21 febrero 2022

Stendhal. Diarios




Stendhal.

Diario, vol. 1.º (1801-1805)

Introducción de T. S. Norio

Traducción de Olga Novo Presa.

KRK Ediciones. Oviedo, 2015.


Stendhal.

Diario, vol. 2.º (1805)

Edición de Marceliano Acevedo.

KRK Ediciones. Oviedo, 2021.



“Leo con la mayor satisfacción las ciento doce primeras páginas de Tracy con la misma facilidad que si se tratara de una novela. Por la noche tengo un poco de fiebre; el dolor no es grande, leo durante este tiempo todo un volumen de la correspondencia de Voltaire en el gabinete literario de Saint Jorre. Estoy sin dinero, vayamos a Grenoble; pero ayer vi El Filinto, compré el Tracy, mañana pasaré tres horas con Dugazon, Duchesnois y Pacé; sigamos en París. 
Mi situación es, pues, la mejor posible incluso con un padre desalmado que permite que mi maquinaria se arruine con una fiebre cotidiana que se curaría con algunos dineros ¡Y hasta puede que este padre me ame! Si, contra toda apariencia, no es un tartufo y si, en el fondo, sólo es avaro, bonito ejemplo para mostrar en mis carnes los perjuicios que causan las pasiones que yo amo tanto”, escribía Stendhal en su diario el 11 de nivoso del año XIII. 

 Como todos los franceses de la época, en sus anotaciones utilizaba el calendario republicano que estuvo vigente entre 1792 y 1806, por lo que hay que aclarar que esa fecha corresponde al 1 de enero de 1805 Es la primera entrada que aparece en el segundo volumen de los Diarios de Stendhal, que publica KRK Ediciones con una espléndida traducción de Marceliano Acevedo. 

 El primer volumen, aparecido hace seis años, recogía los cuadernos desde 1801 hasta comienzos de 1805, con traducción de Olga Novo e introducción de T. S. Norio, que señalaba que “este primer volumen abarca los cuadernos de los años 1801-1805. En él asistimos a los intentos permanentes y fallidos de Beyle para escribir su obra en curso Los dos hombres, cuentas, chismes militares, esbozos autobiográficos, reseñas de las obras teatrales a las que asiste, planes para cortejar infaliblemente, horarios autoimpuestos para trabajar, posologías a base de quina, sanguijuelas y granos de opio para sus fiebres recurrentes (sífilis, según el dictamen más aceptado), proyectos literarios sin fin, libros, anotaciones de deudas con sastres y postillones y libreros. Están sus intentos siempre frustrados por hacerse poeta […], sus enamoramientos continuos, su temor a ser «demasiado feo», su timidez galopante, […], sus experiencias en el Ejército como funcionario y aprendiz de dandi, sus elucubraciones amatorias, sus frustradas clases de clarinete, sus lecciones de declamación, sus sueños y disgustos, sus ambiciones, su escepticismo razonado, sus ataques de melancolía al modo romántico, la obsesión por analizar las razones de cada uno de sus actos, las mil y unas cosas que llaman su atención durante un minuto o una década a lo largo del periodo en que su destino, como el de Francia, iba ligado al de Napoleón… Como en todos sus escritos íntimos, el diario está lleno de detalles insignificantes, iniciales enigmáticas, seudónimos y alusiones oscuras.” 

 “Emprendo la tarea de escribir la historia de mi vida día por día. No sé si tendré fuerzas suficientes para terminar este proyecto.” Con esas frases, escritas en Milán el 28 de germinal del año IX (18 de abril de 1801), comenzaba Stendhal el primer cuaderno de sus diarios, que mantendría hasta 1818. 

 Beyle no era aún Stendhal, pero parte de las experiencias del joven inquieto, lector infatigable, enamoradizo y curioso que se reflejan en estos diarios, admirablemente editados por KRK, pasarían a su obra. No sólo a los más autobiográficos Recuerdos de egotismo y Vida de Henry Brulard, sino también a sus dos cimas literarias, Rojo y negro y La cartuja de Parma. 

 Es un Henri Beyle algo desorientado aún, lírico y egotista, introvertido y triste que habla en ellos de su carrera militar en Italia en 1801, de su viaje de Grenoble a Ginebra y de Ginebra a París en 1804 y del tercer viaje a París en ese mismo año. 

 Recorren estas páginas una serie de temas constantes: los sueños amorosos y la aspiración a la gloria literaria, las fiebres persistentes como consecuencia de una enfermedad venérea, las deudas y los fracasos sentimentales, el descubrimiento y la celebración de Milán, los salones parisinos, las alusiones al teatro, género en el que intentó encauzar su incipiente carrera literaria con una minuciosa preparación que sin embargo no dio frutos, la observación de su temperamento y la formación de su personalidad, las alusiones a su carácter nervioso y melancólico, violento y tímido, la vida social, la asistencia a representaciones teatrales, los amores diversos, entre los que destaca su relación con la actriz Melanie Guilbert, o reflexiones como estas, del 30 de pradial del año XIII (19 de junio de 1805): 

 Tu verdadera pasión es la de conocer y experimentar. Nunca ha sido satisfecha. 

 Cuando te impones el silencio, encuentras pensamientos; cuando te impones como ley el hablar, no encuentras nada que decir.

 O como esta otra con la que cierra el diario de 1805 el 10 de nivoso del año XIV, el último del año: 

 Me parece que actualmente observo mejor. 

 “Es un lugar común de la crítica -escribe T. S. Norio en su introducción- considerar que a Stendhal lo conocemos mucho mejor que sus contemporáneos. De pocos personajes de la historia, no solo escritores, se conocen tantos ‘detalles exactos’. A lo largo de los últimos cien años, legiones de stendhalianos han investigado cada dato sin llegar, muchas veces, a ninguna conclusión certera. Se discute sobre cuartos de hora, sobre el color de la levita que viste en tal o cual ocasión, sobre la calidad del terciopelo milrayas de sus calzones, sobre el precio de una cena. Pero poco ha de importarle esto al lector. Cambia el ropaje, pero las sensaciones que intenta atrapar este Marie-Henri Beyle cuando se prepara para asistir a un concierto o a una cita amatoria son, doscientos años después, con una exactitud desconcertante, las nuestras, y la naturalidad con que las refiere nos aproxima tanto al personaje que termina convirtiendo casi en un vicio leerle. […] En ese querer poner la vida siempre por delante de la literatura radica precisamente la cercanía adictiva de su literatura.”


Santos Domínguez 


 

18 febrero 2022

Kiko Amat. Los enemigos


Kiko Amat.
Los enemigos. 
O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad. 
Nuevos Cuadernos Anagrama. Barcelona, 2022.


“La premisa fundamental de este pequeño libro es de una simplicidad pasmosa: tener enemigos puede resultar útil. Yo los tengo, vivo entre ellos desde que desarrollé el uso primigenio de mi conciencia, y no me ha ido mal del todo. Mi vida entera ha transcurrido, desde mi más tierna mocedad, con la percepción clara de que el mundo estaba polarizado en friend or foe, gente a quien amar y gente a quien odiar (con un océano de humanidad irrelevante, o simplemente desconocida, entre ambos continentes). Esta visión, esta (a menudo ingrata) Weltanschauung, era para mí certeza, no conjetura o abstracción: dichos enemigos tenían nombres y apellidos (aunque su enemistad estuviese definida por mi paranoia o traumas o neuras, más que por actos demostrables empíricamente y realizados, desde su lado, por ellos). Dicho de otro modo: existían, y no en la forma de demonios folclóricos abstractos, productos hiperbólicos de la paranoia y el pánico social. 

 La certeza de que siempre existía un opuesto, un enemigo, contra el que enfrentarse o en quien reflejarse, ha marcado mi comportamiento y destino y relaciones sociales y la forma en que crecí, y por consiguiente también mi oficio y mi obra literaria. La mayoría de mis creaciones, también la mayoría de mis acciones en general, han estado sujetas a la contraposición con un antípoda. Mi blanco existe porque siempre he creído que al otro lado estaba el negro, y viceversa. Soy lo que soy porque no soy eso. Hago esto porque no es aquello: lo contrario de mi esencia. 

