palabras que os confirmen
vuestras ansias profundas
y os libren
de angustias permanentes.
Pero yo ya no tengo
palabras de este género.
Aceptad mi silencio: lo mejor
de mí. Huid del soplo que pronuncia,
en mi boca,
la amarga condición de lo humano.
Y, entretanto, dejadme contemplar
el vuelo de la ropa
tendida en las ventanas.
En un principio fue el verbo, y el verbo se conjugó, y se propagó. Los siglos de los siglos fueron la propagación del primer sonido. El primer sonido fue un acto: el de respirar. Un respirar sin nadie que respirase. Un acto sin sujeto. Un aliento sonoro.
Y el verbo se hizo carne: materia. Se hizo audible. Se «materializó». El mundo: sonoridad vibrante. La materia: densidad del sonido: velocidad vibratoria.
En un principio fue el verbo y el verbo poetizó: la matriz del mundo es el hueco donde impacta el primer sonido y se gesta el primer poema: la primera construcción (poíesis), la primera articulación.
[…]
No parece que quepa, hoy en día, otra poesía que la que diga el hambre. Y el terror. La desolación y la extrañeza. Que lo diga para que nos reconozcamos en ello. En comunidad. Con las cosas. En las cosas. Cosas también nosotros. La identidad colgándonos del hombro como una chaqueta raída.
Luego, como un personaje de Beckett, atender al balbuceo, como mucho.
Sobre todo, atender al silencio, ese silencio: la callada inocencia recobrada, antes del logos, el no saber cargado de compasión por los seres que viven con su hambre.
Remata la edición una Posdata en la que el filósofo Miguel Morey señala que “a lo largo de los libros que componen este libro se podrá comprobar que el trabajo de reinvención poética de Chantal Maillard es constante y manifiesto; quema sus naves una y otra vez para renacer nuevamente de sus cenizas. Aunque se mantenga en todos ellos un mismo trato con las palabras, sumamente rico y complejo, porque su relación con la lengua nunca es de rendición incondicional; lo que no parece fruto de ningún recelo en particular, sino más bien de la convicción de que no todo puede ser dicho, que no cabe todo dentro del juego del explicarse y el entenderse sólo con las palabras; aunque estas puedan llegar a indicar algo de lo que no puede ser dicho, o cuanto menos, encaminarnos en su dirección. Y, sin embargo, al leerla, nos decimos a menudo que lo que estamos leyendo no puede provenir sino del esfuerzo sostenido por entender y dar a entender.”
Santos Domínguez