13 noviembre 2020

Joan Margarit. Joana

 

Joan Margarit.

Joana.

Fondo de Cultura Económica. 

Universidad de Alcalá de Henares.

Madrid, 2020. 

 

“De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos son ahora el único contrapeso y mi tesoro. [...] El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son las familiares. Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija”, escribe Joan Margarit en el prólogo de Joana, el libro de poemas que escribió durante los últimos ocho meses de la vida de su hija, que murió en junio de 2001.


Escrito, como explica su autor, “del 10 de octubre de 2000 al 1 de septiembre de 2001”, Joana es un libro de despedida y de consuelo, una intensa crónica poética del horror y la inocencia, del dolor del desenlace y de la ausencia, pero también una mirada desolada al vacío, como en este Final, escrito el 4 de junio de 2001, entre el día de la muerte y el del entierro:


Tu entierro, en primavera: ése fue
el mensaje final de tu bondad.
Nada mejor en torno a ti que el ruido
de esta ciudad y, enfrente,
la eternidad del mar.
Qué ruda proa Montjuïc: alcanza
tan lejos como quiera el pensamiento.


El furgón va subiendo por caminos de arena
y tras él van los coches,
que hacen crujir al pie de los cipreses
la grava en la tranquila plaza de la mañana.
Siento ya tu sonrisa que atraviesa
los claros pájaros del aire,
ahora que todo vuelve a su principio,
como cuando no estabas.
Ha quedado un olor a flores junto al muro,
entre verdes oscuros y huidizos.
Las canciones del sol de tu silencio
iluminan el hierro del mañana.
Lo que digo de ti no tiene más sentido
que la herrumbrosa cerradura
de una puerta que no abre a ningún sitio.


Porque, como explicó José Carlos Mainer, “la muerte de Joana marcó en su poesía un antes y un después: una dimensión nueva de los sucesivos tránsitos familiares ya vividos y, por supuesto, otra percepción de su propia continuidad en este mundo.” 


“El sentimiento que ahora me domina es el desamparo”, escribía Joan Margarit en el prólogo de este libro que apareció en 2002 y que ahora, con motivo de la concesión del Premio Cervantes a su autor, reeditan el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá de Henares en la Biblioteca Premios Cervantes, con un prólogo -Poesía y verdad- en el que Luis García Montero explica que “la conciencia del final, la obligación de acostumbrarse a la ausencia, las nuevas formas de sentir el alma clavada al suelo marcan un proceso que va de la posibilidad de apurar lo que quedaba de vida en los momentos del estar muriéndose hasta el vocabulario de un mundo que nombra una y otra vez a la hija muerta para traerla de nuevo a la vida. Se escribe desde el desamparo con voluntad de no engañarse, pero con el deseo de conservar aquello que tiene que ver de forma verdadera con el propio yo y sus relaciones con el mundo. Ya no se trata solo de recordar, sino de configurar los modos y la razones del recuerdo para darle una coherencia al significado de nuestro presente.”


Ese proceso de la enfermedad terminal que conduce al desamparo por la ausencia es el centro de este poema:


   LA ESPERA                                    

         

Muchas cosas te están echando en falta.
Cada día se llena de momentos que esperan
esas pequeñas manos
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbrarnos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también tendrá que acostumbrarse.
Durante mucho tiempo todavía, 
la calle esperará ante nuestra puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.                   

 

 

Santos Domínguez

11 noviembre 2020

Éric Vuillard. La guerra de los pobres


 Éric Vuillard.
La guerra de los pobres.
Traducción de Javier Albiñana.
Tusquets. Barcelona, 2020.


A su padre lo habían ahorcado. Había caído al vacío como un saco de grano. Tuvieron que cargarlo a hombros por la noche, y después enmudeció, la boca llena de tierra. Entonces todo ardió. Los robles, los prados, los ríos, los galios de los taludes, la tierra pobre, la iglesia, todo. Él tenía once años.
 