 Este librito es, así, un intento de comprender la enemistad, la obsesión con lo antipódico, las acciones por despecho y el odio (con ocasional elevación) que acompaña a la mencionada posición vital”, escribe Kiko Amat en el prólogo de Los enemigos. O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad, que publica en Nuevos Cuadernos Anagrama. 

Desde los opuestos naturales que “irradian desaprobación” hasta los enemigos estériles o evaporados, este es un manual de uso inteligente y punzante para entender conductas como la simulación y la impostura, el narcisismo y la adulación, y algunas claves de la condición humana, de la amistad transitoria y de la enemistad irreconciliables, las reacciones de despecho y el ejercicio del odio como fuerza motriz, la venganza constructiva y el desquite, “pues los enemigos son útiles, y pueden emplearse para el progreso creativo y personal.”

Y es que, aunque hay un evitable odio puramente destructivo, entre las ventajas más aprovechables de tener enemigos destacan el fomento de la autocrítica y la vigilancia para no darles oportunidades de satisfacción. Por eso, explica Kiko Amat, excepto en la enemistad estéril que anula la reacción y no sirve como “combustible para un objetivo concreto”, “los enemigos mejoran tu obra, […] te endurecen, te hacen más aplicado.”

Escrito con una mezcla explosiva de humor y rabia, Los enemigos es una aguda reflexión sobre “la utilidad del rencor y la venganza (la tirria indeleble como eficaz motor vital y artístico)” y una divertida taxonomía que distingue entre “los enemigos equivocados, los enemigos usables, los enemigos naturales, los enemigos invisibles (enemigos con piel de amigo), los enemigos instantáneos y más.”

Porque “lo cierto es que necesitamos a los enemigos, incluso cuando les hemos mantenido cerca por las razones equivocadas, tomándoles por lo contrario de lo que eran.”

Santos Domínguez 


16 febrero 2022

Anthony Powell. Una danza para la música del tiempo


 

Anthony Powell.
Una danza para la música del tiempo. 
I. Primavera. II. Verano.
III. Otoño. IV. Invierno.
Traducción de Javier Calzada.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2022.

Una danza para la música del tiempo se titula este cuadro que Nicolas Poussin  pintó entre 1634 y 1636 por encargo de Giulio Rospigliosi, el futuro papa Clemente IX, que al parecer indicó al pintor su iconografía.

Esa pintura se conserva en la Colección  Wallace de Londres y de ella toma su nombre el monumental ciclo de doce novelas que el escritor inglés Anthony Powell (1905-2000) reunió en cuatro volúmenes (Primavera, Verano, Otoño, Invierno), que responden al título con que también fue conocido el alegórico cuadro de Poussin: La danza de las estaciones o La imagen de la vida humana. 

Cuatro figuras que representan la pobreza, el trabajo, la riqueza y el placer bailan en corro al amanecer y al son de la lira que toca el tiempo a la derecha de la composición. Los cuatro danzantes son también una representación circular de la vida humana simbolizada en la sucesión de los cuatro estaciones.

 Así evoca ese cuadro, cuyo sentido podría aplicarse también al impresionante ciclo narrativo de Powell, el narrador Nick Jenkins en la primera novela, Un problema de formación:
 
Por alguna razón, el espectáculo de la nieve cayendo sobre el fuego siempre me hace evocar el mundo antiguo —legionarios envueltos en pieles de oveja calentándose junto a una fogata: improvisados altares en los montes donde las ofrendas resplandecen entre columnas en la intemperie invernal; centauros con antorchas en las manos, galopando por la orilla de un mar helado—, formas dispersas, inconexas, de un pasado fabuloso e infinitamente alejado de la vida real, y que sin embargo traen consigo recuerdos de cosas reales e imaginadas. Estas proyecciones clásicas, y algo en las actitudes físicas de los propios hombres al alejarse del fuego, me sugirieron de pronto aquella escena pintada por Poussin en la que las Estaciones, dándose la mano y mirando hacia fuera, danzan al ritmo de las notas de la lira que toca el viejo alado y desnudo de la barba gris. Y esta imagen del Tiempo me hizo pensar en la mortalidad, en unos seres humanos con las manos unidas mirando hacia fuera como las Estaciones y moviéndose a un intrincado ritmo: despacio, a veces, y metódicamente; torpes y tímidos otras, pero con evoluciones de perceptible traza; o bien lanzándose a giros y giros de incomprensible significación, con parejas que desaparecen y reaparecen como única constante del espectáculo: incapaces de controlar la melodía…, incapaces tal vez de dominar los pasos de la danza. Todas estas asociaciones clásicas me hicieron pensar también en mis tiempos escolares, donde tantas fuerzas hasta entonces desconocidas habían acabado por manifestarse, en su momento, con una claridad meridiana.
 





Escrita durante tres décadas y publicada entre 1951 y 1975, la serie narrativa que Powell agrupó en las cuatro trilogías estacionales es un apabullante e irónico fresco de la sociedad británica. Estas son las doce novelas:

 Un problema de formación (1951), Un mercado de compradores (1952), El mundo de la aceptación (1955), En casa de Lady Molly (1957), El restaurante chino Casanova (1960), Los bondadosos (1962), El valle de los huesos (1964), El arte del soldado (1966), Los filósofos militares (1968), Los libros sí amueblan una habitación (1971), Reyes temporales (1973) y Escuchando armonías secretas (1975).

Con una equilibrada combinación de de autobiografía y ficción, de profunda introspección y agudo reportaje social, el ambicioso ciclo novelístico, ambientado entre 1921 y el otoño de 1971, está narrado con humor sutil, distancia irónica y mirada retrospectiva por su protagonista, Nicholas Jenkins, un alter ego de Powell, y se sostiene sobre un portentoso despliegue de más de trescientos personajes.

Entre ellos sobresalen unas cuantas figuras inolvidables que se perfilan con mayor entidad en un conjunto narrativo que, entre la evocación y el presente, aborda las costumbres de la alta burguesía urbana inglesa, las conflictivas relaciones entre el individuo y la sociedad y los vínculos entre los personajes sobre un cambiante fondo humano, político y cultural.

Así resume Powell por boca del narrador Jenkins el enfoque adecuado para la escritura de estas novelas: 

Y empecé a reflexionar sobre la complejidad de escribir una novela sobre la vida inglesa, un tema de suficiente dificultad como para tener que abordarlo con la autenticidad del más crudo naturalismo, y mucho más aún si se pretende expresar la verdad íntima de las cosas observadas. […] Las intrincadas complejidades de la vida social hacen que las costumbres inglesas no sean susceptibles de simplificación, en tanto que el doble sentido y la ironía -presentes en la conversación de todas las clases sociales de la isla- trastornan el énfasis normal del lenguaje escrito.

Personajes como el obeso antihéroe Kenneth Widmerpoll, un arribista despreciable con cuya muerte se cierra la última novela; el compañero y amigo de Nick, Peter Templer, y su hermana Jean, los Tolland, los Stringham, Pamela Flitton, Hugh Moreland o el doctor Trelawney, integran una parte sustancial del poderoso universo narrativo de Una danza para la música del tiempo, que tuvo una excelente acogida de público y crítica.

Quizá sea un exceso equiparar este ciclo con A la busca del tiempo perdido. Comparten ambición y potencia narrativas, ficción y autobiografía, aunque artísticamente están a mucha distancia. Pero eso no debería provocar el desprecio de estas novelas que son también alta literatura y figuran sin duda entre las imprescindibles de la literatura inglesa contemporánea.
 
“Mientras los lectores devotos lamentan su muerte, nuestros pensamientos deben ser de gratitud por todo el placer que nos ha dado”, escribió Anthony Curtis, crítico del Financial Times, a la muerte de Anthony Powell.

