué velocidad iremos? ¿Hacia dónde nos dirigimos?, y el movimiento la hipnotizó mientras James, con la mirada fija en la vela y el horizonte gobernaba el bote con gesto adusto. Pero mientras lo hacía iba pensando en cómo escapar de allí. Si pudiesen desembarcar en algún sitio serían libres. Ambos se miraron un momento y el cambio y la velocidad les produjo una jubilosa sensación de libertad. Pero el viento despertó la misma emoción en el señor Ramsay, y, cuando el viejo Macalister se volvió para lanzar echar el sedal por la borda, gritó en voz alta: «Perecimos», y luego: «solos».

Nunca, nunca había escrito con tal facilidad, imaginado con tanta profusión, anotaba Virginia Woolf en su diario a principios de 1926. Su proyección en Al faro es Lily Briscoe, la pintora amiga de la familia Ramsay , una mujer moderna que pinta un cuadro a lo largo de la obra y reflexiona sobre el arte y su relación con la vida.

Igual que la pintora va completando ese lienzo en la novela, Virginia Woolf indaga con la belleza intensa de su prosa en el abismo de la conciencia y en la vivencia del tiempo y expresa su convicción en el triunfo del arte sobre la destrucción.

Este es el párrafo final, en el que se funden las dos creaciones, la pintura y la literatura:

A toda prisa, como si algo la apremiara, se volvió hacia su lienzo. Ahí estaba: su el cuadro. Sí, con todos sus verdes y azules, las líneas que iban y venían, y su esfuerzo por lograr algo. Acabarían colgándolo en la buhardilla o deshaciéndose de él, pensó. Pero ¿qué más daba?, se preguntó volviendo a coger el pincel. Contempló los escalones: estaban vacíos; miró el lienzo: estaba borroso. Con una súbita intensidad, como si lo viera todo claro por un segundo, trazó una línea allí, en el centro. Ya estaba, lo había terminado. Sí, pensó dejando el pincel con enorme cansancio, he tenido mi visión.


Memoria conflictiva de la infancia, reflexión sobre el tiempo y el arte, retrato de la sociedad victoriana, reflejo de las tensiones entre la autoridad y la libertad, entre la familia y el individuo...

Pero por encima de todo eso Al faro es gran literatura, que Virginia Woolf frecuentaría poco después con Las olas, su otra obra maestra.

Con una estupenda traducción de Miguel Temprano, Al faro es el nuevo título que Lumen incorpora a su imprescindible Biblioteca Virginia Woolf.

Santos Domínguez