Con ese párrafo comienza La guerra de los pobres, la última novela de Éric Vuillard que publica Tusquets con traducción de Javier Albiñana.

Como en La batalla de Occidente, sobre la Primera Guerra Mundial; como en 14 de julio, con su mirada a pie de calle de la toma de la Bastilla; como en El orden del día, en donde los empresarios alemanes se ponen al servicio del ascenso al poder de Hitler, en La guerra de los pobres Vuillard vuelve a hundir la raíces de su relato en un episodio aparentemente menor para ir un poco más allá del puro relato histórico, para proyectarlo en el presente y para reconstruir desde dentro la intrahistoria del descontento contra los poderosos, los nobles y la iglesia que aprovecharon Thomas Müntzer, discípulo de Lutero, teólogo y predicador, y otros reformistas de comienzos del XVI, radicales al borde del fanatismo, para liderar sublevaciones de campesinos, para encabezar movimientos de agitación de gente indignada por la injusticia y por las diferencias sociales que dieron lugar a revueltas entre 1524 y 1526 que acabaron en masacres de los sublevados.

Con una inusual potencia narrativa, con el envidiable sentido del ritmo de un relato contado por un narrador limitado, como el del Quijote, pero apoyado en la precisión verbal de su prosa afilada y en la fuerza sugerente de sus imágenes evocadoras, Vuillard se asegura desde las primeras líneas de La guerra de los pobres la complicidad del lector en una nueva demostración de maestría con este relato que gira en torno al joven teólogo Thomas Müntzer, “aquel cuyo padre, hacia 1500, por motivos desconocidos, fue ejecutado por orden del conde de Stolberg, unos dicen que ahorcado, otros que en la hoguera.”

En la frontera de la historia y la ficción, organizada en trece capítulos breves y con un tratamiento casi cinematográfico que actualiza la narración, La guerra de los pobres es un libro intenso que tiene como hilo conductor la figura de Müntzer, un agitador complejo y mesiánico, un iluminado intolerante y violento capaz de encabezar aquellos levantamientos de hombres normales contra los príncipes alemanes.

Cincuenta años antes, la invención de la imprenta había favorecido la difusión de la Biblia y dos siglos antes en Inglaterra “se dio el gran salto” con la gran revuelta de 1381 encabezada por John Wyclif en Inglaterra, a quien se le ocurrió traducir la Biblia al inglés.

“Dios y el pueblo hablan el mismo idioma”, se empezó a decir. Y en esa misma línea se movía Jan Hus, otro predicador que provocó revueltas en Bohemia. A esa Bohemia llega Müntzer expulsado de Sajonia y allí  escribe su exaltado y ardiente Manifiesto de Praga, que refleja el proceso de radicalización progresiva de un hombre fanatizado, cada vez más furioso y agresivo, que se siente armado con la espalda de Gedeón, llama a “matar a los soberanos impíos”, dice la misa en alemán y provoca sublevaciones que comienzan en Suabia y se extienden por todas partes, no sólo por los campos, también por las ciudades.

Como en el resto de sus novelas, en La guerra de los pobres Vuillard sitúa la perspectiva del relato en un ahora que actualiza los hechos y los presenta con enorme fuerza visual, como cuando remata el libro con este final abierto en el momento en el que Müntzer es decapitado tras la batalla de Frankenhausen, en la que hubo cuatro mil muertos:

