16 noviembre 2016

Novalis. La nostalgia de lo invisible


Antonio Pau. 
Novalis. 
La nostalgia de lo invisible.
Trotta. Madrid, 2010. 

“La fascinación que ha ejercido Novalis procede de su vida —una estrella fugaz—y de su obra —varios miles de fragmentos, dos novelas inacabadas y unos cuantos poemas—. Todo lo que se refiere a Novalis tiene la delicadeza de esas miniaturas que tanto gustaban en su época: mínimos pero nítidos perfiles con un bosque al fondo o unas ruinas, que cabían en un broche o una sortija. Todo es breve en la vida de Novalis: apenas veintiocho años sobre la tierra, una geografía minúscula —Novalis sólo conoció unos pocos pueblos de Sajonia—, unos cuantos amigos, unas cuantas páginas. Novalis, propiamente, lo fue sólo dos años, los dos últimos de su vida. Hasta entonces había sido Friedrich von Hardenberg, o Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, barón von Hardenberg, como dice la partida de bautismo que se extendió en la iglesia parroquial de Wiederstedt el 3 de mayo de 1772, un día después de su nacimiento”, escribe Antonio Pau en su biografía Novalis. La nostalgia de lo invisible, que publica Trotta en la colección La dicha de enmudecer.

Al igual que en las anteriores biografías de Rilke y Hölderlin, Antonio Pau reconstruye la obra y la vida de Novalis (1772-1801) con una visión transcendida en la creación literaria y en esa nostalgia de lo invisible que es el subtítulo de esta obra y el motor del pensamiento y la escritura de Novalis, un poeta prerromántico en cuya obra se dan cita la poesía y la filosofía, la ciencia y la religión para articular la búsqueda de lo absoluto que impulsa su actividad creativa:

“Su vida fue una búsqueda constante de lo absoluto. Ese absoluto que el hombre intuye entre lo efímero que le rodea. «Buscamos por todas partes lo absoluto —escribió Novalis—, y encontramos siempre y sólo cosas». Pero que sólo encontrara cosas no le desanimó. Lo que hizo fue ahondar en ellas, y lo hizo por dos caminos: el estudio de las cosas a través de la ciencia, y la búsqueda de su misterio a través de la poesía. Por eso, para Ntovalis, ciencia y poesía tienen una misma meta y al final confluyen. Al confluir levantan el velo que cubre la realidad, y las cosas aparecen como un receptáculo de lo absoluto. (...) Novalis era riguroso y preciso. Por eso escribió: «La exactitud científica es lo absolutamente poético».”

En Jena se relacionó con lo mejor del panorama cultural de su época: con Schiller, que sería su referente, más como modelo humano que como poeta; con el idealismo de Fichte, a cuyo pensamiento le añadió poesía; con Schlegel, que marcó decisivamente su concepción del mundo, la naturaleza y la historia.

Su obra mayor, los seis Himnos a la noche, que empezó a escribir a finales de 1799 y terminó a principios de 1800, están marcados por la muerte de Sophie, el amor de su vida, y “son –como explica Antonio Pau- a la vez, el relato de una experiencia íntima y una cosmología.”

Seis poemas visionarios de intensa musicalidad que consituyen una obra unitaria en la que la luz y la noche acaban confluyendo en una armónica exaltación de lo visible y lo invisible.

Como en las otras biografías de Antonio Pau, vida y literatura se van entrelazando y permiten leer este ensayo también como una antología esencial de la obra breve de Novalis, atravesada por la enfermedad e interrumpida por una muerte prematura, a los veintiocho años.

Así lo resume el biógrafo: “La vida y la obra, truncadas ambas, de Novalis, han quedado como esos torsos griegos a los que el tiempo ha mutilado con tanta belleza. Goethe vivió ochenta y  dos años de perfecta salud y dejó una obra impecable. Novalis vivió veintiocho, una gran parte enfermo, y sólo ha dejado fragmentos inconexos, novelas sin terminar y un puñado de poemas. Sin embargo, su vida y su obra tienen la misma perfección que las del viejo poeta ilustrado. La vida y la obra de Novalis parece que tenían que ser así, dolientes y mutiladas, para alcanzar la perfección que les correspondía.”

Dejó inacabada una novela, Heinrich von Ofterdingen, y los Fragmentos de Teplitz, donde cifró las claves de su idealismo mágico y de una concepción visionaria de la poesía como celebración del misterio, que resumió en afirmaciones como esta: Cada palabra es la palabra de un conjuro.


Santos Domínguez

15 noviembre 2016

Lichtenberg. Cuadernos II


Georg Christoph Lichtenberg.
Cuadernos.
Volumen II.
Traducción de Carlos Fortea.
Hermida Editores. Madrid, 2016.

‘Cristianos de mandil.’ Así define corrosivamente Lichtenberg a los francmasones en uno de los fragmentos que forman parte de los cuadernos D y E, que contienen las notas que escribió de 1773 a 1776.

Físico experimental, astrónomo y escritor, Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) es el prototipo del intelectual ilustrado, del científico humanista y uno de los nombres más relevantes de la cultura alemana. Durante treinta y cinco años fue registrando en sus libretas cientos de apuntes y borradores con observaciones, microensayos y exabruptos, ocurrencias y reflexiones.

Asistemático y fragmentario, el pensamiento disperso de Lichtenberg es el resultado de su talante intelectual más que de una doctrina cerrada. Neurótico e hipocondríaco, su escepticismo radical no mermó su infatigable curiosidad ni su deslumbramiento por Londres, Shakespeare y la cultura inglesa.

Y por eso cada una de sus páginas es una invitación a la reflexión crítica ante la naturaleza, las palabras o los comportamientos humanos. Porque nada escapó a su mirada inteligente, contradictoria e incisiva: la literatura y la historia, la religión y la filosofía, la ciencia y el arte, el cuerpo y el alma, el amor y la muerte, la sociedad o el lenguaje son algunos de los temas universales que suscitaron la atención siempre lúcida y a menudo irónica de Lichtenberg, de quien dijo Goethe que en donde él gastaba una broma había siempre un problema escondido.

Notas de lecturas y pecios, borradores y aproximaciones, estas páginas son un catálogo de perplejidades que hacen compatibles la ironía y la profundidad, la anécdota y el análisis, un catálogo de insultos o la reflexión sobre los límites del lenguaje y del conocimiento, la observación de las leyes naturales y la lucha contra las supersticiones.

No faltan los dardos contra el ignorante: ‘Un maestro de escuela escribe a otro: a esto se le llama nitimur in foetidum.’

Ni su mirada, entre irónica y compasiva ante un inofensivo aspirante a escritor: ‘Suponiendo que un joven que siente el impulso de convertirse en una cabeza original nos escribe un romance o una balada o algo por el estilo, ante lo que cualquier persona razonable se tapa los ojos de compasión por ese joven genio desdichado, ¿da eso pie a extenderse sobre el asunto y darse codazos, intercambiar cuchicheos y risitas, y armar tanto jaleo como si el Papa hubiera tenido gemelos? Si alguien escribe mal, está bien, dejadle escribir. Transformarse en buey está lejos de ser un suicidio.’

Ni el humor: ‘Las cosas más importantes se hacen mediante tubos. ¿Acaso los miembros viriles, las plumas de escribir y nuestras armas no demuestran que el ser humano no es sino un confuso haz de tubos?

Ni las críticas al crítico: "'Me ha dicho que, cuando termina una reseña, es cuando tiene las mayores erecciones."

“Murió convencido de que sería olvidado –escribió de él Juan Villoro-; pero la literatura, como él mismo anotó en sus cuadernos, suele ser más inteligente que su autor.” Por eso lo leyó Kant, y Thomas Mann subrayó estos cuadernos que también frecuentaron Freud, Nietzsche o Canetti.

Con la edición de este segundo volumen, Hermida Editores sigue completando uno de los proyectos más ambiciosos de su espléndido catálogo: la publicación, íntegra por primera vez en castellano, de cinco tomos con los Cuadernos de Lichtenberg.

