9/2/09

Los domingos de Jean Dézert


Jean de La Ville de Mirmont.
Los domingos de Jean Dézert.
Prefacio de François Mauriac.
Traducción de Lluís Maria Todó.
Impedimenta. Madrid, 2009.


Porque todavía hay sitio para la sorpresa y la recuperación de raros, curiosos y excéntricos, Impedimenta publica Los domingos de Jean Dézert, un libro de Jean de La Ville de Mirmont (1886-1914).

Bordelés y condiscípulo en la Universidad de François Mauriac, autor del Prefacio en el que evoca el común descubrimiento de París en 1909 y la muerte prematura de su amigo en la Primera Guerra Mundial, cuando un obús acabó con su incipiente carrera literaria.

Espléndidamente traducida por Lluís Maria Todó, esta novela corta que publicó poco antes de alistarse en el ejército relata la historia de un hombre que se aburre, de un funcionario sin imaginación ni iniciativa. Discreto y vulgar, enclenque y soltero, rutinario y mediocre, desempeña un trabajo mecánico como administrativo. Allí espera la jubilación con la misma resignación que tendrá para aguardar la muerte cuando se jubile.

Para Dézert, la vida es una sala de espera para viajeros de tercera clase (...) pero él no sabe hacia qué estación. Dézert es un hombre que espera sin esperanza. Reserva la fantasía para los domingos. Ese día es para él la vida entera y entonces se permite la expansión de errar sin destino por las calles como peatón o en un ómnibus o de contar las farolas de los muelles.

Perezoso y resignado, entregado al azar, es un hombre gris confundido en la multitud. Incoloro es el certero adjetivo que aplica el narrador al modo de vestir de Dézert, una sinécdoque que define también su talante interior.

Asombra la destreza de Jean de La Ville de Mirmont para trazar en pocas líneas el retrato del personaje, para caracterizarle y ubicarle en un ambiente solidario con su personalidad. El otoño, su casa, la oficina en la que vegeta -de techo sucio pero indescifrable- son extensiones del carácter de Dézert, un hombre que mira a ras de tierra:

Sus ojos no se apartan de la tierra, su mirada no se eleva por encima de este mundo donde, así como algunos son actores y otros espectadores, él no es más que un figurante.

Una de sus diversiones dominicales favoritas consiste en cumplir con las recomendaciones de los folletos publicitarios: unos baños públicos, una peluquería, un restaurante, el consultorio de una vidente, un cinematógrafo y una conferencia sobre higiene sexual llenan una de esas jornadas.

Uno de esos domingos surge la aventura amorosa hasta quie sobreviene una ruptura grotesca que lleva a Dézert al desenfreno y a planear un suicidio dominical para no incumplir su horario.

Claro que eso también le acaba pareciendo inútil porque no le haría morir del todo.


Santos Domínguez