No iré más lejos en sus pensamientos; se los dejo a él. Helo aquí ante nosotros, en el estrado, a mil leguas del goce avaricioso. ¡Lo veo, sí, a Thomas Müntzer! Y ya no es el pequeño Thomas de hace poco, ya no es el pilluelo del Harz, el hijo del muerto, no, ni siquiera es ya un objeto de estudio, es un hombre cualquiera, una vida inaprensible cualquiera.
Va a morir ahora. Va a morir. Tiene treinta y cinco años. Su ira lo ha llevado allí. Hasta allí. Le han retorcido el cuerpo: los brazos, las piernas, sangra. Está exhausto.
Entonces se levanta el hacha. Hay rostros, cientos, a su alrededor. Miran, espantados, nada seguros de haber entendido bien. Los mendigos, los curtidores, los segadores, los pobres diablos miran, ¡miran! ¿Y qué ven? Ven al hombrecillo bajo la pesada carga. Ven a un hombre como ellos, cuerpo inmovilizado. Qué pequeño es un hombre, es frágil y violento, inconstante y severo, enérgico y lleno de angustia. Una mirada. Un rostro. Una piel. De repente cae el hacha y troncha el cuello. ¡Oh!, qué pesada es una cabeza, dos o tres kilos de huesos y de puré. ¡Y cómo salpica la sangre! Empalarán su cabeza. Arrastrarán su cuerpo por el estrado y lo arrojarán a los perros. La juventud nunca se acaba, el secreto de nuestra igualdad es inmortal, y la soledad, fabulosa. El martirio es una trampa para los oprimidos, sólo es deseable la victoria. Yo la contaré.
 
Santos Domínguez


09 noviembre 2020

Fábulas de Esopo

 

Fábulas De Esopo
Ilustraciones de Arthur Rackham.
Selección y traducción de
Pedro Bádenas de la Peña.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.

 El fanfarrón [Esopo 33]
Un hombre que practicaba el pentatlón y que constantemente sufría las críticas de sus conciudadanos por su falta de brío, se marchó un día al extranjero. Cuando después de mucho tiempo regresó, contaba con jactancia las muchas proezas que había hecho en otras ciudades y que en Rodas había dado un salto tal como ninguno de los vencedores en las Olimpiadas; y afirmaba que podía presentar como testigos a quienes lo habían presenciado, si alguna vez venían a la ciudad. Uno de los allí presentes le respondió: «¡Anda este! Si es verdad eso, no te hacen falta testigos, aquí está Rodas. ¡Venga el salto!».
La fábula muestra que cuando es factible una demostración todo lo que pueda decirse sobre ello está de más.
 
Es una de las fábulas de Esopo que publica en una espléndida edición ilustrada Reino de Cordelia. 
 
Basada en la que se publicó en Londres por William Heinemann en 1924, incorpora las clásicas ilustraciones del dibujante inglés de línea prerrafaelita Arthur Rackham (1867-1939) que no se habían publicado en España hasta esta edición preparada por Pedro Bádenas de la Peña, uno de los mayores expertos en Esopo, que ha traducido del griego y el latín su selección de doscientas ochenta y cuatro fábulas.

En la nota previa, Bádenas de la Peña indica que esta edición “ha requerido un trabajo de filiación crítica y selección del complejo corpus, con una larga y complicada historia en la transmisión textual del género fabulístico que la tradición, ya desde la Antigüedad, atribuyó convencionalmente a Esopo. Para esta edición se parte, como referencia obligada, del conjunto de cerca de cien ilustraciones originales en color y en blanco y negro del ilustrador inglés Arthur Rackham (1867-1939) que acompañan a la versión inglesa de las Fábulas, debida a Vernon Stanley-Vernon Jones (1912).”

Y añade que en esta selección “se da entrada a fábulas griegas, claramente atribuibles a Esopo, así como a otras adaptaciones -posteriores a época clásica-, como las griegas de Babrio y las latinas de Fedro. Igualmente se incluyen algunas fábulas transmitidas por la tradición medieval bizantina y occidental, derivadas también de la tradición esópica antigua.”
 
“Esopo, encaramado en un centenar largo de fábulas a él atribuidas, con una biografía de la que nos constan, al menos, tres versiones -una en griego, atribuida al bizantino Máximo Planudes y otra latina medieval-, con un patrimonio de dichos y proverbios, además de una estela multisecular de testimonios sobre él, disfruta justamente de un privilegio similar al de Homero: el de no haber existido nunca. Y es que en ambos casos la inexistencia física del autor significa el reconocimiento de la importancia extraordinaria de la obra que convencionalmente se le atribuyó. En Homero y en Esopo se da la misma paradoja de que, aunque realmente hubieran existido, ni una sola palabra de las transmitidas como suyas puede atribuírseles con certeza”, escribe Bádenas de la Peña en el epílogo -Esópica-, donde analiza la tradición del corpus fabulístico de Esopo y explica algunos de los rasgos estructurales del género: la forma y el estilo, los personajes y el antropomorfismo, el planteamiento y desarrollo de la trama, su dimensión universal y su altura literaria.

