23/3/09

Vidas y muertes de Luis Martín Santos


José Lázaro.
Vidas y muertes de Luis Martín-Santos.
Tiempo de Memoria.
Tusquets. Barcelona, 2009.

Murió en 1964 antes de cumplir los 40 años, cuando Tiempo de silencio empezaba a ser reconocida como la obra excepcional que cambiaría el signo de la novela española contemporánea.

La trayectoria vital y las circunstancias familiares de Luis Martín-Santos (1924-1964), hombre polifacético, psiquiatra prestigioso, militante socialista en la clandestinidad, escritor reconocido, lector voraz, intelectual inquieto y brillante, son el objeto de Vidas y muertes de Luis Martín-Santos. Con este acercamiento a su vida y su obra obtuvo su autor el XXI Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias en 2008. Lo publica Tusquets en una edición acompañada por abundante material gráfico. Por una curiosa y significativa coincidencia, la colección en la que aparece se titula Tiempo de Memoria, frente al Tiempo de silencio y el Tiempo de destrucción de las dos novelas de Luis Martín-Santos.

Alguna vez se ha descrito la vida de Luis Martín-Santos como una biografía plana. Y nada más alejado de la realidad, pues aunque quizá sea excesivo hablar – en el otro extremo- de una vida novelesca, la personalidad poliédrica del novelista, la peripecia del ciudadano comprometido o la desolación del viudo exigían que se afrontase su biografía con una mirada profunda y múltiple, con un enfoque plural que permita abarcarla en toda su complejidad y explique a la vez la relación entre la personalidad del autor y el sentido de su escritura:

A medida que se profundiza en los escritos de Luís Martín-Santos - se dijo el inquiridor - y se van recorriendo los recuerdos de quienes le conocieron, se dibuja la imagen de un hombre que era a la vez varios hombres (...) Y cuando se habla con distintas personas que se relacionaron en diferentes contextos con Martín-Santos, lo que resulta más claro es que era un hombre multidimensional.

La originalidad del enfoque de esta biografía construida narrativamente a base de secuencias y fragmentos como un reportaje coral, como un collage que reúne testimonios de entrevistas, documentos gráficos, fragmentos de textos de Martín-Santos o materiales epistolares, es el fruto de una exigencia metodológica: la de reunir múltiples voces de testigos y amigos, compañeros de trabajo o de estudios, familiares o el propio novelista, para dar una imagen compleja de una realidad multidimensional.

Con un perspectivismo fenomenológico que recuerda al de Ortega y sugiere la influencia de algunas técnicas de Tiempo de silencio, la indagación de José Lázaro consigue su objetivo fundamental: el asedio a una vida compleja y a las circunstancias que la rodearon y que –convertidas en literatura- se integraron en sus dos novelas, que tienen muchas de sus claves en la recreación literaria de episodios, recuerdos y experiencias del propio novelista.

Para llegar a ese resultado, José Lázaro -el inquiridor que se convierte en una de las voces del coro que dirige- tuvo que realizar un rastreo intenso de materiales literarios y críticos como los que incorpora en el apéndice, una larga serie de entrevistas que están en la base de este caleidoscopio biográfico en el que conviven distintas versiones- algunas contradictorias- de la vida y la muerte de Luis Martín-Santos. Vidas y muertes, como propone esa declaración de intenciones que es el título de la obra.

Desde el primero de los capítulos, centrado en el accidente de coche que sufrió un lunes de enero de 1964 cerca de Vitoria, queda fijado el enfoque técnico y el tono narrativo y coral de la biografía:

Al recibir la noticia de su muerte –se dijo el inquiridor–, un miembro del partido político clandestino al que pertenecía le escribió a la comisión ejecutiva: «Dada la actividad del infortunado compañero Martín-Santos, no podemos dejar de pensar en la eventualidad de que el accidente haya podido ser provocado por la intervención de acciones ajenas, de enemigos nuestros». Pocos, sin embargo, creyeron en la fantástica hipótesis del atentado.


«El psiquiatra vasco Luis Martín-Santos», afirma, aún en 2006, el periodista Martín Prieto, «escribió su novela Tiempo de silencio en los años más oxidados del franquismo, antes de suicidarse con su automóvil afligido por la muerte de su esposa. Tiempo de silencio es un retrato al carbón del obtuso caldo de cerebro que se extendía entonces y no se salva de crueles descripciones ni Ortega y Gasset y sus conferencias de cretona para señoras aleladas. Si Martín-Santos hubiera dirigido el Partido Socialista, el clan vasco hubiera desplazado al sevillano, y González no hubiera existido.»


«¡Oye! Ese amigo tuyo, se suicidó, ¿verdad?» Durante años me lo han preguntado muchas veces –dijo el cineasta–. Era un rumor que estaba en el ambiente. «¡Que no, hombre, que no! Se dio un leñazo en coche con su padre y con un amigo.» ¿Quién se suicida con su padre y un amigo de la familia? Porque, para eso, mejor se mata conmigo y con Rafa, que eso sí que habría sido complicidad, un auténtico final lírico-existencialista, pero no con su padre. Rafa y yo habíamos quedado con él aquel día para ir juntos en coche a San Sebastián, nunca supimos por qué nos dejó plantados. ¡Joder! ¡Ni suicidio ni hostias! Desde entonces siempre lo he repetido. Pero me lo han preguntado muchas veces, a lo largo de los años. Ahora ya no.


Yo cenaba con Luis y con una cuadrilla todos los martes en Cañones, que era una sociedad de la Parte Vieja de San Sebastián –recordó el compañero de accidente–. Y un día, después del éxito que había tenido con Tiempo de silencio, comentó que quería publicar otro libro, una segunda novela, hablando de sus vivencias en la Universidad de Salamanca. Y como había un fin de semana largo, nos fuimos a visitar la ciudad. Yo podía esos días, otros de la cuadrilla no, así que yo le acompañé. Su padre no vino a Salamanca. Él estaba en Madrid, lo recogimos allí a la vuelta. Y fue viniendo los tres hacia Donostia cuando tuvimos el accidente.


Fue la última vez que lo vi, en el hospital en que trabajábamos –dijo el neurólogo–. Recuerdo la despedida:
–Javier, este fin de semana no estaré, me voy a ver las piedras doradas de Salamanca.

Y era cierto que iba a Salamanca, pero no a ver piedras doradas. ¿Sabes a lo que iba? A vender las tierras que le quedaban a su padre y emplear el dinero para construir viviendas en la finca donde tenían la clínica privada. En aquel momento él se apegaba a la vida. Tras la muerte de su mujer se había vuelto a enamorar de una amiga de toda la vida, Pepa Rezola. Y se fue a Salamanca a buscar dinero para hacer un negocio inmobiliario. Pero la despedida era muy propia de él, no iba a decir «voy a vender unos terrenos» sino «voy a ver las piedras doradas de Salamanca».

Ese esquema narrativo se mantiene a lo largo de seis de los siete capítulos del libro. En el último, La confidente, la voz de su amiga Josefa Rezola retoma los temas de los seis anteriores (El hombre, El psiquiatra, El socialista, El escritor, La familia y La muerte) y los unifica en la perspectiva de quien lo sabe todo de Luis Martín-Santos, aunque sólo cuente una parte.

Santos Domínguez