Jean Canavaggio.
Don Quijote, del libro al mito.
Traducción de Mauro Armiño.
Espasa Calpe. Madrid, 2006.
Don Quijote, del libro al mito.
Traducción de Mauro Armiño.
Espasa Calpe. Madrid, 2006.
Jean Canavaggio, cervantista francés y autor de la que seguramente es la mejor biografía de Cervantes, con la que ganó el premio Goncourt, que está publicada también en la editorial Espasa Calpe, revisa cuatro siglos de estudios sobre el Quijote, una obra abierta que funda toda una literatura, en su nuevo libro Don Quijote, del libro al mito.
Se trata de una investigación rigurosa y sobre los cuatro siglos de presencia creciente en la cultura universal de la figura literaria, moral y plástica de Don Quijote, que -como dice Canavaggio- se ha convertido en una f¡gura mítica: en otros términos, un ejemplo, más que un mensaje, que se constituye como una invariante, pero sin que jamás podamos decir si, de una vez por todas, hay que seguirlo o rechazarlo. La transfiguración de Don Quijote se ha operado, por lo tanto, en función de virtualidades de las que era portador, desde el inicio, un libro que para unos no es más que una simple referencia, pero que sigue estando para los demás vivo por siempre. Desde esta perspectiva, la doble cara que nos ofrece, a partir y más allá del texto que lo engendró, no es solo un espejo tendido a toda conciencia oscilante entre la realidad y el sueño; al traernos a la memoria el vínculo problemático entre ética y estética, también incita a las sociedades actuales: divididas entre la llamada de la utopía y la voz de la razón, aspiran incansablemente a un equilibrio que no sabemos si un día alcanzarán.
A través de un ameno recorrido por las incontables ediciones del libro y por las versiones o adaptaciones para el cine, el teatro, la música o la televisión, se ofrece un análisis de los motivos que explican la vitalidad de este héroe circunspecto y extravagante que superó los meros límites de la literatura y se convirtió desde hace dos siglos en una referencia imprescindible de la novela moderna con sus aventuras ambiguas.
Y aunque cada época ha hecho una lectura del libro, del personaje, del mito y de su simbología, Canavaggio ha rastreado el nexo que une a esas lecturas sucesivas a través de sus cuatro siglos de existencia en los que la novela se ha transformado también en una parábola de la vida.
A lo largo de ese tiempo, y sobre todo desde el Romanticismo alemán, la figura de Don Quijote se ha convertido en un mito que en muchos casos sustituye al libro o lo suplanta.
Desde las interpretaciones triviales de los contemporáneos de Cervantes, que limitaron su sentido a una obra de burlas y el de su protagonista a una figura de risa hasta un entendimiento más trascendente y profundo del personaje y un estudio sistemático de la técnica novelística del autor en el siglo XX fueron pasando épocas como el siglo XVIII que anuló la comicidad fácil del personaje y lo propuso, a través de la risa ilustrada, como personaje universal. Desde Sterne, quizá su primer heredero literario, Fielding y La mujer Quijote de la gibraltareña Lennox, a Dickens, Flaubert, Dostoievski, Melville o Kafka, la figura del antihéroe universal y admirable ha ido creciendo para instalarse en el imaginario colectivo como una figura que se caracteriza también por su capacidad de ser reconocida por su físico en cualquier país del mundo civilizado. Ese proceso empezó con los románticos alemanes, impulsores de una iconografía quijotesca que alcanzó con Doré su mejor interpretación plástica. Es, quizá, la única figura de la literatura universal con la que ha ocurrido ese fenómeno. Ni Hamlet, ni Don Juan, ni Fausto han logrado esa fascinación, que Don Quijote comparte con Sancho.
Si a eso se le suman las imágenes reconocibles de los molinos o las llanuras de la Mancha y se le une la importancia del diálogo entre los dos protagonistas, se comprenderá que el conjunto facilita las numerosas adaptaciones de la novela a otros lenguajes plásticos y a otras técnicas de expresión artística como la música, el ballet, la ópera y posteriormente el cine, con obras maestras como la de Pabst y proyectos frustrados como el de Orson Welles.
Tras analizar las huellas cervantinas en la gran novela europea y norteamericana del XIX, tras escrutar las miradas rusas sobre Don Quijote, uno de los aspectos que más llaman la atención de Canavaggio en este estudio es que, siendo don Quijote un símbolo de lo español desde el 98 y su interpretación transcendente del héroe manchego, sea rechazado por algunos sectores culturales y políticos que ven en él una representación de la España más tradicional y centralista. Por eso, curiosamente, han sido los hispanoamericanos como García Márquez o Carlos Fuentes quienes, ajenos a esos prejuicios, han desarrollado recientemente una reivindicación moral de la figura de Don Quijote y una mayor valoración de la técnica novelística de Cervantes, sobre todo desde los estudios de Américo Castro y las meditaciones de Ortega.
No podemos cerrar esta reseña del espléndido estudio del profesor Canavaggio sin reproducir las últimas líneas del libro, que encierran gran parte de su sentido y de su actualidad:
Para la mayoría de nuestros contemporáneos, el Quijote se ha vuelto una simple referencia. Para ellos, el personaje al que la novela debe su título tal vez está destinado a encarnar lo que Jean-Paul Sermain llama el descubrimiento de una ausencia radical de sentido, en el esfuerzo de todo hombre por dar a su vida un sentido más alto. Pero, como temía Fernando Savater, es entonces cuando corre el riesgo de ser condenado a sobrevivir bajo formas degradadas, al precio de un empobrecimiento inevitable. En cambio, para los que no han renunciado a acompañarlo en sus aventuras, a darle la vida a partir de los signos trazados antaño por Cervantes, el Caballero de la Triste Figura conserva su vigor y su fuerza. Símbolo de una búsqueda de lo absoluto por el medio, siempre falaz, de lo relativo, de esa búsqueda que lleva incansablemente toda novela, no ha acabado, sin duda, de hablarnos.
Mayra Vela Muzot