Cierra el volumen una breve bibliografía, que “es muy selectiva y se centra en las principales ediciones críticas del texto griego y latino. También se incluyen las principales traducciones al español y un par de monografías importantes sobre la historia de la fabulística griega y latina.” 

Santos Domínguez




 
 

Breviario del olvido

  
 Lewis Hyde.
Breviario del olvido.
Apuntes para dejar atrás el pasado.
Traducción del inglés de Julio Hermoso.
Siruela. Madrid, 2020.

Todo acto de la memoria es un acto del olvido.
Estudiar el yo es olvidarlo.
Soñamos para olvidar.

Son tres de los aforismos que encabezan la primera parte (“Mito. La licuefacción del tiempo”) del Breviario del olvido, de Lewis Hyde, que publica Siruela con traducción de Julio Hermoso.

Subtitulado Apuntes para dejar atrás el pasado, así explica el autor su origen y su sentido:

Hace muchos años, mientras leía sobre las viejas culturas orales donde la sabiduría y la historia no residen en los libros, sino en la lengua, me encontré con un breve comentario que despertó mi curiosidad: «Las sociedades orales», leí, «[conservan] el equilibrio [...] deshaciéndose de los recuerdos que ya no tienen relevancia en el presente». En aquel momento, el objeto de mi interés era la memoria en sí, las maneras tan valiosas en que las personas y las culturas conservan el recuerdo del pasado, pero había aquí una nota en sentido contrario, una nota que incitaba claramente mi propio espíritu de ir a la contra, ya que comencé una serie de álbumes de recortes de otros casos en los que desprenderse del pasado resulta ser, cuando menos, tan útil como preservarlo.
Este libro, fruto tardío de aquellos recortes, ha resultado ser un experimento tanto en el fondo como en la forma. En cuanto al fondo, el experimento pretende poner a prueba la proposición de que el olvido pueda ser más útil que la memoria o, en el ultimísimo de los casos, que la memoria funciona mejor en tándem con el olvido. Alabar el olvido no es, por supuesto, lo mismo que denostar la memoria.

Construida a partir de esos recortes con una enorme variedad de fuentes y multitud de fragmentos de textos desde la antigüedad hasta la modernidad, con meditaciones filosóficas, notas autobiográficas y obras de arte, Hyde explora a través de esta amplia antología textual y gráfica las virtudes de la amnesia como fuerza creativa, su efecto curativo y su valor espiritual.

Y estructura su ensayo en cuatro apartados, en cuatro cuadernos en torno al mito, el yo, la nación y la creación, como él mismo explica: “Las citas, aforismos, anécdotas, relatos y reflexiones que constituyen la materia de este formato episódico las he agrupado en torno a cuatro puntos centrales: la mitología, la psicología personal, la política y el espíritu creativo.”

Imaginación, tiempo y misterio, memoria y olvido, creación y conocimiento recorren las páginas de esta enciclopedia del olvido y la memoria, un libro en el que conviven la tradición occidental y la oriental, los mitos clásicos y el apartheid o textos de Hesíodo y de Borges, de Esquilo y Nabokov:

Memoria y olvido: estas son las facultades de la mente por medio de las cuales somos conscientes del tiempo, y el tiempo es un misterio. Además, hay una larga tradición que sostiene que la mejor manera de concebir la imaginación es hacerlo como algo que funciona mezclando la memoria y el olvido. La creación —la aparición de cosas que antes no había— es también un misterio. Los autores como yo, los que trabajamos muy despacio, hacemos bien en decantarnos por temas de esta índole, temas cuya fascinación tal vez nunca se agote. Estos autores no se limitan a contarnos lo que saben; nos invitan a unirnos a ellos ante los necesarios límites de nuestro conocimiento.