Compactos Anagrama recupera esta obra fundamental de la literatura inglesa del siglo XX con las magníficas traducciones de Javier Calzada en los cuatro volúmenes que llegan hoy a las librerías.

 Santos Domínguez 


14 febrero 2022

Béla Hamvas. La obra de una vida

 


Béla Hamvas.  
La obra de una vida.
Selección y traducción de Adan Kovacsics.
Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2022.

La verdadera obra es póstuma. Mientras su creador vive, también la obra se impregna de la ilusión que a todo ser vivo le viene dada con la vida. Porque mientras uno vive únicamente posee la vida, que solo se convierte en destino después de su muerte. Y el tema de la obra es lo cerrado y lo acabado y el destino. Conocemos obras que pueden resultar significativas cinco minutos antes de la muerte de su autor; cinco minutos después ya han desaparecido. Por otra parte, hay obras de las cuales no se sabe nada durante cien años y de repente parecen haber sido creadas hoy mismo. No deben verse las ventajas de aquello en lo que uno ha puesto la vida. No existe diferencia de edad entre las grandes obras. Todas las grandes obras son de una y la misma época. Todas las grandes obras están siempre presentes. Todos los grandes obras son mis coetáneas.

Ese párrafo, casi profético, pertenece al texto “La obra de una vida”, del escritor, filólogo y pensador húngaro Béla Hamvas (1897-1968). Lo escribió al final de su vida, en 1966, y cierra la recopilación de ensayos que con ese mismo título y selección y traducción de Adan Kovacsics publica Ediciones del Subsuelo, que hace cinco años editó La melancolía de las obras tardías.

Represaliado por la dictadura comunista, que le destituyó de su puesto de bibliotecario municipal en Budapest y prohibió durante décadas la difusión de su obra, redescubierta póstumamente en los años ochenta, Hamvas es un autor central en la literatura húngara del siglo pasado, un pensador profundo y deslumbrante, un sabio de inagotable curiosidad intelectual y de vastísima cultural que enlaza con la mejor tradición del espíritu europeo que cimentaron los griegos en el siglo V a. C.

Porque, como recuerda Kovacsics en su prólogo, Hamvas “fundó con el filólogo clásico Karl Kerényi un círculo animado por los ideales griegos clásicos del heroísmo y la belleza […] La colaboración dio pie a la publicación de la revista llamada, como el propio círculo, Sziget (Isla). A ese periodo de los años treinta pertenecen algunos de los textos aquí publicados: los artículos sobre Schumann y Montaigne así como ‘Días dorados’, ‘El huerto’, ‘El templo de Alfaya’ , ‘El platonismo de la escritura’. No es desde luego casual que el círculo se llamara ‘Isla’. La idea motriz era una alianza de pensadores, estudiosos, escritores y artistas reunidos en una isla para mantener encendida la llama del espíritu en un tiempo de crisis profunda, política, social y cultural.”

Y esas aptitudes las proyectó en la enorme variedad de intereses artísticos y culturales que reflejan sus escritos, en la amplitud de sus horizontes vitales, literarios y filosóficos, desde el lugar fronterizo de Montaigne al desgarro doloroso de la música de Schumann, desde “la filosofía de lo verde” en el solitario y místico Wordsworth a la música de Liszt, que “rebosa de mentira”; desde la observación de los ciclos naturales a la crítica de arte, desde el platonismo de la escritura de Hölderlin al orfismo de Dante, desde el teatro de Shakespeare a la pintura de Velázquez, desde Aristófanes a Stravinski.

“La presente recopilación -escribe Adan Kovacsics en el prólogo- procura ofrecer una muestra de la amplitud de sus intereses y conocimientos, en arte, en literatura, en música, en filosofía, en historia de las religiones.”

Esa diversidad de temas la despliega Hamvas con excepcional hondura intelectual y admirable brillantez expositiva, con un estilo transparente y con rasgos constantes como la defensa del legado cultural y espiritual desde la antigüedad frente a la crisis europea de su tiempo, la búsqueda de la vida plena y la esencia trascendente de lo real o la síntesis de la tradición occidental y la oriental en el proyecto universalista que caracteriza su obra, que gira en torno a la unidad del espíritu humano y a la busca del alma primigenia, como en Orfeo, al que dedica un memorable ensayo que escribió entre 1932 y 1942 y que se recoge en esta selección.

Y al fondo de todas estas páginas, frente al paisaje o en la pura meditación, Hamvas proclama una renovada afirmación del vitalismo, como en este párrafo:

El milagro más grande del mundo es la alegría. Y más grande aún es el milagro de que la alegría viva de la melancolía. Esa es la paradoja más sublime de la existencia.

Una magnífica celebración de la inteligencia y la música, de la literatura y la vida, que contiene páginas antológicas sobre la naturaleza, como esta, de ‘Jazmín y olivo’:

El verdadero calendario es el creado por el tránsito del sol a través de los signos del zodíaco. La primavera principia el 21 de marzo. Todos los cambios sustanciales se producen en torno al día 21. Y también cuando el sol se halla en el centro del signo, esto es, alrededor del día ocho. El 8 de marzo es cuando comienzan a cantar los mirlos. El 8 de abril empieza el ruiseñor y florece la almendra. El 8 de junio, san Medardo, es el comienzo de la lluvias veraniegas. El 8 de agosto, la culminación de la canícula, el momento de las fiestas populares ancestrales. El 8 de septiembre se marchan las golondrinas. El 8 de octubre callan los grillos. El calendario gregoriano no vale nada. La naturaleza vive según el calendario de la tradición.

O esta otra, del espléndido ensayo inicial, ‘Arlequín’: 

En todas las artes aparece junto al elemento del orden, de la disciplina y de la contención el elemento  sugerente. Es el arte mágico que de vez en cuando irrumpe y que casi ha arrasado al orfismo en Europa. El arte mágico no refrena, sino que sugiere. No es racional, sino imaginativo. No vive en la armonía, sino en la ebriedad. No busca la certeza, sino el entusiasmo. Libera las fuerzas que alcanza.

[…]

¿Es la ebriedad del poeta el estado natural de la vida? Sí. ¿Es la pasión del amor el estado natural de la vida? Sí. ¿Es el entusiasmo el estado natural de la vida? Sí. ¿Por qué? Porque la lógica de la existencia es paradójica.

Santos Domínguez 


11 febrero 2022

Percy B. Shelley. Donde están los Eternos


 Percy B. Shelley.
 Donde están los Eternos. 
Poesía selecta. 
Edición bilingüe. 
Traducción y prólogo de José Luis Rey. 
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.


Él se alzó por encima de las sombras
nocturnas; la calumnia, la envidia, el odio, nada
de aquella angustia que llamamos goce,
nada puede tocarlo ni torturarlo ya.
Ahora ya está a salvo; la vida no lo mancha;
no será viejo el corazón y no
serán canosos sus cabellos nunca;
e incluso al extinguirse el fuego del espíritu
su apagada ceniza reposará en la urna
por la que nadie más ya llorará.


Esa estrofa de Percy B. Shelley (1792-1822) forman parte de su Adonais, la memorable elegía que dedicó a Keats en 1822. Terminaba con estos versos:

…Y ya soy absorbido,
arrastrado por esa misma fuerza
hacia la oscuridad y hacia el temor.
Pero, ardiendo a través de ese último velo
del Cielo hay un alma que me guía:
la de Adonais, que brilla como estrella,
y como un faro alumbra desde aquella morada
donde están los Eternos.


De ese último verso, que cierra los casi quinientos de la larga composición fúnebre, toma su título la magnífica edición bilingüe de la Poesía selecta de Shelley que publica Reino de Cordelia con traducción y prólogo del poeta y traductor José Luis Rey, que la define como “la antología más extensa y abarcadora de Shelley en nuestro idioma” y confiesa que “desde mi adolescencia he amado la poesía de Shelley (su maravilloso ‘Himno a la belleza intelectual’ fue la primera obra suya que me deslumbró) y he sido un ferviente admirador también de la persona, no solo del poeta. Él lo escribió: «el eterno universo de las cosas». Quién sabe si ese universo eterno no acabará siendo, también, el del espíritu.”