Santos Domínguez

14 noviembre 2016

Robert Aickman. Las casas de los rusos



Robert Aickman.
Las casas de los rusos.
Traducción de Arturo Peral Santamaría
e Irene Maseda Martín.
Atalanta Ars brevis. Gerona, 2016.

Atalanta reúne en Las casas de los rusos seis relatos de Robert Aickman, uno de los maestros del género fantástico, que se suman a otros seis que publicó esta misma editorial hace cinco años en el volumen Cuentos de lo extraño, con el mismo eficiente traductor, Arturo Peral Santamaría, al que acompaña ahora Irene Maseda Martín.

Como aquellos, los relatos de esta nueva entrega son una incursión en el lado oscuro de la realidad en busca de la inexplicable complejidad de lo cotidiano. Porque, como explicó Todorov, el mejor teórico del género, la literatura fantástica parte de lo cotidiano para llegar a lo inexplicable.

Un buceo narrativo por los abismos del horror que está al fondo de la conciencia,  porque –ya lo demostró Poe en sus relatos- el horror contemporáneo no surge, como en la literatura gótica, de la escenografía exterior sino del fondo secreto de los personajes.

Los relatos de Aickman son una mirada al otro lado del espejo, una travesía por la línea de sombra que separa la razón de lo subconsciente, el sueño de la vigilia, la visión imaginada de la percepción real.

Con tonos diversos y perspectivas diferentes, con algún dato oculto que emerge en los párrafos finales de cada relato para producir un efecto de sorpresa, con una envidiable capacidad para crear atmósferas inquietantes y opresivas, estos seis relatos –alguno cercano a la novela corta- tienden puentes entre lo interior y lo exterior, entre lo real y lo imaginario, entre lo usual y lo extraño.

Con sorprendentes giros finales y diálogos caracterizadores, son relatos que transcurren bajo una nube de polvo o bajo la niebla nocturna de Finlandia, con la tonalidad del relato onírico, entre ambientes decadentes y casas aparentemente deshabitadas y proyectan una extraña mirada sobre lo femenino y sobre mujeres fatales de belleza insufrible.

Concentrados en el tiempo y en el espacio para producir una intensa unidad de efecto, con la presencia latente de una sexualidad oscura, deambulan por ellos un artista y una viuda, una joven en un páramo, dos gemelos terribles o dos hermanas con fantasma en un rincón fuera del tiempo de una mansión campestre.

Santos Domínguez

11 noviembre 2016

Felipe Benítez Reyes. Las formas de la luna


Felipe Benítez Reyes.
Las formas de la luna.
Prólogo de José Andújar Almansa. 
Renacimiento. Sevilla, 2016.

“Me imagino que no peco de sentimentalismo si considero que la poesía es un ejercicio de fijación de la memoria, una autobiografía moral y estética misteriosamente paralela a nuestra biografía, un testimonio más o menos razonado de fantasmagorías y de certidumbres. Al cabo del tiempo, en un poema resuenan las pisadas de ese tiempo, los pasos que dimos hacia nosotros en busca de nosotros. Y, a la vuelta de los años, a la vuelta de los libros, relee uno lo escrito y al margen de su grado de valor encuentra un sentido inesperado a todo ese afán, a todas esas palabras ordenadas: la poesía como la nostalgia inconcreta de uno mismo. La poesía propia como el mensaje embotellado de un náufrago que el capricho de la marea devuelve a la misma orilla en que lo arrojó. La poesía como una relectura, en fin, de la propia vida, transformada ya en una leve ficción y ajena al tiempo, acogida a un melancólico simulacro de eternidad, mientras la vida pasa.”

Con ese párrafo cerraba Felipe Benítez Reyes en abril de 2006 ‘Algunas conjeturas inestables’, el texto en el que reflexionaba sobre su poesía en el ciclo Poética y poesía de la Fundación Juan March.

Y ese mismo texto sirve como presentación de Las formas de la luna, la antología poética de Benítez Reyes que publica Renacimiento con prólogo de José Andújar Almansa. 

Ha sido el propio autor quien se ha ocupado de la selección de los textos, en la que hay una representación mucho más abundante, como es lógico, de su último libro, Las identidades (2012). 

En su segundo libro, titulado significativamente Los mundos vanos (1985), figuraba un poema, 'Panteón familiar', que terminaba con estos versos:

                                        Toda rosa es de sombra 
y es fugaz, y se esparce, y es un mundo imperfecto 
destinado a morir. ¿Pero queda su aroma 
testimonial de vida y hermosura pasadas? 
En ese mundo vuestro, ¿se reordena la forma 
de la rosa deshecha? ¿Y yo oleré esa rosa?

Ese poema da el tono hondamente elegíaco que recorre gran parte de la poesía de Benítez Reyes. Se renueva en él un viejo tópico, el de la fugacidad de la vida simbolizada en una rosa. Esa rosa de sombra es la rosa de Ausonio, claro, pero también la de Francisco de Rioja, y la rosa vespertina del Otoño de las rosas de Brines. Y la de los Cuatro cuartetos de Eliot, aquella que dejaba cuando ardía ceniza en la manga de un viejo.

Esa línea elegiaca vertebra una poesía reflexiva dotada de un hondo tono moral, en el sentido que tenía ese adjetivo en la Epístola moral a Fabio del capitán Fernández de Andrada, como expresión de una nostalgia inconcreta que se proyecta más hacia el futiuro que hacia el pasado, como ocurre en 'El dibujo en el agua', un poema que termina con estos versos:

Un dibujo en el agua es la memoria,
y en sus ondas se expresa el cadáver del tiempo.

Tú harás ese dibujo.

Y de repente
tendrás la sombra muerta
del tiempo junto a ti.

La constante meditación sobre el paso del tiempo modula y unifica esta poesía entendida como una forma de interpretación de la realidad, una manera de pensar el mundo y de transitarlo con palabras en poemas que habitualmente combinan la narratividad y la reflexión.

De Sombras particulares a Escaparate de venenos, de El equipaje abierto a La misma luna, la de Benítez Reyes es una poesía figurativa, dotada de potencia verbal y de fluidez rítmica, de imaginería elaborada y de ironía. Una poesía articulada en torno a dos claves: la imaginación y la memoria, aunque refractaria a un fácil patetismo, que eluden estos textos con el distanciamiento irónico que suaviza sus aristas. 

Es la palabra en el tiempo, como diría Machado, pero también la palabra contra el tiempo, la poesía que se levanta como respuesta al paso del tiempo, el muro de palabras contra el río de Heráclito, para saber qué queda de la vida en la memoria, / qué queda en la memoria de nosotros.

Y un constante carácter interrogativo, que sigue presente en esta ‘Formulación del mecanismo del tiempo’, uno de los cinco inéditos del libro:

Lo que se va. Esta fuga. Cuanto mueve
el viento que va huyendo hacia su ayer.
Lo que deja de ser nada más ser.
Los días que se funden con la nieve.

Lo veloz, lo no visto, lo olvidado.
Lo que fue a su acabarse. Cuanto vino
y suplantó el anhelo de un destino.
Lo rápido en huir, el delicado

morirse de tan poco tanta vida...

Hay algo en la verdad que no es verdad:
si el tiempo es siempre un punto de partida,
¿qué hora marca tu tiempo, eternidad

mía, que ya no
eres eternidad?

Santos Domínguez

10 noviembre 2016

Cirlot. El peor de los dragones


 Juan Eduardo Cirlot.
El peor de los dragones.
Antología poética 1943-1973.
Edición y prólogo de Elena Medel.
Siruela. Madrid, 2016.

Si para Rilke todo ángel es terrible, para Cirlot “el ángel es el peor de los dragones.” 