Pessoa lo dijo de esta otra manera a través de Alberto Caeiro en el poema que cierra el libro:

Antes el vuelo del ave, que pasa y no deja rastro,
que el paso del animal, que deja su recuerdo en el suelo.

El ave pasa y se olvida, y así debe ser.
El animal, donde ya no está y por eso de nada sirve,
muestra que ya estuvo, lo que no sirve para nada.
 
Un recuerdo es una traición a la Naturaleza.
Porque la Naturaleza de ayer no es Naturaleza.
Lo que fue no es nada, y recordar es no ver.
 
¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!

Santos Domínguez

06 noviembre 2020

José María Álvarez. Puertas de oro


 José María Álvarez.
Puertas de oro.
Itinerario poético
Edición de Alfredo Rodríguez.
Ars Poética. Oviedo, 2020.

El sueño de la cultura titula Alfredo Rodríguez el prólogo de Puertas de oro, su espléndida antología poética de José María Álvarez que publica Ars Poética. 

Un amplio e intenso prólogo en el que traza una iluminadora “hoja de ruta sobre la persona y la obra de José María Álvarez”. Se leen allí párrafos como este:

 “Este poeta hace suya la escritura como memoria cultural ‒memoria vital y estética‒, con esa voluntad integradora y selectiva de la literatura, en la escala sutil de la belleza. Álvarez se instala en los hitos literarios para volcar en ellos su propia memoria personal en busca de una totalización poética. Es la visión deslumbrada ante el mundo. Porque además, damas bellísimas, ruinas desoladas, noches de Venecia, de Roma o Estambul... desfilan por sus poemas. Hay en Álvarez, siempre, una elección, desde un plano de nobleza, de altura. Los motivos, las pasiones, alusiones, objetos y criaturas de su obra, están marcadas por su sello poético, por su ademán ennoblecedor. La fuerte pasión que como poeta experimenta le lleva a iluminar sus creaciones y, en general toda la realidad, de un esplendor y belleza que las vivifica y exalta. Es esa capacidad de sugestión su poder para descubrirnos y para hacernos descubrir mundos propios y ajenos.”

Memoria cultural y personal, belleza y visión deslumbrada, pasión y excelencia poética son, como destaca ese párrafo, las claves vertebrales de la poesía de José María Álvarez, de la que este volumen ofrece una muestra muy amplia y muy representativa.

Porque, como explica Alfredo Rodríguez, “nunca hasta ahora había dado a la prensa este poeta una antología amplia y rigurosa de toda su obra poética. Los poemas seleccionados en este libro pretenden contagiar el entusiasmo por cuanto late en la vida y en el arte de este poeta auténtico de himno y de hondura.”

Alfredo Rodríguez, que publicó no hace mucho un esclarecedor libro de conversaciones con José María Álvarez, Exiliado en el arte, y conoce como pocos la obra poética del autor de Tósigo ardento, propone en Puertas de oro un Itinerario poético -ese es el subtítulo de esta antología- a través de una significativa selección de textos en los que -como en todos los libros de José María Álvarez- se dan cita las ciudades y los tiempos, los viajes y los días, y el pasado vuelve al presente a través de la evocación y la celebración del placer y de la vida misma

“¿Alguno de los versos que yo he escrito / me sobrevivirá?”, se pregunta el poeta en uno de los poemas finales de esta antología, una generosa recopilación de la que forma parte un poema tan representativo como esta Elegía romana:

 Si alguna vez me pierdo, 
Buscadme en Roma.
Amo tanto Istanbul…
Pero buscadme en Roma.
Deseo más Venezia,
Mi juventud está en París
Y mi corazón es de New York,
Pero buscadme en Roma.
Si alguna vez me pierdo,
Id a Roma, y al atardecer
Salir a pasear sin rumbo fijo.
Me encontraréis mirando la fachada
De algún viejo palacio,
Hablando con cualquiera.
Me alegraré de veros,
Os invitaré a beber
Y recordaremos el pasado.