No podía imaginar Shelley que pocos meses después de escribir esa elegía él mismo sería enterrado -tras una extraña muerte, ahogado en el Golfo de los Poetas-, en Roma, junto a la tumba de Keats, a quien dedicó estas palabras en el Prefacio que presentaba su Adonais: “John Keats murió en Roma de tuberculosis a la edad de veinticuatro años, en 1821; y fue sepultado en el romántico y solitario cementerio de los protestantes de Roma, bajo la pirámide que es la tumba de Cestio y los fuertes muros y torres, ahora en ruinas y desolados, que conformaban el recinto de la antigua Roma. En medio de la ruinas está el espacio abierto del cementerio, cubierto en invierno de violetas y margaritas. Caería uno enamorado de la muerte solo de pensar en ser enterrado en un lugar tan dulce.”

Rebelde y esquivo, cultivador de un malditismo satánico, agitador y provocador, combinó el escepticismo, el materialismo y el idealismo platónico que alcanzó su cima en el magnífico Himno a la belleza intelectual, una emocionada exaltación de la poesía y la belleza, en el que ocupa un lugar central esta estrofa, en la espléndida traducción de José Luis Rey:

Esperanza y Amor, y la Autoestima,
pasan como las nubes, prestadas un momento,
como si el hombre fuera inmortal, poderoso,
pero Tú,
a quien no conocemos y tememos,
con gloria te has sentado allí en su corazón.
¡Oh Mensajera de la compasión,
que crece y que decrece en los amantes,
Tú, nutrición del pensamiento humano,
como la oscuridad a una vela apagándose!
No te vayas de aquí como vino tu sombra,
no te vayas, no sea que la tumba
como el miedo y la vida llegue a ser
la oscura realidad.


Creador de una poesía de paisajes mentales abstractos e interiores, Shelley combinó en la intensidad lírica de su escritura el pensamiento y el sentimiento, la imaginación visionaria y la búsqueda de la belleza, la espiritualidad, la rebeldía y el ímpetu revolucionario. Desarrolló lo mejor de su obra entre 1816 y 1822, desde el memorable Montblanc y el Himno a la belleza intelectual hasta Adonais y los tercetos alegóricos y visionarios del inacabado, ambicioso y profundo El triunfo de la vida, quizá la cima de su poesía y su pensamiento.

Shelley es -las palabras son de Harold Bloom- “ un poeta único, uno de los más originales que haya en la lengua inglesa, y en muchos aspectos es el poeta propiamente dicho, tanto como el que más en el idioma.”

Santos Domínguez

09 febrero 2022

Un viaje sentimental al jerez


Vicente Quirante Rives.
Un viaje sentimental al jerez.
Editorial Confluencias. Almería, 2021.

Ojalá tengáis ingenio para hacerlo; valdría más que vuestro ducado. A fe que este mozo impasible no me aprecia, ni hay quien le haga reír. No es de extrañar: no bebe vino. Estos jóvenes tan sobrios no llegan nunca a nada, pues se enfrían tanto la sangre con bebida floja y comen tanto pescado que pillan una especie de clorosis masculina y, cuando se casan, sólo engendran mozas. Suelen ser necios y miedosos, como algunos lo seríamos si no fuera por los estimulantes. Un buen jerez produce un doble efecto: se te sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan, volviéndola aguda, despierta, inventiva, y llenándola de imágenes vivas, ardientes, deleitosas, que, llevadas a la voz, a la lengua (que les da vida), se vuelven felices ocurrencias. La segunda propiedad de un buen jerez es que calienta la sangre, la cual, antes fría e inmóvil, dejaba los hígados blancos y pálidos, señal de apocamiento y cobardía. Pero el jerez la calienta y la hace correr de las entrañas a las extremidades. Ilumina la cara, que, como un faro, llama a las armas al resto de este pequeño reino que es el hombre, y entonces los súbditos vitales y los pequeños fluidos interiores pasan revista ante su capitán, el corazón, que, reforzado y entonado con su séquito, emprende cualquier hazaña. Y esta valentía viene del jerez, pues la destreza con las armas no es nada sin el jerez (que es lo que la acciona), y la teoría, tan sólo un montón de oro guardado por el diablo, hasta que el jerez la pone en práctica y en uso. De ahí que el príncipe Enrique sea tan valiente, pues la sangre fría que por naturaleza heredó de su padre, cual tierra yerma, árida y estéril, la ha abonado, arado y cultivado con tesón admirable bebiendo tanto y tan buen jerez fecundador que se ha vuelto ardiente y valeroso. Si yo tuviera mil hijos, el primer principio humano que les enseñaría sería el de abjurar de las bebidas flojas y entregarse al jerez.

Con ese memorable monólogo de Falstaff en la segunda parte del Enrique IV de Shakespeare, que invocaban Harold Bloom y Anthony Burgess mientras bebían coñac Fundador en las madrugadas neoyorquinas, arrancan las primeras páginas de Un viaje sentimental al jerez, el estupendo libro que José Vicente Quirante Rives publica en la editorial Confluencias en torno a la denominación de origen más antigua de España.

Desde Fernando Quiñones y Caballero Bonald no se han escrito unas páginas tan admirables como estas sobre los vinos de Jerez, Sanlúcar, Chiclana y el Puerto de Santa María, que completan este viaje sentimental que homenajea a Laurence Sterne, “ese viajero sensible” con el que “aprendimos que se trata de observar las propias emociones para conocernos mejor, y no de anotar los monumentos que encontramos por el camino.”

Un viaje a los tabancos jerezanos y a las medias botellas de fino, que “no es vino de taberna”, como dejó escrito Pedro Domecq en un libro de 1902, sino “una navaja al corazón”, a las costas sanluqueñas y a la manzanilla, “el vino de la alegría”, con sus recuerdos de yodo y de salitre, o al vino chiclanero, tan “hondo, que se agarra al paladar y a la memoria.”

También un viaje iniciático, entre la tradición y la vanguardia, de los fenicios gaditanos a los enólogos actuales, en busca del “gran jerez” y su amargor bueno y difícil, por vinos secos o dulces, generosos y lentos, por el velo de flor y la crianza biológica, por el milagro blanco de la tierra albariza, por la finura sanluqueña y la concentración jerezana, por el Barrio de Santiago y las salinas de Bonanza, por los amplios pagos con colinas blancas de viñas de uva Palomino o Pedro Ximénez y la orilla de Bajo de Guía frente al Coto de Doñana, las bodegas y las botas de solera de la extensa geografía del Marco de Jerez, por los vientos de levante y de poniente, por el Guadalquivir y el Guadalete, por las casas arrumbadas que “encierran la memoria de las vendimias antiguas”, por el flamenquito de Sanlúcar y el flamenco jondo de Jerez, por la cartuja para la que pintó Zurbarán algunas de sus obras más memorables y por el convento de carmelitas donde se guardó el manuscrito Sanlúcar del Cántico Espiritual sanjuanista:

Sanlúcar abierta y Jerez ensimismado, Sanlúcar jaranera y Jerez hondo, Sanlúcar fina y Jerez concentrado. Los palacios entornados de la calle Francos y el vértigo abierto de la Cuesta de Belén. El refinamiento elegante de la venencia de ballena y plata en Jerez frente a la orgullosa rusticidad de la caña sanluqueña. Entre Sanlúcar y Jerez se dan los pares de opuestos con los que percatarse de la realidad completa.

Y sobre todo un viaje por la literatura, la música y la cultura del vino, por el jerez global anterior a la globalización, por el presente y el pasado de una creación tan ligada a la civilización como esa, que era la bebida civilizadora de los griegos, como sabía Homero y desconocía Polifemo muchos siglos antes de estos tiempos agitados y vertiginosos: “El pan y circo de los romanos ha dado paso a nuestro fútbol y cerveza; la complejidad del buen jerez casa mal con la aceleración del mundo que nos ha tocado vivir. Pero quedará siempre la excelente minoría de los bebedores indómitos que apuesta por la grandeza del jerez a pesar de todo, como los amanuenses medievales conservaron el saber antiguo durante los tiempos oscuros.”

