9/12/11

David Lodge. El arte de la ficción


David Lodge.
El arte de la ficción.
Traducción de Laura Freixas.
Prólogo de Eloy Tizón.
Península. Barcelona, 2011.

Hay libros que nacen con forma de sombrerera, de estuche para violín o de funda de metralleta. En el caso que nos ocupa, El arte de la ficción parece haber nacido con vocación de botiquín. Es un libro útil que presta auxilio, que alivia de ciertas carencias. En él brillan algunas de las mejores cualidades de Lodge como ensayista: su permanente vocación de claridad, pulcritud, precisión y —lo que es más infrecuente— una gran sensatez. Se trata de un libro cordial y seductor, jovial a ratos, concebido con cariño, que no pretende apabullar al lector ni ponerlo de rodillas a base de golpes de erudición, sino que en todo momento sabe mantenerse en el plano de la conversación distendida y el juego culto. Lodge logra desembarazarse de todo el almidón teórico, ese mismo que a veces estropea los ensayos que oscilan entre la disquisición acerca del sexo de los ángeles y la empanada mental.

Esas palabras pertenecen al prólogo -La lectura como arte- que firma Eloy Tizón en la nueva edición con que Península recupera un clásico de su catálogo: El arte de la ficción, de David Lodge, con traducción de Laura Freixas.

Aunque con un mayor desarrollo, los cincuenta capítulos del libro tienen su origen en los artículos semanales que Lodge publicaba en el suplemento de libros de The Independent on Sunday.

Artículos pensados para un público lector amplio y no especializado al que se le ofrecen unos análisis sencillos pero agudos de los mecanismos narrativos a partir de uno o dos breves fragmentos de novelas o cuentos, de autores clásicos o modernos, fundamentalmente ingleses y norteamericanos.

Jane Austen y Ford Madox Ford, J. D. Salinger y Henry James, Paul Auster y Virginia Woolf, Joyce y Scott Fitzgerald, Dickens y Hemingway, Poe y Beckett son algunos de esos autores cuyos textos no solo funcionan como preludio o como excusa de lo que se trata en cada capítulo: son también una muestra representativa del aspecto que se aborda en cada secuencia.

Empecé por “El comienzo” y siempre tuve la intención de terminar con “El final”, afirma en el prefacio David Lodge con su habitual humor. Y en medio, entre esos dos capítulos que abren y cierran coherentemente la estructura del libro, los apartados que explican el autor omnisciente, el suspense, el punto de vista, los nombres de los personajes, el monólogo interior, la importancia de la sorpresa, los cambios temporales, el realismo mágico, el narrador poco fiable o la estructura narrativa.

Con inteligencia, sin engolamientos innecesarios, pero de manera efectiva, este libro ilumina sobre aspectos clave del proceso de construcción de la belleza literaria, esa capaz de transmutar un puñado de piedras falsas en emoción verdadera, escribe Eloy Tizón en su prólogo.

Y es que en las páginas de este libro se desdibujan las fronteras que separan al Lodge profesor del Lodge novelista, o este se impone al teórico, y con su perspectiva sabia y cercana busca la complicidad del lector para proponer, antes que un análisis técnico o un tratado de teoría literaria, una invitación a la lectura.

Lo explicaba así el propio autor en el prefacio en que expone el origen y el plan de la obra y su sentido:

Este es un libro para gente que prefiere tomar la crítica literaria en pequeñas dosis, un libro para ojear y hojear, un libro que no intenta decir la última palabra en ninguno de los temas que aborda, pero que mejorará, espero, la comprensión y el disfrute de la ficción en prosa de los lectores, y les sugerirá nuevas posibilidades de lectura —o, quién sabe, incluso de escritura—en este género literario, el más variado y placentero de todos.

Santos Domínguez