Porque, como en el aleph borgiano, comparecen en este libro lugares y momentos, personas y personajes, músicos, escritores y pintores, antiguos y modernos, clásicos y postcontemporáneos. Y el culturalismo –nunca decorativo- se hace carne y se convierte en clave cifrada de la elegía, la sátira o la oda, en máscaras y en correlatos metafóricos en los que convergen vida y cultura.

Una fusión de vida y cultura que recorre toda la obra de Álvarez desde las sucesivas ediciones de Museo de cera hasta el más reciente de sus títulos, De una desamparada hermosura, y que sobrevuela también esta magnífica antología en la que se cruzan la naturaleza y la historia, el placer y el tiempo, el culturalismo y el sexo, la ensoñación y el recuerdo, la realidad y la fantasía, la música y el cine, el arte y la literatura.

Con estas palabras resume Alfredo Rodríguez al final de su prólogo la transcendencia de esta poesía: “Excesivo, vehemente, pero siempre capaz de transmitir convicción, Álvarez ha sabido convertir lo que fue un mero decorado prestigioso para una moda literaria fugaz en un mundo propio, desgarrado e intenso. Transporta al lector a ese ámbito de belleza y verdad desde el que la poesía interroga y cuestiona a la realidad. No todos los poetas llegan tan lejos.” 

 Santos Domínguez

 

04 noviembre 2020

David Copperfield

 

 Charles Dickens.
David Copperfield.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

No me resulta fácil distanciarme lo suficiente de este libro, mientras experimento las primeras sensaciones de haberlo terminado, para referirme a él con la compostura que requeriría este encabezamiento formal. Mi interés en el mismo es tan fuerte y reciente, y mi mente está tan dividida entre la satisfacción y el pesar –satisfacción por haber culminado un proyecto tan largo, y pesar por separarme de tantos compañeros que en él quedan–, que corro el peligro de cansar al lector al que tanto estimo con confidencias personales y emociones íntimas.
Además de lo cual, todo lo que podría decir de la historia ya lo he intentado expresar en ella.
Tal vez no interese mucho al lector saber la tristeza con que se deja la pluma al terminar una tarea creativa de dos años de duración, o que un autor siente como si estuviera abandonando una parte de sí mismo en el mundo de las sombras cuando una multitud de las criaturas que pueblan su mente se separan de él para siempre. No obstante, no tengo nada más que decir, a menos que confiese (lo cual podría incluso ser de menos interés) que nadie podrá creer en esta narración al leerla más de lo que yo he creído en ella al escribirla.
Así pues, en lugar de mirar atrás, miraré hacia delante. No puedo cerrar este volumen con mayor agrado que el de desear que llegue el momento en que de nuevo publique mis dos entregas al mes, y con el fiel recuerdo del maravilloso sol y lluvias que han caído sobre estas páginas de David Copperfield y que tan feliz me han hecho.


Con ese prefacio, escrito en Londres en octubre de 1850, se abre la reedición de David Copperfield en El libro de bolsillo de Alianza Editorial con traducción de Miguel Ángel Pérez.

“De todos mis libros, este es el que prefiero. Nadie pondrá en duda que soy un padre afectuoso con todos los hijos de mi imaginación, y que ningún otro progenitor puede querer a su familia con tanta ternura. Pero, como muchos padres afectuosos, tengo un hijo favorito en el fondo de mi corazón. Y su nombre es David Copperfield”, escribía Dickens años después en el prólogo a la edición de 1867 de David Copperfield, la más autobiográfica de sus novelas y la obra que traza una clara línea divisoria en su producción narrativa.

Novela de formación y aprendizaje, narrada en primera persona por un protagonista en el que el autor proyectó algunos recuerdos de su infancia y juventud, plantea el choque entre la inocencia de quien pierde de golpe el paraíso de la infancia y un mundo inhóspito y adverso.