De ese verso, que forma parte de su poema “Momento”, fechado el 29 de mayo de 1971, toma su título la Antología poética 1943-1973 que publica Siruela con edición de Elena Medel, que explica en su prólogo –'Magia y papel vivo'- que, frente al prejuicio de Cirlot como poeta maldito y difícil, “esta antología se plantea una doble meta: la del reencuentro para aquellos lectores que ya hubieran descubierto la poesía de Juan Eduardo Cirlot, y -de manera esencial- la de la revelación para quienes desconocieran su obra.” 

Y con ese doble propósito se edita esta amplia selección de una obra exigente que, como señala Elena Medel, “permite la revelación y permite el deslumbramiento” de “un discurso independiente al margen de las estéticas imperantes; y un proyecto sin igual en la poesía española del siglo XX.”

El núcleo central de la obra de Cirlot es el ciclo Bronwyn, que comienza a mediados de los sesenta y que publicó esta misma editorial en 2001, pero antes, durante más de dos décadas, hubo un Cirlot emparentado con el irracionalismo poético y con la poesía visionaria, un Cirlot simbolista y un Cirlot superrealista que lleva a su extremo radical la práctica de la escritura automática, experto en imágenes y símbolos y empeñado en trasladar al lenguaje poético las aportaciones de la música de Strawinsky o Schönberg y del dodecafonismo. 

Ya entonces era un poeta deslumbrante por su irracionalidad y por su vinculación con lo mejor de la vanguardia de los años veinte y treinta, en una dirección poética al margen de los circuitos oficiales de Escorial y Garcilaso y de la contestación espadañista. Una insularidad estética solo comparable a la de su amigo, el postista Carlos Edmundo De Ory.

Quizá sea La dama de Vallcarca (1957) el conjunto de poemas que podría sintetizar esta etapa fundamental en la poesía de Cirlot: la convivencia de la geografía real con la simbólica, la combinación de músicas, ritos y colores, símbolos y sueños e irrealismos diversos. 

Cirlot ve en 1966 la película El señor de la guerra, una rareza repleta de símbolos y rituales, de Franklin Schaffner. En la figura femenina de Bronwyn –‘Princesa del horror de ser princesa’- está el origen del ciclo fundamental de la poesía de Cirlot, que lo explicaba con estas palabras: “Lo que llamo Bronwyn es el centro del lugar que dentro de la muerte se prepara para resucitar ... es lo que renace eternamente.”

Ese sería el centro de su mundo literario, el resultado de una búsqueda obsesiva que se concreta en dieciséis cuadernos y pliegos de poesía en torno a la figura de una doncella celta –'la que renace de las aguas'- en la que confluyen muy distintas tradiciones míticas para crear el corazón de la obra de Cirlot, seguramente también su mayor legado poético.

Iniciado hace medio siglo y articulado en torno a la figura de esa doncella, Cirlot recreó en ese ciclo un viejo mito e integró diversos temas e influencias para exponer una teoría del amor y la muerte, de la resurrección y el retorno, de la búsqueda de la inmortalidad.

Cirlot fundaba así un territorio levantado desde el sueño y la iluminación visionaria de la realidad, con la palabra como fuerza de articulación del mundo en un ejercicio de alumbramiento de un universo poético personal levantado desde la conciencia del transcurso sobre la paradoja del ser y el no ser, como en este fragmento de La quête de Bronwyn (1971):

En la bruma del tiempo, tengo Bronwyn
el brillo de tu frente, de tus brazos, 
tu blanco amanecer entre lo blanco. 

Mi feudo está en el fuego de mi fe, 
dulce niebla que das desde la nieve 
los días, las diademas que perdías,
diademas de diamantes y de días. 

Coronas y corolas son las olas 
del mar de tu mirada murmurante.
Bronwyn, tu corazón es el Graal, 
piedra de lo absoluto, piedra pura. 

Pálida plata blanca como luz 
celeste por los cielos de tu frente, 
cisne de la locura de los cielos, 
cisne de inmensidad en los anhelos. 

Cisne de tu color de sólo cisne, 
lis de tu claridad de sólo lis, 
dulce alejas de mí la lejanía, 
me dejas con mi voz que desvaría.

Ese despliegue metafórico es la base constructiva de una poesía febril y visionaria que establece un diálogo estremecido, doloroso o exaltado, con el mundo, en un experimento con la noción de límite, siempre entre lo órfico y lo apocalíptico, entre la realidad y la irrealidad, un conflicto que está en la raíz de esta poesía poderosa e irrepetible.

“¿Qué circunstancias han orillado la recepción de la obra de Cirlot? –se pregunta Elena Medel-. Rechazo la sensación de que se trate de un poeta inaccesible: no hablamos de un poeta fácil, desde luego, o al menos de un poeta transparente en una primera lectura, directo en su mensaje; pero los poemas de Juan Eduardo Cirlot sí transmiten un sentido en ese contacto inicial. No en vano, él insistió en la cercanía de sus temas: el amor y la muerte, la vida y la realidad. Su escritura pide un gesto al lector, el de la imaginación, y regala otro a cambio: el de la fascinación.”

Santos Domínguez

09 noviembre 2016

Juan Arnau. El efecto Berkeley



Juan Arnau.
El efecto Berkeley.
Pre-Textos. Valencia, 2015.

En la línea de ficción filosófica inaugurada con El cristal Spinoza, Juan Arnau publica en Pre-Textos El efecto Berkeley, en torno a la figura del filósofo irlandés que defendió la idea de que ser es percibir y la vida por tanto está hecha de impresiones, sobre todo visuales, porque “los recuerdos, los sueños y las fantasías son todos ellos restos de impresiones visuales.”

De Dublín a Londres, de París a Nápoles, entre el relato y la biografía, el dietario y el ensayo, la filosofía y los diálogos teatrales, este es un libro en el que las sensaciones tienen también un papel decisivo en la sucesión de escenas construidas con una actitud híbrida que recuerda las evocaciones intrahistóricas de Azorín en sus reconstrucciones de los clásicos redivivos.

El paisaje del condado independentista de Kilkenny donde nació Berkeley, Grub Street, un suburbio de las letras londinenses, la prisión de Newgate o el gesto más trivial del personaje los envuelve Juan Arnau en la calidad de su prosa fluida que se gana la complicidad admirada del lector desde el primer párrafo hasta el final, con la tonalidad elegante de su prosa equilibrada y con la cercanía conversacional que marca muchas de sus páginas, a medio camino entre la filosofía y el teatro, a través de diálogos teatrales con Prior o Swift, Voltaire o Pope, Malebranche o Voltaire.

Y porque ser es percibir y ser percibido, nada mejor que este libro que huye de las abstracciones metafísicas para introducirnos con asombrosa maestría en la individualización de las sensaciones que sugieren sus páginas con la importancia crucial de los adjetivos.

Un ejemplo: “Lumbre de sarmientos. Sardinas ensartadas sobre las brasas. Escamas quebradas, azuladas y amarillas. Berkeley sopla un rescoldo, el fuego enrojece sus mejillas. Un mendrugo de pan, patatas cocidas y cuatro nueces. Junto a las viandas, un cuaderno. La mano se mueve con calma litúrgica, dejando a su paso una caligrafía franca, marcial.”

La evocación de la época y el ambiente, los viajes y la literatura, la historia y la física, las matemáticas y la relatividad del tiempo y el espacio en este teatro de ideas que muestra que las cosas del mundo son sensaciones, que todo es percepción y que por eso mismo “la piel es lo más profundo del hombre.”

Santos Domínguez

08 noviembre 2016

Juan Carlos Mestre. La tumba de Keats




Juan Carlos Mestre.
La tumba de Keats.
Calambur. Barcelona, 2016.

En un volumen ilustrado por el propio poeta, Calambur recupera La tumba de Keats, el libro con el que Juan Carlos Mestre ganó el Premio Jaén de poesía en 1999. Llevaba algún tiempo descatalogado y esta reedición es una inmejorable oportunidad para acercarse a él por primera vez o para releer sus versos desborados y poderosos.

