Joan Margarit.
Joana.
Fondo de Cultura Económica.
Universidad de Alcalá de Henares.
Madrid, 2020.
Santos Domínguez
Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
Joan Margarit.
Joana.
Fondo de Cultura Económica.
Universidad de Alcalá de Henares.
Madrid, 2020.
Santos Domínguez
Santos Domínguez
El sueño de la cultura titula Alfredo Rodríguez el prólogo de Puertas de oro, su espléndida antología poética de José María Álvarez que publica Ars Poética.
Un amplio e intenso prólogo en el que traza una iluminadora
“hoja de ruta sobre la persona y la obra de José María Álvarez”. Se leen allí párrafos como este:
“Este poeta hace suya la escritura como memoria cultural ‒memoria vital y estética‒, con esa voluntad integradora y selectiva de la literatura, en la escala sutil de la belleza. Álvarez se instala en los hitos literarios para volcar en ellos su propia memoria personal en busca de una totalización poética. Es la visión deslumbrada ante el mundo. Porque además, damas bellísimas, ruinas desoladas, noches de Venecia, de Roma o Estambul... desfilan por sus poemas. Hay en Álvarez, siempre, una elección, desde un plano de nobleza, de altura. Los motivos, las pasiones, alusiones, objetos y criaturas de su obra, están marcadas por su sello poético, por su ademán ennoblecedor. La fuerte pasión que como poeta experimenta le lleva a iluminar sus creaciones y, en general toda la realidad, de un esplendor y belleza que las vivifica y exalta. Es esa capacidad de sugestión su poder para descubrirnos y para hacernos descubrir mundos propios y ajenos.”
Memoria cultural y personal, belleza y visión deslumbrada, pasión y excelencia poética son, como destaca ese párrafo, las claves vertebrales de la poesía de José María Álvarez, de la que este volumen ofrece una muestra muy amplia y muy representativa.
Porque, como explica Alfredo Rodríguez, “nunca hasta ahora había dado a la prensa este poeta una antología amplia y rigurosa de toda su obra poética. Los poemas seleccionados en este libro pretenden contagiar el entusiasmo por cuanto late en la vida y en el arte de este poeta auténtico de himno y de hondura.”
Alfredo Rodríguez, que publicó no hace mucho un esclarecedor libro de conversaciones con José María Álvarez, Exiliado en el arte, y conoce como pocos la obra poética del autor de Tósigo ardento, propone en Puertas de oro un Itinerario poético -ese es el subtítulo de esta antología- a través de una significativa selección de textos en los que -como en todos los libros de José María Álvarez- se dan cita las ciudades y los tiempos, los viajes y los días, y el pasado vuelve al presente a través de la evocación y la celebración del placer y de la vida misma
“¿Alguno de los versos que yo he escrito / me sobrevivirá?”, se pregunta el poeta en uno de los poemas finales de esta antología, una generosa recopilación de la que forma parte un poema tan representativo como esta Elegía romana:
Porque, como en el aleph borgiano, comparecen en este libro lugares y momentos, personas y personajes, músicos, escritores y pintores, antiguos y modernos, clásicos y postcontemporáneos. Y el culturalismo –nunca decorativo- se hace carne y se convierte en clave cifrada de la elegía, la sátira o la oda, en máscaras y en correlatos metafóricos en los que convergen vida y cultura.
Una fusión de vida y cultura que recorre toda la obra de Álvarez desde las sucesivas ediciones de Museo de cera hasta el más reciente de sus títulos, De una desamparada hermosura, y que sobrevuela también esta magnífica antología en la que se cruzan la naturaleza y la historia, el placer y el tiempo, el culturalismo y el sexo, la ensoñación y el recuerdo, la realidad y la fantasía, la música y el cine, el arte y la literatura.
Con estas palabras resume Alfredo Rodríguez al final de su prólogo la transcendencia de esta poesía: “Excesivo, vehemente, pero siempre capaz de transmitir convicción, Álvarez ha sabido convertir lo que fue un mero decorado prestigioso para una moda literaria fugaz en un mundo propio, desgarrado e intenso. Transporta al lector a ese ámbito de belleza y verdad desde el que la poesía interroga y cuestiona a la realidad. No todos los poetas llegan tan lejos.”
Santos Domínguez
No me resulta fácil distanciarme lo suficiente de este libro, mientras experimento las primeras sensaciones de haberlo terminado, para referirme a él con la compostura que requeriría este encabezamiento formal. Mi interés en el mismo es tan fuerte y reciente, y mi mente está tan dividida entre la satisfacción y el pesar –satisfacción por haber culminado un proyecto tan largo, y pesar por separarme de tantos compañeros que en él quedan–, que corro el peligro de cansar al lector al que tanto estimo con confidencias personales y emociones íntimas.