Hybris jerezana se titula un breve capítulo en el que el autor hace una lectura del mundo de los cosecheros, bodegueros y extractores jerezanos en clave mitológica. Escribe allí estas líneas:

La solera atesora la identidad de la bodega y las sacas excesivas empeoran la calidad del vino que conservan. El vino se achica en la solera que anda de prisa. Es la ética de Jerez, donde la desmesura se paga como en una tragedia griega. González desempeñó el papel del precavido Dédalo y Domecq fue Ícaro.

Sí -escribe José Vicente Quirante- lo sabían y escribieron, entre otros, Somerset Maugham y T. S. Eliot, el jerez es la bebida civilizada. 

Y para beberlo -añade en otro lugar- “no hay que esperar una ocasión, porque basta con abrir la botella para que comparezca la ocasión.”

Salvando las distancias, lo mismo ocurre con este magnífico Viaje sentimental al jerez.


Santos Domínguez 


07 febrero 2022

Velázquez. El arte nuevo

 



Velázquez. 
El arte nuevo.
Fundación Amigos del Museo del Prado.
Editorial Crítica. Barcelona, 2022. 

Diego Velázquez es el pintor español anterior a Francisco de Goya del que nos ha quedado un mayor número de referencias documentales que le atañen directa o indirectamente. El llamado Corpus velazqueño recogía en el año 2000 en torno a quinientas entradas documentales elaboradas en vida del artista. Es un caudal muy copioso, que permite seguir la carrera administrativa del pintor e identificar su entorno, los hitos principales de su vida familiar, sus finanzas, así como datos importantes sobre sus encargos o el destino de sus obras.

A esta riqueza documental hay que añadir las alrededor de ciento treinta obras originales que nos quedan de él, y un número superior de piezas que se relacionan de un modo u otro con su trabajo. Como gran parte son retratos de personajes conocidos, y de muchas obras que no lo son existe documentación, es posible fechar casi toda su producción con escaso margen de error. Eso hace que nuestra imagen profesional de Velázquez sea bastante completa. Y, sin embargo, sigue siendo un pintor profundamente enigmático desde muchos puntos de vista.

Con esos dos párrafos comienza Javier Portús su artículo “Velázquez, el arte nuevo y los límites de los géneros”, uno de los diecinueve ensayos que forman parte del espléndido volumen Velázquez. El arte nuevo, que recoge el ciclo de conferencias que se desarrolló entre octubre de 2020 y marzo de 2021 organizado por la Fundación Amigos del Museo del Prado, que coedita con la Editorial Crítica este monumental libro que incorpora en su parte central un espectacular cuadernillo con sesenta y cuatro páginas de magníficas ilustraciones.

A abordar la figura y la obra de ese “pintor profundamente enigmático” y a hacerlo “desde muchos puntos de vista” se dedica esta colección de textos firmados por los mejores especialistas -de John Elliot a Fernando Marías, de Fernando Bouza a Peter Cherry, de Pierre Civil a David García Cueto-, que escriben sobre la singularidad artística y la técnica compositiva de Velázquez, sobre la importancia y el significado sus bodegones o el tratamiento iconográfico de su pintura religiosa y los espacios devocionales a los que se destinaba, sobre su relación con el poder y su ascenso a los niveles más altos de la corte, sobre las modalidades y funciones de los retratos regios y las conversaciones pictóricas de sus desafiantes cuadros de enanos y bufones, deformes o ‘locos naturales’; sobre obras tan principales como Las meninas, La rendición de Breda, La fragua de Vulcano Las hilanderas, sobre su entorno artístico y sus conexiones con textos literarios o sobre los decisivos viajes a Italia; sobre sus rasgos estilísticos, sus recursos cromáticos o el tratamiento de la luz; sobre su imagen en la literatura -de Quevedo a Unamuno o Buero Vallejo- y en el cine, su fortuna crítica o la influencia que ha ejercido en la pintura contemporánea, en Manet, Picasso o Bacon.

La atención a la biografía, al contexto histórico, artístico y cultural y sobre todo a la obra del pintor con enfoques plurales que permiten abordar las claves de su trayectoria vital y artística se equilibran en este libro llamado a convertirse en texto de referencia de la bibliografía sobre Velázquez, un autor que elaboró una obra pictórica decisiva en la historia del arte universal.

Porque, como señala Miguel Falomir, director del Museo del Prado en el texto introductorio, “a través de los textos contenidos en esta publicación, se realiza un recorrido por la vida y obra de Velázquez bajo una amplia variedad de perspectivas que abordan los géneros pictóricos que trató, el ambiente social y artístico en el que se desenvolvió, los recursos narrativos y compositivos de sus pinturas, la relación que mantuvo con los principales géneros pictóricos, así como la influencia que ejerció en las generaciones posteriores de artistas. La participación de algunos de los más destacados especialistas en su figura nos permite, a través de las páginas de este libro, redescubrir los aspectos fundamentales de la producción de Velázquez y las claves en torno a los que se articulan sus principales contribuciones a la historia de la pintura.”

Santos Domínguez 


04 febrero 2022

David Huerta. El desprendimiento


David Huerta.
El desprendimiento.
Edición del autor y de Jordi Doce.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.

“El mejor poema del mundo es una red que se ha tejido en nuestra mente con esos elementos: está ahí, aquí, a nuestro alcance. A los significados, sensaciones e imágenes puede uno agregar otros componentes, como el ritmo, la melodía de las palabras o las frases, el poder de evocación del poema, su gravitación en nuestras vidas para iluminarlas o cifrarlas y dejarlas encerradas en un vaso que siempre tenemos cerca para saciar nuestra sed de poesía El mejor poema del mundo tiene la belleza del agua, es decir: del rasgo distintivo, el más sobresaliente, en el diseño de nuestro planeta, como dice el poeta Joseph Brodsky. 
[…]  
Quien toque con una mano trémula el mejor poema del mundo toca a los seres humanos y en ellos, en su poderosa fragilidad, toca también la luz de la mente. El poema está ahí, donde ellos estén; ese poema inmenso está animado, trabajado continuamente por la difícil, vigorosa, exigente y gozosa tarea del pensamiento, exaltado en la fluidez irradiante de las ideas. El poema es de una diversidad vertiginosa, el opuesto perfecto del obtuso, lerdo y estéril monólogo del poder. Por eso es importante la poesía, espejo de todo contrapoder." Esos párrafos pertenecen al discurso de aceptación que leyó David Huerta (Ciudad de México, 1949) en Guadalajara el 30 de noviembre de 2019, cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. 

 Lo recoge íntegramente el apéndice a El desprendimiento, la amplia y muy cuidada antología poética de su obra entre 1972 y 2020 que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía en edición del autor y de Jordi Doce, que explica la razón del título en su introducción: “El diccionario de la RAE define ‘desprendimiento’ como ‘acción de desprender o desprenderse.’ También como ‘desapego, desasimiento de las cosas.’ Por último, como ‘largueza, desinterés, generosidad.’ El título de nuestra antología remite primeramente a esta tercera acepción, que es una resultante del entusiasmo de su autor y su capacidad para el desbordamiento y el derroche verbales, expresión de un vitalismo que explica su enorme ascendiente entre las nuevas generaciones de poetas mexicanos, muchos de los cuales han sido alumnos suyos o participantes en los numerosos talleres de escritura que ha dado por todo México. La vitalidad de Huerta está ligada a un sentimiento de gratitud y a la noción de poesía como arte colectivo, apoyado en una tradición que a su vez genera una comunidad de espíritus afines. Todo su discurso de recepción del Premio FIL de Literatura está recorrido por ese hilo afectivo de agradecimiento que implica formar parte, saberse parte, de un gremio ilustre." 