Desde su arranque (Esto sucede ante la hora izquierda en que mi vida, / violenta juventud contra el poder de un príncipe, / llama jauría a la verdad y belleza a los puentes derrumbados) hasta el último verso, que reproduce el epitafio de la tumba de Keats en el cementerio protestante de Roma (Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua), una explosiva sucesión de imágenes ordenadas en el ritmo envolvente y poderoso de sus versos.

Escrito en Roma entre octubre de 1997 y febrero de 1998, acompañado de las ilustraciones del libro de artista Ghetto que el autor realizó a la vez que el poema, en su espacio emerge la sombra de Keats como símbolo de la conciencia irrenunciable del poeta a través de la voz de Juan Carlos Mestre.

El tiempo y la compasión, el amor y la historia, la noche y la palabra arrebatada articulan un intenso y largo monólogo en el que el poeta da voz a las sombras frente al olvido y esgrime la resistencia y la utopía como ética de las derrotas, como épica de la dignidad. Frente a las ruinas de la historia la fuerza resistente de la palabra cuando no importa ya vivir sino la vida, no importa ya morir sino lo humano.


Santos Domínguez


07 noviembre 2016

Frank Kermode. El tiempo de Shakespeare


Frank Kermode.
El tiempo de Shakespeare.
Traducción de Juan Manuel Ibeas.
Debate. Barcelona, 2016.

Debate recupera un espléndido ensayo sobre Shakespeare y su tiempo que publicó en 2005 y que el centenario de la muerte del poeta de Stratford ha vuelto a poner de actualidad.

Pero El tiempo de Shakespeare, de Frank Kermode, es mucho más de lo que anuncia su título. Además de un acercamiento a la época y al contexto histórico, político, social y cultural en el que surge y se desarrolla el teatro isabelino, a la expansión comercial que convirtió a Londres en un centro financiero internacional, es una excelente introducción al teatro de Shakespeare.

En aquel hervidero urbano al que llegó el aspirante a escritor desde Stratford, una de las diversiones favoritas eran las representaciones teatrales, cuya dimensión social y económica es uno de los ejes de este libro. Hay un dato concluyente: en vida de Shakespeare se construyeron nueve teatros en aquella ciudad turbulenta que era ya una de las capitales del mundo.

Con un grado cada vez mayor de complejidad de los espacios teatrales y de profesionalización de las diversas compañías, se fue produciendo una progresiva separación entre la actuación profesional y la mera representación. 

Sólo si se entiende esa profesionalización puede explicarse que Shakespeare escribiera obras tan exigentes como Hamlet Macbeth, tan llenas de matices y monólogos y con un lenguaje dramático tan estilizado.

Pero lo mejor de este estudio, ya lo avisábamos, es el recorrido por la evolución del teatro de Shakespeare, desde su primera época –anterior a la construcción del Globe: desde Tito Andrónico hasta Mucho ruido y pocas nueces. 

Un análisis global y profundo de los textos que atiende al papel del público, al estilo y a los temas o a su intención política y que se centra en la época de plenitud del autor, en su década prodigiosa desde el traslado de la compañía al teatro del Globe, a cuya creación, diseño y estructura se presta también una notable atención.

Ese fue un momento crucial en la obra de Shakespeare, que desarrolla su década más creativa desde Como gustéis hasta La tempestad, pasando por Julio César, Hamlet, Otelo o Macbeth. Cada uno de esos títulos bastaría para considerarlo el clásico de los clásicos, el inventor de lo humano, como decía Harold Bloom.

Santos Domínguez

05 noviembre 2016

Iacyr Anderson Freitas. Estação das clínicas


Iacyr Anderson Freitas.
Estação das clínicas.
Escrituras Editora. Sao Paulo, 2016.

“Iacyr Anderson Freitas es hoy, sin duda alguna, el mayor nombre de su generación y uno de los mayores poetas vivos de la lengua portuguesa”, escribe Luiz Ruffato en 'A via crucis da alma', el prólogo que ha escrito para Estação das clínicas, que es el último libro de este poeta nacido en Minas Gerais, Brasil, en 1963.

Tras Ar de arestas y una larga y reconocida trayectoria poética marcada por la conciencia de la temporalidad, este libro vuelve a transitar un territorio poético que, como señala el prologuista, se levanta con “ritmo esmerado, rimas sutiles, imágenes primorosas, sentimientos sublimes.” 

Organizado en tres partes – pré, in, pós- por las que van apareciendo la madre en su 99 cumpleaños, la enfermedad, la estancia en un hospital, la cirugía de alto riesgo, el suero gota a gota, los drenajes y las desilusiones ópticas, su eje de referencia es la fragilidad de la existencia, la condición precaria de la vida expresada con la precisión lingüística de un poema como este, de la parte central del libro. La traducción es mía:


No leito do quarto 536-A

quando o sono estende sobre ti
o lençol da morte e seu deserto

algo em teu corpo persiste
desperto

desde o mais vasto
ao mais informe



-a vida
meu filho
nunca dorme



En la cama de la habitación 536-A

cuando el sueño extiende sobre ti
el lienzo de la muerte y su desierto

algo en tu cuerpo persiste
despierto

desde lo más amplio
a lo más informe



-la vida 
hijo mío 
nunca duerme


Santos Domínguez

04 noviembre 2016

Weldon Kees. El club del crimen



Weldon Kees.
El club del crimen.
Selección y traducción de Ezequiel Zaidenwerg.
Prólogo de Dana Gioia.
Vaso Roto. Madrid, 2016. 

AL NORTE

Si yo, como otros en sus madrigueras,
hallara una parcela del pasado
para elogiar, posiblemente habría
sustitutos del ruido y de las manchas
borrosas: el confort del aislamiento,
asegurado, estricto, que nos nutre
cuando la luz expira sobre el vidrio;
pero la mente tiene que agacharse,
desconfiada, cambiar de dirección
y concentrar en una luz idiota
los días de otros azotes o de exilios
y enfermedades en que los horrores
de la historia, que van de las cavernas
pasando luego por los campamentos
hasta los ataúdes del mañana,
se queman hasta la última ceniza.

¿Y la tumba del Tiempo, dónde está?
¿La descomposición, qué aspecto tiene?
Una herradura, huesos blancos, árboles
sin vida, fríos hemisferios, moho
seco y una ola azul que al mediodía
baña unas costas que no habrás de ver.

Es un poema del norteamericano Weldon Kees, que vivió entre 1914 y 1955. Tenía 41 años cuando dejó su coche, el 18 de julio de 1955, con las llaves puestas a la entrada del Golden Gate Bridge de San Francisco. Desde entonces se pierde su pista y se empieza a disolver también el rastro de un autor de existencia problemática que hizo compatible el talento y la infelicidad, las drogas con la escritura y el alcohol con su carácter ciclotímico.

Casi desconocido en Estados Unidos, apenas representado en antologías colectivas, Vaso Roto publica en edición bilingüe El club del crimen, una selección de sus mejores poemas.

Una amplia antología con selección y traducción de Ezequiel Zaidenwerg que va precedida a manera de prólogo de un estudio introductorio de Dana Gioia, el primer ensayo que reivindicó la importancia de la poesía de Kees y abordó las características temáticas y estilísticas de una obra de “intensidad directa y emotiva”, escrita con “una sorprendente claridad.” 

Había nacido en  Nebraska en 1914 y, aunque su obra se reduce a tres libros, desde el primero de ellos, El último hombre (1943), Kees se expresa con una voz formada, dura, desesperanzada y amarga, con una capacidad narrativa y un tono conversacional que facilita la aproximación del lector a su mundo sombrío.

Desde ese primer libro hasta los poemas póstumos que aparecieron por primera vez en la recopilación de su obra poética en 1960, Weldon Kees es un “visionario del apocalipsis contemporáneo” que proyecta el “pesimismo cósmico” -del que habla Dana Gioia en su introducción- en el paisaje desolado de su poesía, en sus atmósferas opresivas y grises, en el desorden y la violencia que reflejan sus textos.