Además de lo cual, todo lo que podría decir de la historia ya lo he intentado expresar en ella.
Tal vez no interese mucho al lector saber la tristeza con que se deja la pluma al terminar una tarea creativa de dos años de duración, o que un autor siente como si estuviera abandonando una parte de sí mismo en el mundo de las sombras cuando una multitud de las criaturas que pueblan su mente se separan de él para siempre. No obstante, no tengo nada más que decir, a menos que confiese (lo cual podría incluso ser de menos interés) que nadie podrá creer en esta narración al leerla más de lo que yo he creído en ella al escribirla.
Así pues, en lugar de mirar atrás, miraré hacia delante. No puedo cerrar este volumen con mayor agrado que el de desear que llegue el momento en que de nuevo publique mis dos entregas al mes, y con el fiel recuerdo del maravilloso sol y lluvias que han caído sobre estas páginas de David Copperfield y que tan feliz me han hecho.
Con ese prefacio, escrito en Londres en octubre de 1850, se abre la reedición de David Copperfield en El libro de bolsillo de Alianza Editorial con traducción de Miguel Ángel Pérez.
“De todos mis libros, este es el que prefiero. Nadie pondrá en duda que soy un padre afectuoso con todos los hijos de mi imaginación, y que ningún otro progenitor puede querer a su familia con tanta ternura. Pero, como muchos padres afectuosos, tengo un hijo favorito en el fondo de mi corazón. Y su nombre es David Copperfield”, escribía Dickens años después en el prólogo a la edición de 1867 de David Copperfield, la más autobiográfica de sus novelas y la obra que traza una clara línea divisoria en su producción narrativa.
Novela de formación y aprendizaje, narrada en primera persona por un protagonista en el que el autor proyectó algunos recuerdos de su infancia y juventud, plantea el choque entre la inocencia de quien pierde de golpe el paraíso de la infancia y un mundo inhóspito y adverso.
Su mirada al interior del personaje y no sólo a los acontecimientos externos la convierte en un modelo de novela de formación. Y precisamente esa relación entre la forja de la personalidad del joven Copperfield, que tiene que abrirse camino en la vida desde la adversidad, y la trama de los acontecimientos constituye una de las novedades más transcendentales en la forma de escribir novelas de Dickens. Pensando en eso señaló Harold Bloom que con David Copperfield Dickens trazó su retrato del artista adolescente que sirvió de modelo a Joyce y a otros novelistas.
Dickens, que siempre la consideró su novela favorita, la había ido publicando desde mayo de 1849 hasta noviembre de 1850 en diecinueve entregas mensuales ilustradas por "Phiz" que se reunieron revisadas en un volumen a finales de ese mismo 1850. Desde entonces se ha convertido en la obra más celebrada y difundida de
Dickens, la más editada y traducida y la que más veces se ha adaptado
para el cine y la televisión.
Están en esta novela torrencial todas las claves de la novelística de Dickens: el gusto por el claroscuro en la acción, los sentimientos y los personajes o el difícil y convincente equilibrio de humor y dramatismo. Y a lo largo de sus páginas, magistralmente trabada con episodios en los que se equilibra lo trágico y lo cómico, una galería de personajes inolvidables como la estrafalaria Betsey Trotwoood, la bondadosa Clara Peggoty, el cruel Murdstone y su opresora hermana, el imaginativo Mr. Micawber o la quejosa Mrs. Gummidge, el abogado Mr. Spenlow, el ingenioso y enigmático Steerforth y su amiga Miss Mowcher o Uriah Heep, el abominable rival amoroso de Copperfield. Y, naturalmente, Agnes:
Quedaba abierta con David Copperfield una nueva vía narrativa que daría en los años siguientes obras tan importantes como Casa desolada, Tiempos difíciles, Grandes esperanzas o Nuestro común amigo.
Así comienza su primer capítulo, Nazco:
El que yo resulte ser el héroe de mi propia historia, o ese puesto lo ocupe alguna otra persona, será algo que habrán de mostrar estas páginas. Para comenzar mi vida por el principio, diré que nací, tal y como me han informado y así creo, un viernes a las doce de la noche. Fue de destacar el hecho de que el reloj empezó a dar la hora al mismo tiempo que yo comencé a llorar.