Su mirada al interior del personaje y no sólo a los acontecimientos externos la convierte en un modelo de novela de formación. Y precisamente esa relación entre la forja de la personalidad del joven Copperfield, que tiene que abrirse camino en la vida desde la adversidad, y la trama de los acontecimientos constituye una de las novedades más transcendentales en la forma de escribir novelas de Dickens. Pensando en eso señaló Harold Bloom que con David Copperfield Dickens trazó su retrato del artista adolescente que sirvió de modelo a Joyce y a otros novelistas.

Dickens, que siempre la consideró su novela favorita, la había ido publicando desde mayo de 1849 hasta noviembre de 1850 en diecinueve entregas mensuales ilustradas por "Phiz" que se reunieron revisadas en un volumen a finales de ese mismo 1850. Desde entonces se ha convertido en la obra más celebrada y difundida de Dickens, la más editada y traducida y la que más veces se ha adaptado para el cine y la televisión.

Están en esta novela torrencial todas las claves de la novelística de Dickens: el gusto por el claroscuro en la acción, los sentimientos y los personajes o el difícil y convincente equilibrio de humor y dramatismo. Y a lo largo de sus páginas, magistralmente trabada con episodios en los que se equilibra lo trágico y lo cómico, una galería de personajes inolvidables como la estrafalaria Betsey Trotwoood, la bondadosa Clara Peggoty, el cruel Murdstone y su opresora hermana, el imaginativo Mr. Micawber o la quejosa Mrs. Gummidge, el abogado Mr. Spenlow, el ingenioso y enigmático Steerforth  y su amiga Miss Mowcher o Uriah Heep, el abominable rival amoroso de Copperfield. Y, naturalmente, Agnes:  

Y ahora, al concluir mi tarea, mientras reprimo el deseo de continuar, esto rostros se difuminan. Pero hay otro, un rostro que desprende sobre mí una luz celestial, a través de la cual distingo todos los restantes objetos. Un rostro que está por encima de los demás y más allá de todos ellos. Y que permanece. Vuelvo el rostro y lo veo a mi lado con su belleza serena. La luz de mi lámpara comienza a extinguirse y he escrito hasta muy tarde esta noche, pero esa presencia querida, sin la que nada soy, me hace compañía. 
¡Agnes, alma mía! ¡Que tu rostro esté así a mi lado cuando llegue el verdadero final de mi vida! ¡Que cuando la realidad se desvanezca ante mis ojos, como esas sombras que ahora dejo a un lado, te encuentre todavía a mi lado señalándome el cielo!”

Quedaba abierta con David Copperfield una nueva vía narrativa que daría en los años siguientes obras tan importantes como Casa desolada, Tiempos difíciles, Grandes esperanzas o Nuestro común amigo.

Así comienza su primer capítulo, Nazco:

El que yo resulte ser el héroe de mi propia historia, o ese puesto lo ocupe alguna otra persona, será algo que habrán de mostrar estas páginas. Para comenzar mi vida por el principio, diré que nací, tal y como me han informado y así creo, un viernes a las doce de la noche. Fue de destacar el hecho de que el reloj empezó a dar la hora al mismo tiempo que yo comencé a llorar.
A tenor del día y hora de mi nacimiento, la matrona, así como unas cuantas sabias mujeres del vecindario, que ya sentían un vivo interés por mí meses antes de que hubiese ninguna posibilidad de que llegáramos a conocernos personalmente, afirmaron, en primer lugar, que yo estaba destinado a ser desgraciado en la vida, y, en segundo, que tendría el privilegio de poder ver fantasmas y espíritus, pues creían que ambos dones iban inevitablemente unidos a todos los desdichados infantes de ambos géneros nacidos hacia altas horas de un viernes por la noche.

Releer sus mil doscientas páginas en la magnífica traducción de Miguel Ángel Pérez, que ha acreditado su excelencia como traductor con otras versiones de Dickens y de otros novelistas del XIX como Hardy, Hawthorne o Wilkie Collins, es tarea placentera cuando las noches empiezan a alargarse.