 Entre la delicada escritura inicial de El jardín de la luz y el despojamiento expresivo de El cristal en la playa transcurren casi cincuenta años de escritura que quizá alcanzan su mejor momento en los versos torrenciales de Incurable, un libro vertebral en la trayectoria de David Huerta. Se publicó en 1987 y comienza con estas potentes estrofas: 

 El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.

El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.

En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración, 
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso, 
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.

Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo, 
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido; 
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo, 
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar; 
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino; 
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado, 
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio; 
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras...


Se reúnen en esta muestra los diversos registros que marcan la evolución de David Huerta y su diálogo con la tradición de la que se siente parte: el verso corto y el poema breve de El jardín de la luz o Canciones de la vida común; los versículos torrenciales de Cuaderno de noviembre, donde encontró su voz personal, y de Incurable, un libro monumental y caudaloso, laberíntico y onírico; la experimentación formal de Versión; la inflexión que supuso en su trayectoria La música de lo que pasa; la mayor contención formal y el rebajamiento del onirismo desbocado y visionario que significan El azul en la flama, La calle blanca y Canciones de la vida común, que incorporan poemas amorosos y elegíacos o textos de homenaje que reafirman el sentimiento de pertenencia a la tradición poética; los poemas en prosa de El ovillo y la brisa, entre lo narrativo y lo meditativo; la reunión de experiencias expresivas que refleja Los instrumentos de la pasión, donde conviven las líneas centrales de la poesía de Huerta. 

 De ese libro forma parte un magnífico ‘Perro de Goya’, que comienza con estas estrofas: 
 
De su perfecto hocico saldrá, cuando menos lo esperemos,
un murmullo de Eclesiastés. 
 
De su pelaje temerario saltarán las chispas 
de las Revelaciones. Ángeles y arcángeles
como gatos ciclópeos, asustadizos y, por eso mismo, tiránicos,  
 
serán conducidos a los callejones salvíficos
y a los pasillos del oprobio punitivo
por la mansedumbre de este can visionario. 
 
 Hundido en el nacimiento de los colores
como en un prado sublime, este animal ha visto los desastres de la guerra,
los caprichos de la razón,
extraños frutos en los árboles,
los calderos y gritos de los aquelarres. 
 
 Es la primera vez que se publica en España una muestra tan amplia de la obra del poeta mexicano, que integra ejemplarmente tradición y modernidad en poemas como este, de su espléndido Cuaderno de noviembre: 
 
Humo de rosas quemadas en el jardín donde hemos conocido a la noche 
con brazos más extraños que la palabra Deseo,
donde sobrevive un aire de recuerdo inútil,
mordido por la venenosa fragilidad que distribuye la sombra al pasar,
cuando el frío se transforma en una cercanía igual a una oscura 
concavidad
y nuestros ojos tienen un color escondido que respira con un fulgor 
desnudo y desconcertante.

Este frío ha llegado para sembrar una vinculación que necesitaremos 
cuando el indicio de la soledad nos imprima en la boca un largo 
sabor de quemadura.
La 'estatua de la memoria' se esfuma en medio del día que
retrocede, 
bajo el viento larguísimo y exhausto. El mar de la ciudad pronuncia
sus palabras, crecidas como muescas, 
en el sopor del otoño, y los nombres caen brillando: incrustaciones
blancas en un gran sueño negro.
Sorda es la sombra, encajada en la sal de la noche que es 
redonda como un charco y está sobre la cabellera del espejo,
mojada en chispas, 
depositada en los ojos como una donación de palabras desiertas.

Su amplia obra poética, en constante evolución formal y temática, métrica y tonal, es poco conocida fuera de México, de ahí la oportunidad de este volumen, que incorpora cuatro inéditos y ofrece, en palabras del editor, “la primera ocasión que tiene el lector hispanohablante de acceder de manera accesible y ordenada a una de las grandes voces de la poesía contemporánea en nuestro idioma.”

 Santos Domínguez 


02 febrero 2022

Chéjov. Los mejores cuentos

  

 

Antón Chéjov.
Los mejores cuentos.
Selección, traducción y prólogo 
de Ricardo San Vicente.
Alianza Editorial. Madrid, 2022.

El 15 de julio de 1904, en la habitación de un hotel de Badenweiler, Anton Chéjov, uno de los maestros universales del cuento, pasaba sus últimas horas de vida junto a Olga Knipper y una botella de champán que les mandó el médico como última terapia. ‘¿Para qué poner hielo sobre un corazón vacío?’, dicen que dijo, casi al final. Una frase que parece sacada de uno de sus cuentos porque la podría haber pronunciado alguno de sus personajes.

Acababan así la vida y la escritura del padre del cuento contemporáneo, autor de una obra viva que sigue creciendo a medida que pasa el tiempo. Una obra que es menos un edificio que un árbol frondoso de hojas perennes que no han dejado de fortalecerse y de dar sombra apacible al lector.

“Como los reporteros redactan sus notas sobre incendios, así he escrito yo mis relatos: mecánicamente, de manera semiinconsciente, sin preocuparme para nada ni del lector ni de mí mismo... Escribía y hacía lo posible por no emplear en el relato ni imágenes ni escenas que me resultaban entrañables y que, Dios sabe por qué, guardaba y escondía con celo”, escribía en una ocasión Chéjov, del que Alianza Editorial publica una selección de diecisiete cuentos que resumen las etapas de su evolución literaria y que componen en su conjunto una imagen representativa de las estructuras genéricas, las técnicas narrativas, los personajes y los temas más significativos de su narrativa.

Natalia Ginzburg resumió los cuentos de Chéjov con una imagen intuitiva y precisa: su obra es la de alguien que nos abre una puerta o una ventana y nos deja mirar dentro de la casa por un momento. Luego, la misma mano que la había abierto, cierra la ventana o la puerta.

Narrador de voz baja, Anton Chéjov construyó su universo literario con los materiales que aportan lo fugaz y lo secundario. En sus relatos abiertos conviven misteriosamente la levedad y la intensidad, la emoción y la distancia, se armonizan la ironía y la piedad, el humor y la tristeza bajo una mirada compasiva y honda, menos optimista que piadosa, que vive en el matiz y en la sutileza con que el escritor construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de sus elipsis sugerentes que dejan los finales abiertos.

La mirada sutil de Chéjov, que a diferencia de Dostoievski o Tolstoi nunca contempla a los personajes desde arriba, sino cara a cara, teje un hilo invisible y persistente que une, en la melancolía invisible y en la tonalidad persistente de su literatura, a Chéjov con Cervantes y con Shakespeare en la construcción de un universo narrativo en el que conviven ricos y pobres, sinceridad y simulación en una indagación honda y fundacional en la condición humana.

Una mirada magistral que vive en el matiz y en la sutileza con que construye a los personajes, en las contradicciones de sus comportamientos y en la economía de la elipsis, en la intensa emoción que habita en lo trivial, en la desesperanza contenida, en la ausencia de patetismo gesticulante, en unos silencios que son más significativos que las palabras que los ocultan.

Una mirada que conviene revisitar en un volumen como este, una  selección de relatos propuesta por Ricardo San Vicente, que en el prólogo, ‘Sangre esclava’, afirma que “al igual que en la Rusia de finales del siglo XIX, la obra de Antón Pávlovich Chéjov hoy resulta de una modernidad sorprendente. Hasta el extremo de que algunas obras actuales parecen pertenecer a un pasado mucho más lejano que la de nuestro narrador.”