A eso mismo aludía Kenneth Rexroth cuando decía de Kees que “vivía en un permanente y desesperado apocalipsis.” “Hay poetas contemporáneos –añade la prologuista- más modernos que Kees, pero ninguno de ellos parece más fiel a la vida moderna. Escribió acerca del mundo ruidoso en el que estamos atrapados, acerca de los ruinosos paisajes que nos rodean, usando las sórdidas imágenes con los que nos enfrentamos a diario. Muchos escritores trataron de convertir esos fragmentos en arte, pero pocos tuvieron la energía imaginativa necesaria. Kees la tuvo. Es el poeta que nuestra época merece, lo quiera o no.”

Y como muestra de su realismo amargo, de su profético pesimismo sin salida y desesperado, este texto desolador, Para mi hija: 

En los ojos de mi hija, detrás de la inocencia 
de la carne matinal, veo indicios de la muerte 
que ella aún no sospecha. El más frío de los vientos 
agitó sus cabellos y maniató una red 
de algas sus manos ínfimas:. el pausado veneno 
de la noche, anodino e indulgente, impulsó 
la sangre por sus venas. Vi unos años ajados 
que podrían ser suyos: una muerte inminente 
en cierta guerra, verdes sus piernitas delgadas. 
O cómo, alimentada a base de odio, saborea 
el aguijón de la agonía de los otros; 
quizá es la novia cruel de un tonto o un sifilítico. 
Estas disquisiciones se agrian bajo el sol. 
No tengo hija. Ni deseo tenerla.

Santos Domínguez

03 noviembre 2016

Cara y cruz de la Fundación Cela


Tomás Cavanna.
Tumba revuelta.
Cara y cruz de la Fundación Cela.
Renacimiento. Sevilla, 2016.

“Cuando se ayudó a construir algo que parecía hermoso duele ver cómo se derrumba; de ahí la necesidad de este libro, con el que pretendo recordar a los recién llegados lo que Cela quiso hacer, con quién quiso hacerlo, y cuál fue el papel que jugaron en este empeño tanto él, como su primera mujer, su viuda y heredera, su hijo y legitimario, y demás familia.”

Con esas líneas cierra Tomás Cavanna Benet la introducción de Tumba revuelta, el libro que ha dedicado a rememorar su experiencia al frente de la Fundación Camilo José Cela. Cara y cruz de la Fundación Cela es el subtítulo de ese volumen que publica Renacimiento en su colección Los Cuatro Vientos en edición limitada de 500 ejemplares.

Su autor, Tomás Cavanna, que fue director gerente de la Fundación desde mayo de 1993 hasta 2010, ha elegido un título que parodia significativamente el de aquella colección de artículos que Cela reunió en el volumen Mesa revuelta.

Lo abre un prólogo de Adolfo Sotelo, que destaca que esos diecisiete años que se evocan aquí fueron “fundamentales porque amparan los quehaceres del último Cela, y los primeros de un buque, la Fundación de Iria, que debería ser una de las insignias de Galicia y de España en los dominios de la cultura y la literatura contemporánea. Y sin embargo, las aventuras y desventuras que narra Cavanna Benet con oficio y fluidez, en Tumba revuelta son, a menudo, muestras perfectas del ‘disparatario español’.”

Así pues, en primer término estas páginas ofrecen un recorrido por la historia y las circunstancias de la Fundación Cela, con un enfoque no presidido por el rencor ni por el ajuste de cuentas. Lo anuncia la cita bíblica del Libro de los Proverbios que el autor ha puesto al frente de estas páginas: “No maquines mal alguno contra el amigo que ha puesto en ti su confianza.”

Pero, más allá de los límites de la Fundación, inevitablemente emerge en los capítulos del libro la descripción de un conflictivo panorama político y literario y las no siempre limpias corrientes subterráneas de influencias y rivalidades, ambiciones y envidias que recorren estos episodios de la historia cultural de las últimas décadas. 

Un recorrido crítico jalonado por nombres relevantes que a veces no salen bien parados. Los aduladores arrimados al poder, los conflictos familiares, el papel de las instituciones completan la descripción de una feria de vanidades que no es sólo un paisaje de fondo, sino que se convierte a menudo en el centro del cuadro. 

Es la memoria de quien vivió desde dentro el proceso que acabó con la crisis de la Fundación tras la muerte de Cela en 2001 y conoció como testigo privilegiado tiempos mejores: 

“Durante aquellos años triunfantes le gustaba oír a Marina Castaño, a la que convirtió en su mujer, susurrándole al oído: ‘No eres hombre, eres Nobel’ y lo cierto es que actuaba como un verdadero César, embozado en una capa de impunidad que le llevó a cometer algunos errores de cálculo tanto en su vida personal como en la profesional.”

Y en ese itinerario, las relaciones conflictivas con los novelistas jóvenes, la cucaña y los trepas, la diversa clase de tropa que formó parte del círculo del novelista, figurantes o protagonistas de un elocuente álbum de imágenes que se ofrecen en un apéndice.

Como complemento gráfico de las páginas de este libro, esas imágenes resumen un espectáculo a veces poco edificante, que refleja cómo se han mezclado política, literatura e intereses económicos en las últimas décadas en la vida cultural española. 

Santos Domínguez

02 noviembre 2016

Hölderlin. El rayo envuelto en canción


Antonio Pau.
Hölderlin. 
El rayo envuelto en canción.
Editorial Trotta. Madrid, 2008.

El poeta Christoph Schwab, que vio a Hölderlin cuando volvía a refugiarse, una vez más -y otra vez derrotado-, a la casa familiar del Nürtingen, escribió: “Era como una sombra. El sufrimiento y las luchas interiores habían hecho mella en su cuerpo, en otro tiempo robusto. Pero más llamativa era la irritabilidad de su estado de ánimo: la palabra más insospechada e inocente, que no tenía nada que ver con él, podía producirle indignación, y entonces dejaba plantada a la persona con la que estaba hablando.” 

Sin embargo, de esos mismos días del viaje de vuelta -junio de 1800- es uno de los más bellos poemas de Hölderlin (1770-1843), en que la ilusión, la nostalgia y la resignación aparecen dulcemente entrelazadas. Vida y obra quedan algunas veces así, misteriosamente bifurcadas, cuando se trata de grandes poetas. El poema se titula “Regreso a la patria.”

Con esos párrafos comienza Antonio Pau uno de los capítulos vertebrales de Hölderlin. El rayo envuelto en canción, que publica Editorial Trotta. Un libro ya canónico sobre la figura y la obra de uno de los poetas fundamentales de la tradición occidental.

Biografía, ensayo crítico, antología esencial, guía de lectura... Todo eso es este volumen que se abre con la evocación del momento–1914, en vísperas de la Gran Guerra- en el que Rilke descubre deslumbrado la poesía de Hölderlin, un poeta infravalorado por sus contemporáneos y recuperado en el siglo XX. 

No es un capricho ni una casualidad esa evocación inicial. Antonio Pau, uno de los mejores traductores de Hölderlin, es también autor de la que posiblemente sea la mejor aproximación en español a la vida y sobre todo a la obra de Rilke. Y hay además una línea de fuerza que une la vida y la obra de Hölderlin con la de Rilke: la concepción de la vida al servicio de la poesía, el ímpetu sagrado de su creación, hasta los años finales en los que habitaron una torre –en Tubinga o en Muzot- que podría tomarse como una metáfora de su existencia dedicada a la elevación de su obra.  

“¿Cuál fue la caída de Hölderlin, la que le precipitó en las tinieblas?”, se pregunta Antonio Pau en la nota preliminar del libro. Fue una caída hacia arriba, como decían los contemporáneos que no le comprendieron, porque como él mismo había escrito, “se puede caer también en la altura, igual que se puede caer en el abismo.” 

