Felipe Benítez Reyes.
Las formas de la luna.
Prólogo de José Andújar Almansa.
Renacimiento. Sevilla, 2016.
“Me imagino que no peco de sentimentalismo si considero que la poesía es un ejercicio de fijación de la memoria, una autobiografía moral y estética misteriosamente paralela a nuestra biografía, un testimonio más o menos razonado de fantasmagorías y de certidumbres. Al cabo del tiempo, en un poema resuenan las pisadas de ese tiempo, los pasos que dimos hacia nosotros en busca de nosotros. Y, a la vuelta de los años, a la vuelta de los libros, relee uno lo escrito y al margen de su grado de valor encuentra un sentido inesperado a todo ese afán, a todas esas palabras ordenadas: la poesía como la nostalgia inconcreta de uno mismo. La poesía propia como el mensaje embotellado de un náufrago que el capricho de la marea devuelve a la misma orilla en que lo arrojó. La poesía como una relectura, en fin, de la propia vida, transformada ya en una leve ficción y ajena al tiempo, acogida a un melancólico simulacro de eternidad, mientras la vida pasa.”
Con ese párrafo cerraba Felipe Benítez Reyes en abril de 2006 ‘Algunas conjeturas inestables’, el texto en el que reflexionaba sobre su poesía en el ciclo Poética y poesía de la Fundación Juan March.
Y ese mismo texto sirve como presentación de Las formas de la luna, la antología poética de Benítez Reyes que publica Renacimiento con prólogo de José Andújar Almansa.
Ha sido el propio autor quien se ha ocupado de la selección de los textos, en la que hay una representación mucho más abundante, como es lógico, de su último libro, Las identidades (2012).
En su segundo libro, titulado significativamente Los mundos vanos (1985), figuraba un poema, 'Panteón familiar', que terminaba con estos versos:
Toda rosa es de sombra
y es fugaz, y se esparce, y es un mundo imperfecto
destinado a morir. ¿Pero queda su aroma
testimonial de vida y hermosura pasadas?
En ese mundo vuestro, ¿se reordena la forma
de la rosa deshecha? ¿Y yo oleré esa rosa?
Ese poema da el tono hondamente elegíaco que recorre gran parte de la poesía de Benítez Reyes. Se renueva en él un viejo tópico, el de la fugacidad de la vida simbolizada en una rosa. Esa rosa de sombra es la rosa de Ausonio, claro, pero también la de Francisco de Rioja, y la rosa vespertina del Otoño de las rosas de Brines. Y la de los Cuatro cuartetos de Eliot, aquella que dejaba cuando ardía ceniza en la manga de un viejo.
Esa línea elegiaca vertebra una poesía reflexiva dotada de un hondo tono moral, en el sentido que tenía ese adjetivo en la Epístola moral a Fabio del capitán Fernández de Andrada, como expresión de una nostalgia inconcreta que se proyecta más hacia el futiuro que hacia el pasado, como ocurre en 'El dibujo en el agua', un poema que termina con estos versos:
Un dibujo en el agua es la memoria,
y en sus ondas se expresa el cadáver del tiempo.
Tú harás ese dibujo.
Y de repente
tendrás la sombra muerta
del tiempo junto a ti.
La constante meditación sobre el paso del tiempo modula y unifica esta poesía entendida como una forma de interpretación de la realidad, una manera de pensar el mundo y de transitarlo con palabras en poemas que habitualmente combinan la narratividad y la reflexión.
De Sombras particulares a Escaparate de venenos, de El equipaje abierto a La misma luna, la de Benítez Reyes es una poesía figurativa, dotada de potencia verbal y de fluidez rítmica, de imaginería elaborada y de ironía. Una poesía articulada en torno a dos claves: la imaginación y la memoria, aunque refractaria a un fácil patetismo, que eluden estos textos con el distanciamiento irónico que suaviza sus aristas.
Es la palabra en el tiempo, como diría Machado, pero también la palabra contra el tiempo, la poesía que se levanta como respuesta al paso del tiempo, el muro de palabras contra el río de Heráclito, para saber qué queda de la vida en la memoria, / qué queda en la memoria de nosotros.
Y un constante carácter interrogativo, que sigue presente en esta ‘Formulación del mecanismo del tiempo’, uno de los cinco inéditos del libro:
Lo que se va. Esta fuga. Cuanto mueve
el viento que va huyendo hacia su ayer.
Lo que deja de ser nada más ser.
Los días que se funden con la nieve.
Lo veloz, lo no visto, lo olvidado.
Lo que fue a su acabarse. Cuanto vino
y suplantó el anhelo de un destino.
Lo rápido en huir, el delicado
morirse de tan poco tanta vida...
Hay algo en la verdad que no es verdad:
si el tiempo es siempre un punto de partida,
¿qué hora marca tu tiempo, eternidad
mía, que ya no
eres eternidad?
Santos Domínguez