Y explica así su criterio a la hora de hacer esta magnífica antología, que incorpora cuentos fundamentales como Campesinos, Iónich La dama del perrito: “Siguiendo el talante del propio autor, que hace de su obra un gran cuadro de la vida rusa, de los hombres y mujeres en sus diversas condiciones, esta selección pretende ofrecer una pequeña galería. Médicos y obispos, campesinas y hacendados, amantes del arte y estudiantes, doncellas y maestros, ingenieros y jueces son algunos de los muchos tipos y personajes que pueblan este fresco. Pero, más allá de esta visión caleidoscópica, la antología pretende reflejar los grandes temas de Chéjov, inquietudes, coordenadas morales, al fin, que resulta difícil recoger en esta presentación (para ello, además, están los propios relatos), aunque tal vez sí resumir con la siguiente reflexión: La vida es absurda y difícilmente tiene sentido en sí misma, por eso quizá la única salida que nos queda es ser nosotros los que dotemos nuestra existencia de un objetivo y un significado. ¿Cuál?, se puede preguntar el lector, igual que se lo formularan al escritor sus contemporáneos. A eso Chéjov a veces contestaba: «Yo construyo escuelas –refiriéndose a las aportaciones que destinaba a centros escolares y bibliotecas–, pero no doy clases en ellas».

Está en esta antología el Chéjov imprescindible, capaz de sugerir con una enorme economía de medios, un Chejov esencial, a caballo siempre entre el humor y la melancolía, entre la crítica y la emoción, entre la compasión y la ironía, un autor que proyecta su mirada sobre un mundo habitado por personajes que se mueven entre la esperanza y las frustraciones, incapaces de comprender la reglas opacas con las que funciona el mundo. 

 Alguna vez se ha dicho que sus relatos son una enciclopedia de la vida rusa. No es exactamente así. Son una enciclopedia de la vida en general. Y eso es lo que lo convierte en un clásico universal, autor de cuentos memorables, como La dama del perrito, un relato de 1899 que comienza con este párrafo en la traducción de Ricardo San Vicente: 

 Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito. Dmitri Dmítrievich Gúrov, que llevaba en Yalta dos semanas y ya se había hecho al lugar, también empezó a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Vernet, vio avanzar por el paseo a una señora joven, una rubia de mediana estatura, con boina; tras ella corría un lulú blanco.

Santos Domínguez 

  

 

31 enero 2022

Los barrios bajos de Madrid según Galdós

 



José Esteban.
Los barrios bajos de Madrid según Galdós.
Fotografías de Antonio Tiedra. 
Paladares de Cordelia. Madrid, 2021.


“La división social entre barrios bajos y altos coincide con su elevación sobre el Manzanares. Entiendo que el oso es el Madrid que vive desde la Plaza Mayor para arriba, y el madroño lo que llamamos barrios bajos”, explicaba Galdós en 1915 en una conferencia sobre Madrid en el Ateneo.

Leer a Galdós, “novelista urbano” en definición de Clarín, es inevitable y felizmente recorrer las calles del Madrid que frecuentó durante casi sesenta años, entre 1862 y 1920. El centro y los barrios bajos del sur de la ciudad fueron los espacios predominantes en sus novelas, escenarios que desempeñan en sus obras un papel casi de protagonista y cumplen también una función simbólica de evidente significado social, porque en ellas el nivel topográfico se corresponde también con el nivel social, de manera que el ascenso o el descenso social se metaforizan en los frecuentes traslados y mudanzas de los personajes a zonas más altas o más bajas del Madrid de la época.

Hay quienes ascienden en posición social y se van a vivir a zonas más altas, como Isidora Rufete o Felipe Centeno, y quienes, venidos a menos, como doña Paca en Misericordia, se mudan a zonas más bajas de la capital. Y además todos sus personajes, en movimiento continuo, se mueven por las calles de aquel Madrid que Galdós inmortalizó en sus novelas y que evocó magistralmente en 1915 en su Guía espiritual de España.

Sobre esos barrios bajos y su representación literaria en las novelas galdosianas Paladares de Cordelia acaba de publicar Los barrios bajos de Madrid según Galdós, una espléndida monografía de José Esteban, ilustrada con fotografías de Antonio Tiedra.

“Con Galdós -escribe José Esteban- nace verdaderamente la novela urbana madrileña y, con su memoria y su impagable ayuda, el novelista levanta ese gran monumento madrileño, más importante que la Cibeles o la Puerta de Alcalá, ese monumento literario madrileño que son las páginas de Fortunata y Jacinta, donde trata a Madrid como fuente de organización literaria y a la vez como objeto de ella; es decir, como cimiento sobre el que se asienta la novela y como colmena humana. Como objeto y sujeto de la misma novela.
[…]
Galdós necesita la presencia de Madrid para conducir a sus personajes a través del laberinto de sus vidas y del laberinto de sus calles; lo que ha dado lugar a un «Madrid galdosiano». Un Madrid aún muy reconocible. Todavía la calle de Toledo se inicia orillada en su principio de soportales, desde la Plaza Mayor al Manzanares. Todavía las calles conservan sus viejos y significativos nombres Latoneros, Cuchilleros, Botoneras, Coloreros, Bordadores, Herradores... Todavía el Arco de Cuchilleros taladra el caserón de la Plaza Mayor, donde el delfín, Juanito Santa Cruz, ve por primera vez a Fortunata -que en la escalera sorbe un huevo crudo.
Es un Madrid que se mueve en el cogollo de la ciudad de los Austrias, entre la Plaza de Santa Cruz y el Palacio Real, entre la Fuentecilla, las Descalzas Reales y la Iglesia de San Sebastián (la iglesia que como «muchas personas tiene dos caras» y donde Benigna, la heroína de Misericordia, pide limosna para alimentar a su señora).”

La calle de Toledo y el Rastro, la Cava Baja y la calle Mayor, la Plaza de la Cebada y el Manzanares, Mira el Río o la calle Imperial, cafés como el de San Millán o iglesias como la de San Sebastián son algunos de los espacios madrileños en los que transcurren las novelas de Galdós. Espacios que se convierten en un personaje más de sus obras:

“Madrid, todo el Madrid del siglo XIX -escribe José Esteban- es el gran personaje de Galdós. Nadie como él, en nuestra literatura, supo mirarlo con tan amplia pupila y, después, transmitirlo. Es un Madrid que vive en sus páginas, late, sufre, se transforma, se alarga calle de Fuencarral arriba, donde están las reformadoras Micaelas, que acogerán a Fortunata, y se desvive, angustioso, en su diario penar.”

Esta cuidada edición es, además de un homenaje al mejor novelista español del XIX, 
aquel “paisajista de los barrios bajos”, una indeclinable invitación a visitar de nuevo su obra y a revivir aquel Madrid bullicioso y cambiante de la segunda mitad del XIX en un estupendo recorrido por los lugares galdosianos de la mano de los textos de José Esteban, de novelas como las de Torquemada, Fortunata y Jacinta, Misericordia o Nazarín y de las fotografías de Antonio Tiedra.

Santos Domínguez 


26 enero 2022

José María Álvarez. Tigres en el crepúsculo


José María Álvarez.
Tigres en el crepúsculo.
Edición de Alfredo Rodríguez. 
 Ediciones de la Universidad de Valladolid, 2021.

 “Elogiaré ahora la fiesta de la pasada noche, perfecta, joya de alcohol, tigres en el crepúsculo; hablaré del brillo de los rostros convocados”, escribía José María Álvarez en ‘El oro de los tigres’, un artículo que publicó en Disidencias, suplemento literario de Diario 16 el 2 de enero de 1981.

Y de ahí procede el título de la recopilación de prosas dispersas de José María Álvarez que ha preparado Alfredo Rodríguez que publica la Cátedra Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid.

Se reúne en Tigres en el crepúsculo, un volumen espléndidamente editado, casi medio centenar de textos misceláneos en prosa: fragmentos de prólogos y ensayos de crítica literaria, artículos o conferencias, cinco entrevistas y el inédito Diario del confinamiento, del 15 de marzo al 11 de mayo de 2020, repleto de nombres y conversaciones, de libros y películas, al que pertenecen estas líneas:

He escuchado por la televisión a algunos de estos farsantes que nos gobiernan, y decían sobre la epidemia unos disparates sobrecogedores. De pronto he tenido la sensación de que eran zombis. Verdaderamente, supongamos que uno tiene un negocio y que necesita personal: ¿qué empleo podría darles a ese ser que es Ministro de Trabajo, o a la vicepresidenta Calvo, o a ese ignorante a perpetuidad, un tal Garzón… o a cualquiera de ellos? Y para qué hablar de ese tipejo absolutamente despreciable, Iglesias, y su actual esposa, que también es ministro de no sé que aberración. ¿Mujer de la limpieza, guardacoches, mozo de recados? A Iglesias solo lo veo como carne de presidio. Algo que sería bueno para ellos -en general, para la mayoría de los políticos- sería ponerlos en la calle, sin sueldos ni pensiones, nada, ahí, en la calle, a ver cómo se ganaban la vida.