Hölderlin cayó tras llegar a la proximidad de los dioses de la mitología griega, porque en sus poemas siempre aspiró a la altura de lo sagrado, a remontarse desde lo terrenal a lo celeste. Y a explicar ese proceso de ascenso y caída dedica Antonio Pau su libro a través de la poesía, las cartas o los ensayos de teoría poética de quien -como luego Rilke- dedicó su vida a la poesía.

Por esa estrecha vinculación que Hölderlin estableció entre vida y obra se tienden constantemente puentes entre la biografía exterior del hombre y los versos del poeta en un recorrido que permite recorrer sus tres etapas de plenitud: desde la primera, con su adhesión a los ideales revolucionarios que llegaban desde Francia a Tubinga en 1789, hasta la tercera, en la que culmina su obra en el punto más alto cuando en los últimos seis meses de 1800 que escribió torrencial e inspiradamente sus grandes odas, las elegías y los Himnos en un trayecto vital que lo devolvió a Tubinga después de pasar por Heidelberg, Jena, Nürtingen o Fráncfort, donde desarrolló su segunda etapa de plenitud en torno a Diótima, trasunto poético de Susette Gontard, la joven de 26 años que era la madre del pupilo para cuya formación fue contratado como preceptor.

Ese es el eje y la clave de Hiperion, al que Pau dedica un estudio esencial, tan imprescindible como las páginas que dedica a analizar La muerte de Empédocles o El Archipiélago.

En el irracionalismo radical y transgresor de sus Cantos, que él mismo definió como poemas mayores, aislados y líricos, está reelaborado en su forma definitiva el mundo poético de Hölderlin: las islas y los dioses griegos, los ríos alemanes, los héroes trágicos y épicos. En el espíritu de esos poemas que abarcan la oda y la elegía, en el huésped de las sombras de los Cantos nocturnos o en el júbilo alto y puro de los Cantos patrios, brilla la polifonía poética de una obra por la que cruza la subjetividad exacerbada de Hölderlin, el amor y la mitología, el pensamiento y la visión. 

Tras la separación de Susette y su muerte se sucedieron los desequilibrios, los ataques de ira y los cantos nocturnos hasta la entrada de Hölderlin en la niebla de la locura y el encierro de siete meses en el manicomio de Tubinga antes de que lo acogiera el ebanista Zimmer en una torre donde vivió treinta y seis años.

Trece mil días que fueron iguales entre sí, como si fueran uno solo: desde que se levantaba a las 3 de la mañana hasta que se acostaba a las siete de la tarde, una sucesión rutinaria de paseos, toques de espineta y recitaciones extremadas de su propia poesía.

Fue perdiendo la noción del tiempo -pensaba que tenía 17 años cuando rondaba los 60- y disolviendo su propia identidad –“Yo, señor mío, ya no me llamo Hölderlin. Me llamo Scardanelli”-, abismado en un vacío interior que no le dejaba  atender a lo que se le decía. Y pese a esos desarreglos y a su comportamiento infantil, escribió en esa época algunos poemas de “una sorprendente perfección formal”, como señala Antonio Pau. 

Un ejemplo, La vista, el último poema que escribió: 

Cuando a lo lejos se pierde la vida de los hombres, 
en una lejanía donde brilla el tiempo de las vides, 
allí donde el verano ha dejado seca la campiña, 
y asoma el bosque con su oscura imagen. 

Que complete el paisaje la imagen de los tiempos, 
que se demore hasta verse alcanzada 
por la plenitud, y que en su cumbre el cielo 
ilumine a los hombres, como las flores coronan las copas de los árboles.

Entre el rechazo de los demás y la renuncia propia, entre la lucidez y la locura, entre la incomprensión -a veces fronteriza de la envidia- que sufrió su genio y la voluntad de acercarse a lo sagrado, entre el sentimiento y el pensamiento, entre la meditación y sensibilidad, entre la filosofía y la poesía, Hölderlin había escrito ya versos inmortales como Lo que permanece lo fundan los poetas o ¿Para qué poetas en tiempos tan mezquinos?

Generosamente ilustrado con dos cuadernillos centrales que reproducen manuscritos de su obra, retratos del poeta y de sus próximos y de los espacios en los que transcurrió su vida, Hölderlin. Entre el rayo y la canción, es, además de un acercamiento riguroso al ascenso y la caída del poeta en sus años oscuros a través de su evolución personal y literaria, una indagación en la profunda raíz de la creación poética y un estudio decisivo sobre uno de los autores que han marcado el camino de la poesía de los dos últimos siglos.

Más de doscientos después, esa música extraña y oscura sigue sonando en la noche del mundo.

Santos Domínguez

31 octubre 2016

La colmena. Edición conmemorativa


Camilo José Cela.
La colmena. 
Edición conmemorativa
I centenario del autor.
Real Academia Española.
Asociación de Academias de la Lengua Española.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Para celebrar el centenario del nacimiento de Camilo José Cela, la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y la editorial Alfaguara publican simultáneamente en España y América un volumen conmemorativo de La colmena que está destinado a convertirse en la edición canónica de referencia de esta novela de crucial importancia en el desarrollo de la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX, porque desde su primera edición en Buenos Aires en 1951 abrió el camino a la novela social con la creación de un protagonista colectivo, con su objetivismo conductista, su estructura caleidoscópica, su reducción temporal o la ampliación de los espacios urbanos.

Abren el volumen cinco estudios preliminares sobre la novela, cuyo texto fijó el autor como definitivo en el Prólogo general -'Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar'- de su Obra Completa en 1962: Darío Villanueva firma en “La colmena: Principios y final” un agudo análisis de la novela y una contextualizacion de su importancia en el conjunto de la obra de Cela; su hijo, Cela Conde, escribe de ella como de su melliza, de gestación paralela; Álvarez de Miranda estudia la contribución de Cela a la lexicografía española; el académico chileno Eduardo Godoy dedica unas páginas al reflejo de la infancia en la novela española de posguerra y a su presencia en La colmena y Jorge Urrutia aborda sus juegos espaciales como una construcción simbólica que dibuja el panorama de una época.

En el corazón del libro se incluye como prólogo la 'Historia incompleta de unas páginas zarandeadas' que Cela firmó en Palma de Mallorca el día de difuntos de 1965, además de las notas preliminares a distintas ediciones de la novela y el prólogo a la edición rumana. 

En apéndice, además del conocido censo de personajes que elaboró José Manuel Caballero Bonald, se incorpora la lectura sociológica de la obra que hace Amalia Barroza y la vinculación del discurso novelístico y el lenguaje cinematográfico en la adaptación de Mario Camus que estudia Dru Dogherty.

Y la que es, sin duda, la novedad más destacable de esta edición conmemorativa: 'La colmena inédita. Transcripción fragmentaria del manuscrito de La colmena. Caminos inciertos (BNE, RES/287)', un estudio en el que Adolfo Sotelo Vázquez y Noemí Montetes analizan el manuscrito desconocido, fragmentario e incompleto, que Cela había prestado al hispanista Noël Salomon y que su hija legó, a comienzos de 2014, a la Biblioteca Nacional de España.

Un manuscrito que contiene los fragmentos inéditos censurados y autocensurados del manuscrito de 1946 que mutilaron los censores. Cinco años después, La colmena apareció en Buenos Aires sin lo prohibido, con lo autocensurado por el autor y con nuevos cortes provocados por la censura peronista.

Santos Domínguez

28 octubre 2016

Larkin. Antología poética


Philip Larkin.
Antología poética.
Edición de Damià Alou.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2016.

Con un amplio y profundo estudio introductorio abre Damià Alou la espléndida antología de Philip Larkin (1922-1985) que ha preparado para Cátedra Letras Universales y de la que explica: “Esta antología pretende ser, por una parte, un volumen donde se compendie lo más esencial de Larkin, y, por otra, una ventana a su producción inédita, que por motivos diversos no acabó formando parte de los volúmenes que publicara en vida un poeta tan exigente. Para ayudar al lector a acercarse a las distintas caras del personaje larkiano he englobado sus poemas en once apartados temáticos, y dentro de cada uno aparecen por orden cronológico.”