 Santos Domínguez


 

02 noviembre 2020

Lazarillo ilustrado

 
Lazarillo de Tormes.
Ilustraciones de Manuel Alcorlo.
Edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.

Reino de Cordelia sigue ofreciendo estupendas ediciones ilustradas de algunos de los clásicos imprescindibles de la literatura española. Al Quijote, el Buscón, las Sonatas de Valle o Fortunata y Jacinta se suma ahora una cuidada edición del Lazarillo, el texto fundacional de la picaresca, una de las aportaciones de la literatura española a la literatura universal. Y más que eso, probablemente la primera novela moderna, en la que el personaje va evolucionando, aunque aquí sea para mal, en función de los acontecimientos.

Porque el Lazarillo es el relato autobiográfico en forma epistolar (“Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba...”) del proceso de degradación de un narrador-personaje que, más que dar “entera noticia de mi persona”, justifica en un alarde de cinismo cómo ha llegado a “la cumbre de toda buena fortuna” como pregonero en Toledo después de casarse con la mujer que estaba amancebada con el arcipreste de San Salvador.

Ese antihéroe degradado, que ha aprendido de sus amos que el motor del mundo es el engaño y la apariencia y ha salido alumno aventajado en esa materia, no era la única novedad que aportaba el Lazarillo al panorama narrativo de mediados del siglo XVI. Había allí también, para sorpresa de sus primeros lectores, una ruptura con el mundo idealizado de las narraciones pastoriles o caballerescas, un tiempo próximo y unos caminos cercanos por los que recordaba haber discurrido el narrador protagonista en su peculiar camino de perdición y de medro entre Salamanca y Toledo, había una visión amarga del mundo, una crítica indisimulada de ciertas formas de religiosidad y una denuncia de los comportamientos y usos sociales de la época.

Y lo más importante desde el punto de vista de la constitución de la novela moderna: había allí un personaje que, a diferencia de los héroes planos de las novelas de caballerías, tan planos como héroes que lo son casi desde antes de nacer, o de los pastores de las églogas, no está hecho al comienzo de su vida narrativa.
 
Más que su humilde origen o los dudosos antecedentes familiares de sus padres poco ejemplares, serán las circunstancias sobrevenidas y vividas las que moldeen el carácter de Lázaro y le conviertan en ese narrador que nada tiene que ver con el niño inocente que dio con su cabeza en el toro de piedra del puente sobre el Tormes y que ahora da explicaciones a un superior sobre los rumores deshonrosos que circulan en Toledo sobre su mujer.

Ese irse haciendo en las páginas del libro supone un cambio decisivo que marca un antes y un después en la historia de la narrativa europea, el comienzo de una nueva forma de concebir la novela. De ahí la importancia y la transcendencia de esta novela a la que le sienta bien el anonimato, casi una exigencia interna del modo autobiográfico que finge en su planteamiento narrativo.

Cerca de medio centenar de ilustraciones de Manuel Alcorlo iluminan algunos de los pasajes esenciales de esta novela imprescindible y corrosiva, que se publica con edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez, que escribe en su introducción.

“La cosa tiene mucho de autobiografía tempranera, Bildungsroman y relato divertido donde los haya, pero quizá una marca de fuego del Lazarillo sea que es una novelita repleta de problemas: el lío comienza con el baile de la autoría, se enreda con una serie de ambigüedades, y, por si fuera poco, se complica con las ediciones del texto, para romperse finalmente en mil pedazos con interpretaciones y lecturas para todos los gustos. Por de pronto, todas estas cuestiones —y muchas otras más— dan fe de la riqueza del mundo que se encierra en una historieta de apariencia tan ligera y simple que está en el origen del género picaresco y ha cautivado a lectores de todo pelo desde el siglo XVI hasta el siglo XXI: baste pensar en Eduardo Mendoza, pícaro por excelencia de la novela española contemporánea que salpimienta sus relatos con toques apicarados.”

Santos Domínguez