“Este volumen es el resultado -escribe Alfredo Rodríguez- de años de minucioso rastreo de la escritura y dictado en prosa que José María Álvarez ha cultivado indistintamente en multitud de espacios y formatos. Al final, todas estas explicaciones fragmentarias de literatura y vida es como si conformaran piezas siempre de un mosaico mucho más amplio.”

Habitan estas páginas una serie de presencias fundamentales en el universo literario del autor de Museo de cera, de Kavafis a Villon, de Shakespeare a Eliot, de Hölderlin a Stevenson, de Montaigne a Hume, de Poe a Borges, de Baudelaire a Pound. 

Y entre la disidencia independiente y la lucidez a veces provocadora y a contracorriente, afirmaciones demoledoras como estas sobre Unamuno: 

“Unamuno es, quizás, el intelectual más irresponsable que puede encontrarse en aquella España conmovida por los acontecimientos que culminaron el 18 de julio de 1936. […] No tiene vigencia. Ninguna vigencia. Ni en su temática ni en su manera de trabajar, de hacer el verso.”

Porque, como señala Álvarez en el epílogo, el libro “está lleno de reflexiones que hoy matizaría e incluso discutiría. Pero da lo mismo. Eso he sido.”
 
Santos Domínguez


24 enero 2022

Mario Martín Gijón. La Pasión de Rafael Alconétar


Mario Martín Gijón.
La Pasión de Rafael Alconétar.
 Novelaberinto.
KRK Ediciones. Oviedo, 2021.


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El alboroto externo, tan molesto, se fue convirtiendo en alborozo interno y regocijo irónico ante la barahúnda de vanidades que iba compareciendo en el auditorio donde esperábamos al célebre literato. Isabel Cardeñosa llegó acompañada de su marido, hasta entonces desconocido para nosotros, y que la seguía con aire de pájaro aturdido y cabeza de chorlito. Raimundo Perojo repartía apretones de manos y palmadotas campechanas sobre hombros de hombres tan apagados como pagados de sí mismos. José María Cambrón, erguido como un gallo, oteaba el panorama juzgando dónde su dignidad le exigía sentar sus posaderas. La llegada del profesor Miguel Ángel Lomas, irremplazable en su papel de maestro de ceremonias y rollista oficial para este género de eventos, señaló el inicio del festejo, tan viejo. 
Lomas comenzó recordando a un escritor fallecido días antes, ignorado en vida y ensalzado en muerte, suscitando el asentimiento de las cabezas, como si una ráfaga de aire hubiera hecho oscilar a unos cuantos girasoles pochos. La presentación de Lomas, pasablemente ingeniosa, hizo brotar risitas apagadas y rumores impostados.
Un silencio hecho de veneración se hizo cuando llegó el turno al escritor de éxito. Su voz nasal y su tono engolado se adaptaban, a todas luces, a las expectativas de la concurrencia. Hubo un momento en que el conferenciante sintió calor y se despojó de su chaqueta, con tan mala ventura que se le cayó al suelo. El profesor Lomas se incorporó veloz y, perdiendo arrobas de dignidad por el camino, se apresuró a recogerla. La dobló con mimo, la abrazó durante un instante y la depositó en una silla trasera.

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 Y no te olvides del Bardo Verde, ese Dichtator (como lo llamaba Rafael con germanismo ideado junto a su hermano Jeremías, cuando aún lo era), un hombre atormentado por su fama y propenso a desencadenar tormentas cuando se veía humillado. Un Catón con tacones, zonzo con zancos, puesto de puntillas y alzando la voz, desgañitándose de ganas de ser escuchado más allá de su provincia y vecindario. Todas sus bobadas blogueadas en la garganta, Gargantua grosero aunque se creyera Claudio Rodríguez o Garcilacio. Suspicaz frente a los capaces que le revelaban su impotencia. Con el odio agrio y mezquino del mediocre que ha logrado encaramarse a fuerza de caramelos a unos y otros, de favores y suplicatorios, y que no soporta el talento indomable, el destino de excepción del artista solitario que, por su puesto, no merece alcanzar por su valía los frutos que a él le han costado sudor y rogativas.

Esos retratos de dos significativos personajes, dignos de figurar en lo que Balzac llamaba Escenas de la vida de provincias, forman parte de La Pasión de Rafael Alconétar, la asombrosa Novelaberinto que Mario Martín Gijón publica en KRK Ediciones.
                    
En boca de dos de las voces de la novela, Pedro Muñoz y Josué Pérez Williams, son dos de los setecientos fragmentos de un ambicioso despliegue narrativo que convoca en su amplia y bien ajustada polifonía el genio protector de Cabrera Infante y de Miguel Espinosa en uno de los empeños novelísticos más admirables de los últimos años. 

Sus más de setecientas páginas, que se leen a un ritmo trepidante, reflejan el sostenido empeño del autor por ajustar cuentas con las miserias de la vida literaria en la pequeñez de la vida provinciana, pero son también el brillante resultado de un admirable reto consigo mismo en un empeño narrativo de largo aliento que está al alcance de muy pocos escritores.
         
A partir de la evocación del protagonista, Rafael Alconétar, muerto a los 33 años, cuya trayectoria vital, Pasión y muerte reconstruyen a los diez años de su desaparición sus Sangradas Escriaturas y las voces de sus cuatro discípulos y evangelistas -Susana Cordero, Pedro Muñoz, Dolors Cavalls y Jaime Becerril- y de otros muchos personajes que lo conocieron, se articula esta novela que es una sátira de la vida provinciana, de los ambientes universitarios y literarios, una reconstrucción poliédrica de la compleja  peripecia sentimental del héroe en medio de un panorama gris marcado por la mezquindad cainita y la pequeñez de miserables mediocres frente a un héroe contradictorio, rebelde y lúcido empujado a los márgenes y a la crucifixión:

Dicen -afirma en el fragmento inicial la antigua alumna de su taller literario, Susana Cordero- que Rafael Alconétar murió, treinta y tres años después de su nacimiento, bajo un sol de injusticia y las pedradas del grupo de conjurados y el calor de la vergüenza rencorosa que habían ido suscitando sus insolencias. Dicen que allí quedó tendido, en una pendiente apuñalada de pizarras y decorada de cagajones, quizás amarrado al áspero tallo de una retama, puesto que nadie le tomó la mano en su hora final. Por mi parte, su recuerdo quedará siempre unido a una época increíble, en que aquella ciudad, adormecida desde  hace  siglos a la sombra de sus torreones y al sabor de lo acostumbrado, se vio sacudida por la furia indomable de vivir, la alegría del placer desatado, el hambre de la belleza y la rebeldía de un puñado de conciencias enardecidas por su palabra.

Una novela que reúne en la creatividad torrencial e integradora de sus materiales aluvionales distintos registros, diversos enfoques de la realidad y la ficción para proponer una reflexión amarga y ácida sobre la condición humana, sobre la vida y la literatura.

Intensa y desbordante, monumental y sorprendente, La Pasión de Rafael Alconétar es una novela excepcional en el árido panorama literario actual, tan pedestre como conformista y previsible, tan propenso al retruécano gratuito y al calambur de ingeniosos ex seminaristas hipermaduros. 

Me parece que Mario Martín Gijón es uno de esos pocos autores que están a la altura literaria de su ambición, para goce de sus lectores, que nunca serán muchos, pero pertenecerán a esa banda de happy few que Shakespeare invocó memorablemente por boca de Enrique V.

Santos Domínguez