A tenor del día y hora de mi nacimiento, la matrona, así como unas cuantas sabias mujeres del vecindario, que ya sentían un vivo interés por mí meses antes de que hubiese ninguna posibilidad de que llegáramos a conocernos personalmente, afirmaron, en primer lugar, que yo estaba destinado a ser desgraciado en la vida, y, en segundo, que tendría el privilegio de poder ver fantasmas y espíritus, pues creían que ambos dones iban inevitablemente unidos a todos los desdichados infantes de ambos géneros nacidos hacia altas horas de un viernes por la noche.
Releer sus mil doscientas páginas en la magnífica traducción de Miguel Ángel Pérez, que ha acreditado su excelencia como traductor con otras versiones de Dickens y de otros novelistas del XIX como Hardy, Hawthorne o Wilkie Collins, es tarea placentera cuando las noches empiezan a alargarse.
Santos Domínguez
Reino de Cordelia sigue ofreciendo estupendas ediciones ilustradas de algunos de los clásicos imprescindibles de la literatura española. Al Quijote, el Buscón, las Sonatas de Valle o Fortunata y Jacinta se suma ahora una cuidada edición del Lazarillo, el texto fundacional de la picaresca, una de las aportaciones de la literatura española a la literatura universal. Y más que eso, probablemente la primera novela moderna, en la que el personaje va evolucionando, aunque aquí sea para mal, en función de los acontecimientos.
Porque el Lazarillo es el relato autobiográfico en forma epistolar (“Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba...”) del proceso de degradación de un narrador-personaje que, más que dar “entera noticia de mi persona”, justifica en un alarde de cinismo cómo ha llegado a “la cumbre de toda buena fortuna” como pregonero en Toledo después de casarse con la mujer que estaba amancebada con el arcipreste de San Salvador.
Ese antihéroe degradado, que ha aprendido de sus amos que el motor del mundo es el engaño y la apariencia y ha salido alumno aventajado en esa materia, no era la única novedad que aportaba el Lazarillo al panorama narrativo de mediados del siglo XVI. Había allí también, para sorpresa de sus primeros lectores, una ruptura con el mundo idealizado de las narraciones pastoriles o caballerescas, un tiempo próximo y unos caminos cercanos por los que recordaba haber discurrido el narrador protagonista en su peculiar camino de perdición y de medro entre Salamanca y Toledo, había una visión amarga del mundo, una crítica indisimulada de ciertas formas de religiosidad y una denuncia de los comportamientos y usos sociales de la época.
Y lo más importante desde el punto de vista de la constitución de la novela moderna: había allí un personaje que, a diferencia de los héroes planos de las novelas de caballerías, tan planos como héroes que lo son casi desde antes de nacer, o de los pastores de las églogas, no está hecho al comienzo de su vida narrativa.
Más que su humilde origen o los dudosos antecedentes familiares de sus padres poco ejemplares, serán las circunstancias sobrevenidas y vividas las que moldeen el carácter de Lázaro y le conviertan en ese narrador que nada tiene que ver con el niño inocente que dio con su cabeza en el toro de piedra del puente sobre el Tormes y que ahora da explicaciones a un superior sobre los rumores deshonrosos que circulan en Toledo sobre su mujer.
Ese irse haciendo en las páginas del libro supone un cambio decisivo que
marca un antes y un después en la historia de la narrativa europea, el
comienzo de una nueva forma de concebir la novela. De ahí la importancia
y la transcendencia de esta novela a la que le sienta bien el
anonimato, casi una exigencia interna del modo autobiográfico que finge en su planteamiento narrativo.
Cerca de medio centenar de ilustraciones de Manuel Alcorlo iluminan algunos de los pasajes esenciales de esta novela imprescindible y corrosiva, que se publica con edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez, que escribe en su introducción.
“La cosa tiene mucho de autobiografía tempranera, Bildungsroman y relato divertido donde los haya, pero quizá una marca de fuego del Lazarillo sea que es una novelita repleta de problemas: el lío comienza con el baile de la autoría, se enreda con una serie de ambigüedades, y, por si fuera poco, se complica con las ediciones del texto, para romperse finalmente en mil pedazos con interpretaciones y lecturas para todos los gustos. Por de pronto, todas estas cuestiones —y muchas otras más— dan fe de la riqueza del mundo que se encierra en una historieta de apariencia tan ligera y simple que está en el origen del género picaresco y ha cautivado a lectores de todo pelo desde el siglo XVI hasta el siglo XXI: baste pensar en Eduardo Mendoza, pícaro por excelencia de la novela española contemporánea que salpimienta sus relatos con toques apicarados.”
Santos Domínguez