Una introducción a la poesía de Larkin que delimita su estilo en un tono de voz marcado por la oralidad y que además de proponer un recorrido temático por su trayectoria poética y por la creación del personaje que habla en sus poemas, completa un análisis pormenorizado y riguroso de sus poemas más relevantes como Viento de bodas, Ventanales, Las bodas de Pentecostés o Albada, un texto de 1977 que termina con estos versos:

Lentamente se hace de día, y la habitación cobra forma.
Es evidente como un guardarropa, lo que sabemos, 
lo que hemos sabido siempre, sabemos que no podemos escapar, 
pero no lo aceptamos. Algo tendrá que desaparecer.
Mientras tanto los teléfonos se agazapan, dispuestos a sonar
en oficinas cerradas, y todo este mundo indiferente,
intrincado y de alquiler comienza a despertar. 
El cielo es blanco como arcilla, sin sol. 
Hay trabajo que hacer.
Los carteros, como si fueran médicos, van de casa en casa.

Albada no formó parte de ninguno de los libros de Larkin, se publicó en el suplemento literario de The Times el 23 de Diciembre de 1977 y fue incluido póstumamente en los Collected Poems que se editaron en 1988.

Tal vez pensaba en textos como ese Georges Steiner cuando hablaba de la refinada indiferencia de Larkin, un notario de lo cotidiano y de la prosa del mundo, de lo cercano, el dolor, el fracaso y la angustia del hombre corriente.

Philip Larkin es quizá el poeta inglés moderno más popular y desde la aparición de Las bodas de Pentecostés se reveló como una de las voces más personales y renovadoras de la poesía inglesa. Heredero de una línea poética que viene de Thomas Hardy y Edward Thomas, su tono conversacional y cáustico y una emoción contenida que nunca se desboca en patetismo, encontró su propia voz en Engaños, un libro de 1955 con el que superó el simbolismo y las secuelas vanguardistas, y con Las bodas de Pentecostés y Ventanales –dos asombrosos éxitos comerciales de los que se vendieron miles de ejemplares- acabó de perfilar esa voz propia hecha con palabras sencillas como alas de pájaro.

Áspero y directo, insolente e incisivo, Larkin ejerció una influencia determinante también en la poesía norteamericana con ese libro que se publicaba en febrero de 1964 en Inglaterra y en octubre en Estados Unidos y se convertía en un éxito de ventas inmediato: en dos meses vendió 4.000 ejemplares y las reediciones se sucedieron con cadencia más propia de la narrativa que de la poesía.

Tras unos inicios juveniles con poemas marcados por la lectura de Yeats o con meros pastiches impostados de Auden, Larkin encuentra en la lectura de Thomas Hardy su modelo poético: una modesta atención a la realidad, una incursión en lo cotidiano es lo que le enseña esa poesía.

No se trata sólo de una cuestión de temas. El tono coloquial y la actitud de retraimiento ante el mundo sitúan esta poesía en las antípodas de Pound, Eliot o Auden.

En un artículo sobre Hardy, Philip Larkin habla de ese autor en términos que definen su propia poesía, su propia literatura: "No es un escritor trascendente, no es un Yeats, no es un Eliot; sus temas son los hombres, las vidas de los hombres, el tiempo y el paso del tiempo, el amor y el apagarse del amor."

Es justamente esa modestia de los temas la que define esta poesía y orienta su tono. Lo anota el propio Larkin: "Mis poemas se explican tan bien solos que cualquier comentario sería superfluo. Todos derivan de cosas que he visto, pensado o hecho, y dudo que entre sus temas haya nada extraordinario."

El dolor, el fracaso y la angustia, las humillaciones o el complejo por su tartamudez escolar y su voz aflautada, la dureza degenerativa de la vida cotidiana en la Inglaterra de posguerra son algunos de esos temas.

Larkin era bibliotecario en la Universidad de Hull, un lugar situado en el extremo oriental de Inglaterra. Lejos de todo, desde ese rincón periférico, un Larkin solitario y aislado escribe Las bodas de Pentecostés en un tono elegiaco que convive con la ironía para construir una poesía autobiográfica que tiene menos de confesión que de venganza y de ajuste de cuentas con los agravios de la vida:

La vida primero es tedio, luego miedo.
La utilicemos o no, pasa,
y deja lo que algo ajeno a nosotros eligió, 
y la vejez, y luego el único fin de la vejez, 

escribe al final de Dockery e hijo, uno de los mejores textos de un libro alejado a veces de un mundo de sombras industriales y del sonido gutural de los apeaderos bajo la niebla, de suburbios con solares de maleza y desperdicios. Otras veces, Larkin escribe una partitura compasiva como Sidney Bechet, el clarinetista más famoso de Nueva Orleans, al que está dedicado uno de los poemas más emocionados del libro.

La tonalidad discursiva de su poesía, leída por quienes no suelen leer poesía, no le resta altura a su estilo ni hondura a una actitud meditativa que se remonta desde el objeto cotidiano a la reflexión profunda y a menudo desalentada, como en Ventanales, uno de sus poemas más conocidos, que dio además título a su libro más famoso:

Cuando veo a un chaval y a una chavala 
y pienso que él se la folla y ella 
toma la píldora o lleva un diafragma,
sé que esto es el paraíso

que todos los viejos han soñado siempre:
ataduras y gestos arrinconados
como una cosechadora obsoleta, 
y todos los jóvenes lanzándose por el tobogán 

infinito de la felicidad. Y me pregunto si
cuarenta años atrás alguien me miró
y pensó: 'Eso sí ha de ser vida:
ya está bien de Dios y de sudar en la oscuridad 

por culpa del infierno y lo demás, basta ya de callar 
lo que piensas del cura. Él
y los que son como él se lanzarán por el tobogán 
como putos pájaros libres.' Y de inmediato

más que palabras me viene el pensamiento de unos ventanales:
los vidrios bañados de sol, 
y más allá, el aire de un azul intenso, que muestra
nada, y  está en ninguna parte, y es infinito.

El tiempo y la soledad, la vejez y la muerte, la rebeldía y el sexo, el contraste entre el aquí y el allí, entre la realidad y el deseo, atraviesan toda la poesía de Larkin, recorrida por una voz reconocible y modulada en el tono incisivo, en la ironía turbia, en la amargura ante la dureza de la vida, en el pesimismo ante una realidad gris.

La poesía, señalaba Larkin en una reseña para la radio, debería comenzar con una emoción en el poeta, y acabar con esa misma emoción en el lector. El poema no es más que el instrumento de esa transferencia del poeta al lector.

De la traducción de Damià Alou, que ya había trasladado al español Las bodas de Pentecostés y parte de su Poesía reunida, el mejor elogio que se puede hacer es decir que cumple eficientemente la parte que le corresponde en esa transferencia de emociones que es la poesía para Larkin.

Santos Domínguez

27 octubre 2016

Paul Celan. Obras completas


Paul Celan.
Obras completas.
Traducción de José Luis Reina Palazón. 
Prólogo de Carlos Ortega. 
Trotta. Madrid, 2013.

Fue de lo oscuro a lo oscuro, de la sombra a la ceniza, vio el atardecer de las palabras, los escombros de la civilización y las horas vacías. 

Y de todo eso se nutre la poesía de Paul Celan, que en la acreditada versión de José Luis Reina Palazón, que obtuvo con ella en Nacional de Traducción, alcanza ya la séptima edición en Trotta.

La precede un prólogo en el que Carlos Ortega realiza un recorrido minucioso por la vida y la poesía de Celan y señala que “en los ochocientos poemas que publicó, más los cuatrocientos setenta y seis que dejó sin publicar —de los cuales se ha editado recientemente una amplia antología—, están condensados su vida y su pensamiento, el cual integra un buen manojo de tradiciones literarias y de datos, no sólo personales, sino también teológicos, filosóficos, científicos e históricos.”

Se reúnen en este volumen imprescindible todos los libros de poesía de Celan, sus poemas dispersos, la prosa y los discursos de aquel extranjero en medio del desierto que construyó sobre las cenizas una obra de enorme potencia verbal, cimentada en imágenes creadoras de un mundo poético difícil y oscuro, en el límite de lo indecible y al borde del abismo.

“El poema está solo. Está solo y de camino”, escribió Celan, autor de una poesía oscura como su destino de superviviente y testigo. Una poesía que incinera el lenguaje con la tensión y la concentración verbal en medio del silencio y el vacío: la llama y las cenizas, el horror del holocausto y los campos de concentración recorren sus poemas esenciales, Fuga de la muerte, Una canción en el desierto o Los tallos de la noche, o libros como Cambio de aliento, donde se leen estos versos:

Hondo 
en la grieta de los tiempos, 
junto 
al hielo panal 
espera, un cristal de aliento, 
tu irrevocable 
testimonio.


Santos Domínguez

26 octubre 2016

Plotino o la simplicidad de la mirada


Pierre Hadot.
Plotino o la simplicidad de la mirada.
Traducción de Maite Solana.
Alpha Decay. Barcelona, 2004.

“Los libros  sobre filósofos suelen adoptar dos formas: o son una exposición de las doctrinas del filósofo, una reconstrucción de su sistema conceptual, o una biografía tradicional que contiene los pormenores de su vida e intenta atrapar la individualidad psicológica. El libro de Pierre Hadot no es doctrinal ni psicológico; en realidad es un auténtico retrato filosófico, la biografía como filosofía, un género muy vivo en el mundo antiguo. Hadot describe la vida de Plotino como ejemplificación de su filosofía: su vida como expresión de su filosofía, su filosofía como modo de vida”, escribe Arnold I. Davidson en el prólogo de la edición española de Plotino o la simplicidad de la mirada, publicado en AlphaDecay con traducción de Maite Solana.

Es la biografía espiritual de quien hizo de la filosofía una forma de ser y de estar en el mundo, “un arte de vivir”, en palabras de Hadot, que añade:“trazar el retrato de Plotino, ¿qué otra cosa será sino hacer la descripción de esta búsqueda infinita de lo absolutamente simple?”

Ese es el centro de su filosofía: un constante ejercicio de depuración que anticipa la práctica de la vía purgativa de los místicos, un proceso de elevación espiritual y un camino de perfección en que se funden vida y filosofía.

En coherencia con la obra de Plotino, esta biografía espiritual integra también ejemplarmente esos dos planos, el de la existencia y el de la filosofía, para completar un retrato del hombre y del pensamiento de un filósofo que “sólo tiene una cosa que decir. Para decirla recurre a todas las posibilidades del lenguaje de su época, aunque él nunca la dirá.”

Un retrato lleno de incertidumbres, porque “nuestra ignorancia acerca de la vida del individuo Plotino y nuestras incertidumbres sobre la obra del individuo Plotino responden al deseo profundo del individuo Plotino, el único deseo en el que se habría reconocido, el único deseo que lo define, el de no seguir siendo Plotino, el de perderse en la contemplación y en el éxtasis.”

Heredero de un platonismo difuso, antagonista de los gnósticos, Plotino buscó la esencia espiritual de un yo profundo. Y en ese procesó propugnó el abandono de lo material, pero también de lo individual de la experiencia, el deseo o el sufrimiento en busca del verdadero yo, que no es de este mundo, la búsqueda de la luz, de un conocimiento superior a través del pensamiento puro que lo eleva en un proceso extático desde el exilio del cuerpo, cárcel o tumba.

Es la experiencia mística que toma conciencia de un yo interior y profundo en un lenguaje de raíz platónica. Un viaje espiritual que en la literatura española asumió y expresó en términos muy parecidos Fray Luis de León en algunos poemas que tienen como centro el proceso en el que el alma toma conciencia de sí misma en un característico movimiento de vaivén, de tensión constante  entre la presencia y la ausencia, entre la elevación y la caída.

Ese contraste sostenido entre lo material y lo espiritual, entre el mundo sensible y el mundo de las Formas opera también como rasgo constitutivo de la vida interior en Plotino, que formuló esta pregunta que podría haber escrito Fray Luis: “¿Por qué, entonces, no quedarse allí arriba?”

Esa intensa meditación ascética en la que la vida se concibe como contemplación y como aspiración a la visión de la Belleza le llevará a asumir la convivencia en el hombre de lo alto y lo bajo, porque “nunca será –dice Hadot- ni puro éxtasis ni pura razón ni pura animalidad”, sino una realidad dividida en múltiples niveles.

Y aun asumiendo esos límites, la de Plotino es una espiritualidad “esencialmente luminosa y serena” y por eso “la experiencia plotiniana se expresa constantemente en términos de luz, brillo, transparencia, claridad, iluminación. ¿Es preciso concluir que ignora las tinieblas y las noches del espíritu que caracterizan la mística cristiana?”, añade Hadot, que termina su ensayo con este párrafo en el que reinvindica la actualidad de la filosofía de Plotino:

“El hombre moderno todavía está más dividido en su interior que el hombre plotiniano. Sin embargo, puede escuchar la llamada de Plotino. No para repetir de manera servil, en pleno siglo XX, el itinerario espiritual que describen las Enéadas. Tal cosa sería imposible o ilusoria. Pero sí para aceptar, con el mismo coraje que Plotino, todas las dimensiones de la experiencia humana y todo lo que ésta comporta de misterioso, innegable y trascendente.”

Santos Domínguez



25 octubre 2016

Cortázar. Prosa del observatorio


Julio Cortázar.
Prosa del observatorio.
Alfaguara. Madrid, 2016.

Pese a ser su obra menos conocida, pese a su condición inclasificable, Prosa del observatorio es uno de los textos centrales e imprescindibles en la obra de Julio Cortázar.

En ese libro, que publica Alfaguara con las fotografías que hizo Cortázar en el observatorio de Jaipur (India) en 1968, la imagen y el ritmo se conjugan para resumir el universo cortazariano en una fusión que integra esas imágenes gráficas con los doce fragmentos de 1971 que componen su arquitectura textual.

Una arquitectura literaria construida en prosa poética de alto voltaje para dar lugar a un libro breve e intenso, alto y hondo a un tiempo, como las estrellas y los espacios oceánicos observados o evocados en la noche de Jai Singh, el sultán que diseñó esos observatorios a comienzos del siglo XVIII: la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo como lo es el mármol, como lo es la anguila.

En el diseño rítmico de esta Prosa del observatorio se convoca la música de las esferas en la alta noche de Jaipur y el mar de los sargazos en una iluminación que integra lo visual y lo verbal, lo plástico y lo cósmico, la arquitectura de la curva y del ángulo, del arco y la columna, de la escalinata y la rampa que exploran estas fotografías.

Una integración de imágenes y palabras que funde intuiciones y reflexiones, el cielo y el océano, el principio y el fin, la Vía Láctea y la migración de las anguilas, lo oriental y lo occidental, el tiempo y el espacio en doce fragmentos que envuelven unas fotografías que sugieren la tonalidad onírica de este espléndido texto de Cortázar, sin duda una de sus cimas creativas.

Y, además de eso, una obra de arte total -poema y ensayo, notas de viaje y relato- que resume desde la altura del observatorio la visión del mundo de Cortázar, su asombro ante la magia de la noche, hecha palabra e imagen.

Y una fascinación ante la alta noche y el misterio del mundo que se transmite al lector en una experiencia inolvidable de lectura, en este viaje por un texto luminoso, a caballo entre la meditación filosófica, la iluminación poética y la cosmogonía: acaso ya es de noche en Delhi y en Jaipur y las estrellas picotean las rampas del sueño de Jai Singh; los ciclos se fusionan, se responden vertiginosamente; basta entrar en la noche pelirroja aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida; habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Hölderlin ha leído a Marx y no lo olvida; pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.

Santos Domínguez